Publicado por El Blog de Jairo del Agua
Quizás la palabra amor sea la más equívoca del diccionario. "Hacer el amor" dicen, aludiendo a la mera unión sexual. No nos percatamos de que el simple instinto es solo animalidad en el mejor de los casos. En otros muchos, se convierte en prepotencia, dominación, manipulación, egoísmo puro y duro. Es decir, demasiadas veces llamamos amor a su contrario. Lo cual no contradice que la relación sexual sea, en determinado marco, el éxtasis de un verdadero amor de pareja. Pero el instinto, solo y aislado, ni siquiera es humano, es mera atracción animal.
También hay quienes consideran que amor es la sensación de necesitar a otro, o una vibración de la sensibilidad, o un apego irresistible a una persona, animal o cosa. Los humoristas dicen que amor es una enfermedad temporal que se cura con el matrimonio. O una palabra de cuatro letras: dos consonantes, dos vocales y dos idiotas.
He ahí algunos ejemplos de lo que el amor no es. El amor, el verdadero amor, se sintetiza en dos palabras: admiración y donación.
El amor es admiración, es tener ojos para ver los atractivos del otro. Pero, sobre todo, para verlo en profundidad más allá de apariencias, prejuicios, diferencias y circunstancias. Amor es salir de uno mismo para admirar los valores profundos del otro y gozar de su contemplación, sin querer apropiárselo, devorarlo o retenerlo. Quien admira se vivifica con la luz del otro y siente que los dones propios son estimulados e impulsados a crecer y manifestarse.
El amor admiración puede surgir respecto a cualquier persona, de cualquier sexo, de cualquier edad, con independencia del tipo de relación existente con esa persona. Por supuesto es especialmente intenso en la "relación de pareja". Pero también puede sentirse amor respecto a un profesor en la "relación de educación", respecto a un compañero en la "relación de amistad", respecto a un familiar en la "relación de familia", etc.
En la "relación de pareja" esta admiración está enraizada en la complementariedad, como ya he explicado en otras ocasiones. Admiro a mi pareja y siento -de una forma especial y única- cómo sus dones, sus cualidades, su personalidad, potencian y a la vez complementan mis propios dones. La cercanía de esa persona me impulsa a ser "yo mismo", a cultivar lo mejor de mí, al tiempo que me entusiasma que ella sea "ella misma". Además siento que mi camino, mi vocación y mi destino convergen con los de esa persona. Con ella tengo unas igualdades y unas diferencias que me hacen sentirla mi complemento, mi media naranja, la llave de mi cerradura, el impulso de mi misión en la vida.
En la película "Mejor imposible" hay un momento cumbre en que Jack Nicholson le dice a su camarera: "Tú haces que yo quiera ser mejor". ¡Eso es amor! En una ocasión le oí a un amigo confesar a su novia: "Quiero que tú seas tú, aunque no sea conmigo". ¡Eso es amor auténtico! Y Pedro Salinas escribe a su enamorada: "Perdóname por ir así buscándote / tan torpemente, dentro de ti. / Perdóname el dolor, alguna vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú. / Ése que no te viste y que yo veo, / nadador por tu fondo, preciosísimo..." (1).
El amor es semejante a la admiración que siente un peral por el sol. El peral se despliega ante la visión y el calor del sol, extiende sus brazos hacia la luz y le nacen cientos de brotes, hervores de su savia, aspiraciones a frutos dulces y abundantes. El peral también siente admiración por la tierra que le sustenta y le permite erguirse sobre sí mismo. Sus raíces acarician y penetran la tierra admirando la húmeda oscuridad que le da alimento y altura.
La otra cara del amor es la entrega, la donación, esa fuerza irresistible que nos empuja a ser fecundos en la vida, a ser útiles, a dar nuestra cosecha. En la admiración uno se deja vivificar por esa influencia bienhechora del ser amado, es el "movimiento de recepción" del otro, le miro y admiro, dejo que me penetre su resplandor, tal vez imperceptible para terceros. Y en el reverso, en la entrega, se vive el "movimiento de salida", la donación de lo mejor de uno mismo. La entrega -no necesariamente corporal- es la respuesta, la flecha recta que lleva al otro el tesoro de mis dones personales sin pedir nada a cambio. Es mi gratuidad que se desborda en el otro.
En el peral esa entrega se concreta en la dulzura de sus frutos, en ese ofrecimiento gratuito de sus manos verdes. Nunca pretende el peral dar fresas o manzanas, siempre es fiel a su savia y solo ofrece el gozo de dar peras. Esa es su manera natural de amar, de ayudar a otros seres vivos que necesitan sus dones para crecer y desplegarse.
De esa manera sencilla, espontánea, constante, ofrece su fruto y colabora en la cadena de la vida. Se yergue firme y autónomo sobre sus raíces y su tronco, pero su crecimiento, su madurez, su belleza, no tienen otra finalidad que darse, ayudar, alimentar la vida de otros. El peral es siempre fiel a sí mismo, respeta su ritmo y sus ciclos de maduración pero, en su momento, con reiterada puntualidad, se llena de amor gratuito para quien quiera alimentarse de sus néctares.
Y tú, lector amable, seguro que llevas dentro de ti un peral, un naranjo o un rosal. ¿A quién admiras? ¿Qué admiras de las personas a quien dices amar? ¿Qué les das, en concreto, de ti mismo sin pedir nada a cambio?
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(1) "La voz a ti debida", verso 1449 y siguientes.
También hay quienes consideran que amor es la sensación de necesitar a otro, o una vibración de la sensibilidad, o un apego irresistible a una persona, animal o cosa. Los humoristas dicen que amor es una enfermedad temporal que se cura con el matrimonio. O una palabra de cuatro letras: dos consonantes, dos vocales y dos idiotas.
He ahí algunos ejemplos de lo que el amor no es. El amor, el verdadero amor, se sintetiza en dos palabras: admiración y donación.
El amor es admiración, es tener ojos para ver los atractivos del otro. Pero, sobre todo, para verlo en profundidad más allá de apariencias, prejuicios, diferencias y circunstancias. Amor es salir de uno mismo para admirar los valores profundos del otro y gozar de su contemplación, sin querer apropiárselo, devorarlo o retenerlo. Quien admira se vivifica con la luz del otro y siente que los dones propios son estimulados e impulsados a crecer y manifestarse.
El amor admiración puede surgir respecto a cualquier persona, de cualquier sexo, de cualquier edad, con independencia del tipo de relación existente con esa persona. Por supuesto es especialmente intenso en la "relación de pareja". Pero también puede sentirse amor respecto a un profesor en la "relación de educación", respecto a un compañero en la "relación de amistad", respecto a un familiar en la "relación de familia", etc.
En la "relación de pareja" esta admiración está enraizada en la complementariedad, como ya he explicado en otras ocasiones. Admiro a mi pareja y siento -de una forma especial y única- cómo sus dones, sus cualidades, su personalidad, potencian y a la vez complementan mis propios dones. La cercanía de esa persona me impulsa a ser "yo mismo", a cultivar lo mejor de mí, al tiempo que me entusiasma que ella sea "ella misma". Además siento que mi camino, mi vocación y mi destino convergen con los de esa persona. Con ella tengo unas igualdades y unas diferencias que me hacen sentirla mi complemento, mi media naranja, la llave de mi cerradura, el impulso de mi misión en la vida.
En la película "Mejor imposible" hay un momento cumbre en que Jack Nicholson le dice a su camarera: "Tú haces que yo quiera ser mejor". ¡Eso es amor! En una ocasión le oí a un amigo confesar a su novia: "Quiero que tú seas tú, aunque no sea conmigo". ¡Eso es amor auténtico! Y Pedro Salinas escribe a su enamorada: "Perdóname por ir así buscándote / tan torpemente, dentro de ti. / Perdóname el dolor, alguna vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú. / Ése que no te viste y que yo veo, / nadador por tu fondo, preciosísimo..." (1).
El amor es semejante a la admiración que siente un peral por el sol. El peral se despliega ante la visión y el calor del sol, extiende sus brazos hacia la luz y le nacen cientos de brotes, hervores de su savia, aspiraciones a frutos dulces y abundantes. El peral también siente admiración por la tierra que le sustenta y le permite erguirse sobre sí mismo. Sus raíces acarician y penetran la tierra admirando la húmeda oscuridad que le da alimento y altura.
La otra cara del amor es la entrega, la donación, esa fuerza irresistible que nos empuja a ser fecundos en la vida, a ser útiles, a dar nuestra cosecha. En la admiración uno se deja vivificar por esa influencia bienhechora del ser amado, es el "movimiento de recepción" del otro, le miro y admiro, dejo que me penetre su resplandor, tal vez imperceptible para terceros. Y en el reverso, en la entrega, se vive el "movimiento de salida", la donación de lo mejor de uno mismo. La entrega -no necesariamente corporal- es la respuesta, la flecha recta que lleva al otro el tesoro de mis dones personales sin pedir nada a cambio. Es mi gratuidad que se desborda en el otro.
En el peral esa entrega se concreta en la dulzura de sus frutos, en ese ofrecimiento gratuito de sus manos verdes. Nunca pretende el peral dar fresas o manzanas, siempre es fiel a su savia y solo ofrece el gozo de dar peras. Esa es su manera natural de amar, de ayudar a otros seres vivos que necesitan sus dones para crecer y desplegarse.
De esa manera sencilla, espontánea, constante, ofrece su fruto y colabora en la cadena de la vida. Se yergue firme y autónomo sobre sus raíces y su tronco, pero su crecimiento, su madurez, su belleza, no tienen otra finalidad que darse, ayudar, alimentar la vida de otros. El peral es siempre fiel a sí mismo, respeta su ritmo y sus ciclos de maduración pero, en su momento, con reiterada puntualidad, se llena de amor gratuito para quien quiera alimentarse de sus néctares.
Y tú, lector amable, seguro que llevas dentro de ti un peral, un naranjo o un rosal. ¿A quién admiras? ¿Qué admiras de las personas a quien dices amar? ¿Qué les das, en concreto, de ti mismo sin pedir nada a cambio?
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(1) "La voz a ti debida", verso 1449 y siguientes.
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