Hoy comenzamos el Tiempo de Adviento. El Adviento es una espera. Es un tiempo litúrgico que prepara la Navidad y no es muy largo, dura algo más de tres semanas. No es fundamentalmente un tiempo de penitencia, pero tiene sus privaciones, como todo preparativo. El Adviento es una espera activa. Somos invitados a preparar el ambiente y a disponernos nosotros mismos para poder recibir en plenitud al que va a llegar.
Por eso este tiempo es tiempo para acompañar la vida. Nuestra memoria tiene guardados muchos momentos de espera ya vividos, y la Biblia nos ha dejado muchos textos que narran esperas cumplidas. La Iglesia en este tiempo de Adviento nos va a hacer reflexionar sobre esas esperas cumplidas.
En este primer domingo de Adviento la palabra de Dios nos exhorta a estar atentos y vigilantes y a orar.
En la primera lectura de este domingo se lee en el libro del profeta Jeremías que nos relata que a un pueblo que ha sufrido tantas veces las fallas de sus dirigentes, Dios le promete un rey que realizará la justicia hacia adentro. En la adversidad, la palabra de Dios trae un mensaje de esperanza. Y a nosotros que también tenemos momentos en que hemos perdido la esperanza, Dios nos promete al germen justo, a Jesús.
Para el Evangelio, la Iglesia ha elegido para este domingo una lectura en la que el mismo Cristo nos exhorta a estar atentos, vigilantes y nos recomienda orar incesantemente.
San Lucas trata de dar ánimo y esperanza a una Iglesia, que en medio de las dificultades e incluso de la muerte de algunos de sus miembros, no vislumbra puntos claros en el futuro, cuando ya se ha perdido el entusiasmo inicial que suscitara Jesús al marchar.
El Evangelista quiere mostrarnos hoy, la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros por nuestro futuro. Hoy y ahora, transcurre nuestra vida y optamos por vivir un cristianismo en serio, vigilando nuestra vida, permaneciendo unidos a Dios en oración Si hoy y ahora permanecemos atentos y en oración, nuestra esperanza de encuentro futuro con el Señor es una esperanza confiada.
No importa las dificultades con que nos encontremos, no importa que no veamos el final del camino. El Adviento, hace resonar una voz de esperanza: El Señor nos anuncia a su Hijo que trae la Justicia.
Por esos hoy queremos:
Estar atentos y descubrir en los signos de los tiempos a Dios que nos sigue hablando hoy.
Estar atentos para no caer en las tentaciones de nuestra sociedad, que a veces pretende cautivarnos con una religiosidad mágica y facilista y Rezar
Rezar alabando a Dios Padre que nos quiere y nos cuida; a Jesús que nos alimenta e ilumina, al Espíritu Santo que nos sostiene y nos anima. Rezar ofreciendo nuestro esfuerzo y nuestras ganas por ser cada vez un poco mejores. Rezar agradeciendo lo bienes recibidos, regalos de Dios que se manifiestan en cada minuto de nuestra vida.
El Apóstol San Pablo en su carta a los Tesalonicenses dice:
Que el Señor fortaleza sus corazones en la santidad, y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el día de la venida del Señor Jesús con todos sus santos.
Nuestra vida debe encaminarse hacia la santidad, como dice San Pablo para hacernos irreprochables para el Día de la venida de Jesús. El adviento es un tiempo de desafío, y nosotros podemos estancarnos a la espera de un milagro que nos salve, o podemos decidirnos a realizar el
proyecto de Navidad: el nacimiento del Hombre que debe nacer en nosotros hoy.
Los hombres de hoy, invocamos poco a Dios, estamos creando un mundo bajo la advocación de nuevos dioses, que se llaman, prosperidad, fama, poder, dinero, sexo; y también los cristianos podemos dejarnos confundir por este ambiente, por estos nuevos dioses.
Pensemos si muchas veces, las cosas que hacemos, las metas que nos ponemos no son simplemente piedras para levantar el altar de nuestro yo. Vivimos en un mundo egoísta, y corremos el riesgo de dejarnos tentar por ese egoísmo.
En el hombre el egoísmo le impide tener un proyecto de vida, y los cristianos tenemos un proyecto de vida que es el nacimiento de un hombre nuevo en Cristo. Pero si nos dejamos ganar por el egoísmo, no podremos construir un proyecto de vida. Quien no sale de sí mismo no puede proyectar. Si ese es nuestro caso, estamos construyendo una vida sin ad-viento, porque nuestra vida no va a ninguna parte.
Los cristianos fuimos llamados en Cristo a participar de la vida nueva, como hombres conscientes, libres y responsables. Por eso en cada hombre que nace, en cada época y en cada lugar, el cristiano debe actualizar, modernizar, ampliar, corregir y superar el proyecto de ser humano. Ningún hombre puede darle plenitud a ese proyecto por sí solo, es en Cristo en quien le halla plenitud. Este tiempo de Navidad, no debe ser sólo para recordar el nacimiento histórico de Jesús en Belén, porque Jesús pudo haber nacido en otro lugar y en otra época, este tiempo tiene que servirnos para trabajar en nuestro propio nacimiento como hombres nuevos. Por eso el Evangelio nos invita a la vigilancia y a la oración.
Dios nos ha encomendado a cada uno de nosotros un proyecto , y debemos realizarlo con urgencia, porque sólo disponemos de esta vida para llevarlo a cabo. Ese proyecto abarca la totalidad de nuestra vida. Y como en cualquier momento puede llegar el fin, nuestra parte debe estar concluida. Cada día, cada momento, es Adviento, porque Dios llega y hay que esperarlo. Cada día el Señor debe sorprendernos trabajando en este único y absoluto proyecto: ser nosotros mismos y hacernos a nosotros mismos.
Se cuenta que un discípulo le preguntó a su maestro ¿Qué sabía de Dios? El maestro le contestó: Sé que Dios me ama....Que te ama. ¿Y nada más? le dijo el discípulo. Nada más, pero con es sé todo lo que necesito saber y puedo sobrellevar todo lo que ignoro de El Sería terrible, saber todo lo que desconozco de Dios, pero ignorar que me ama.
En este Adviento, vamos a pedirle al Señor la gracia de tener la certeza de que nos ama, para que así en nuestra vida reine la esperanza.
La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante esta expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos.
Mensaje doctrinal
1. Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza toda la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del Evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participan ya en cierta manera. Pero los cristianos no son hombres del pasado. Desde su vida presente echan también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el relicario de la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Apc. 5). La profecía tiene que ver con la segunda venida de Jesucristo, con su parusía triunfante, rodeado de todos los santos, venida para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. El cristiano vive entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación son la dos columnas sobre las que los hombres construyen el puente de la decisión y de la responsabilidad. Con ese puente, la segunda venida no es sino la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual.
2. Fisonomía del que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Es una persona, por tanto, que habita en el mundo de Dios y que participa de su poder y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (Evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo glorioso, vencedor de la muerte y del pecado, que vive en la eternidad pero que se hace presente en el tiempo histórico (segunda lectura).
3. Actitud del cristiano. El Evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena no buscó otra cosa sino hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo.
Sugerencias pastorales
1. El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del tiempo sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en Él, alcanzan en Él su plenitud absoluta y su sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un puro accidente. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un yunque en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una simple sucesión de segundos, minutos y horas; una cadena de días meses y años; una sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos. Para nosotros, el tiempo con sus siglos y milenios es una historia, dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra vida diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma parte de un proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida?
2. Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía. Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas. Abundar pone de relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.
Por eso este tiempo es tiempo para acompañar la vida. Nuestra memoria tiene guardados muchos momentos de espera ya vividos, y la Biblia nos ha dejado muchos textos que narran esperas cumplidas. La Iglesia en este tiempo de Adviento nos va a hacer reflexionar sobre esas esperas cumplidas.
En este primer domingo de Adviento la palabra de Dios nos exhorta a estar atentos y vigilantes y a orar.
En la primera lectura de este domingo se lee en el libro del profeta Jeremías que nos relata que a un pueblo que ha sufrido tantas veces las fallas de sus dirigentes, Dios le promete un rey que realizará la justicia hacia adentro. En la adversidad, la palabra de Dios trae un mensaje de esperanza. Y a nosotros que también tenemos momentos en que hemos perdido la esperanza, Dios nos promete al germen justo, a Jesús.
Para el Evangelio, la Iglesia ha elegido para este domingo una lectura en la que el mismo Cristo nos exhorta a estar atentos, vigilantes y nos recomienda orar incesantemente.
San Lucas trata de dar ánimo y esperanza a una Iglesia, que en medio de las dificultades e incluso de la muerte de algunos de sus miembros, no vislumbra puntos claros en el futuro, cuando ya se ha perdido el entusiasmo inicial que suscitara Jesús al marchar.
El Evangelista quiere mostrarnos hoy, la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros por nuestro futuro. Hoy y ahora, transcurre nuestra vida y optamos por vivir un cristianismo en serio, vigilando nuestra vida, permaneciendo unidos a Dios en oración Si hoy y ahora permanecemos atentos y en oración, nuestra esperanza de encuentro futuro con el Señor es una esperanza confiada.
No importa las dificultades con que nos encontremos, no importa que no veamos el final del camino. El Adviento, hace resonar una voz de esperanza: El Señor nos anuncia a su Hijo que trae la Justicia.
Por esos hoy queremos:
Estar atentos y descubrir en los signos de los tiempos a Dios que nos sigue hablando hoy.
Estar atentos para no caer en las tentaciones de nuestra sociedad, que a veces pretende cautivarnos con una religiosidad mágica y facilista y Rezar
Rezar alabando a Dios Padre que nos quiere y nos cuida; a Jesús que nos alimenta e ilumina, al Espíritu Santo que nos sostiene y nos anima. Rezar ofreciendo nuestro esfuerzo y nuestras ganas por ser cada vez un poco mejores. Rezar agradeciendo lo bienes recibidos, regalos de Dios que se manifiestan en cada minuto de nuestra vida.
El Apóstol San Pablo en su carta a los Tesalonicenses dice:
Que el Señor fortaleza sus corazones en la santidad, y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el día de la venida del Señor Jesús con todos sus santos.
Nuestra vida debe encaminarse hacia la santidad, como dice San Pablo para hacernos irreprochables para el Día de la venida de Jesús. El adviento es un tiempo de desafío, y nosotros podemos estancarnos a la espera de un milagro que nos salve, o podemos decidirnos a realizar el
proyecto de Navidad: el nacimiento del Hombre que debe nacer en nosotros hoy.
Los hombres de hoy, invocamos poco a Dios, estamos creando un mundo bajo la advocación de nuevos dioses, que se llaman, prosperidad, fama, poder, dinero, sexo; y también los cristianos podemos dejarnos confundir por este ambiente, por estos nuevos dioses.
Pensemos si muchas veces, las cosas que hacemos, las metas que nos ponemos no son simplemente piedras para levantar el altar de nuestro yo. Vivimos en un mundo egoísta, y corremos el riesgo de dejarnos tentar por ese egoísmo.
En el hombre el egoísmo le impide tener un proyecto de vida, y los cristianos tenemos un proyecto de vida que es el nacimiento de un hombre nuevo en Cristo. Pero si nos dejamos ganar por el egoísmo, no podremos construir un proyecto de vida. Quien no sale de sí mismo no puede proyectar. Si ese es nuestro caso, estamos construyendo una vida sin ad-viento, porque nuestra vida no va a ninguna parte.
Los cristianos fuimos llamados en Cristo a participar de la vida nueva, como hombres conscientes, libres y responsables. Por eso en cada hombre que nace, en cada época y en cada lugar, el cristiano debe actualizar, modernizar, ampliar, corregir y superar el proyecto de ser humano. Ningún hombre puede darle plenitud a ese proyecto por sí solo, es en Cristo en quien le halla plenitud. Este tiempo de Navidad, no debe ser sólo para recordar el nacimiento histórico de Jesús en Belén, porque Jesús pudo haber nacido en otro lugar y en otra época, este tiempo tiene que servirnos para trabajar en nuestro propio nacimiento como hombres nuevos. Por eso el Evangelio nos invita a la vigilancia y a la oración.
Dios nos ha encomendado a cada uno de nosotros un proyecto , y debemos realizarlo con urgencia, porque sólo disponemos de esta vida para llevarlo a cabo. Ese proyecto abarca la totalidad de nuestra vida. Y como en cualquier momento puede llegar el fin, nuestra parte debe estar concluida. Cada día, cada momento, es Adviento, porque Dios llega y hay que esperarlo. Cada día el Señor debe sorprendernos trabajando en este único y absoluto proyecto: ser nosotros mismos y hacernos a nosotros mismos.
Se cuenta que un discípulo le preguntó a su maestro ¿Qué sabía de Dios? El maestro le contestó: Sé que Dios me ama....Que te ama. ¿Y nada más? le dijo el discípulo. Nada más, pero con es sé todo lo que necesito saber y puedo sobrellevar todo lo que ignoro de El Sería terrible, saber todo lo que desconozco de Dios, pero ignorar que me ama.
En este Adviento, vamos a pedirle al Señor la gracia de tener la certeza de que nos ama, para que así en nuestra vida reine la esperanza.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Nexo entre las lecturas
La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante esta expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la primera carta a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos.
Mensaje doctrinal
1. Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza toda la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del Evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participan ya en cierta manera. Pero los cristianos no son hombres del pasado. Desde su vida presente echan también una mirada hacia el futuro, ese futuro encerrado en el relicario de la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Apc. 5). La profecía tiene que ver con la segunda venida de Jesucristo, con su parusía triunfante, rodeado de todos los santos, venida para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. El cristiano vive entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación son la dos columnas sobre las que los hombres construyen el puente de la decisión y de la responsabilidad. Con ese puente, la segunda venida no es sino la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual.
2. Fisonomía del que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Es una persona, por tanto, que habita en el mundo de Dios y que participa de su poder y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (Evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo, es decir, Cristo glorioso, vencedor de la muerte y del pecado, que vive en la eternidad pero que se hace presente en el tiempo histórico (segunda lectura).
3. Actitud del cristiano. El Evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena no buscó otra cosa sino hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo.
Sugerencias pastorales
1. El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del tiempo sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en Él, alcanzan en Él su plenitud absoluta y su sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un puro accidente. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación, un yunque en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una simple sucesión de segundos, minutos y horas; una cadena de días meses y años; una sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos. Para nosotros, el tiempo con sus siglos y milenios es una historia, dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra vida diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma parte de un proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida?
2. Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía. Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas. Abundar pone de relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.
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