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sábado, 10 de octubre de 2009

XXVIII Domingo del T.O. (Marcos 10,17-30) - Ciclo B: Entre las Riquezas y la Fraternidad


Me pongo a pensar en el hombre del Evangelio de hoy. Sin duda tenía buena voluntad. Deseaba alcanzar la vida eterna o, en otras palabras, la salvación. No debía ser una mala persona. La primera condición que le pone Jesús es la de cumplir los mandamientos. Y eso resulta que ya lo hace. Pero nuestro hombre sabe que eso no es suficiente, que necesita dar un paso más para conseguir el objetivo de la “vida eterna”. Jesús le da una respuesta: “Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. Nos dice el Evangelio de Marcos que frunció el ceño, se puso pesaroso y se fue.
Da la impresión que este hombre no fue con el corazón abierto a preguntar a Jesús. No estaba dispuesto a escuchar la respuesta de Jesús. Dentro de su corazón llevaba algunas condiciones. Era rico, tenía muchos bienes, vivía bien. No estaba dispuesto a abandonar todo eso. "Todo eso" era más importante para él que la vida eterna que también buscaba y deseaba –pero no a cualquier precio–.


Nadar y guardar la ropa

Se me ocurre pensar que este hombre deseaba seguir a Jesús pero al mismo tiempo quería conservar su bienestar. Quería llevar su propia comitiva, sus servidores y animales de carga con sus cosas, quería hacer sus comidas aparte –en todo caso, invitar de cuando en vez a Jesús y a los demás discípulos a comer de sus ricas viandas–. Quería formar parte de la comunidad pero manteniendo a la vez su independencia. Para él la fraternidad era una valor secundario, un añadido bonito para la foto pero no fundamental para la salvación.
Ahí está el centro de la cuestión. Jesús más que decirle que deje sus bienes, que se haga pobre, lo que le está pidiendo es que se haga hermano de sus hermanos, que se ponga a su nivel y que comparta la vida, el camino, los riesgos, los bienes con ellos. Y le está diciendo también que ahí y sólo ahí encontrará la vida eterna y la salvación. Parece que para Jesús la relación con Dios, la salvación pasa por la fraternidad. Parece que para Jesús no nos salvamos solos sino en relación con los demás y en la relación con los demás.
Los que prescinden de esa relación y pretenden tener ya lo suficiente con lo que poseen, con la seguridad que dan los bienes materiales, los cristales tintados de los coches, los guardaespaldas y las cámaras de seguridad, se olvidan de que todo eso no hace más que aislarlos del lugar donde está la salvación y, por supuesto, también la felicidad. Así se entienden las palabras que Jesús dirige a continuación a los discípulos sobre los ricos. Los ricos –pobres en realidad, valga la paradoja– no se dan cuenta de que, aunque tengan muchas cosas, carecen de lo más importante: la relación con los demás, la fraternidad, la compañía en el camino.
Ahí está la sabiduría de que se habla en la primera lectura: llegar a saber dónde está lo que es verdaderamente valioso y dejar de lado lo que se pueden llevar los ladrones o la polilla y que no nos da la verdadera vida, la buena vida, la vida en plenitud que el Señor quiere para nosotros.


La salvación está en el hermano

Problemas encontraremos siempre a lo largo del camino de la vida. Tampoco la relación con los demás es siempre fácil. Ni siquiera en el seno de la comunidad cristiana. Ahí también existen las envidias, los orgullos, los juegos de poder. Es así. Forma parte de nuestra condición. Pero todo eso se puede superar desde el deseo profundo y evangélico de vivir en fraternidad, de hacer el Reino, de construir la casa común para los hermanos y hermanas, para los hijos e hijas de Dios. Como no se puede superar es a través del individualismo, del poder, de la opresión, del “yo soy más fuerte que tú”. Todo eso rompe, divide y quiebra. No cura ni sana ni reconcilia.
Los bienes o están al servicio de la fraternidad y del Reino o no valen nada. O se comparten o pierden su sentido. Pretende usarlos para ti solo y te sentirás como un camello intentando pasar por el ojo de una aguja. Compártelos, ponlos al servicio de los hermanos y del bienestar común, y te sentirás ligero, capaz de sonreír y más rico y seguro que nunca de fraternidad, de relación, de amor, de cariño y de amistad. Ahí está la clave.
Así es la Palabra de Dios, como dice la carta a los Hebreos. Nos dice la verdad aunque no nos guste oírla. Entra hasta el fondo de nuestro corazón, pone al descubierto nuestros más profundos sentimientos y luego nos deja libres para tomar la decisión que nos parezca oportuna.

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