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miércoles, 26 de agosto de 2009

¿Cuántos se salvarán? 144.000, una Gran Muchedumbre (Ap 7)

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Varios amigos me han pedido que escriba sobre el número de los salvados y he pensado que puede ser bueno recordar el tema que aparece en Apocalipsis 7, que ha influido mucho en las visiones posteriores de algunos creyentes, católicos y protestantes. El número 144.00 ha venido a ser un signo de salvación exclusivista, de manera que algunos creyentes (como los Testigos de Jehová) han pensado que sólo ellos recibirán el cielo verdadero 144.000; los demás, los que no seamos suficientemente buenos quedaremos reducidos a un estado inferior de felicidad o destruidos para siempre. El texto es importante y lo quiero comentar siguiendo mi libro sobre el Apocalipsis (Verbo Divino, Estella 1999)… recordando que, en otro pasaje del mismo Apocalipsis se dice que los 144.000 son aquellos que “no se han manchado con mujeres”. Pero de eso trataremos el próximo día. El pasaje consta de dos unidades: Ap 7, 1- 8 (los 144.000) y Ap 7, 9-17 (una gran multitud).Los veremos por separado

(a) Ap 7, 1-8:
Los ciento cuarenta y cuatro mil sellados. Texto

(Ex 12, 7-14; Jer 49, 36; Ez 7, 2; 9, 4-6; 37, 9; Dn 7, 2; Mt 24, 31; Ap 3, 12; 3, 12; 22, 4)

7 1Después de esto, vi cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra. Sujetaban a los cuatro vientos para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre los árboles. 2Y vi otro ángel que subía del oriente con el sello del Dios Vivo y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles que tenían el poder de dañar tierra y mar:
3-No dañéis a la tierra, ni al mar ni a los árboles
hasta que sellemos en sus frentes a los servidores de nuestro Dios.
4Y oí el número de los sellados: eran ciento cuarenta mil y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel:
5De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil;

de la tribu de Gad, doce mil; 6de la tribu de Aser, doce mil;
de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil;
7de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil;
de la tribu de Isacar, doce mil; 8de la tribu de Zabulón, doce mil;
de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil sellados.

Cuatro ángeles, extremos del mundo, cuatro vientos... (7, 1).

Los ángeles son poderes cósmicos, como los Vivientes de Ap 4, y dirigen los cuatro aires (bóreas/norte, austro/sur, euro/este y céfiro/oeste) de la tierra. Ellos pueden retener los vientos, de forma que no soplen, dejando sin aliento a los que deben respirar sobre la tierra; o hacer que estallen con furia destructora de huracán, matando lo que encuentran a su paso, o hacerlos portadores del veneno de la peste... La vida entera es aire, respiración del cosmos. Pues bien, aquí parece que la muerte se ha extendido sobre el mundo pues los ángeles retienen todo el aire y ya no puede respirar la tierra, ni moverse vivo el mar, ni recibir aliento el  árbol (7, 1).

Tiempo de espera (7, 2-3).

Sobre ese fondo de muerte (falta el aire) se escucha la voz del ángel de oriente (puerta del sol, cuna de la vida), diciendo a los ángeles del viento que no dañen tierra, mar, ni bosque para que los signados del Dios Vivo reciban el sello. Los degollados preguntaban ¿hasta cuándo? Dios había respondido: hasta completarse el número de mártires (Ap 6, 11): ellos, los degollados, sostenían el universo. Aquí emerge otra vez la misma idea: los ángeles del mundo se disponen a cortar el aire a los vivientes, destruyendo lo que existe (tierra, mar, arbolado). Pues bien, Dios les responde que respeten la vida hasta que el Ángel de Oriente marque a los elegidos de Dios. No ha llegado el tiempo de recogerlos, para que el mundo acabe ya (como suponía Mt 24, 31 par). Es momentos de sellarlos, aquí, sobre la tierra, en camino de elección (quizá de bautismo). Ellos, los amenazados y elegidos (sellados) sostienen con su fidelidad el mundo entero: no viven los mártires a merced de los verdugos sino, al contrario, por gracia de los mártires pueden vivir los verdugos (por ellos sopla el viento bueno sobre el mar, la tierra, el arbolado).

Ciento cuarenta y cuatro mil (7, 4-8).

Es número simbólico de culminación israelita, marcados con el sello de Dios, como en Ez 9, 4-6: doce mil para cada una de las tribus de Israel, citadas en forma solemne, como en liturgia de posesión sagrada, con José y a Manasés como distintas y dejando a un lado a Efraín y Dan que ciertas tradiciones presentan como culpables de idolatría (cf. Jc 17-18; Os 5, 3-4). Es improbable que estos 144. 000 sean sólo israelitas antiguos o judeocristianos; tampoco parecen mártires en sentido externo. Son simplemente unos cristianos auténticos, varones y mujeres fieles a Jesús, al servicio de la humanidad y de la vida, el auténtico Israel.

Los adoradores de la Bestia llevan en sus manos y en la frente su kharagma o signo (Ap 13, 16), los fieles de Jesús el sello de Dios. Entre unos y otros estalla la guerra escatológica. Siguiendo esquemas de la Biblia Hebrea (especialmente del Éxodo) y desarrollando motivos que encontramos en la literatura del tiempo (apocalípticos, Manual de Guerra de Qumrán), Ap ha querido presentar aquí a los voluntarios del Cordero: personas dispuestas a dar la vida por el evangelio. Es como un censo de soldados. ¿Cuántos tiene Dios? Ap responde evocando los textos fundantes de la historia israelita (Núm 1; cf. Ex 12, 37-37; Núm 3, 39; 26, 5-51; 2 Sam 24) que contaban tribu a tribu a los guerreros de Dios (en total 603.550).

Pero lo que allí eran soldados varones (aptos para tomar las armas y matar) se vuelven aquí sellados humanos, varones y mujeres capaces de dar testimonio de Jesús, dejándose matar, si hace falta, por su Nombre. A ese nivel ha cesado toda distinción entre varones y mujeres; más allá del patriarcalismo del lenguaje, Ap ha creado un humanismo abarcador cristiano.

Externamente parece que puede triunfar el grupo de la Bestia, pues tiene poder para imponerse sobre el mundo (cf. Ap 13). Pero desde ahora conocemos a los triunfadores: los 144.000 fieles a Dios; con ellos se inicia el nuevo y verdadero éxodo pascual de los siervos de Dios (que aparece en Ap 8-11): ovejas marcadas del rebaño santo, bautizados del Cordero, sellados de Dios, portadores de su imagen sobre el mundo.

Aplicación

Estos 144.000 son un signo de la culminación del judaísmo. Ap se arraiga en la historia de Israel. Por eso es fundamental el número 144.000, como signo de culminación y cumplimiento israelita. Cf. A. Feuillet, Les 144.000 marqués d'un sceau, NT 9 (1967) 191-224; A. Geyser, The twelve tribes in Revelation: Judaean an Judeo-Christian Apocalypticism, NTS 28 (1982) 388-399

Los 144.000 y la muchedumbre. A partir de Ap 7, 1-8 y 7, 9-17, algunos cristianos, en especial Testigos de Jehová, has distinguido dos tipos de salvación: la celeste de los 144.000 sellados, que triunfan con Dios, y la terrena de la muchedumbre innumerable que seguiría viviendo una vida feliz sobre este mundo. Pues bien, esta distinción va contra Ap. Los 144.000 forman un número simbólico que sirve para situar a los voluntarios de la "guerra del Cordero" en la línea de esperanza israelita, para introducirlos después en la multitud de los salvados. Al final no habrá distinciones: los 144.000 se integran en la muchedumbre de la Ciudad Esposa de Ap 20-21.

(b) Ap 7, 9-17: Muchedumbre incontable. Texto

(Sal 23, 1-2; Is 49, 10; Ez 34, 23; Dn 12, 1; Mt 24, 21; Mc 13, 19)

9Después de esto vi y he aquí gran una muchedumbre que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie delante del Trono y del Cordero, revestidos con túnicas blanas, con palmas en las manos 10y clamaban con voz grande diciendo:
¡La salvación es nuestro Dios, Sentado sobre el Trono,
y del Cordero!
11Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del Trono, alrededor de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, cayeron rostro a tierra delante del Trono y adoraron a Dios, 12diciendo:
Amén. Alabanza, gloria sabiduría, acción de gracias,
honor, poder y fuerza a nuestro Dios
por los siglos de los siglos. Amén.
13Entonces uno de los Ancianos tomó la palabra y me preguntó:
-Estos que están revestidos con túnicas blancas
¿quiénes son y de dónde han venido?
14Yo le respondí: ¡Tu lo sabes, Señor!
Y él me dijo:
-Estos son los que vienen de la gran tribulación,
los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero.
15Por eso están ante el Trono de Dios y le sirven en su templo día y noche,
y el Sentado en el trono habitará con ellos.
16Ya nunca tendrán hambre ni sed,
ni caerá sobre ellos el ardor del sol ni otra quemdadura.
17Porque el Cordero que está en medio del Trono los apacentará
y los conducirá a fuentes de aguas de Vida
y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

Una muchedumbre

El texto anterior ha contado a los siervos de Dios (cf. Ap 7, 3), consiervos de los asesinados que claman venganza (cf. 6, 11). Pues bien, en ampliación y anticipación simbólica que conduce de la tierra al cielo y de Israel a todos los humanos, este nuevo interludio presenta el canto universal de los salvados. Lo que era guerra se hace en triunfo. La escena del sellado instituía a los soldados de Dios, israelitas en éxodo arriesgado, con un tipo de voto de martirio: sólo los voluntarios en la entrega de la vida podían acompañar al Cordero. La nueva escena presenta la liturgia de victoria final de los salvados. Abre nuestros ojos y nos dice ¡mira!

Los 144.000 (verdadero Israel) se integran en esta multitud innumerable, de todas las naciones, que nadie puede contar, pues el número final pertenece a Dios y no es objeto de ningún tipo de censo, ni aún sagrado, como sabe (en otro plano) 2 Sam 24. Es texto se compone de visión (7, 9-12) e interpretación (7, 13-17).

La visión (Ap 7, 9-12)

introduce a los hombres y mujeres (salvados) en la gran liturgia del Trono y Cordero (Ap 4-5). El Cielo se amplía, el Salón del trono de Dios se vuelve espacio de canto y gloria para todos los humanos que alaban a Dios (7, 9-10), acogidos por los seres celestiales (7, 11-12). Esta es la visión del fin del tiempo: la liturgia humana se integra en la del cielo; la historia del dolor se vuelve gloria. Desde ese trasfondo destacamos algunos rasgos del pasaje:

– Una multitud innumerable de todo pueblo, tribu, raza y lengua. Frente a los 144.000 guerreros que parecen sólo de Israel aparecen los triunfadores de todas las naciones, comprados por la sangre del Cordero (cf. 5, 9). El Mesías de Dios ha reunido a toda la humanidad (Dan 7, 14 ; cf. 4 Es 3, 7).

– Están en pie ante el Trono y el Cordero, como triunfadores, ocupando el lugar de Vivientes, Ancianos, Ángeles. Ya no sufren bajo el altar, pues la Ciudad Final no tiene altar ni templo (cf. 21, 22), ni interceden, suplican o piden venganza (como en 6, 9-11), pues todo ha sido conseguido,

– Con túnicas blancas y palmas en las manos. El blanco es triunfo, no color de espera, como en 6, 11, ni de lucha escatológica como en 19, 14, sino de marcha victoriosa de los salvados, que caminan con (ante) Jesús, como (cf. 3, 4). Roma celebra con pompa el triunfo de su ejército (como muestra el Arco de Tito, tras la guerra del 70 d. C.). El vidente canta el triunfo final de los salvados que llevan en las manos las palmas de los Tabernáculos eternos (cf. Lev 23, 40-43; 2 Mac 10, 7).

– Gritando con voz grande... Su voz no es suave melodía, sino alarido de guerra convertido en ululato de victoria. El grito de guerra, hebreo teruah, formaba parte de la liturgia de lucha y victoria (cf. Jos 6, 5; Jc 7, 16-20; 1 Sam 4, 5-6; 2 Sam 6, 15) en el mundo. Este grito poderoso (cf. 6, 10; 10,3; 14, 15) de los vencedores marca el comienzo de la fiesta celeste.

– La Sôtêría se debe a Dios... y al Cordero (7, 10). Dejo el término (sôteria: Salvación), en griego, para destacar su sentido marcial. Los vencedores de Roma dedicaban su victoria al Cesar, aclamado así como Soter para el imperio. Los vencedores de Jesús atribuyen su victoria a Dios y al Cordero: agradecen lo que han recibido y convierten su canto en teodicea, defensa de Dios. Este es el Hosanna (=¡Salvanos, Yahvé! ¡Yahve nos salva!) de las tradiciones de Israel que se cumplen por el Cristo. Esa palabra, vinculada a los Salmos de Victoria (cf. Sal 3, 9; 118, 25), funciona como confesión de fe (cf. 12, 10 y 19, 1): Dios se revela divino al salvarnos a través del Cordero. Este grito procesional, con palmas de victoria (cf. Mc 11, 9-10 par), marca el centro de la fe: los cristianos saben que la Salvación sólo es de Dios y del Cordero, negándose, por tanto, a participar en los cultos de salvación política del emperador romano.

– Ángeles, Ancianos y Vivientes se suman a la liturgia de los vencedores, reasumiendo su palabra anterior (7, 11-12; cf. 4, 7-11; 5, 9-14). Cantaban antes al Cordero que ha comprado un reino-sacerdotes ... (5, 9-10). Ahora asumen la victoria y gozo de los salvados de Jesús: se inclinan, ratificando la salvación de Dios. No hay lucha entre espíritus y seres de la tierra. Al final todos se integran en el mismo canto: los humanos reconocen al Dios de Salvación; los celestes ratifican la palabra y gesto salvador de los humanos con un amén litúrgico y un el recuerdo solemne de los siete atributos de Dios (cf. 4QS 1, 37-40), ya aplicados en 5, 12 al Cordero: bendición, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, fuerza y poder, con acción de gracias (eukharistía) en vez de riqueza Así podría terminar el libro: varios de estos temas volverán en 21, 1-22, 5. Pero antes debe recorrerse el gran camino, desvelarse el mal completo, presentarse el triunfo del Cordero. Significativamente, en la Ciudad del Cordero y de su Esposa no habrá ya ni ángeles, ni ancianos, ni vivientes, a no ser en las puertas (21, 12-14); acaban las jerarquías, queda la humanidad ante (con) el Cordero.
Fiesta de  Tabernáculos (=Sukkot, Cabañas). Ap 7, 9-16 describe la victoria final de los salvados con expresiones que evocan esa fiesta: los fieles llevan palmas en las manos, cantan a Dios en procesión y le sienten cercano (cf. 7, 16). Esta es escena de anticipación (debemos leerla al trasluz de Ap 21, 1-22, 5) y experiencia de triunfo escatológico: los seguidores de Jesús celebran la victoria conseguida, en vestidos blancos de fiesta, con ramos de gloria en las manos. Ha estudiado el trasfondo de esta fiesta, aplicándola en su lugar al Ap , R. Vicent, La fiesta judía de las Cabañas (Sukkot). Interpretaciones midrásicas en la Biblia y en el judaísmo antiguo, EVD, Estella 1995. El folclore judío ha conservado viva su memoria, con ramos y cabañas y de anticipación gozosa de la gloria, como muestran de forma entrañable I. B. Singer, Cuentos judíos, Anaya, Madrid 1985.


Interpretación (Ap 7, 13-17).

Comienza con la pregunta retórica de un Anciano sobre el color del vestido (blanco, salvación) y la identidad (¿quiénes son?¿de dónde han venido?) de los triunfadores (esquema parecido en Ez 37, 3). El vidente devuelve la pregunta al Anciano (¡Tú lo sabes!) y este responde como ángel hermeneuta, según tradición de los apocalípticos del tiempo (cf. 4 Es 2, 39-45), anunciando aquello que el Vidente verá luego (cf. Ap 20-22). El texto retoma motivos de los asesinados de 6, 9-11 y de los 144.000 soldados anteriores, pero los extiende a todos los salvados:

– Han venido de la gran  tribulación (7, 14b: thlipsis), que aparece en la vida del profeta y sus iglesias (cf. 1, 9; 2, 9.10.22), en palabra que Dan aplicaba a la prueba de los tiempos finales (Dan 12, 1; cf. Mc 13, 19.24 par). La misma vida del Creyente, fiel al Cristo, en un mundo dominado por los Jinetes/Caballos de 6, 1-8, es prueba. De ella vienen los salvados, han sabido mantenerse.

– Han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero (7, 14c). Antes recibían los vestidos blancos, como don de Dios (6, 11). Ahora se dice que ellos mismos los han blanqueado en sangre (roja) que mana del Cordero, como río de pureza para todos los humanos. Está quizá en el fondo la imagen del "mesías" de Judá que lava en vino sus vestidos (cf. Gen 49, 11) y la purificación de quienes celebran la liturgia israelita (cf. Ex 10, 10- 14). La sangre de animales sacrificados limpiaba a los judíos; ahora lava y blanquea a los cristianos la del Cordero degollado (cf. 1, 5; 5, 9; 12, 11).

Así pasamos de la sangre de los asesinados (6, 10; 19, 2; 16, 6; 17, 6) que clama venganza a la de Jesús Cordero que limpia. En contra de Ignacio de Antioquía, Ap no elabora ningún misticismo (victimismo) martirial: no tiene deseo de morir, ni gozo por unirse a Cristo derramando su sangre. La muerte de los testigos de Jesús carece humanamente de sentido: por eso, los mártires claman y piden venganza; por eso piden respuesta de Dios que les limpia por Cristo; por eso suplican el juicio y destrucción de los perversos.

La segunda parte de la palabra del Anciano (7, 15-17) ofrece una hermosa descripción del triunfo final de los salvados, anticipando los rasgos de la Jerusalén celeste (Ap 21-22). Faltan dos signos que aparecerán después (Ciudad y Novia), pero se anticipa la fiesta de los tabernáculos (cf. Is 25, 8; 49 10; Ez 34, 23; Sal 23): los humanos comparten la gloria de Dios; han culminado su camino, se acercan a su Trono y le adoran día y noche ante su Templo (7, 15a). Más tarde (21, 22) se dirá que al fin no hay Templo (21, 22), pues toda la Ciudad se hará presencia de Dios para los humanos (7, 15a). Éstos son ahora sus rasgos:

a. Fiesta de Dios: el Sentado sobre el trono habitará con ellos (7, 15b), como amigo que vive en cercanía de alianza con los suyos. El verbo habitar (skenôsei) puede recibir en la tradición tres sentidos: Dios extenderá su tienda (skênê: tabernáculo) para que habiten los salvados (cf. Ex 25-31); la sekiná (realidad y gloria de Dios) habita entre ellos, conforme a una visión usual del judaísmo; o Dios extenderá su tienda junto a los humanos, siendo así su amigo (cf. Jn 1, 14)

b. Liberación: ¡no tendrán más hambre...! (7, 16). Estas palabras (cf. Is 49, 10) son la más bella afirmación escatológica: os salvados vienen del hambre y la sed, del sol y el llanto. Su vida ha sido Calvario de dolores que ahora acaba para siempre.

b'. Salvación. El Cordero les guía a fuentes de agua (7, 17a). Del Dios pastor (cf. Sal 23) pasamos en bella paradoja a Jesús Pastor y Cordero. Esta imagen de Jesús Cordero que protege a su rebaño, está en el fondo de 2, 27; 12, 5; 19, 15. La fuente de aguas es el mismo Trono (triunfo) que comparte con Dios (22, 1).

a'.- Y Dios enjugará sus lágrimas... (7, 17b), volviéndose así consolador (cf. Is 25, 8). En el principio y fin de la experiencia escatológica del Ap no está la violencia del guerrero que destruye los poderes enemigos, sino la certeza del amigo Dios que habita con los suyos y consuela a llorosos y oprimidos. Desde aquí podemos hablar de una retórica del llanto y de su superación. Muchos interpretan Ap como libro de violencia: guerras inflexibles, venganzas sanguinarios, desastres infinitos. Pues bien, aquí podemos encontrar una preciosa retórica del llanto, tejida con textos de tradición bíblica y recreada desde la experiencia de Juan. Entre los motivos del llanto están. (a) Hambre y sed. En el centro de está Ap el hambre e impotencia de los que mendigan indefensos por la vida. (b) Desamparo. Los que se sienten arrojados, en manos de pastores (salvadores) falsos confían en Jesús como pastor. (c) Lágrimas. El llanto de los que sufren en la tierra es argumento de Dios (pregunta elevada a su misterio). (d) Soledad. Los abandonados, olvidados, solos, buscan a un Dios que habite entre ellos.

Culmina de esta forma la primera serie de los signos del Apocalipsis. Lo que empezaba como procesión de muerte (Caballos y Jinetes de 6, 2-8) ha venido a convertirse en anuncio de vida. El Vidente sabe que los fieles deben prepararse, como soldados decididos, para el gran combate, pero sabe también que el final será glorioso para ellos y para otros muchos; Dios no cierra su Ciudad a los pocos elegidos, no expulsa del Trono a los humanos. Al contrario, fundado en la tradición del universalismo israelita, Ap la abre (cf. 4, 1) a la muchedumbre innumerable .

La esperanza de esa Ciudad (cielo y nueva tierra: cf. 21, 1) es fuente de transformación para esta misms tierra. Este mundo sin hambre (Is 49, 10), con el Pastor que guía a la ovejas a los pastos y las aguas (Ez 34; Sal 23), sin lágrimas ni llanto (cf. Jer 31, 16), conduce hacia una sociedad alternativa de paz y plenitud para los humanos, aquí, en ese mismo mundo. Ap no trata de un cielo después (que no niega, sino todo lo contrario), pero habla básicamente de las cosas de ese mundo: de los 144.000 elegidos (número simbólico) que ponen su vida al servicio del REino Universal de Dios, para todos los hombres y mujeres.

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