Publicado por El Blog de X. Pikaza
De San Pablo he venido publicando una serie de comentarios, con ocasión del Año Paulino, desarrollando los primeros momentos de su ministerio. Ariel, compañero y amigo,ha estado conmigo en la tarea y así he publicado en mi blog alguno de sus trabajos sobre el tema (como La conversión de San Pablo). Más de una vez hemos hablado de la muerte de Pablo, acusado quizá por sus falsos hermanos de Roma . Pues bien, ahora que el Papa Benedicto XVI ha dicho en la Basílica de San Pablo que conservamos su cuerpo, en el lugar donde fue martirizado, es bueno precisar mejor el tema. Sin duda, la arqueología tiene una palabra que decir, pero ella debe ser cotejada con lo que se sabe por otras fuentes. En esa línea se sitúa este trabajo de Ariel, agudo y luminoso, como todos los suyos. Había querido publicar una versión más larga, que ha aparecido en la Revista de Estudios Trinitarios (Salamanca, verano 2009). Pero al fin he preferido ofrecer la de Criterio, más breve, que dice lo esencial (cf http://www.revistacriterio.com.ar/iglesia/san-pablo/ ). Gracias, Ariel, una vez más, por "permitir" que te "copie" sin pedirte permiso. A todos, buen día, buen fin de año de Pablo.
Un tema discutido
Los estudiosos del Nuevo Testamento y de la Iglesia primitiva se preguntan: ¿Pablo fue juzgado por el emperador Nerón o no? ¿De qué lo acusaron? ¿Fue condenado a muerte o liberado? ¿Cómo lo mataron?
San Lucas cuenta el libro de Los Hechos de los Apóstoles que, al final de su vida, San Pablo fue denunciado por los judíos y apresado en Jerusalén por revoltoso y agitador social (Hch 21,27-40). Estuvo dos años preso en Palestina, y luego fue trasladado a Roma para ser juzgado por el emperador. Pero al llegar a la capital del Imperio, el libro de Los Hechos termina de golpe y deja a los lectores sin saber qué pasó con Pablo.
La alusión más antigua que existe al martirio de Pablo es la de la carta de Clemente de Roma, del año 95, es decir, treinta años después de aquellos sucesos. En ella dice: “Por la envidia y la rivalidad, Pablo mostró el galardón de la paciencia. Después de haber enseñado a todo el mundo la justicia, de haber llegado hasta los límites de occidente y de haber dado testimonio ante los príncipes, salió de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más grande ejemplo de paciencia”.
Aquí, si bien se afirma que Pablo fue condenado a muerte, no se dice dónde, cuándo ni cómo lo mataron.
Hacia el año 170 un obispo de Corinto, llamado Dionisio, aporta el segundo testimonio: “(Pedro y Pablo) después de enseñar en Italia, sufrieron juntos el martirio”. Tampoco da detalles sobre la muerte de Pablo. Sólo dice que murió junto con Pedro.
En el año 180 encontramos, por primera vez, la información que luego se convertirá en la tradición oficial de su muerte. Figura en un libro apócrifo, llamado Los Hechos de Pablo, y dice que a éste lo mató el emperador Nerón, en Roma, cortándole la cabeza.
A partir de aquí, la noticia será repetida casi sin variantes por los escritores posteriores: Tertuliano, el presbítero Gayo de Roma, Orígenes, Porfirio, Eusebio de Cesarea, San Jerónimo.
El condenado inocente
Pero ¿realmente a Pablo lo mató el emperador Nerón debido a las denuncias presentadas contra él por los judíos de Jerusalén?
Según el libro de Los Hechos, cuando el apóstol estaba preso en Palestina, antes de ser trasladado a Roma, nadie lo creía realmente culpable. Ni el Sanedrín (Hch 23,9), ni el procurador romano Félix (Hch 24,22-23), ni su sucesor Porcio Festo (Hch 25,25), ni sus oficiales (Hch 26,31), ni el rey Agripa (Hch 26,32). Ninguna de las autoridades tomó en serio la acusación elevada contra él por los judíos de agitador social y enemigo del emperador (Hch 28,18). Por lo tanto, todo hace pensar que no pudo haber prosperado ningún juicio contra él en Roma. Pero sí parece cierto que murió en Roma, como Lucas lo da a entender varias veces en su libro (Hch 20,25.29.38; 21,10-13).
Ahora bien, si Pablo murió en Roma, pero la acusación de los judíos de Jerusalén no debió de haber prosperado, ¿por qué lo mataron?
Una nueva hipótesis se va abriendo paso entre los investigadores del cristianismo primitivo, y poco a poco va siendo aceptada por numerosos estudiosos. Según ésta, Pablo habría muerto debido a las denuncias de los mismos cristianos de Roma. Es decir, éstos no lo mataron directamente, pero lo denunciaron al emperador, como una forma de deshacerse de él. ¿Por qué? Por las rivalidades internas que había entre los diversos grupos de la ciudad.
Las exigencias de Moisés
En efecto, Pablo pertenecía a una línea, dentro del cristianismo primitivo, enfrentada con las otras corrientes de pensamiento. El tema giraba en torno a la cuestión de qué debía hacer el cristianismo con las leyes judías. Algunos dirigentes opinaban que había que continuar cumpliéndolas. Pero otros (entre los que se encontraba Pablo) pensaban que la Ley de Moisés ya no era importante para la vida cristiana, y que la circuncisión no tenía ningún sentido.
Esta diversidad de opiniones produjo un fuerte choque en el interior de la joven Iglesia. Pronto se formaron dos grupos: los que pensaban que los cristianos debían seguir cumpliendo la Ley judía (llamados por eso “judeo-cristianos”), y los que pensaban que la ley judía ya no tenía que seguir vigente para el cristianismo (llamados “pagano-cristianos”).
Pablo pertenecía a este segundo grupo. Y a causa de ello sufrió muchos ataques, persecuciones y denuncias de parte de los judeo-cristianos. Él mismo lo cuenta en sus cartas. Por ejemplo, al escribir a los fieles de Corinto cuenta que sufrió “la amenaza de los falsos hermanos” (1 Cor 11,26). En otra carta, los identifica con los que querían imponer la circuncisión (Gal 2,4).
En Roma, esta división estaba mucho más marcada. Lo sabemos gracias a la carta que él escribió a esta ciudad unos años antes de su llegada. En ella, Pablo menciona la existencia de dos grupos contrapuestos. Uno, al que él llama los débiles, formado por los judeo-cristianos; y otro, al que denomina los fuertes, integrado por pagano-cristianos.
La división era tal que los grupos se criticaban y despreciaban mutuamente. Había una guerra abierta y declarada entre ambos. Por eso Pablo, en su carta, intentó mediar y poner un poco de paz entre ellos diciendo: “El que come de todo, no critique al que no come ciertas cosas; y el que no come ciertas cosas, que no desprecie al que come de todo, pues Dios lo acepta también a él” (Rm 14,3).
La llegada del propagador
Pero Pablo ya había tomado partido de manera clara por uno de los dos bandos: “Yo sé bien, y estoy convencido, de que no hay nada impuro; pero si alguno piensa que una cosa es impura, será impura para él” (Rm 14,14). O sea que pertenecía al grupo de los fuertes, de los que no consideraban necesario cumplir las leyes judías: “Nosotros los fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, y no buscar nuestro propio agrado” (Rm 15,1).
Podemos imaginar lo que habrá significado la llegada de Pablo a Roma, en medio de semejante polvorín, y con la situación conflictiva que reinaba entre las comunidades. Pablo mismo sabía que muchos en la ciudad lo rechazaban y criticaban (Rm 3,7-8). Y aunque él con su carta había tratado de mediar y acercar las partes, también era cierto que sus convicciones sobre el tema de la ley judía eran muy firmes y no estaba dispuesto a ceder.
Por lo tanto, su arribo a la ciudad, aunque fuera como prisionero, debió de haber causado alarma entre los otros sectores cristianos.
Culpables del incendio
Cuando llegó a Roma, Pablo no debió de haber sido condenado a muerte por el tribunal del emperador, porque el delito del que se le acusaba no era sancionado con la pena capital. De modo que fue liberado, y pudo permanecer misionando durante un tiempo en la ciudad.
Pero entonces apareció en el escenario una circunstancia imprevista: la persecución de Nerón. En julio del año 64 estalló un incendio de vastas proporciones al oeste de la ciudad, que pronto se extendió a otros sectores. De los catorce barrios de Roma, tres fueron totalmente destruidos, siete gravemente dañados y sólo cuatro quedaron intactos. Pronto corrió el rumor de que había sido el propio Nerón quien había ordenado el incendio. Pero éste culpó a los cristianos, y desató así una gran persecución contra ellos.
Según el historiador romano Tácito en sus Anales del Imperio Romano, cuando Nerón ordenó la persecución en Roma capturó a algunos cristianos; pero éstos afirmaron no ser ellos los responsables del incendio, e informaron que habían sido los otros. Es decir, delataron a sus propios hermanos en la fe.
Por su parte el escritor romano Plinio el Joven, en una carta enviada al emperador Trajano, cuenta que durante la persecución los mismos cristianos se delataban unos a otros. También el Evangelio de Mateo da a entender que, durante el conflicto con los romanos, los cristianos se traicionaban mutuamente y se denunciaban a las autoridades (Mt 24,10).
Una muerte como todas
No resulta descabellado pensar que, durante la persecución ordenada por Nerón, el apóstol Pablo fuera denunciado por los cristianos del otro bando, y que terminara muriendo junto con la multitud de creyentes martirizados por el emperador.
Si esto es así, la muerte de Pablo no fue el acontecimiento heroico y solemne que todos imaginamos. No fue la ejecución de un ciudadano romano que tuvo el privilegio de ser decapitado con la espada, ni su cabeza dio tres botes generando manantiales de agua. Esas leyendas piadosas, muy valiosas por su mensaje religioso, no deben confundirse con la realidad histórica, que debió de ser mucho más cruel y dura.
Pablo habría muerto junto a todos aquellos cristianos anónimos que cayeron en las redadas de Nerón. Pero no con la muerte majestuosa y especial de alguien importante ejecutado de manera privilegiada. Su muerte habría quedado sepultada en medio de esas terribles e ignotas muertes descritas por Tácito en las páginas de sus Anales.
Hipótesis con ventaja
La hipótesis de que Pablo murió en Roma como resultado de las luchas internas de la comunidad cristiana (es decir, de una manera poco edificante) es, quizás, la que mejor explica los diversos elementos que nos han llegado de la tradición. Así:
a) el silencio de Los Hechos sobre la muerte del apóstol. Lucas debió de haber sabido qué sucedió con Pablo. Y si silenció su muerte, fue quizás porque no se trató de un hecho ejemplar sino un acontecimiento poco edificante para las comunidades cristianas;
2) el silencio de Los Hechos sobre la comunidad cristiana de Roma. Cuando Pablo llega prisionero a la capital del Imperio, Lucas nunca menciona su encuentro con los cristianos locales. Quizás porque sabía que las relaciones de Pablo con ellos no habían sido buenas;
3) la carta de Clemente de Roma. El testimonio más antiguo sobre la muerte de Pablo dice que ésta fue “debido a la envidia y las rivalidades”. La expresión, sin duda, alude a las controversias y divisiones que había en el seno de la Iglesia, no a la denuncia civil y política que habían presentado contra él los judíos de Jerusalén;
4) los testimonios de Tácito y Plinio el Joven. Ambos coinciden en que, durante la persecución decretada por Nerón, los mismos cristianos se denunciaban y entregaban a las autoridades;
5) las amargas quejas de Pablo sobre las divisiones que destrozaban la comunidad de Roma. Los cristianos de la ciudad, sin duda, no estaban todos a favor de él;
6) la ausencia de una tradición sobre su martirio individual hasta casi un siglo y medio después de su muerte. Y la primera vez que aparece es en un libro apócrifo (Los Hechos de Pablo), cuyo autor, un presbítero de Asia Menor, confesó poco después haberlo inventado;
7) el hecho de que, hasta el siglo III, la Iglesia de Roma no mencione nunca que Pablo estuvo en la capital del Imperio.
Al parecer, Pablo no murió como consecuencia de las denuncias de los judíos de Jerusalén, ni decapitado como ciudadano romano, sino por la envidia de los cristianos de Roma, durante la persecución del emperador Nerón. Las rivalidades y celos internos de una comunidad terminaron costando la vida del más grande apóstol de los gentiles.
Un tema discutido
Los estudiosos del Nuevo Testamento y de la Iglesia primitiva se preguntan: ¿Pablo fue juzgado por el emperador Nerón o no? ¿De qué lo acusaron? ¿Fue condenado a muerte o liberado? ¿Cómo lo mataron?
San Lucas cuenta el libro de Los Hechos de los Apóstoles que, al final de su vida, San Pablo fue denunciado por los judíos y apresado en Jerusalén por revoltoso y agitador social (Hch 21,27-40). Estuvo dos años preso en Palestina, y luego fue trasladado a Roma para ser juzgado por el emperador. Pero al llegar a la capital del Imperio, el libro de Los Hechos termina de golpe y deja a los lectores sin saber qué pasó con Pablo.
La alusión más antigua que existe al martirio de Pablo es la de la carta de Clemente de Roma, del año 95, es decir, treinta años después de aquellos sucesos. En ella dice: “Por la envidia y la rivalidad, Pablo mostró el galardón de la paciencia. Después de haber enseñado a todo el mundo la justicia, de haber llegado hasta los límites de occidente y de haber dado testimonio ante los príncipes, salió de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más grande ejemplo de paciencia”.
Aquí, si bien se afirma que Pablo fue condenado a muerte, no se dice dónde, cuándo ni cómo lo mataron.
Hacia el año 170 un obispo de Corinto, llamado Dionisio, aporta el segundo testimonio: “(Pedro y Pablo) después de enseñar en Italia, sufrieron juntos el martirio”. Tampoco da detalles sobre la muerte de Pablo. Sólo dice que murió junto con Pedro.
En el año 180 encontramos, por primera vez, la información que luego se convertirá en la tradición oficial de su muerte. Figura en un libro apócrifo, llamado Los Hechos de Pablo, y dice que a éste lo mató el emperador Nerón, en Roma, cortándole la cabeza.
A partir de aquí, la noticia será repetida casi sin variantes por los escritores posteriores: Tertuliano, el presbítero Gayo de Roma, Orígenes, Porfirio, Eusebio de Cesarea, San Jerónimo.
El condenado inocente
Pero ¿realmente a Pablo lo mató el emperador Nerón debido a las denuncias presentadas contra él por los judíos de Jerusalén?
Según el libro de Los Hechos, cuando el apóstol estaba preso en Palestina, antes de ser trasladado a Roma, nadie lo creía realmente culpable. Ni el Sanedrín (Hch 23,9), ni el procurador romano Félix (Hch 24,22-23), ni su sucesor Porcio Festo (Hch 25,25), ni sus oficiales (Hch 26,31), ni el rey Agripa (Hch 26,32). Ninguna de las autoridades tomó en serio la acusación elevada contra él por los judíos de agitador social y enemigo del emperador (Hch 28,18). Por lo tanto, todo hace pensar que no pudo haber prosperado ningún juicio contra él en Roma. Pero sí parece cierto que murió en Roma, como Lucas lo da a entender varias veces en su libro (Hch 20,25.29.38; 21,10-13).
Ahora bien, si Pablo murió en Roma, pero la acusación de los judíos de Jerusalén no debió de haber prosperado, ¿por qué lo mataron?
Una nueva hipótesis se va abriendo paso entre los investigadores del cristianismo primitivo, y poco a poco va siendo aceptada por numerosos estudiosos. Según ésta, Pablo habría muerto debido a las denuncias de los mismos cristianos de Roma. Es decir, éstos no lo mataron directamente, pero lo denunciaron al emperador, como una forma de deshacerse de él. ¿Por qué? Por las rivalidades internas que había entre los diversos grupos de la ciudad.
Las exigencias de Moisés
En efecto, Pablo pertenecía a una línea, dentro del cristianismo primitivo, enfrentada con las otras corrientes de pensamiento. El tema giraba en torno a la cuestión de qué debía hacer el cristianismo con las leyes judías. Algunos dirigentes opinaban que había que continuar cumpliéndolas. Pero otros (entre los que se encontraba Pablo) pensaban que la Ley de Moisés ya no era importante para la vida cristiana, y que la circuncisión no tenía ningún sentido.
Esta diversidad de opiniones produjo un fuerte choque en el interior de la joven Iglesia. Pronto se formaron dos grupos: los que pensaban que los cristianos debían seguir cumpliendo la Ley judía (llamados por eso “judeo-cristianos”), y los que pensaban que la ley judía ya no tenía que seguir vigente para el cristianismo (llamados “pagano-cristianos”).
Pablo pertenecía a este segundo grupo. Y a causa de ello sufrió muchos ataques, persecuciones y denuncias de parte de los judeo-cristianos. Él mismo lo cuenta en sus cartas. Por ejemplo, al escribir a los fieles de Corinto cuenta que sufrió “la amenaza de los falsos hermanos” (1 Cor 11,26). En otra carta, los identifica con los que querían imponer la circuncisión (Gal 2,4).
En Roma, esta división estaba mucho más marcada. Lo sabemos gracias a la carta que él escribió a esta ciudad unos años antes de su llegada. En ella, Pablo menciona la existencia de dos grupos contrapuestos. Uno, al que él llama los débiles, formado por los judeo-cristianos; y otro, al que denomina los fuertes, integrado por pagano-cristianos.
La división era tal que los grupos se criticaban y despreciaban mutuamente. Había una guerra abierta y declarada entre ambos. Por eso Pablo, en su carta, intentó mediar y poner un poco de paz entre ellos diciendo: “El que come de todo, no critique al que no come ciertas cosas; y el que no come ciertas cosas, que no desprecie al que come de todo, pues Dios lo acepta también a él” (Rm 14,3).
La llegada del propagador
Pero Pablo ya había tomado partido de manera clara por uno de los dos bandos: “Yo sé bien, y estoy convencido, de que no hay nada impuro; pero si alguno piensa que una cosa es impura, será impura para él” (Rm 14,14). O sea que pertenecía al grupo de los fuertes, de los que no consideraban necesario cumplir las leyes judías: “Nosotros los fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, y no buscar nuestro propio agrado” (Rm 15,1).
Podemos imaginar lo que habrá significado la llegada de Pablo a Roma, en medio de semejante polvorín, y con la situación conflictiva que reinaba entre las comunidades. Pablo mismo sabía que muchos en la ciudad lo rechazaban y criticaban (Rm 3,7-8). Y aunque él con su carta había tratado de mediar y acercar las partes, también era cierto que sus convicciones sobre el tema de la ley judía eran muy firmes y no estaba dispuesto a ceder.
Por lo tanto, su arribo a la ciudad, aunque fuera como prisionero, debió de haber causado alarma entre los otros sectores cristianos.
Culpables del incendio
Cuando llegó a Roma, Pablo no debió de haber sido condenado a muerte por el tribunal del emperador, porque el delito del que se le acusaba no era sancionado con la pena capital. De modo que fue liberado, y pudo permanecer misionando durante un tiempo en la ciudad.
Pero entonces apareció en el escenario una circunstancia imprevista: la persecución de Nerón. En julio del año 64 estalló un incendio de vastas proporciones al oeste de la ciudad, que pronto se extendió a otros sectores. De los catorce barrios de Roma, tres fueron totalmente destruidos, siete gravemente dañados y sólo cuatro quedaron intactos. Pronto corrió el rumor de que había sido el propio Nerón quien había ordenado el incendio. Pero éste culpó a los cristianos, y desató así una gran persecución contra ellos.
Según el historiador romano Tácito en sus Anales del Imperio Romano, cuando Nerón ordenó la persecución en Roma capturó a algunos cristianos; pero éstos afirmaron no ser ellos los responsables del incendio, e informaron que habían sido los otros. Es decir, delataron a sus propios hermanos en la fe.
Por su parte el escritor romano Plinio el Joven, en una carta enviada al emperador Trajano, cuenta que durante la persecución los mismos cristianos se delataban unos a otros. También el Evangelio de Mateo da a entender que, durante el conflicto con los romanos, los cristianos se traicionaban mutuamente y se denunciaban a las autoridades (Mt 24,10).
Una muerte como todas
No resulta descabellado pensar que, durante la persecución ordenada por Nerón, el apóstol Pablo fuera denunciado por los cristianos del otro bando, y que terminara muriendo junto con la multitud de creyentes martirizados por el emperador.
Si esto es así, la muerte de Pablo no fue el acontecimiento heroico y solemne que todos imaginamos. No fue la ejecución de un ciudadano romano que tuvo el privilegio de ser decapitado con la espada, ni su cabeza dio tres botes generando manantiales de agua. Esas leyendas piadosas, muy valiosas por su mensaje religioso, no deben confundirse con la realidad histórica, que debió de ser mucho más cruel y dura.
Pablo habría muerto junto a todos aquellos cristianos anónimos que cayeron en las redadas de Nerón. Pero no con la muerte majestuosa y especial de alguien importante ejecutado de manera privilegiada. Su muerte habría quedado sepultada en medio de esas terribles e ignotas muertes descritas por Tácito en las páginas de sus Anales.
Hipótesis con ventaja
La hipótesis de que Pablo murió en Roma como resultado de las luchas internas de la comunidad cristiana (es decir, de una manera poco edificante) es, quizás, la que mejor explica los diversos elementos que nos han llegado de la tradición. Así:
a) el silencio de Los Hechos sobre la muerte del apóstol. Lucas debió de haber sabido qué sucedió con Pablo. Y si silenció su muerte, fue quizás porque no se trató de un hecho ejemplar sino un acontecimiento poco edificante para las comunidades cristianas;
2) el silencio de Los Hechos sobre la comunidad cristiana de Roma. Cuando Pablo llega prisionero a la capital del Imperio, Lucas nunca menciona su encuentro con los cristianos locales. Quizás porque sabía que las relaciones de Pablo con ellos no habían sido buenas;
3) la carta de Clemente de Roma. El testimonio más antiguo sobre la muerte de Pablo dice que ésta fue “debido a la envidia y las rivalidades”. La expresión, sin duda, alude a las controversias y divisiones que había en el seno de la Iglesia, no a la denuncia civil y política que habían presentado contra él los judíos de Jerusalén;
4) los testimonios de Tácito y Plinio el Joven. Ambos coinciden en que, durante la persecución decretada por Nerón, los mismos cristianos se denunciaban y entregaban a las autoridades;
5) las amargas quejas de Pablo sobre las divisiones que destrozaban la comunidad de Roma. Los cristianos de la ciudad, sin duda, no estaban todos a favor de él;
6) la ausencia de una tradición sobre su martirio individual hasta casi un siglo y medio después de su muerte. Y la primera vez que aparece es en un libro apócrifo (Los Hechos de Pablo), cuyo autor, un presbítero de Asia Menor, confesó poco después haberlo inventado;
7) el hecho de que, hasta el siglo III, la Iglesia de Roma no mencione nunca que Pablo estuvo en la capital del Imperio.
Al parecer, Pablo no murió como consecuencia de las denuncias de los judíos de Jerusalén, ni decapitado como ciudadano romano, sino por la envidia de los cristianos de Roma, durante la persecución del emperador Nerón. Las rivalidades y celos internos de una comunidad terminaron costando la vida del más grande apóstol de los gentiles.
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