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sábado, 3 de octubre de 2009

¿Amor o indisolubilidad?


XXVII Domingo del T.O. (Marcos. 10, 2-16) - Ciclo B
Por Clemente Sobrado C. P.

Khalil Gibran escribe sobre el matrimonio: “Nacisteis juntos y permaneceréis para siempre. Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte esparzan vuestros días. Y también en la memoria silenciosa de Dios estaréis juntos. Pero dejad que los vientos del cielo libren sus danzas entre vosotros.

Amaos con devoción, pero no hagáis del amor una atadura. Haced del amor un mar móvil entre las orillas de vuestras almas. Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una misma copa. Compartid vuestro pan, pero no comáis el mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.

Las cuerdas de un laúd están separadas aunque vibren con la misma música. Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero se adueñe de él. Porque sólo la mano de la vida puede contener los corazones. Y permaneced juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble”. (El Profeta)

A Jesús le preguntan sobre la licitud del divorcio. Y pasando por encima de Moisés que lo autorizó, Jesús remite “al principio”. Es decir a los planes creacionales de Dios. “Al principio no fue así”. Desde entonces, todos insistimos en el valor y exigencia de la indisolubilidad del matrimonio. Pero ¿no habremos alterado el orden de los valores? La indisolubilidad muchos la ven como algo impuesto jurídicamente desde afuera, como una especie de camisa de fuerza que atenaza el amor. “Te casas por la Iglesia y ya estás fundido” dicen muchos.

¿La indisolubilidad nace de la celebración sacramental o es un privilegio y una exigencia del amor? Si Jesús remite “al principio no fue así” nos estaría indicando que la indisolubilidad es previa a la celebración religiosa del matrimonio. La indisolubilidad tiene que nacer del amor y no el amor de la indisolubilidad.

Por eso, la pastoral debiera insistir más en el amor que en la indisolubilidad. Que no es devaluarla sino al contrario, es dar un mayor fundamento y exigencia. Me encanta la dedicatoria que Borsato escribió con motivo del matrimonio de uno de los agentes pastorales de la Parroquia: “No te prometo estar contigo para siempre, pero sí mantener vivo mi amor para que para que podamos estar juntos siempre”.

Jurídica y sacramentalmente decimos que una vez contraído validamente el matrimonio este es indisoluble “hasta que la muerte nos separe”. ¿Y qué pasa cuando el amor muere entre los esposos? La indisolubilidad ¿sigue teniendo su sentido sacramental de signo del amor de Dios, de la alianza de Dios con los hombres? ¿Y qué signo es la indisolubilidad sin amor? ¿Cuál es el verdadero signo, la indisolubilidad o el amor?

¿No será preferible acentuar más la validez y esencialidad del amor que conlleva en sí mismo el carácter de indisoluble? Al fin y al cabo ¿no es precisamente el amor el que hace posible la indisolubilidad? No es la indisolubilidad la que garantiza el amor, pero sí el amor el que garantiza la indisolubilidad. “Nacisteis juntos y permaneceréis para siempre. Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte esparzan vuestros días. Y también en la memoria silenciosa de Dios estaréis juntos. Pero dejad que los vientos del cielo libren sus danzas entre vosotros. Amaos con devoción, pero no hagáis del amor una atadura”.

El amor no es una atadura. El amor es una necesidad de “estar juntos para siempre”. “Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte esparzan vuestros días. Y también en la memoria silenciosa de Dios estaréis juntos. Pero dejad que los vientos del cielo libren sus danzas entre vosotros”.

No es la indisolubilidad la que está en crisis o enferma. Enfermo está el amor que es incapaz de se fiel a sí mismo. Como alguien escribió: “Si dices que ya no le amas, es que nunca le has amado”. Jesús mismo les dice: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

Necesitamos aprender a amar. Porque no todo lo que llamamos amor es amor. Necesitamos aprender el verdadero amor “hasta el extremo”. Porque solo cuando amamos de verdad la vida se nos hace corta para estar juntos y unidos.


Oración

Señor: En nuestras raíces que huelen al barro de la creación,
sembraste las semillas del amor.
Un amor no de un día, sino el amor eterno como el tuyo.
El amor con todas las consecuencias, incluso la de dar la vida como Tú.
Enséñanos a amar, porque sólo así sentiremos que la indisolubilidad
ya no es una carga sino un regalo en la vida.

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