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sábado, 9 de enero de 2010

El Bautismo de Jesús y el nuestro

Bautismo del Señor (Lucas 3, 15-16.21-22) - Ciclo C
Por Fernando Torres Pérez, cmf

Como sacerdote, me ha tocado celebrar muchos bautizos. Siempre procuro hablar antes con los padres para tratar de conocer sus intenciones. Y, como es preceptivo, todos han hecho el cursillo que en muchas parroquias se les imparte para que sepan lo que van a hacer. Pues bien, aún así he visto que para muchos no era más que un rito por el que había que pasar como parte del más amplio rito social que supone la celebración de la vida nueva que nace en la familia. Aunque con sus labios me decían que tenían intención de educar a su hijo en la fe católica, la realidad me decía que muy difícilmente le iban a educar los que ellos mismos carecían en la práctica de esa fe ni tenían mucha idea de lo que era.
Durante mucho tiempo hemos pensado en los sacramentos, y especialmente en este del Bautismo, como una especie de automatismo sagrado. Lo mismo que damos al interruptor y se enciende la luz, cuando se bautiza al bebé, se le abre una conexión nueva que le da una especial protección de Dios. Independientemente de lo que hagan sus padres y de lo que haga el mismo bebé cuando crezca, esa conexión seguirá abierta. Para siempre será un católico. Lo malo es que el sacramento del bautismo no es eso.


Jesús se bautizó

El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús bautizándose. Sí, ¡bautizándose! Y es obvio que a Jesús no le hacía falta abrir esa conexión directa con Dios. Él ya era Hijo de Dios. Pero se bautizó. El Evangelio le muestra bautizándose en medio de la multitud. Ni siquiera es una celebración de esas individuales que tanto le gustan a algunas familias que no desean mezclarse con la masa. Jesús se bautiza. Y ese rito le lleva a la oración que le hace consciente de alguna manera de su especial relación con Dios, con su Padre, al que desde entonces llamará “abbá”, que traducido viene a ser algo así como “papaíto”.
Es que Jesús –no hay que olvidarlo– era plenamente hombre, hombre con todas las consecuencias. Cuando Dios se encarna –lo que hemos celebrado en estas Navidades–, lo hace con todas las consecuencias. También Jesús necesitó crecer e ir haciendo suya poco a poco su propia identidad, como hemos hechos todas las generaciones de hombres y mujeres que en el mundo ha habido, hay y habrá. Su bautismo marca ese momento en el que Jesús toma conciencia de lo que es y de su misión. Hay un antes y un después en su vida. A partir del bautismo, comienza otra vida para Jesús. Ya sabemos a dónde le condujo esa especial relación con Dios, su Padre, su Abbá.
El sacramento del Bautismo es, debería ser, mucho más que un rito con efectos inmediatos y milagrosos. El rito no es más que el momento en que se celebra lo que en realidad debería ser un proceso largo, de años, en el que el niño o la niña va creciendo y asumiendo su condición de creyente en Jesús, en su Evangelio. Tal y como lo celebramos hoy en día, el bautismo no es más que el rito que señala el inicio de ese proceso. Y, me atrevería a decir, el sacramento de la confirmación debería marcar un cierto final de ese proceso. Pero ese es otro cantar (sobre todo porque para muchos desgraciadamente la confirmación marca el fin de su relación con la iglesia y con la fe).


Y el Bautismo le cambió la vida

A Jesús su bautismo le llevó a un cambio de vida profundo. A partir de aquel momento dejó de ser un personaje anónimo para comenzar a ser aquel que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”, como dice la segunda lectura. Su bautismo fue fruto posiblemente de su encuentro con las escrituras, con la Palabra.
Seguro que leyó y meditó en su corazón muchas veces el texto de Isaías que se recoge en la primera lectura de hoy. Le define a él, define su estilo de vida, su forma de comportarse, su forma de revelar y manifestar a todos el amor de Dios, de su Abbá. Conviene releerlo con tranquilidad porque también define lo que debería ser nuestro estilo de vida como discípulos suyos.
Viene todo esto a concluir en que deberíamos revisar nuestra idea del bautismo. Y también nuestras celebraciones. Y nuestra forma de prepararlas. Y de vivirlas y asumirlas personalmente. Para que el bautismo marque realmente la vida de la persona. Para que la persona sea consciente de lo que hace. Y lo haga porque realmente quiera.
El bautismo no nos añade una especial protección de Dios. Ésa la tenemos siempre con nosotros. Su amor no nos fallará. Por supuesto. El bautismo es otra cosa, significa nuestra incorporación voluntaria a la comunidad cristiana, nuestro compromiso de ser discípulos suyos y de vivir de acuerdo con su Evangelio. En el bautismo Dios bendice ese compromiso. Pero si no hay compromiso, no hay nada que bendecir...

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