Por Javier Leoz
A Jesús nada le era indiferente pero, sobre todo las personas, eran lo más importante para el hombre. Su cansancio, por su entrega hasta la extenuación, no pasa inadvertida para Jesús En cuantos momentos solemos exclamar: ¡no puedo más! ¡Pueden conmigo los problemas, los agobios, las deudas, las situaciones! Alguien, con cierta razón, ha llegado a decir que –el ser humano- está agotado porque realiza trabajos que, siendo inútiles, nos aportan eso: desaliento y hastío.
1. - ¿Dónde encontrar la paz? La fe, lejos de ser opio, es una buena vitamina. Nos recompone. Rejuvenece nuestro espíritu y, entre otras cosas, nos ayuda a ver el vaso de la vida medio lleno y nunca medio vacío. Para ello, claro está, la Palabra de Dios nos echará un capote en aras a recuperar esas fuerzas que, la lucha de cada día, nos hacen perder por el camino. La Palabra de Dios hace que recuperemos en la fuente del altar, la paz o el amor que tanto necesitan personas que viven junto a nosotros.
Lo importante, y no lo olvidemos, es que busquemos en la dirección adecuada. No podemos hacer como aquel peregrino que, avanzando hacia un santuario, daba vueltas y vueltas en inmensos rodeos sin llegar al final de su peregrinación. Hay que buscar, pero sin distraernos del camino. La sociedad nos ofrece autopistas con mis seducciones. Incluso para que entremos al trapo, ofertan en rebajas, felicidad y placer, satisfacciones y relax pero ¿qué ocurre a la larga? Que es flor de un día. Gaseosa que pierde enseguida su fuerza.
2. - Como creyentes nunca nos hemos de cansar de ser exploradores de la verdad. No hay peor cosa, para el futuro de la fe, que cristianos desalentados. Cristianos que han llegado a la conclusión que es difícil encontrar a Dios en el gran rompecabezas del mundo. Urge, al hilo del Evangelio de este día, recargar pilas. Hacer un balance de nuestra vida cristiana. ¿En qué estamos fallando? ¿Estará el Señor contento de nuestra acción evangelizadora? ¿En qué estamos echando el resto como personas y en ideas? ¿Forma el Señor parte del gran entramado de nuestra vida o sólo le dejamos el ático de nuestro vivir?
El día de mañana, cuando Dios lo quiera, nos llamará a su presencia. Malo será que, entre las muchas confidencias que le manifestemos, no le podamos decir lo siguiente: Señor, estoy cansado de anunciarte. Entre otras cosas porque, tal vez, le reconozcamos lo contrario: estamos cansados de todo menos de darte a conocer. Porque fueron tantos los dulces los que nos sedujeron que, Tú Señor, no fuiste lo primero.
3.- Que el Señor de sentido a nuestros días. Que sea el alimento verdadero. La razón fundamental de nuestro ser y de nuestro vivir.
Que lejos de sentirnos abandonados, apesadumbrados por tantos sucesos lúgubres y negativos del mundo, nos sintamos fortalecidos y acompañados por un Señor que siempre nos precede en el camino de nuestra vida.
Y, sobre todo, que tengamos auténtica pasión por ser sembradores y pancartas del amor de Dios allá donde nos encontremos.
1. - ¿Dónde encontrar la paz? La fe, lejos de ser opio, es una buena vitamina. Nos recompone. Rejuvenece nuestro espíritu y, entre otras cosas, nos ayuda a ver el vaso de la vida medio lleno y nunca medio vacío. Para ello, claro está, la Palabra de Dios nos echará un capote en aras a recuperar esas fuerzas que, la lucha de cada día, nos hacen perder por el camino. La Palabra de Dios hace que recuperemos en la fuente del altar, la paz o el amor que tanto necesitan personas que viven junto a nosotros.
Lo importante, y no lo olvidemos, es que busquemos en la dirección adecuada. No podemos hacer como aquel peregrino que, avanzando hacia un santuario, daba vueltas y vueltas en inmensos rodeos sin llegar al final de su peregrinación. Hay que buscar, pero sin distraernos del camino. La sociedad nos ofrece autopistas con mis seducciones. Incluso para que entremos al trapo, ofertan en rebajas, felicidad y placer, satisfacciones y relax pero ¿qué ocurre a la larga? Que es flor de un día. Gaseosa que pierde enseguida su fuerza.
2. - Como creyentes nunca nos hemos de cansar de ser exploradores de la verdad. No hay peor cosa, para el futuro de la fe, que cristianos desalentados. Cristianos que han llegado a la conclusión que es difícil encontrar a Dios en el gran rompecabezas del mundo. Urge, al hilo del Evangelio de este día, recargar pilas. Hacer un balance de nuestra vida cristiana. ¿En qué estamos fallando? ¿Estará el Señor contento de nuestra acción evangelizadora? ¿En qué estamos echando el resto como personas y en ideas? ¿Forma el Señor parte del gran entramado de nuestra vida o sólo le dejamos el ático de nuestro vivir?
El día de mañana, cuando Dios lo quiera, nos llamará a su presencia. Malo será que, entre las muchas confidencias que le manifestemos, no le podamos decir lo siguiente: Señor, estoy cansado de anunciarte. Entre otras cosas porque, tal vez, le reconozcamos lo contrario: estamos cansados de todo menos de darte a conocer. Porque fueron tantos los dulces los que nos sedujeron que, Tú Señor, no fuiste lo primero.
3.- Que el Señor de sentido a nuestros días. Que sea el alimento verdadero. La razón fundamental de nuestro ser y de nuestro vivir.
Que lejos de sentirnos abandonados, apesadumbrados por tantos sucesos lúgubres y negativos del mundo, nos sintamos fortalecidos y acompañados por un Señor que siempre nos precede en el camino de nuestra vida.
Y, sobre todo, que tengamos auténtica pasión por ser sembradores y pancartas del amor de Dios allá donde nos encontremos.
4.- PAN DE VIDA, SEÑOR
Pasaste a mi lado, y me dijeron
que tan sólo era un sueño
un espejismo en medio del desierto de mi vida.
Escuche una voz, y me aseguraron,
que tan sólo se trataba del eco de la mía.
Que, tu voz, era eso: una imaginación
que no hiciera caso, que me dejara guiar
por los gritos simplistas del mundo
Entonces, elevé mis ojos hacia el cielo,
y me pareció ver como llovían manjares,
vida, esperanza, ilusión y gracia
Pero, otros, desviaron mi atención
Me afirmaron, que aquello,
era simple lluvia de estrellas
invención de mi mente
deseos de tener lo que nunca se alcanza.
Pero, te confieso, Señor
que, de todos mis sueños,
anhelo el día de encontrarme contigo.
Que de todas voces que escucho,
la tuya es la que sólo me conforta,
auténtica, la más noble y verdadera.
Que, de todo lo sabroso que existe en el mundo,
no hay nada mejor ni más bueno
que el Pan y el Vino que Tú nos ofreces.
Porque muy bien se, mi Señor,
que tu manjar es alimento para ahora y después
que tu Cuerpo y Sangre
me llena, plenifica y me levanta
cuando el mundo me abandona y me olvida.
Por todo eso, Señor, y por muchas cosas más
¡Pan de vida eres, mi Señor!
Pasaste a mi lado, y me dijeron
que tan sólo era un sueño
un espejismo en medio del desierto de mi vida.
Escuche una voz, y me aseguraron,
que tan sólo se trataba del eco de la mía.
Que, tu voz, era eso: una imaginación
que no hiciera caso, que me dejara guiar
por los gritos simplistas del mundo
Entonces, elevé mis ojos hacia el cielo,
y me pareció ver como llovían manjares,
vida, esperanza, ilusión y gracia
Pero, otros, desviaron mi atención
Me afirmaron, que aquello,
era simple lluvia de estrellas
invención de mi mente
deseos de tener lo que nunca se alcanza.
Pero, te confieso, Señor
que, de todos mis sueños,
anhelo el día de encontrarme contigo.
Que de todas voces que escucho,
la tuya es la que sólo me conforta,
auténtica, la más noble y verdadera.
Que, de todo lo sabroso que existe en el mundo,
no hay nada mejor ni más bueno
que el Pan y el Vino que Tú nos ofreces.
Porque muy bien se, mi Señor,
que tu manjar es alimento para ahora y después
que tu Cuerpo y Sangre
me llena, plenifica y me levanta
cuando el mundo me abandona y me olvida.
Por todo eso, Señor, y por muchas cosas más
¡Pan de vida eres, mi Señor!
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