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jueves, 20 de agosto de 2009

Ante el Año Sacerdotal: Un servicio, unos ministerios para hombres y mujeres

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Ayer presenté un trabajo de Ariel Álvarez Valdés, en el que se decía que Jesús tuvo discípulos mujeres. Por despiste y estrategia, corté el final, como algunos lectores más agudos han puesto de relieve. Lógicamente me apresuro a publicar lo que faltaba, añadiendo una reflexión mía, que va en la línea de lo que vengo publicando en este blog. Me honro de publicar mi reflexión junto a la de Ariel. Ni él ni yo queremos introducir discusiones bizantinas en el campo de la teología y de la iglesia, sino leer el evangelio como buena nueva de libertad y de vida, de servicio y comunión para hombres y mujeres. Evidentemente, no todo se arregla en la Iglesia con la posible ordenación de las mujeres. Pero su reconocimiento pleno, en línea de amor y de servicios, de dignidad y de responsabilidades, resulta esencial para el despliegue de la buena noticia de Jesús en este tiempo, y de un modo particular, en este año Año Sacerdotal . Una nota final: a los habituales del blog les agradezco su colaboración; pero si pueden será mejor que eviten disputas también bizantinas que dejen a algunos con sus mono-manías.

Los Doce y las Mujeres en un mismo nivel (Ariel)

Notemos cómo el evangelista coloca tanto a los Doce como a las mujeres en un mismo nivel, puesto que une a los dos grupos con la conjunción “y”, que sirve para igualarlos. Nos dice además que eran mujeres de buena posición económica, puesto que ayudaban material y económicamente el movimiento de Jesús con su propio dinero.
Pero sobre todo resulta interesante ver los nombres que aparecen en la lista, especialmente el de una tal Juana. De ella se nos explica que estaba casada con Cusa. Ahora bien, éste era nada menos que el administrador de Herodes Antipas, gobernador de Galilea, con quien Jesús se llevaba tan mal. La tensión entre ambos se debía a que Antipas había hecho degollar a Juan el Bautista, por considerarlo su enemigo.
¿Qué habrá dicho ahora Antipas, al enterarse de que la esposa de su gerente general andaba deambulando atrás de Jesús, un Maestro revolucionario, radical, y para colmo ex discípulo de Juan el Bautista? Para empeorar las cosas, en cierta ocasión Jesús mismo criticó públicamente a Antipas llamándolo “zorro”, por su temperamento pérfido y codicioso (Lc 13,31-32).
Todo esto, ¿habrá hecho peligrar la situación laboral de Cusa? ¿Se habrá enojado Antipas con él y lo habrá expulsado de su trabajo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Juana, a pesar de que su seguimiento a Jesús ponía en riesgo la carrera de su marido, nunca abandonó al Maestro, y lo siguió hasta el final (Lc 24,10).

Las lecciones femeninas

El hecho de que los Evangelios mencionen nada menos que en cinco oportunidades a un grupo de mujeres que seguían a Jesús, es sin duda un indicio de que estamos ante un valioso testimonio histórico.
Pero falta responder a una pregunta. ¿Estas mujeres escuchaban también las enseñanzas privadas que Jesús o no? ¿Estaban, también en ese sentido, al mismo nivel que los discípulos varones?
La cuestión es importante porque en tiempos de Jesús los judíos no permitían que las mujeres aprendieran la Palabra de Dios. Se pensaba que ellas estaban en condiciones intelectuales inferiores respecto del varón, y que por lo tanto era peligroso enseñarles algo tan sagrado. Sabemos, por ejemplo, que los rabinos solían decir: “Es preferible quemar el libro de la Ley, antes que enseñarle a una mujer”. Otro maestro judío, Rabí Eliezer, en el siglo I d.C. comentaba: “Quien le enseña a su hija la Ley, le enseña obscenidades”. También decían los rabinos: “Todos los males que existen en el mundo entran por el tiempo que los hombres pierden hablando con las mujeres”.
Frente a este clima adverso hacia la enseñanza de las mujeres, ¿cómo actuó Jesús?

Los Evangelios no nos dicen nada. Sin embargo, cuando ellas van a la tumba de Jesús la mañana de Pascua, y la encuentran vacía, cuenta san Lucas que se les aparecen dos ángeles y les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite»”. Y Lucas continúa: “Ellas entonces recordaron sus palabras” (Lc 24,5-8).
Notemos cómo en este pasaje se repite dos veces la palabra “recordar”. O sea que, según Lucas, las mujeres también habían escuchado las enseñanzas privadas que Jesús había impartido en Galilea, sobre los últimos acontecimientos de su vida, y que en los Evangelios aparecen como transmitidas sólo a los varones (Lc 9,18-27).
Igualmente Marcos (16,6-7) da a entender que las mujeres participaron de esas enseñanzas.

Una osadía escandalosa

Durante su vida Jesús inventó un nuevo tipo de discipulado itinerante. Es decir, creó un grupo de discípulos para que lo acompañaran por todas partes, escuchando y aprendiendo sus enseñanzas por el camino. Pero su actitud más innovadora y audaz fue la de haber admitido en ese grupo a mujeres que viajaban con él, compartiendo esas instrucciones.
En tiempos de Jesús, a las mujeres no se les permitían semejantes libertades. No era bien visto que ellas tuvieran trato directo con hombres que no fueran sus propios familiares (Jn 4,27). Y cuando asistían al Templo con motivo de una fiesta religiosa, no podían ingresar en el patio donde estaban los hombres y debía permanecer en un claustro exclusivo para ellas. Asimismo cuando iban a rezar a las sinagogas, debían permanecer separadas de los varones en un lugar diferente.
Alejadas de los problemas sociales, excluidas de la vida pública, apartadas de los debates religiosos, sin competencia en cuestiones políticas, la mujer en general era la gran perdedora en la sociedad judía de los tiempos de Jesús. Su función se reducía prácticamente al cuidado de la casa y de los hijos.
Por eso no deja de sorprender la osadía del Maestro de Nazaret. Si nos ponemos en el lugar de sus contemporáneos, podemos imaginar el espectáculo que brindaría aquel grupo de mujeres.

La aptitud del corazón

Ya de por sí la gente criticaba a Jesús diciendo que era un comilón y un borracho, amigo de pecadores (Mt 11,19) y de prostitutas (Lc 7,39); lo tildaba de loco (Mc 3,20-21) y endemoniado (Jn 8,48). Pero verlo además acompañado de un séquito de mujeres sin maridos, algunas de las cuales eran antiguas endemoniadas, que lo sostenían económicamente con su dinero, y que viajaban con él por las zonas rurales de Galilea, escuchando y aprendiendo sus enseñanzas al mismo nivel que los varones, debió de haber sido algo escandaloso, y aumentado la desconfianza hacia su persona, en la sociedad campesina tradicional de aquella época.
Al verlo pasar, la gente sin duda se preguntaría cómo era posible que un maestro afamado como él admitiera a personas que la tradición judía consideraba no aptas para el estudio y el servicio religioso. Pero la respuesta de Jesús, al aceptarlas en su grupo, fue que toda persona es apta para el servicio de Dios.
Los golpes de la vida, la incomprensión de la sociedad, las críticas de nuestra familia, van haciendo que mucha gente poco a poco se sienta incapaz de muchas cosas, se crea inferior a los demás, se piense no apta para las tareas que la rodean, y sospeche que no está a la altura de los desafíos modernos. Pero no es así. En las manos de Jesús, en el grupo de Jesús, en la escuela de Jesús, todos somos valiosos e importantes. Más aún, todos somos necesarios. De aquellas mujeres, a quienes la sociedad de su época no consideraba, Jesús supo sacar enormes riquezas y descubrir un potencial impresionante. Porque nuestro valor como personas no depende de la aceptación de los demás, ni de que los otros nos reconozcan o aprueben. Depende del llamado de Jesús a cada uno. Eso es lo que vuelve a alguien extraordinariamente importante.
Y él sigue hoy llamándonos a hacer cosas grandiosas. A todos. Basta con escucharlo, y preguntarle: ¿a dónde nos quieres llevar? (Ariel Álvarez Valdés)

Autoridad de mujeres: más allá del patriarcado (Pikaza).

((Texto tomado de Sistema, libertad, Iglesia, Trotta, Madrid 2001))

El evangelio iguala a varones y mujeres, superando la autoridad del género: Jesús no ha creado un grupo patriarcal de presbíteros varones, ni un sistema de poder centrado en escribas o padres, sino un movimiento de liberación fraterna, abierto a los excluidos y expulsados de la sociedad. En este contexto entendemos la función de las mujeres:

-- La mujer israelita era grande (gebirá) por madre. Los restauradores exigieron que las esposas (y madres) del pueblo fueran judías, para garantizar la pureza nacional, rechazando tras el exilio los matrimonios con extranjeras (cf. Neh 10, 31). Las israelitas estaban al servicio de la vida nacional, expresada en ciclos de menstruación y maternidad, bajo varones.
--La mujer del evangelio es ante todo persona. Jesús no ha creado un grupo elitista de discípulos varones, en línea militar o rabínica, sacerdotal o patriarcalista. Todos los elementos de su discipulado se aplican a unos y otras, superando las normas de pureza y distinción sacral por sexo o tarea religiosa.

El movimiento de liberación mesiánica de Jesús ha superado aquellas estructuras donde el padre-patriarca varón se elevaba con autoridad de género y ha creado una familia de hermanos y hermanas en corro, alrededor de Jesús, para escuchar, dialogar y cumplir juntos la voluntad de Dios (Mc 3,31-35). Esta es la inversión del evangelio: el orden viejo ponía al padre sobre el hijo, al varón sobre la mujer, al rico sobre el pobre, al sano sobre el enfermo etc. En contra de eso, Jesús ha ofrecido de manera provocadora el don del reino a enfermos, expulsados, niños, pobres... En esa compañía se sitúan las mujeres, no como necesitadas (menores) que deben ser amadas y ayudadas en forma concesiva, sino como personas, capaces de palabra, servidoras de evangelio:

-- Escuchan y siguen a Jesús. Muchos rabinos las tomaban como incapaces de acoger y comprender la Ley, y el dato resulta comprensible, pues no tenían tiempo ni ocasión para estudiarla. Pero Jesús no ha creado una escuela elitista, sino un movimiento de humanidad mesiánica, dirigido por igual a mujeres y varones. Por eso, ellas le escuchan y siguen sin discriminaciones (cf. Mc 15, 40-41; Lc 8, 13).

-- Sirven. Varones y mujeres (cf. publicanos y prostitutas: Mt 21,31) podían hallarse igualmente necesitados: obligados a vender su honestidad económica (varones) o su cuerpo (mujeres) al servicio de una sociedad que les oprime, utiliza y desprecia. Pero Jesús les vincula en un mismo camino de gracia (perdón) y servicio mesiánico, donde ellas sobresalen (cf. Mc 15, 41).

Jesús no es reformador social, sino profeta escatológico: no quiere remendar el viejo manto israelita, ni echar su vino en odres gastados, sino ofrecer un mensaje universal de nuevo nacimiento (cf. Mc 2, 18-22). No distingue a varones de mujeres, sino que acoge por igual a todos, ofreciéndoles la misma Palabra personal de Reino. Un día, le preguntaron según Ley, quién de los siete maridos que había tenido una mujer la tendría al fin. Él respondió que el reino es libertad y las mujeres no son objeto poseído por varones: quedan liberadas del dominio de los hombres, para convertirse simplemente en lo que son, personas, "como los ángeles del cielo (cf. Mc 12, 18-27).

Jesús ha superado la lógica de dominio, abriendo un camino de reino donde cada uno (varón o mujer) vale por sí mismo y puede vincularse libremente con los otros. Sólo en este fondo se puede hablar de eunucos por el reino, en sentido positivo (Mt 19,12): personas que rompen la estructura de poder patriarcalista: la posible renuncia al matrimonio iguala en libertad a varones y mujeres; ya no están determinados por el sexo, ni obligados a casarse por naturaleza, sino que pueden escoger lo que más quieren. Libres son varón y mujer para celibato o matrimonio, en igualdad personal. Todo intento de legislar de nuevo sobre esos temas desde imperativos patriarcales (de autoridad social o sexo) va contra el evangelio. No hay desigualdad, ni primacía de unos sobre otras o viceversa. Por eso, lo mejor del evangelio sobre las mujeres es que apenas trate de ellas, en cuanto tales.

--No ha distinguido funciones por género o sexo. Los moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3,18-4,1; Ef 5,22-6,9; 1Ped 3,1-7 etc) distinguen mandatos de varones y mujeres; pero el evangelio no lo hace (no contiene un tratado Nashim, como la Misná), ni canta en bellos textos el valor de las esposas-madres, pues su anuncio es simplemente humano.

-- El Sermón de la Montaña (Mt 5-7) no habla de varones y mujeres, pues se dirige a los humanos en cuanto tales. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no-juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación), donde no se oponen varones y mujeres por funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el reino. Cierta tradición ontológica destaca la doble naturaleza humana con la distinción esencial (sacral) de varón y mujer. Jesús define la realidad más honda del humano a nivel de libertad y persona, no desde un esquema de sexos.

Este camino de Jesús ha sido y sigue siendo sorprendente, de manera que resulta lógico (y funesto) que la iglesia posterior se haya sentido obligada a desandarlo, buscando nuevamente diferencias sacrales de sexo, re-asumiendo el patriarcalismo del ambiente. Jesús y la primera iglesia habían iniciado un movimiento mesiánico igualitario, sin diferencia de sexos ni ministerios. Pero, cuando la iglesia se vuelve sistema, muchos no han podido mantener ese nivel y han re-inventado jerarquías masculinas, filosóficamente correctas, subordinando otra vez a las mujeres.

No es un problema de textos aislados

Este no es un tema que se pueda resolver analizando textos aislados. No se trata de buscar pequeñas diferencias, apelando a tradiciones de las Pastorales, que sancionan una visión jerárquica y masculina del movimiento de Jesús. No se trata ni siquiera de tomar de un modo literal algunos gestos puntuales de la tradición, pues, necesariamente, Jesús se encuentra incluido en el patriarcalismo del ambiente. Lo que importa es volver a la raíz del evangelio, al lugar donde ofrece por igual palabra y pan, tarea y dignidad a varones y mujeres: sus funciones son inseparables. Jesús no ha destacado la fecundidad de la mujer para el Reino (no ha exaltado sus valores como madre), ni ha cantado su virginidad de un modo sacral o idealista; tampoco se ha ocupado en regular sus ciclos de pureza o de impureza, ni la ha encerrado en casa, ni la ha puesto al servicio del hogar, sino que ha valorado a la mujer como persona, capaz de escuchar la palabra y servir en amor a los demás, igual que los varones.
Por eso, a partir del evangelio no se puede hablar de ninguna distinción de fe o mensaje (de seguimiento o vida comunitaria) entre varón y a mujer. Ambos emergen como iguales desde Dios y para el Reino. Todo intento de crear dos moralidades o dos tipos de acción comunitaria (palabra de varón, servicio de mujeres), reservando para él funciones especiales de tipo sacral, cuyo acceso está vedado a ellas, resulta contrario al evangelio, es pre-cristiano. Ni uno es autoridad como varón, ni otra como mujer, sino que ambos se vinculan en palabra y servicio, gracia y entrega de la vida, como indicará el tema que sigue.
Esta es la revelación de la no diferencia, que el evangelio presenta de forma callada, sin proclamas exteriores o retóricas. Jesús no ha formulado aquí ninguna ley: no ha criticado a otros sabios, ni ha discutido con maestros sobre el tema, sino que hace algo más simple e importante: ha empezado a predicar y comportarse como si no hubiera diferencia entre varones y mujeres. Todo lo que propone y hace, lo pueden comprender y asumir unos y otras. Ha prescindido de genealogías patriarcales, más aún, ha rechazado al padre en cuanto poderoso, pues en su comunidad sólo hay lugar para hermanos, hermanas y madres (con hijos), como han indicado de forma convergente Mc 3, 31-35 y 10, 28-30. Siguiendo en esa línea, se ha elevado contra las funciones de rabinos-padres-dirigentes (cf. Mt 23, 8-10), no dejando que resurjan dentro de la iglesia. Por eso, todo intento de refundar el evangelio sobre el "poder" o distinción de los varones resulta regresivo y lo convierte en elemento de un sistema jerárquico opuesto a la contemplación cristiana del amor y a la comunión personal que brota de ella.

Conclusión

Alguien podría preguntarse ¿por qué, siendo tan claro, no lo han visto los antiguos dirigentes de la iglesia? ¿por qué han establecido relativamente pronto jerarquías de tipo masculino? La respuesta sólo se puede dar desde un estudio concreto de la historia, pero puede resumirse de esta forma.

(a) Jesús ha suscitado un movimiento mesiánico de iguales, dirigido hacia los últimos del mundo (pobres, excluidos, impuros), no se ha dedicado a organizar estructuras e instituciones.

(b) Pero, de manera lógica (y triste), al volverse institución honorable, su iglesia asumió los esquemas sociales del entorno, que no estaban maduros para la igualad del evangelio. Es casi normal que la iglesia marginara a la mujer entonces, suscitando ministerios jerárquicos, sólo de varones.

(c) Hoy, a 2000 años de distancia, es incomprensible una ceguera de ese tipo. Hoy podemos volver de manera más honda al principio de Jesús, recordando si hace falta las palabras de Jn 14, 12: "haréis cosas incluso mayores que las mías".

((M. J. Arana y M. Salas, Mujeres sacerdotes ¿por qué no?, Claretianas, Madrid 1994; E. Bautista, La mujer en la Iglesia primitiva, EVD, Estella 1993; R. T. France, Women in the Church's Ministry, Paternoster, Carlisle 1995; J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 2000, 371-388; M. Hauke, Women in the Ministry, Ignatius, San Francisco 1988; C. Longville, Go Tell my Brothers. Christian Woman and Church Ministry, Paternóster, Carlisme 1995; E. Schüssler Fiorenza, En memoria de Ella, DDB, Bilbao 1989; Id., Jesus, 137-180; Theissen, Jesus, 250-256; K. S. Torjesen, Cuando las Mujeres eran sacerdotes, Almendro, Córdoba 1996; B. Witherington III, Women in the ministry of Jesus, Cambridge UP 1984

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