Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 34-44
Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Éste es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a los campos y poblaciones cercanos a comprar algo para comer».
Él respondió: «Denles de comer ustedes mismos».
Ellos le dijeron: «¿Tendríamos que ir a comprar doscientos denarios de pan para dar de comer a todos?»
Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados».
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces Él tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
El conocimiento de Dios no es de naturaleza puramente teórica (tampoco, claro está, es de naturaleza técnica). Dios no es simplemente una “cosa misteriosa” invisible a los sentidos. Pero tampoco es posible conocer de verdad a una persona si lo miramos con los ojos meramente inquisitoriales de un investigador de la naturaleza o de un ingeniero. A la persona no es posible conocerla de verdad si no es amándola. Y lo mismo ocurre con Dios. Una de las raíces del ateísmo contemporáneo está en haber pretendido hacer de Dios un “objeto” más del conocimiento filosófico o científico. Sin una actitud positiva, amorosa, no es posible conocer a Dios. Y de aquí podemos concluir la verdad recíproca: quien conoce de verdad a Dios y cree en Él no puede no amar. Pues la fe es una forma activa de conocimiento (sus expresiones principales son la confianza y la fidelidad) que lleva necesariamente a un modo de vida. El amor, de hecho, no es un “mandamiento”, en el sentido de una norma moral, sino que es la vida de Dios, que el Padre nos ha mandado (enviado) por medio de su Hijo y del Espíritu, para que podamos participar de ella. La esencia del amor está, pues, en esa iniciativa de Dios en nuestro favor, que nosotros podemos hacer nuestra, acogiendo y escuchando a Jesús.
Jesús continúa de manera natural, en sus palabras y obras, ese movimiento de Dios hacia nosotros. Su Palabra, de hecho, no es una mera doctrina religiosa, sino que es un Verbo eficaz, que obra y va acompañado de signos reales y concretos a favor de los hombres. Por ese motivo, tras haber predicado a sus seguidores, no los despacha para que “se busquen la vida”. Si su Palabra es una palabra de vida, no puede no responder de modo concreto al hambre tanto espiritual como física de aquellos hombres. Por ello, se niega a despacharlos. Y no sólo. La Palabra acogida por los discípulos ha de obrar en ellos las mismas disposiciones que vemos en Jesús. De ahí ese mandato que parece un reto que ordena un imposible: “dadles vosotros de comer”. Es como si dijera, si sois mis discípulos, “si habéis entendido mi Palabra, ocupaos vosotros de las necesidades de esta grey que es también la vuestra”. Jesús realiza en sí e implica a sus discípulos, a nosotros, en la realización de esa vinculación necesaria entre fe y amor de que nos hablaba Juan. Aquí entendemos que el Concilio Vaticano II haya proclamado que la Eucaristía es cima y fuente de la vida cristiana: el Pan y la Palabra, Cristo mismo, celebrado en la liturgia, nos envían al servicio diaconal de nuestros hermanos.
Saludos cordiales.
José M.ª Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Éste es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a los campos y poblaciones cercanos a comprar algo para comer».
Él respondió: «Denles de comer ustedes mismos».
Ellos le dijeron: «¿Tendríamos que ir a comprar doscientos denarios de pan para dar de comer a todos?»
Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados».
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces Él tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Compartiendo la Palabra
El conocimiento de Dios no es de naturaleza puramente teórica (tampoco, claro está, es de naturaleza técnica). Dios no es simplemente una “cosa misteriosa” invisible a los sentidos. Pero tampoco es posible conocer de verdad a una persona si lo miramos con los ojos meramente inquisitoriales de un investigador de la naturaleza o de un ingeniero. A la persona no es posible conocerla de verdad si no es amándola. Y lo mismo ocurre con Dios. Una de las raíces del ateísmo contemporáneo está en haber pretendido hacer de Dios un “objeto” más del conocimiento filosófico o científico. Sin una actitud positiva, amorosa, no es posible conocer a Dios. Y de aquí podemos concluir la verdad recíproca: quien conoce de verdad a Dios y cree en Él no puede no amar. Pues la fe es una forma activa de conocimiento (sus expresiones principales son la confianza y la fidelidad) que lleva necesariamente a un modo de vida. El amor, de hecho, no es un “mandamiento”, en el sentido de una norma moral, sino que es la vida de Dios, que el Padre nos ha mandado (enviado) por medio de su Hijo y del Espíritu, para que podamos participar de ella. La esencia del amor está, pues, en esa iniciativa de Dios en nuestro favor, que nosotros podemos hacer nuestra, acogiendo y escuchando a Jesús.
Jesús continúa de manera natural, en sus palabras y obras, ese movimiento de Dios hacia nosotros. Su Palabra, de hecho, no es una mera doctrina religiosa, sino que es un Verbo eficaz, que obra y va acompañado de signos reales y concretos a favor de los hombres. Por ese motivo, tras haber predicado a sus seguidores, no los despacha para que “se busquen la vida”. Si su Palabra es una palabra de vida, no puede no responder de modo concreto al hambre tanto espiritual como física de aquellos hombres. Por ello, se niega a despacharlos. Y no sólo. La Palabra acogida por los discípulos ha de obrar en ellos las mismas disposiciones que vemos en Jesús. De ahí ese mandato que parece un reto que ordena un imposible: “dadles vosotros de comer”. Es como si dijera, si sois mis discípulos, “si habéis entendido mi Palabra, ocupaos vosotros de las necesidades de esta grey que es también la vuestra”. Jesús realiza en sí e implica a sus discípulos, a nosotros, en la realización de esa vinculación necesaria entre fe y amor de que nos hablaba Juan. Aquí entendemos que el Concilio Vaticano II haya proclamado que la Eucaristía es cima y fuente de la vida cristiana: el Pan y la Palabra, Cristo mismo, celebrado en la liturgia, nos envían al servicio diaconal de nuestros hermanos.
Saludos cordiales.
José M.ª Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/
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