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1.- MATRIMONIO POR AMOR, ESPOSOS FIELES (MC 10, 2-12)
2 Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al varón despedir a su mujer. 3 Él les respondió: ¿Qué os mandó Moisés? 4 Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. 5 Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió Moisés este mandato.6 Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne9 Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre. 10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le preguntaron sobre esto 11 y él les dijo:Si uno despide a su mujer y se casa con otra, adultera contra ella12 y si ella despide a su marido y se casa con otro, adultera
[boda] En un aspecto, el matrimonio pertenece al principio de la creación (cf. Gén 1, 27), pero, en otro ha de entenderse en el contexto de la entrega de Jesús. Lo que parece fin del tiempo (muerte de Jesús) viene a presentarse como nacimiento de un mundo renovado que se centra en la unión de los esposos. Sólo allí donde termina el mundo viejo pueden surgir y han surgido nuevas relaciones familiares entre esposos. Para tratar de ello Mc tiene que cambiar de escenario y estilo, volviendo a situar a Jesús a campo abierto, en contexto que ofrece dos niveles, uno general y otro eclesial (como en 4, 1-32 y 7, 1-23):
Contexto: camino y enseñanza (10, 1). Las escenas anteriores (9, 30-50) eran catequesis cristiana, diálogo entre Jesús y sus discípulos (cf. 9, 30-31). Esta tiene un contexto más amplio: el camino que lleva por las fronteras de Judea y Transjordania hacia Jerusalén, en presencia del pueblo al que enseña48.
Nivel general:
discusión con los fariseos (10, 2-9). El tema del matrimonio forma parte de una controversia legal, con preguntas y declaración final de Jesús, todo ello a nivel de discusión sobre la Escritura.
Nivel eclesial:
profundización (10, 10-12). Los discípulos vuelven a preguntarle en privado y Jesús responde ofreciendo la doctrina básica de la comunidad cristiana donde varón y mujer aparecen como iguales ante el matrimonio.
Doy por conocido el contexto de Mc 10, 1 (camino de entrega de Jesús) y me detengo en el sentido del matrimonio, en clave de discusión judía y profundización cristiana49.
DISCUSIÓN: ¿PUEDE EL VARÓN EXPULSAR A LA MUJER? (10, 2-9).
La pregunta la formulan los fariseos, no para buscar la verdad o iniciar un diálogo académico, sino para tentar a Jesús (peiradsontes auton: 9,2)50. Ellos conciben el matrimonio como un contrato de dominio: el varón adquiere a la mujer y puede dejarla en libertad al repudiarla (al divorciarse de ella). Desde ese fondo tientan a Jesús, para mostrarle que su ideal de fidelidad resulta imposible. Los fariseos (antiguos y modernos) piensan que el matrimonio debe regularse a través de una ley que está en manos del varón (no del estado, como en tiempos posteriores). Allí donde la ley pierde importancia, allí donde el varón cede su derecho preferencial, el matrimonio quiebra y queda a merced del puro deseo cambiante de los humanos (varón y mujer). Precisamente para asentarlo en una firme voluntad y palabra reconocen los judíos (fariseos) al varón el poder de divorciarse.
JESÚS ACEPTA EN UN PLANO EL DIVORCIO. SEGÚN LEY, PUEDE HABER DIVORCIO
Con argumentos de ley bíblica le tientan, con argumentos de lectura más profunda de la Biblia responde Jesús, destacando el carácter fundante de la fidelidad matrimonial que, conforme a Gen 1, 27, tiene primacía sobre las leyes posteriores que Moisés ha formulado sólo para los judíos (cf. hymin: 10, 3). Como buen hermenéutica, Jesús argumenta, superando una ley secundaria (que concede al varón poder de divorciarse), para llegar al centro de la palabra original de Dios (Génesis). Por encima de la ley particular y patriarcalista de Moisés, Jesús recupera el sentido de la humanidad mesiánica, con un argumento paralelo al de Mc 7, 8-13:
Jesús acepta la ley de divorcio (Dt 24, 1-3), pero sólo en un plano legal y concesivo (en casos de ruptura legal): (Por la dureza de vuestro corazón... ! (10, 4-5). Reconoce la existencia de esa ley, pero la entiende como norma pasajera, que proviene de la maldad humana y sirve para controlar una posible destrucción (ruptura matrimonial) por medios de violencia (del más fuerte). Es duro el corazón de los varones, fuerte su deseo, violenta y posesiva su conducta.
Sobre esa ley descubre Jesús la fidelidad original del Dios de la alianza: Al principio (arkhê) los hizo macho y hembra... de manera que no han de ser ya dos sino una carne (10, 6-9; cf. Gén 1, 27; 2, 24). Al citar ese pasaje, Jesús lleva al ser humano hasta su fuente, es decir, hasta el lugar donde varón y mujer se vinculan en libertad. Sobre una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva del varón, emerge aquí la vida compartida de varones y mujeres que celebran el amor no impositivo, en fidelidad personal.
La respuesta de Jesús ha vinculado dos pasajes de Escritura (Gén 1, 27 y 2, 24), interpretando el uno desde el otro, conforme a una exégesis que podía haber hecho (y hacía) en un plano formal el judaísmo de su tiempo. Pero Jesús transciende la pura unión externa de esos pasajes, para retornar de un modo programado al origen de lo humano, al lugar donde se asienta la experiencia de fidelidad personal del varón y la mujer, antes de toda imposición de un sexo y de toda ley patriarcalista que permite el divorcio a los varones para controlar a las mujeres.
MÁS ALLÁ DEL DIVORCIO ESTÁ EL AMOR. UNA SOLA CARNE
Ciertamente, ese proyecto nuevo de familia de Jesús ha de entenderse como retorno hacia la fuente de la creación, garantizada por la Escritura (Génesis). Jesús redescubre y ratifica en su verdad lo más antiguo (que es lo más actual: que un hombre y una mujer pueden hacerse una sola carne), haciendo así posible que hombres y mujeres puedan amarse (vincularse) para siempre, más allá del predominio de una de las partes. De esa forma vuelve a la arkhê ktiseôs (10, 6) o principio de la creación, redescubriendo en su verdad de Dios al ser humano.
La voluntad de Dios se expresa en Gen 1-2: varón y mujer forman una sola carne. Por eso añade Mc que Dios mismo les une (10, 9), en vinculación que pertenece a las cosas de Dios, que 8, 33 entendía en clave de entrega de la vida. La fidelidad del Dios de la alianza funda la alianza fiel del matrimonio, basado también en la entrega mesiánica de Jesús.
En contra de esa fidelidad se alza el deseo (=dureza de corazón) de los aquellos (judíos, varones:10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y divorcio, en comienzo y fin) su vinculación con la mujer (separando aquello que Dios une: 10, 9). De esa forma piensan al modo de los humanos, como Pedro, no al modo de Dios (cf. 8, 33). Al interpretar la ley de esa manera, Jesús choca con la exégesis normal de los escribas, pues declara que una parte de su ley es pura creación de los humanos (varones).
MACHO Y HEMBRA LOS CREÓ
Es evidente que Jesús no propone una nueva ley matrimonial, pues como ley puede seguir la de Moisés o alguna otra, creada por los humanos, sino la voluntad de Dios. Por eso, protología y escatología, mesianismo y antropología se identifican. Cristo, hombre del reino, revela así, para varones y mujeres, el sentido de la fidelidad original divina, tal como la habían trazado los relatos fundantes del paraíso original. Esa es la verdad que brota nuevamente allí donde Jesús y aquellos que le siguen son capaces de entregarse unos a otros, en fidelidad gozosa y creadora.
Macho y hembra (arsen kai thêly) los creó (Gén 1, 27; cf. Mc 10,6). Más que individuos personales, ellos empiezan siendo lo masculino y femenino, en continuidad con los animales y así forman, en su enraizamiento vital y dualidad, el único ser humano. No se debe hablar, por tanto, de un Adam/primero y una Eva/posterior o derivada. En esta perspectiva el anêr/varón de los fariseos (10, 2) no puede arrogarse el poder de expulsar a la gynê/mujer, pues ambos se encuentran en principio vinculados, sin uno como jefe sobre el otro.
Por eso dejará el anthropos/varón al padre/madre y se unirá a su gynê/mujer y serán ambos una sóla sarx o realidad humana (Gén 2, 24; cf. Mc 10, 8). Pasamos de Gen 1(más sacerdotal) a Gen 2-3 (más sprofético), descubriendo al ser humano en clave de palabra y trabajo, moralidad y encuentro familiar, deseo de vida y experiencia de muerte. Venimos del género más biológico (macho y hembra, arsen kai thêly) a la individualidad personal (y dual) de los humanos (hombre y mujer, anthropos kai gynê). Para realizarse en su verdad, el hombre ha de "romper" con su origen (padre/madre) y vincularse en camino de unidad definitiva y concreta (sarx) con su mujer, en unión que no es algo exterior, que se pone y quita (como supone una ley de divorcio), sino elemento radical de su constitución humana51.
UNA RUPTURA FUERTE. DEJAR PADRE Y MADRE
Más allá de una ley impositiva de unos o de otros, estos pasajes conducen al lugar de surgimiento de lo humano, antes que nazcan los diversos tipos de dominio, al lugar donde hombre y mujer (según Dios) pueden convertirse en un sólo corazón, en una carne. En este nivel el divorcio carece de sentido.
Es precisamente el varón quien más debe romper y superar para vincularse en matrimonio: tiene que pasar del plano del puro deeo y dominio al plano de la comunión Personal, por encima de toda ley.
Tanto Mc 10, 7 como Gen 2, 24, suponen que el varón (y la mujer) deben superar su situación anterior (con su lógica de dominio, de egoísmo, de pura ley ) para vincularse entre sí en amor, para siempre. En esta línea, es como si el varón (desde la perspectiva de aquel tiempo) debiera recorrer mayor camino, debiendo abandonar su seguridad (origen) para introducirse en un espacio de vida definida por la esposa que ocupa el lugar de los padres.
Matrimonio por ley. Los fariseos ratifican la imposición patriarcalista de Dt 24, 1-3 que concede al varón autoridad sobre la mujer, escogiéndola cuando lo desee (en trato que realiza con su padre, no con ella) y expulsándola después, si lo decide (10, 2.4). Ese matrimonio no se funda ni define sobre bases de amor sino de ley, ratificando el dominio de uno sobre la otra. Ciertamente, podía había amor y gratuidad en matrimonios de tipo fariseo, pero la estructura de fondo, avalada por ley de varones, resultaba posesiva, como si la mujer sólo pudiera vivir sometida a su marido.
Matrimonio por amor. Jesús, en cambio, funda el matrimonio en aquello que pudiéramos llamar (desde Gen 1-2) esencia previa de la vida humana: no proviene de la ley del varón, que desposa a la mujer que quiere, para expulsarla cuando le conviene, sino que forma parte de su más honda realidad de persona. En este contexto es él quien más ha de romper (separarse de los padres) y arriesgar (entregarse a la mujer) para formar verdadero matrimonio. Sólo a través de la renuncia y riesgo del varón, que da su vida a la mujer, renacen ambos de manera verdadera. De esa forma, uno y otra, varón y mujer, se vinculan en gracia, más allá del dominio del uno sobre el otro. El varón no puede expulsar a la mujer cuando desea, ni casarse con ella cuando le apetezca o convenga sino cuando lo quieran ambos, en gesto de unión personal que se funda en la misma alianza divina.
Los fariseos parten del presupuesto, a sus ojos evidente, de la autoridad del varón. Jesús responde interpretando la existencia del varón como un éxodo arriesgado, a la luz de su propia experiencia: debe romper con los padres, entregarse a la esposa. Preguntan a Jesús sobre el poder del varón y él responde presentando la tarea de hacerse varón.
--La razón farisea es clara en perspectiva histórica: el varón ha utilizado un tipo de independencia genética (de menstruaciones y partos) y poder externo (fuerza muscular) para controlar a la mujer a lo largo de siglos; así aparece en realidad como si fuera dueño de ella.
-- La razón de Jesús nos reconduce al principio de la historia, a la estructura original del ser humano, allí donde varones y mujeres emergen como iguales según Gen 1-2, iguales y capaces de darse uno al otro, para siempre: el varón ha de arriesgarlo todo (su seguridad impositiva, la casa de sus padres) para unirse en matrimonio de iguales con su esposa. La fidelidad que Jesús pide al varón (con la renuncia a su poder sobre la esposa) implica la destrucción del sistema patriarcalista.
Es evidente que esa perspectiva se puede invertir y completar desde el punto de vista de la mujer, mostrando también que ella debe abandonar su posible independencia egoísta para unirse al varón, pues ambos forman una sola carne (eis sarka mian: 10, 9). Esa unidad pertenece al proyecto creador de Dios: no es algo que varón y mujer puedan toman o dejar a su antojo; es la expresión de un misterio de fidelidad que culmina en formas de amor personal, ratificadas por el mismo gesto de entrega mesiánica de Jesús.
Formular la fidelidad matrimonial en nuevas claves de ley impositiva (como hace Dt 24 o las iglesias y estados posteriores) significaría ignorar la novedad de Jesús. En línea de ley valía el divorcio rabínico (u otro semejante). Jesús no ha promulgado otra ley sino que ha recreado la fidelidad original de Dios en claves de unidad primera (varón y mujer los creó) y elección personal (dejará el varón al padre y madre para unirse a su mujer), liberando de esa forma a la mujer que estaba sometida al poder matrimonial de los varones.
Sobre el matrimonio en contexto mediterráneo y judío cf. J. Pitt-Rivers, Antropología del honor o política de los sexos, Crítica, Barcelona 1979; J. G. Peristiany (ed.), Mediterranean Family Structure, Cambridge UP 1976; R. Loewe, The Position of Women in Judaism, SPCK, London 1966;
FIDELIDAD DUAL. NO LEY, SINO GRACIA
Lo que está al fondo es la tarea del ser humano como exigencia de ruptura (cada uno debe superar su seguridad precedente) y fidelidad dual, entendida en clave de resurrección (cada uno encuentra su plenitud pascual en el otro). Podemos decir que la mujer gana: empieza a ser persona, responsable de sí, capaz de decir su palabra. En algún sentido el varón pierde: ya no puede dominar a su mujer con el arma del divorcio. Pero en sentido más profundo los dos ganan: se convierten de manera igualitaria en caminantes; inician un proceso de amor que supera un matrimonio concebido como dominio de una parte (varón) o de un grupo (clan familiar).
El mismo Dios garantiza ese proceso que empieza de nuevo en cada matrimonio. Realizarse como humano (varón o mujer) es romper el pasado que define (cierra, determina) a cada uno por aislado para realizarse juntos en proyecto de entrega compartida (dándose uno al otro para siempre). Dios fundamenta el surgimiento de los sexos (arsen kai thêly) lo mismo que el camino de ruptura creadora que culmina en la unión definitiva del hombre y la mujer (anthropos kai gynê), que se vinculan a nivel de carne nueva (realización vital concreta, en ámbito de entrega). Por encima de todas las posibles leyes de divorcio emerge así la experiencia bellísima y posible (siempre gratuita) de un encuentro personal permanente.
Profundización cristiana (10, 10-12). Jurídicamente puede haber divorcio
De la discusión con los fariseos pasamos a la catequesis eclesial. Jesús deja la calle y se reúne con sus fieles en la casa de la iglesia (cf. 4, 34), para revelarles su más honda palabra de fe (entrega o fidelidad) matrimonial. Antes había dos leyes: una de varón, con autoridad para retener o expulsar a la mujer; otra de mujer, condenada a vivir en actitud pasiva o receptiva. Ahora, reasumiendo quizá normas esponsales vigentes en Roma o Egipto, sobre el principio de la Escritura ((y serán los dos una carne!: Gen 2, 24) y en el camino de su propia fidelidad/entrega, Jesús funda el sentido de todo matrimonio:
Jurídicamente el hombre puede expulsar a (separarse de) su mujer y casarse con otra, como sabe la tradición judía, pero al hacerlo comete adulterio contra ella (ep'autên), sea contra la primera (a la que es infiel), sea contra la segunda (con quien no debía vincularse): el texto (10, 11) permanece voluntariamente ambiguo y ambas traducciones son posibles. El varón posee tal poder, pero el discípulo del Cristo debe superarlo, descubriendo y realizando un más alto misterio de unión con su esposa. Al afirmar que adultera contra la mujer, Mc indica que el casado ya no se pertenece, pues ha dado su vida a otra persona.
También la mujer puede expulsar jurídicamente al varón (10, 12), y es bueno que tenga ese poder, pero si lo ejerce adultera (en un plano religioso, no legal), pues también ella ha dado la vida a su marido. Al situar en paralelo el poder (y el adulterio) de mujer y varón, y al formularlo en términos iguales, Mc ratifica la revolución (recreación) personalista de Jesús, que otros textos del NT como las deuteropaulinas y las leyes de muchas iglesias posteriores aún no han asumido. Desde el ámbito de entrega de Jesús, en clave de unión matrimonial, varón y mujer aparecen ya en su plena igualdad, como personas.
La permanencia matrimonial aquí fundada no es un poder impositivo (de mujer o de varón), ni es ley que planea por encima de ambos, de manera que se pueda controlar con métodos de coacción externa. Una cosa es la ley, entendida en clave de poder (tanto el varón como la mujer pueden divorciarse a ese nivel) y otra la fidelidad en el amor, fundada en Gen 1-2 y ratificada por Jesús. Esa fidelidad (donación compartida y recíproca de los esposos) es experiencia gozosa y sacrificada, paradisíaca y pascual, como vida que se arraiga en la entrega de Jesús y sólo en ella puede realizarse plenamente. Esa fidelidad sólo es posible allí donde la mujer se vuelve autónoma y tiene legalmente el "poder" de expulsar (lo mismo que el varón). Sólo si ambos pueden legalmente "adulterar" (no están coaccionados legalmente a vivir en unidad) pueden suscitar y gozar el matrimonio como expresión de fidelidad personal definitiva.
EL NIVEL DEL MATRIMONIO INDISOLUBLE
No se puede situar este pasaje en un nivel de Ley. En línea de ley valía el divorcio rabínico (u otro semejante). Jesús no ha promulgado otra ley sino que ha recreado la fidelidad original de Dios en claves de unidad primera (varón y mujer los creó) y elección personal (dejará el varón al padre y madre para unirse a su mujer), liberando de esa forma a la mujer que estaba sometida al poder matrimonial de los varones. Sobre el matrimonio en contexto mediterráneo y judío
cf. J. Pitt-Rivers, Antropología del honor o política de los sexos, Crítica, Barcelona 1979; J. G. Peristiany (ed.), Mediterranean Family Structure, Cambridge UP 1976; R. Loewe, The Position of Women in Judaism, SPCK, London 1966; L. Swidler, Women in Judaism: The Status of Women in Formative Judaism, Scarecrow Press, Metuchen NJ 1976. Destacan la novedad de la palabra de Jesús y de la práctica eclesial: E. S. Fiorenza, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989, 188-194; B. Witherington, Women in the Ministry of Jesus, Cambridge UP 1984, 18-28.
La nueva palabra matrimonial de Jesús implica una revolución familiar; no cambia sólo un pequeño elemento de las relaciones privadas de un varón y una mujer sino la estructura social y familiar, económica y legal del judaísmo, centrada en torno al matrimonio. El evangelio es experiencia de casa: en ella (en clave esponsal y social) se define y cobra sentido el movimiento de Jesús frente al judaísmo formativo que mantiene otro tipo de relaciones patriarcales. Cf. B. J. Malina, El mundo del NT, EVD, Estella 1995, 145-180. Reseña bibliográfica en C. Osiek, What are they saying about the social setting of the NT?, Paulist, New York 1992, 25-35.
En el momento en que una ley se imponga sobre esa libertad gozosa y entregada, el matrimonio deja de ser signo de la gracia del Cristo (cf. 9, 41) que ha dado su vida en libertad por los humanos.
Sobre la base de mutua libertad e igualdad, en camino de donación recíproca y esperanzada puede darse matrimonio mesiánico, como amor de Cristo hecho experiencia compartida de entrega interhumana. La ley ha Estado y puede estar al servicio de una regulación legal... y tiene sentido en ese plano, sea en clave masculina, femenina o del conjunto social. Pero sobre ella, en clave de igualdad del varón y la mujer (ambos autónomos), ha presentado Jesús con su entrega y palabra un camino sacramental de matrimonio, vinculando principio (Dios los hizo varón y mujer) y culminación mesiánica (Jesús se ha entregado por ellos). Rl Estado puede regular según ley el matrimonio y el divorcio (en el nivel de las necesidade humanas). Pero la unidad que pide Cristo se sitúa en otro plano de gratuidad, de vida compartida, de comunicación plena de amor.
EL MATRIMONIO, UN ESPACIO DE AMOR CREADOR Y LIBERTAD
Jesús no ha venido a fundar otro sistema de equilibrio social o sexual que se mantiene por la fuerza sino un camino de donación mesiánica, recuperando el principio de la Biblia (Gen 1-2) e introduciendo el matrimonio en su proyecto de evangelio. Así lo ha visto como algo natural (de la creación) y muy sobrenatural, pues sólo se comprende y puede realizarse desde el fondo de su propia entrega. Él ha puesto su vida en manos de la autoridad de Israel para realizar su fidelidad mesiánica. Marido y mujer han de entregarse igualmente uno a otro, no para la muerte, sino para la vida, no para la cruz sino para el crecimiento mutuo en clave de fidelidad mutua, no para la soledad, sino para la comunicación gozosa, en amor que es fuente de vida..
En la base del matrimonio cristiano sigue estando la fidelidad de Jesús hacia los marginados (leproso, endemoniado, paralítico...). Si los cristianos lo olvidaran, construyendo una iglesia sectaria donde sólo entran los puros, y convirtiendo el matrimonio "legalmente establecido y celebrado" en criterio de admisión eclesial, correrían el peligro de perder su identidad mesiánica. El proyecto mesiánico del matrimonio sólo se puede entender donde la iglesia acoge a los exluidos de la sociedad (y de un modo especial a los que rompen o no pueden cumplir la legalidad formal del matrimonio).
Esto significa que, leído en su conjunto, Mc abre una puerta cristiana para aquellos que hoy tendrían "problemas matrimoniales" (impedidos de diverso tipo, prostitutos/as, divorciados etc).
La fidelidad matrimonial se inscribe en el camino de pascua de Jesús. Los esposos que renuncian al poder de expulsión o divorcio pueden descubrir y descubren en Cristo el fundamento de su amor definitivo. Así realizan (son para el otro) experiencia de evangelio. Ef 5 ha destacado este sentido mesiánico del matrimonio, pero lo ha reintroducido (al menos tendencialmente) en una estructura de diferenciación y jerarquía sexual: el varón se hace Cristo, la mujer iglesia; el varón es cabeza, la mujer cuerpo. Mc 10 ignora y/o rechaza ese simbolismo jerárquixo: varón y mujer realizan su camino de fidelidad matrimonial en el mismo contexto de "entrega de Jesús"; no es uno cabeza y otro cuerpo; no es uno "cristo" y otro iglesia. Ambos unidos, en mutua fidelidad, hecha entrega y acogida recíproca, son signo y presencia sacramental del único Cristo. Así lo he mostrado en Hombre y mujer en las religiones, EVD, Estella 1996, 287-290. Sobre el texto de Mc cf.: Lagrange, Marc 256-262; Gould, Mark 182-186; Nineham, Mark 259-266; Taylor, Marcos 495-501; Gnilka, Marcos II, 79-90; Pesch, Marco II, 187-204.
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