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viernes, 21 de agosto de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: XXI Domingo del T.O. (Juan 6, 60-69) - Ciclo B

¿También vosotros queréis marcharos?
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Terminamos hoy la lectura del largo capítulo sexto del evangelio de san Juan, que nos ha acompañado durante cinco domingos. Como en todos los tiempos el misterio eucarístico resulta duro y desconcertante para muchos creyentes, que acaban por dudar y abandonar a Jesús y a su Iglesia. Y sin embargo desde los primeros tiempos del cristianismo pervive la convicción de que sin Eucaristía no hay Iglesia, y sin Iglesia no hay Eucaristía. La meditación de las palabras de Jesús, que no han perdido su fuerza y siguen siendo espíritu y vida, debe acabar destruyendo cualquier vacilación y alimentar nuestra fe.


Comentario bíblico

La Eucaristía, Pacto de Vida

* Iª Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios

I.1. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.

I.2. Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina” (cito los autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad. No quiere decir que las tesis tradicionales de la Biblia: un grupo de esclavos que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.

I.3. El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza (emunah) en Dios es decisivo.


* IIª Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega

II.1. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.

II.2. Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.


* Evangelio: Juan (6,60-69): Eucaristía y vida

III.1. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.

III.2. Ahora, el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.

III.3. Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* Tomar una decisión ante Dios o ante Jesús

El tema común de las tres lecturas de este domingo es «la decisión». Eso es lo que Josué, una vez conquistada la Tierra Prometida, pide a los israelitas. Les pone ante la alternativa de servir a Dios o de servir a los dioses de las religiones de los otros pueblos, ante los que se sentían fascinados. Josué y los suyos eligieron sin vacilar servir al Dios que les había sacado de la esclavitud de Egipto. Josué es el único superviviente que salió de Egipto y entró en la Tierra Prometida, todos los demás murieron por el camino por no permanecer fieles al Dios de la Alianza.

Josué es, además, figura de Jesús, poseen el mismo nombre, sino también porque Jesús es el que introduce a la humanidad en la verdadera tierra prometida.

El pueblo de Israel, como Josué y sus familiares, optó igualmente por servir a Dios, aunque con frecuencia se echó atrás.
De otra manera la segunda lectura nos habla también de una decisión: la que toman mutuamente un hombre y una mujer cuando se casan. San Pablo dice en esta lectura que esa decisión radical que toman el uno por el otro es un símbolo de la elección que Cristo hizo por su Iglesia. La relación ideal entre los esposos debe caracterizarse por amor mutuo, como la de Cristo con su Iglesia.

El evangelio de hoy nos habla de la decisión que tomó un grupo numerosos de discípulos de abandonar a Jesús, porque habían quedado escandalizados por su palabras cuando les declaró que él es el pan vivo bajado del cielo. Ante la desbandada de sus discípulos, Jesús preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Pedro, hablando en nombre del grupo de los Doce, ratifica su apuesta por Jesús con esas emotivas palabras: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
En el corazón del verano también a nosotros se nos invita a tomar una decisión o, mejor a renovar nuestra opción de seguir a Jesús. Es una opción vital en la que nos jugamos la vida.

* Mantenerse fieles

Pero lo más difícil no es tomar una buena decisión, sino permanecer fieles a ella a lo largo de los años y hasta el final de nuestra vida. Cuando nos decidimos por el Dios de Jesús renunciamos a los otros dioses, en particular a los dioses que más seducen el corazón humano, como el tener, el poder y el gozar. Cuando un hombre apuesta por una mujer para compartir su vida y una mujer apuesta por un hombre para formar con él un hogar, tienen que renunciar a otras apuestas posibles y a todos los amantes que puedan encontrarse más tarde en la vida. Cuando elegimos a Jesús, como hicieron los Doce, tenemos que renunciar a otros presuntos salvadores y a sus promesas maravillosas que pretenden seducirnos.

En todas las cosas la elección no es lo más importante, sino la fidelidad de todos los días. Por eso todos los días Jesús nos pregunta: «¿también vosotros queréis marcharos?» Esta pregunta nos obliga a renovar nuestra decisión y a profundizar sus motivaciones para mantenernos firmes en ella. Pues cuando todo va bien, cuando la vida se desarrolla sin grandes problemas, es fácil mantener la fidelidad. Pero cuando llega el tiempo de la prueba, la fidelidad se hace más difícil.

El tiempo de la prueba llegó para los discípulos de los que nos habla hoy el Evangelio cuando Jesús comenzó a hablar sobre la Eucaristía. Pero también los discípulos más fieles tuvieron que enfrentarse con otras pruebas. Recordemos el caso de Pedro. Es indiscutible su amistad y su amor a Jesús. En Cesarea de Filipos él confesó en nombre de los demás discípulos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En Cafarnaún reconoció con firmeza que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el santo de Dios. En la última cena declaró que nunca le negaría y que estaba dispuesto a dar su vida por él. Y sin embargo, en el momento de la prueba, delante de la criada del Sumo Sacerdote negó tener algo que ver con Jesús.

La fidelidad es tan importante en la vida cristiana que no sólo se le llama a Jesús «el testigo fiel», sino que esta palabra «fiel» pronto pasó a denominar a los cristianos.

* Jesús y la Iglesia

En el pasaje de la carta a los Efesios que hemos leído en la primera lectura, san Pablo habla de la relación tan estrecha que existe en Jesús y la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es una metáfora, pero expresa muy bien parte del misterio de la Iglesia y parte de la relación que existe entre ella y Cristo. Jesús es la cabeza de este Cuerpo, y el salvador de todo el cuerpo. Cristo ama a la Iglesia hasta el extremo de entregarse a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Cristo, además, da a la Iglesia alimento y calor.

Por esta estrecha relación que existe entre Jesús y la Iglesia, ésta puede lanzarnos la pregunta de Jesús: «¿También vosotros queréis marcharos?» A muchas personas la fe y la misma Iglesia se les ha hecho extraña. Algunos no soportan ya sus enseñanzas, porque les resultan retrógradas, hostiles al mundo y a la vida. Otros, en cambio, mirando el presente desde un pasado esplendoroso –quizás un tanto idealizado–, manifiestan su desencanto, añoran la belleza de su liturgia, su independencia respecto de modas pasajeras, y piensan que la Iglesia está a punto de traicionar su identidad, de dejarse arrastrar por las modas. Muchos sólo ven en ella su eficacia.

Los motivos para permanecer en la Iglesia a veces son contradictorios. Pero debemos reconocer que no podemos estar cerca de Jesús si no permanecemos en su Iglesia.

Cuando, antes de ser papa, le preguntaron Benedicto XVI, ¿por qué permanecía en la Iglesia?, respondió diciendo: «Estoy en la Iglesia porque a pesar de todo creo que no es en el fondo nuestra Iglesia, sino “suya”». Cristo sigue siendo el verdadero Señor de la Iglesia. Por medio de ella Jesús permanece vivo en nuestro mundo y nos habla como maestro y como hermano que nos reúne en fraternidad.

* El rol del Padre en el Jesús

En esta disputa con sus discípulos incrédulos, Jesús afirma que nadie puede ir a él si el Padre no se lo concede. Con estas palabras Jesús nos está diciendo que para creer él se necesita en primer lugar esa concesión, ese don, esa gracia. Nadie ha sido privado de ella, pero la gracia no suplanta la libertad humana, necesita ser acogida libremente.

Fray Manuel Ángel Martinez Juan

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