Publicado por El Blog de X.Pikaza
De las fiestas de la Navidad (Nacimiento de Jesús, Año Nuevo, Epifanía) pasamos a la Celebración del Bautismo, que nos sitúa ya en un contexto de Pascua, porque el verdadero Bautismo de Jesús es su Resurrección. Ciertamente, Jesús comenzó su “ministerio” recibiendo el bautismo de Juan, como indica hoy la lectura del evangelio:
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego."
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espiritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto (Lucas 3, 15-16. 21-22)
Pero hoy no quiero comentar ese primer bautismo histórico de Jesús, que fue el comienzo de su actividad, sino su “segundo bautismo”, que se celebra en la Iglesia como fiesta de Pascua. Mataron a Jesús, pareció fracasar su proyecto de Reino. Pero, en contra de lo que hubieran esperado casi todos, la Muerte de Jesús como principio de un nuevo nacimiento, es decir, como un Bautismo para la Vida Nuevo, es decir, para el Reino de Dios y no simplemente para el perdón de los pecados.
A partir de esa experiencia de morir dandor vida, expresada en el bautismo en nombre de Jesús, nació la iglesia. Por eso, hoy quiero hablar del nacimiento cristiano, es decir, del bautismo, en una sociedad que está polarizada entre el aborto o no-aborto, de un modo quizá más político que cristiano. El reto y tarea de la Iglesia es ofrecer a los hombres y mujeres el Bautismo de Jesús (como ha proclamado Mt 28, 16-20). De ese bautismo, entendido como Nuevo Nacimiento quiero hablar hoy, día del Bautismo de Jesús.
Punto de partida
A partir de la una Cruz ha empezado la gran transformación de algunos seguidores de Jesús, que no han vuelto para juntarse ante un cadáver, lanzando proclamas de fidelidad o de venganza, sino para descubrir, más allá de su fracaso (todos son fracasados), un camino de vida universal, una luz de pascua, un nuevo Bautismo. No tienen (ni necesitan) un monumento funerario donde reunirse, pues a Jesús le han enterrado en una tumba desconocida o su tumba ha quedado abierta y vacía, sin que se sepa donde se encuentra su cadáver.
Esos seguidores no necesitan la tumba de un Jesús Muerto pues van descubriendo y encuentran, cada vez con más fuerza, al Jesús Vivo, que se expresa en las palabras de amor que ellos recuerdan y en el amor de la comunidad en que se integran, esperando su vuelta inmediata. Pero Jesús no llega como ellos esperan (en las nubes del cielo, como el rayo que alumbra todo el universo), sino que, mientras van esperando, ellos descubren que Jesús se encuentra ya con ellos. De esa forma, el escándalo del fracaso de Jesús (¡no logró triunfar, todos le han matado!) se transforma en experiencia de nacimiento, desde Dios, en gratuidad, para la vida compartida, tal como se expresa en el primero de los signos de la Iglesia, que es el Bautismo.
El pórtico de la iglesia, experiencia de nuevo nacimiento
Desde ese fondo retomamos algunos elementos de más conocidos de la discusión actual sobre el nacimiento humano, desde el punto de vista eugenésico, antropológico, filosófico. Se trata de aprender a nacer, nacer de nuevo, retomando nuestra experiencia del bautismo. Ésta es una tarea que solía realizarse en el pórtico (o en el atrio) de la Iglesia. Para bautizar a los niños o adultos, introduciéndoles en la Iglesia, es necesario comenzar realizando una tarea previa de humanización, de liberación personal, en el pórtico de la Iglesia:
1. De la eugenesia “científica” al nacimiento personal. Aquellos que quieren resolver de un modo simplemente científico el misterio de la vida humana, a través de un tipo de eu-genesia, organizada por algunos sabios del sistema o por el sistema en su conjunto (que al final da lo mismo), acaban destruyendo al hombre, haciéndole un objeto de ley, alguien manejado desde fuera.
En contra ese tipo de eugenesia, la experiencia pascual del nuevo nacimiento sólo puede expresarse allí donde cada hombre o mujer nace en amor, para la libertad, de manera que pueda ser él mismo, de un modo personal, por gracia, como ser distinto y autónomo, con valor infinito, Hijo de Dios, para hacer de sí mismo lo que él quiera (lo que él se quiera, como decía San Juan de la Cruz, refiriéndose a Dios). En libertad, como Hijo de Dios, vivió Jesús, en la pequeñez y riesgo de su entrega a favor de los demás, creando una comunión libre y gozosa de personas. Como a Hijo suyo, vida de su vida, lo ha resucitado el Padre.
2. Una antropología del nacimiento personal. Siendo hijo de Dios (y de sus padres, en una sociedad determinada), cada uno es “hijo de sí mismo” (como decía D. Quijote, es decir: “hijo de sus obras”. En esa línea podemos recuperar la “mayéutica” de Sócrates, aquel que quería enseñar a los atenienses del siglo V a. C., para que pudieran vivir en libertad, dialogando con los demás y siendo responsables de sí mismos.
Por decir lo que decía y enseñar como enseñaba, en libertad, sobre el sistema político de Atenas, Sócrates fue condenado a morir, como será condenado Jesús. En esa línea defendemos la exigencia y valor de una educación racional para la paz y para el diálogo; pero añadiendo que ella tiene que dejar a cada hombre en libertad ante sí mismo, sin encerrarle de antemano en un sistema de ley. Sólo así, en una paz y amor que se expresa de manera generosa, abierta a todos, en gratuidad, sabiendo que ser es dar (=darse) y no imponer, se expresa la verdad cristiana. Este es el bautismo racional que todos necesitamos.
3. El hombre, ser natal. Así lo había definido una judía (H. Arendt: La condición humana) y así lo ha destacado un filósofo “racionalista” como J. Habermas en su mejor alegato contra la manipulación genética (El futuro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona 2002), que ahora interpreto en un sentido cristiano. Ciertamente, el ser humano nace de sus obras pero, en último término, “nace de Dios”, es decir, de la Gracia Absoluta, para vivir en libertad.
Quiero insistir en eso: al decir que el hombre es un ser natal, estamos suponiendo que nace en libertad (desde Dios), de manera que pueda ser autónomo, aunque siempre en compañía, asumiendo de manera personal unas opciones que ninguna iglesia o sociedad puede imponerle. Los que afirman que el hombre es un ser natal (alguien que nace desde el mismo Dios) deben comprometerse a acoger y educar a cada ser humano “para la diferencia y la libertad en el amor”, impulsándole a vivir en libertad y dejándole que sea como él quiera, creando así su propio futuro.
Dejar que el hombre nazca significa no trazarle previamente los caminos, sino estar preparados para la sorpresa de aquello que puede ser y será, partiendo de una libertad ciertamente “acompañada”, pero nunca manipulada desde fuera. Sólo en esta base se funda la paz humana, que será siempre sorprendente, algo que no podemos predecir de antemano, pues no existe todavía, sino que es objeto de esperanza, algo que serán y harán aquellos que vienen tras nosotros.
En la Iglesia: bautizar a los hombres y mujeres.
Cierta iglesia actual se preocupa más de las leyes sociales del aborto (cosa buena) que de la experiencia y tarea del bautismo, que es la tarea propiamente cristiana. La iglesia existe en la medida en que es capaz de ofrecer un espacio de nacimiento (es decir, de bautismo) a los niños y a los mayores.
En este contexto se sitúa la experiencia cristiana del bautismo, como sacramento que expresa el nacimiento desde Dios, una experiencia de filiación divina celebrada y compartida en comunión de iglesia. Entendido así, como expresión de la gracia de Dios Padre de la que nacemos a la vida en libertad y amor, el bautismo no tiene por qué hallarse vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta.
Pero en sentido fuerte la iglesia lo ha relacionado especialmente con los niños, de manera que su celebración puede entenderse como nacimiento desde Dios, para la vida universal, para la comunión gratuita de sus hijos. Allí donde un nacimiento puramente humano pudiera interpretarse como expresión de fatalidad o de miego, la iglesia lo celebra como presencia de Dios, experiencia y esperanza de gracia compartida.
La Iglesia no bautiza al niño en nombre del sistema, de un estado, de una patria o de una economía, sino para declararle Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, en fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer en esa fraternidad y para ella. De aquí brota, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia. ¿Debe bautizar todavía, en este tiempo (año 2010), garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad gratuita y gozosa? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida del niño?
Ciertamente, las afirmaciones tradicionales sobre un bautismo que borra el pecado original, y que permite que los niños vayan al cielo si mueren, siguen siendo válidas en un sentido. Pero nadie las toma ya de una manera literal estricta. Bautizados o no, los niños son hijos de Dios y pertenecen al misterio de su Vida, al camino de su cielo. La iglesia no les bautiza para quitarles un pecado de muerte (de manera que si no hubiera bautismo irían al limbo o al infierno), sino para celebrar de un modo solemne su nacimiento a la Vida, que es don del Padre, camino de gracia, que se abre a la fraternidad universal y nos permite superar los riesgos de ley y muerte del sistema.
Españolito que vas a nacer. ¿Podemos bautizar a los niños?
Al llegar a este contexto, muchos recordamos unos versos de Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos españas te va a helar el corazón” («Proverbios y cantares LIII», en Campos de Castilla CXXXVI (1907-1917). Este españolito realísimo (chinito o yanki, bahutu o favelado) crecerá de hecho en un mundo dividido en el que unos condenamos a otros diciendo que ellos, los distintos, tienen corazón de hielo, de violencia o de venganza. Pues bien, en una situación como esa ¿podremos llevar a ese “españolito” a la comunidad cristiana y decirle que nos alegramos de que haya nacido, ofreciéndole el agua de la vida y la sal de la fraternidad universal? ¿Podemos decirle en la comunidad que todos seremos sus padres, hermanos, amigos y colegas?
Ésta es, a mi juicio, la gran pregunta y tarea de la Iglesia: ¿Se atreverá a ofrecer a los niños y adultos un espacio de crecimiento en amor y en libertad, sin que una de las dos Españas, o una de las dos Iglesias, le destruya el corazón? La Iglesia es una pila bautismal: un espacio donde se ofrece el signo del agua de la vida (en nombre de Jesús o de la Trinidad), superando el enfrentamiento de las dos Españas o de las dos Iglesias, en espacio de amor donde caben todos.
Éste es a mi juicio el lugar donde se recibe y celebra la paz, el lugar donde se acoge y construye la vida cristiana, como lo expresaron de hecho los primeros cristianos, al concretar su signo en un bautismo que nos introduce en la Vida/Muerte de Jesús, diciendo que nacemos a una vida en Gratuidad, en la que todos somos hermanos.
La paz cristiana (que es ofrecimiento de Reino, concordia universal) sólo tiene sentido ante la pila del agua bautismal, donde la comunidad celebra cada año la Vida de Dios, en la Vigilia de Pascua. Sólo podemos llamarnos Iglesia allí donde, reunidos en torno la Cruz, queremos que Jesús sea el último sacrificado de la historia humana, prometiendo “de pensamiento, de palabra o de obra” no asesinar nunca más a nadie, no expulsar a nadie, no dividir nunca la comunidad. Sólo somos iglesia si es que nos reunimos en torno a la pila bautismal, para prometerle y ofrecerle al niño (o adulto) bautizado el gozo de nuestra vida y compañía pacificada.
El tema de la Iglesia
El tema no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para aquellos a quienes bautiza. La cuestión consiste en saber si las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz”. Desde este fondo el tema de la eugenesia recibe un sentido mucho más hondo.
El Magisterio católico está ofreciendo una doctrina valiosa sobre los riesgos de la manipulación genética, que yo admito gozoso. Pero a veces tengo la impresión de que se sitúa en un plano más biológico que personal y social. Lo que a la iglesia ha de importarle es el nacimiento eclesial (comunitario) de los hombres, sea cual haya sido el proceso biológico de su gestación.
En cierto sentido, me da casi igual que un niño haya nacido con ayudas técnicas de un tipo o de otro; no me importa mucho que se le hayan podido introducir algunas modificaciones en la dotación genética, antes de la implantación del óvulo fecundado... Lo que me sorprende y emociona de verdad es que cada niño que viene es Dios que llega, cada nacimiento es Navidad.
Lo que me importa es que ese niño tenga personas que le reciban y acompañen en el camino de la maduración verdaderamente humana, de manera que pudiera decirse: españolito o vasquito que vas a nacer, la humanidad gozosa de tu pueblo y de tu iglesia, en comunión con todos los hombres y mujeres de la tierra, te ofrece una cuna y camino caliente de amor.
La iglesia es comunidad de las gentes que creen en la vida, a partir del testimonio de Jesús, gentes que dicen a cada de los hombres y mujeres, y en especial a los niños e impedidos: ¡Vive! Entendido de esa forma, el bautismo de los niños resulta inseparable del gesto de acogida a los excluidos y rechazados de la sociedad. Una iglesia que bautiza a un niño pero no ofrece espacio en su vida a los huérfanos-viudas-extranjeros, a los que se refiere tradición bíblica de Israel (y de un modo convergente Mt 25, 31-46), no es cristiana. Puede ser una buena sociedad de méritos y honores, pero no es comunidad mesiánica.
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego."
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espiritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto (Lucas 3, 15-16. 21-22)
Pero hoy no quiero comentar ese primer bautismo histórico de Jesús, que fue el comienzo de su actividad, sino su “segundo bautismo”, que se celebra en la Iglesia como fiesta de Pascua. Mataron a Jesús, pareció fracasar su proyecto de Reino. Pero, en contra de lo que hubieran esperado casi todos, la Muerte de Jesús como principio de un nuevo nacimiento, es decir, como un Bautismo para la Vida Nuevo, es decir, para el Reino de Dios y no simplemente para el perdón de los pecados.
A partir de esa experiencia de morir dandor vida, expresada en el bautismo en nombre de Jesús, nació la iglesia. Por eso, hoy quiero hablar del nacimiento cristiano, es decir, del bautismo, en una sociedad que está polarizada entre el aborto o no-aborto, de un modo quizá más político que cristiano. El reto y tarea de la Iglesia es ofrecer a los hombres y mujeres el Bautismo de Jesús (como ha proclamado Mt 28, 16-20). De ese bautismo, entendido como Nuevo Nacimiento quiero hablar hoy, día del Bautismo de Jesús.
Punto de partida
A partir de la una Cruz ha empezado la gran transformación de algunos seguidores de Jesús, que no han vuelto para juntarse ante un cadáver, lanzando proclamas de fidelidad o de venganza, sino para descubrir, más allá de su fracaso (todos son fracasados), un camino de vida universal, una luz de pascua, un nuevo Bautismo. No tienen (ni necesitan) un monumento funerario donde reunirse, pues a Jesús le han enterrado en una tumba desconocida o su tumba ha quedado abierta y vacía, sin que se sepa donde se encuentra su cadáver.
Esos seguidores no necesitan la tumba de un Jesús Muerto pues van descubriendo y encuentran, cada vez con más fuerza, al Jesús Vivo, que se expresa en las palabras de amor que ellos recuerdan y en el amor de la comunidad en que se integran, esperando su vuelta inmediata. Pero Jesús no llega como ellos esperan (en las nubes del cielo, como el rayo que alumbra todo el universo), sino que, mientras van esperando, ellos descubren que Jesús se encuentra ya con ellos. De esa forma, el escándalo del fracaso de Jesús (¡no logró triunfar, todos le han matado!) se transforma en experiencia de nacimiento, desde Dios, en gratuidad, para la vida compartida, tal como se expresa en el primero de los signos de la Iglesia, que es el Bautismo.
El pórtico de la iglesia, experiencia de nuevo nacimiento
Desde ese fondo retomamos algunos elementos de más conocidos de la discusión actual sobre el nacimiento humano, desde el punto de vista eugenésico, antropológico, filosófico. Se trata de aprender a nacer, nacer de nuevo, retomando nuestra experiencia del bautismo. Ésta es una tarea que solía realizarse en el pórtico (o en el atrio) de la Iglesia. Para bautizar a los niños o adultos, introduciéndoles en la Iglesia, es necesario comenzar realizando una tarea previa de humanización, de liberación personal, en el pórtico de la Iglesia:
1. De la eugenesia “científica” al nacimiento personal. Aquellos que quieren resolver de un modo simplemente científico el misterio de la vida humana, a través de un tipo de eu-genesia, organizada por algunos sabios del sistema o por el sistema en su conjunto (que al final da lo mismo), acaban destruyendo al hombre, haciéndole un objeto de ley, alguien manejado desde fuera.
En contra ese tipo de eugenesia, la experiencia pascual del nuevo nacimiento sólo puede expresarse allí donde cada hombre o mujer nace en amor, para la libertad, de manera que pueda ser él mismo, de un modo personal, por gracia, como ser distinto y autónomo, con valor infinito, Hijo de Dios, para hacer de sí mismo lo que él quiera (lo que él se quiera, como decía San Juan de la Cruz, refiriéndose a Dios). En libertad, como Hijo de Dios, vivió Jesús, en la pequeñez y riesgo de su entrega a favor de los demás, creando una comunión libre y gozosa de personas. Como a Hijo suyo, vida de su vida, lo ha resucitado el Padre.
2. Una antropología del nacimiento personal. Siendo hijo de Dios (y de sus padres, en una sociedad determinada), cada uno es “hijo de sí mismo” (como decía D. Quijote, es decir: “hijo de sus obras”. En esa línea podemos recuperar la “mayéutica” de Sócrates, aquel que quería enseñar a los atenienses del siglo V a. C., para que pudieran vivir en libertad, dialogando con los demás y siendo responsables de sí mismos.
Por decir lo que decía y enseñar como enseñaba, en libertad, sobre el sistema político de Atenas, Sócrates fue condenado a morir, como será condenado Jesús. En esa línea defendemos la exigencia y valor de una educación racional para la paz y para el diálogo; pero añadiendo que ella tiene que dejar a cada hombre en libertad ante sí mismo, sin encerrarle de antemano en un sistema de ley. Sólo así, en una paz y amor que se expresa de manera generosa, abierta a todos, en gratuidad, sabiendo que ser es dar (=darse) y no imponer, se expresa la verdad cristiana. Este es el bautismo racional que todos necesitamos.
3. El hombre, ser natal. Así lo había definido una judía (H. Arendt: La condición humana) y así lo ha destacado un filósofo “racionalista” como J. Habermas en su mejor alegato contra la manipulación genética (El futuro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona 2002), que ahora interpreto en un sentido cristiano. Ciertamente, el ser humano nace de sus obras pero, en último término, “nace de Dios”, es decir, de la Gracia Absoluta, para vivir en libertad.
Quiero insistir en eso: al decir que el hombre es un ser natal, estamos suponiendo que nace en libertad (desde Dios), de manera que pueda ser autónomo, aunque siempre en compañía, asumiendo de manera personal unas opciones que ninguna iglesia o sociedad puede imponerle. Los que afirman que el hombre es un ser natal (alguien que nace desde el mismo Dios) deben comprometerse a acoger y educar a cada ser humano “para la diferencia y la libertad en el amor”, impulsándole a vivir en libertad y dejándole que sea como él quiera, creando así su propio futuro.
Dejar que el hombre nazca significa no trazarle previamente los caminos, sino estar preparados para la sorpresa de aquello que puede ser y será, partiendo de una libertad ciertamente “acompañada”, pero nunca manipulada desde fuera. Sólo en esta base se funda la paz humana, que será siempre sorprendente, algo que no podemos predecir de antemano, pues no existe todavía, sino que es objeto de esperanza, algo que serán y harán aquellos que vienen tras nosotros.
En la Iglesia: bautizar a los hombres y mujeres.
Cierta iglesia actual se preocupa más de las leyes sociales del aborto (cosa buena) que de la experiencia y tarea del bautismo, que es la tarea propiamente cristiana. La iglesia existe en la medida en que es capaz de ofrecer un espacio de nacimiento (es decir, de bautismo) a los niños y a los mayores.
En este contexto se sitúa la experiencia cristiana del bautismo, como sacramento que expresa el nacimiento desde Dios, una experiencia de filiación divina celebrada y compartida en comunión de iglesia. Entendido así, como expresión de la gracia de Dios Padre de la que nacemos a la vida en libertad y amor, el bautismo no tiene por qué hallarse vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta.
Pero en sentido fuerte la iglesia lo ha relacionado especialmente con los niños, de manera que su celebración puede entenderse como nacimiento desde Dios, para la vida universal, para la comunión gratuita de sus hijos. Allí donde un nacimiento puramente humano pudiera interpretarse como expresión de fatalidad o de miego, la iglesia lo celebra como presencia de Dios, experiencia y esperanza de gracia compartida.
La Iglesia no bautiza al niño en nombre del sistema, de un estado, de una patria o de una economía, sino para declararle Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, en fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer en esa fraternidad y para ella. De aquí brota, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia. ¿Debe bautizar todavía, en este tiempo (año 2010), garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad gratuita y gozosa? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida del niño?
Ciertamente, las afirmaciones tradicionales sobre un bautismo que borra el pecado original, y que permite que los niños vayan al cielo si mueren, siguen siendo válidas en un sentido. Pero nadie las toma ya de una manera literal estricta. Bautizados o no, los niños son hijos de Dios y pertenecen al misterio de su Vida, al camino de su cielo. La iglesia no les bautiza para quitarles un pecado de muerte (de manera que si no hubiera bautismo irían al limbo o al infierno), sino para celebrar de un modo solemne su nacimiento a la Vida, que es don del Padre, camino de gracia, que se abre a la fraternidad universal y nos permite superar los riesgos de ley y muerte del sistema.
Españolito que vas a nacer. ¿Podemos bautizar a los niños?
Al llegar a este contexto, muchos recordamos unos versos de Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos españas te va a helar el corazón” («Proverbios y cantares LIII», en Campos de Castilla CXXXVI (1907-1917). Este españolito realísimo (chinito o yanki, bahutu o favelado) crecerá de hecho en un mundo dividido en el que unos condenamos a otros diciendo que ellos, los distintos, tienen corazón de hielo, de violencia o de venganza. Pues bien, en una situación como esa ¿podremos llevar a ese “españolito” a la comunidad cristiana y decirle que nos alegramos de que haya nacido, ofreciéndole el agua de la vida y la sal de la fraternidad universal? ¿Podemos decirle en la comunidad que todos seremos sus padres, hermanos, amigos y colegas?
Ésta es, a mi juicio, la gran pregunta y tarea de la Iglesia: ¿Se atreverá a ofrecer a los niños y adultos un espacio de crecimiento en amor y en libertad, sin que una de las dos Españas, o una de las dos Iglesias, le destruya el corazón? La Iglesia es una pila bautismal: un espacio donde se ofrece el signo del agua de la vida (en nombre de Jesús o de la Trinidad), superando el enfrentamiento de las dos Españas o de las dos Iglesias, en espacio de amor donde caben todos.
Éste es a mi juicio el lugar donde se recibe y celebra la paz, el lugar donde se acoge y construye la vida cristiana, como lo expresaron de hecho los primeros cristianos, al concretar su signo en un bautismo que nos introduce en la Vida/Muerte de Jesús, diciendo que nacemos a una vida en Gratuidad, en la que todos somos hermanos.
La paz cristiana (que es ofrecimiento de Reino, concordia universal) sólo tiene sentido ante la pila del agua bautismal, donde la comunidad celebra cada año la Vida de Dios, en la Vigilia de Pascua. Sólo podemos llamarnos Iglesia allí donde, reunidos en torno la Cruz, queremos que Jesús sea el último sacrificado de la historia humana, prometiendo “de pensamiento, de palabra o de obra” no asesinar nunca más a nadie, no expulsar a nadie, no dividir nunca la comunidad. Sólo somos iglesia si es que nos reunimos en torno a la pila bautismal, para prometerle y ofrecerle al niño (o adulto) bautizado el gozo de nuestra vida y compañía pacificada.
El tema de la Iglesia
El tema no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para aquellos a quienes bautiza. La cuestión consiste en saber si las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz”. Desde este fondo el tema de la eugenesia recibe un sentido mucho más hondo.
El Magisterio católico está ofreciendo una doctrina valiosa sobre los riesgos de la manipulación genética, que yo admito gozoso. Pero a veces tengo la impresión de que se sitúa en un plano más biológico que personal y social. Lo que a la iglesia ha de importarle es el nacimiento eclesial (comunitario) de los hombres, sea cual haya sido el proceso biológico de su gestación.
En cierto sentido, me da casi igual que un niño haya nacido con ayudas técnicas de un tipo o de otro; no me importa mucho que se le hayan podido introducir algunas modificaciones en la dotación genética, antes de la implantación del óvulo fecundado... Lo que me sorprende y emociona de verdad es que cada niño que viene es Dios que llega, cada nacimiento es Navidad.
Lo que me importa es que ese niño tenga personas que le reciban y acompañen en el camino de la maduración verdaderamente humana, de manera que pudiera decirse: españolito o vasquito que vas a nacer, la humanidad gozosa de tu pueblo y de tu iglesia, en comunión con todos los hombres y mujeres de la tierra, te ofrece una cuna y camino caliente de amor.
La iglesia es comunidad de las gentes que creen en la vida, a partir del testimonio de Jesús, gentes que dicen a cada de los hombres y mujeres, y en especial a los niños e impedidos: ¡Vive! Entendido de esa forma, el bautismo de los niños resulta inseparable del gesto de acogida a los excluidos y rechazados de la sociedad. Una iglesia que bautiza a un niño pero no ofrece espacio en su vida a los huérfanos-viudas-extranjeros, a los que se refiere tradición bíblica de Israel (y de un modo convergente Mt 25, 31-46), no es cristiana. Puede ser una buena sociedad de méritos y honores, pero no es comunidad mesiánica.
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