Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Todos los Evangelios narran el milagro de la multiplicación de los panes: dos veces el de Mateo, el de Marcos y el de Lucas, y una vez el de Juan. Tratemos de aplicar este relato evangélico a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de hoy [2 Reyes 4, 42-44; Salmo 145 (144); Efesios 4, 1-6.]
1.-“¿Con qué vamos a comprar pan para que esta gente coma?”
Esta pregunta de Jesús hecha al apóstol Felipe, “para ver qué respondía”, podemos considerarla hoy como hecha a cada uno de nosotros. Actualmente se calcula que cerca de 900 millones de personas en el mundo padecen hambre crónica, la gran mayoría en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo. Si los habitantes del planeta somos unos 6.000 millones, esto quiere decir que aproximadamente 15 de cada 100 seres humanos se encuentran en esta grave situación. Unas 24.000 personas mueren cada día de hambre o por causas relacionadas con el hambre, siendo el 75% niños y niñas menores de 5 años. Y aunque se han venido haciendo esfuerzos por reducir la magnitud de este problema, aún falta mucho por lograr. Un dato importante es que ha crecido la proporción de las emergencias alimentarias derivadas de los conflictos armados.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras pocos que tienen mucho sigan despilfarrando en forma egoísta lo que tienen, mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales siga haciendo que éstos sean cada vez más escasos -como el agua, por ejemplo-, mientras no tomemos todos conciencia de que cada cual es responsable de la suerte de todos según esté dispuesto o no a compartir constructivamente la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá siendo un llamado a la reflexión de todos para ver qué y cómo respondemos.
2.-Tomó los panes, dio gracias a Dios y les repartió pan y pescado cuanto quisieron
El milagro de la multiplicación de los panes y peces expresa el cumplimiento de las promesas anunciadas por Dios a través de sus profetas: la abundancia de un alimento renovador que Él mismo haría posible para todos los que acogieran su mensaje y lo invocaran sinceramente. Tal es el sentido de la 1ª lectura y del salmo de este domingo.
La multiplicación de los panes y peces es una prefiguración del sacramento de la Eucaristía, signo visible de la presencia de Jesús que nos alimenta con el pan de su propia vida entregada y resucitada. Él mismo iba a ser representado desde los comienzos de la historia de su Iglesia, no sólo con la imagen del pan, sino también con la del pez, “ictus” en griego, cuyas letras son las iniciales del nombre y de varios títulos de Jesús: Iesous, Christos, Theos, Uios, Soter (Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador).
La enseñanza de este milagro es que donde existe voluntad de compartir, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra; en cambio, donde no existe esa voluntad, aunque haya mucho, unos pocos lo acaparan todo y las mayorías padecen hambre. El sacramento de la Eucaristía, llevado a la práctica, expresa la voluntad sincera de compartir entre todos la creación, significada en las ofrendas de pan y vino, para que al hacerlo se realice entre nosotros la presencia de Dios, que es Amor, que se nos revela en Jesucristo y nos alimenta con su propia vida.
3. Dándose cuenta de que iban a llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró…
Jesús había iniciado su predicación proclamando la cercanía del “reino de Dios”. Sus milagros mostraban la verdad de esta proclamación: como dice el Evangelio, “mucha gente lo seguía, porque habían presenciado las maravillas que hacía…”. Al presenciar ahora la multiplicación de los panes y peces, en medio de la situación de pobreza que padecían, quieren hacerlo rey. Pero Jesús se opone a la tentación de ambicionar poderes terrenales. Él no sólo es “el profeta que debía venir al mundo”; es el Mesías, el ungido por Dios como descendiente del rey David para reinar no sólo sobre Israel sino sobre toda la humanidad, tal como lo anunciaron los profetas del Antiguo Testamento. “Sí, soy Rey”, le diría a Poncio Pilato pocos momentos antes de que la multitud agolpada junto al despacho del gobernador romano, azuzada por sus máximos jefes religiosos, gritara exigiendo su crucifixión. Pero, como Él mismo le explicó a Pilato, también hoy nos dice a todos: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18 36-37).
La preocupación efectiva de Jesús por contribuir a la solución de los problemas humanos, no sólo los espirituales sino también los materiales, es un llamado a todos nosotros para que nos identifiquemos con Él y procuremos contribuir, cada cual según sus posibilidades, a resolver la situación de hambre y de miseria de tantas personas que la padecen. Y asimismo, a que reconozcamos el verdadero sentido de su misión y por lo mismo el de la misión de la Iglesia que Él fundó no para ambicionar los poderes terrenales, sino comportarse “en todo con humildad y mansedumbre”, como dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura de hoy; una Iglesia puesta al servicio de todos los seres humanos, especialmente de los más oprimidos, marginados y necesitados; una Iglesia no dominadora sino servidora, a imagen y semejanza del mismo Jesús que, inmediatamente antes de instituir la Eucaristía, comenzó la última cena con un gesto humilde de servicio y no con actitudes arrogantes de poder (Juan 13, 1-15).
1.-“¿Con qué vamos a comprar pan para que esta gente coma?”
Esta pregunta de Jesús hecha al apóstol Felipe, “para ver qué respondía”, podemos considerarla hoy como hecha a cada uno de nosotros. Actualmente se calcula que cerca de 900 millones de personas en el mundo padecen hambre crónica, la gran mayoría en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo. Si los habitantes del planeta somos unos 6.000 millones, esto quiere decir que aproximadamente 15 de cada 100 seres humanos se encuentran en esta grave situación. Unas 24.000 personas mueren cada día de hambre o por causas relacionadas con el hambre, siendo el 75% niños y niñas menores de 5 años. Y aunque se han venido haciendo esfuerzos por reducir la magnitud de este problema, aún falta mucho por lograr. Un dato importante es que ha crecido la proporción de las emergencias alimentarias derivadas de los conflictos armados.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras pocos que tienen mucho sigan despilfarrando en forma egoísta lo que tienen, mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales siga haciendo que éstos sean cada vez más escasos -como el agua, por ejemplo-, mientras no tomemos todos conciencia de que cada cual es responsable de la suerte de todos según esté dispuesto o no a compartir constructivamente la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá siendo un llamado a la reflexión de todos para ver qué y cómo respondemos.
2.-Tomó los panes, dio gracias a Dios y les repartió pan y pescado cuanto quisieron
El milagro de la multiplicación de los panes y peces expresa el cumplimiento de las promesas anunciadas por Dios a través de sus profetas: la abundancia de un alimento renovador que Él mismo haría posible para todos los que acogieran su mensaje y lo invocaran sinceramente. Tal es el sentido de la 1ª lectura y del salmo de este domingo.
La multiplicación de los panes y peces es una prefiguración del sacramento de la Eucaristía, signo visible de la presencia de Jesús que nos alimenta con el pan de su propia vida entregada y resucitada. Él mismo iba a ser representado desde los comienzos de la historia de su Iglesia, no sólo con la imagen del pan, sino también con la del pez, “ictus” en griego, cuyas letras son las iniciales del nombre y de varios títulos de Jesús: Iesous, Christos, Theos, Uios, Soter (Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador).
La enseñanza de este milagro es que donde existe voluntad de compartir, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra; en cambio, donde no existe esa voluntad, aunque haya mucho, unos pocos lo acaparan todo y las mayorías padecen hambre. El sacramento de la Eucaristía, llevado a la práctica, expresa la voluntad sincera de compartir entre todos la creación, significada en las ofrendas de pan y vino, para que al hacerlo se realice entre nosotros la presencia de Dios, que es Amor, que se nos revela en Jesucristo y nos alimenta con su propia vida.
3. Dándose cuenta de que iban a llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró…
Jesús había iniciado su predicación proclamando la cercanía del “reino de Dios”. Sus milagros mostraban la verdad de esta proclamación: como dice el Evangelio, “mucha gente lo seguía, porque habían presenciado las maravillas que hacía…”. Al presenciar ahora la multiplicación de los panes y peces, en medio de la situación de pobreza que padecían, quieren hacerlo rey. Pero Jesús se opone a la tentación de ambicionar poderes terrenales. Él no sólo es “el profeta que debía venir al mundo”; es el Mesías, el ungido por Dios como descendiente del rey David para reinar no sólo sobre Israel sino sobre toda la humanidad, tal como lo anunciaron los profetas del Antiguo Testamento. “Sí, soy Rey”, le diría a Poncio Pilato pocos momentos antes de que la multitud agolpada junto al despacho del gobernador romano, azuzada por sus máximos jefes religiosos, gritara exigiendo su crucifixión. Pero, como Él mismo le explicó a Pilato, también hoy nos dice a todos: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18 36-37).
La preocupación efectiva de Jesús por contribuir a la solución de los problemas humanos, no sólo los espirituales sino también los materiales, es un llamado a todos nosotros para que nos identifiquemos con Él y procuremos contribuir, cada cual según sus posibilidades, a resolver la situación de hambre y de miseria de tantas personas que la padecen. Y asimismo, a que reconozcamos el verdadero sentido de su misión y por lo mismo el de la misión de la Iglesia que Él fundó no para ambicionar los poderes terrenales, sino comportarse “en todo con humildad y mansedumbre”, como dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura de hoy; una Iglesia puesta al servicio de todos los seres humanos, especialmente de los más oprimidos, marginados y necesitados; una Iglesia no dominadora sino servidora, a imagen y semejanza del mismo Jesús que, inmediatamente antes de instituir la Eucaristía, comenzó la última cena con un gesto humilde de servicio y no con actitudes arrogantes de poder (Juan 13, 1-15).
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