Publicado por Mas de Cerca

Su deseo más profundo era que la vida consagrada tuviera a Jesús como centro y permanente razón de ser. Le exasperaba el circunloquio evasivo ante la referencia explícita, confesante y amorosa, a Jesús.
En la solidez y evolución de su pensamiento aparecían grandes convicciones, que resaltaban cada vez con más clarividencia el primado de Dios, la centralidad de Jesús, la acción del Espíritu. Ante tal magnitud, mostraba su enorme comprensión hacia la debilidad y limitación humana. Éstaba convencido de que nunca nos salvaríamos por nuestras propias fuerzas. Desde ahí creaba en torno suyo contextos de misericordia, de comprensión y compasión.
Su seria teología se compatibilizada con un gran sentido del humor. Desde la seriedad académica o litúrgica pasaba fácilmente a la sonrisa contagiosa en la mesa o en la sala de comunidad.
No quería agradar, sino, sobre todo, servir, no defraudar, ofrecer sus mejores dones para el enriquecimiento de los demás. Muchísimas personas han experimentado su tímida cercanía, sus fugaces presencias llenas de cariño y amistad. No quería que su amor -tan intensamente sentido- molestase. Hacía el regalo y desaparecía.
La amistad dio sentido a su vida. La amistad era para él mística, iniciación al Misterio, preanuncio de la gran Utopía. Nunca se mostró receloso ante ella. Era más bien su impulsor, consciente de que es el camino hacia el Dios-Amor. Reconocía que su amor era siempre inferior al amor que recibía. Por eso, se estremecía ante la realidad.
Su pasión fue para él también su sufrimiento. El dolor le habitaba tantas veces para ensombrecer su semblante y tal vez, purificarlo, prepararlo, para los grandes encuentros, para momentos proféticos.
Severino María Alonso fue un hombre-corazón, un hombre que ardía en caridad y abrasaba por donde pasaba. Descanse en Paz este hombre santo que pasó haciendo el bien.
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