Bautismo del Señor (Lucas 3, 15-16.21-22) - Ciclo C
Por Enrique Martínez Lozano
Por Enrique Martínez Lozano
El relato se refiere a un acontecimiento –el bautismo de Jesús- que resultaba incómodo a la primera comunidad cristiana, porque el hecho de hacerse bautizar parecía ensombrecer la figura del Maestro y llevaba a la gente a plantearse por qué necesitó ser bautizado.
En un probable intento de explicación, el apócrifo Evangelio de los Hebreos lo narra de este modo:
“La madre de Jesús y sus hermanos le dijeron: Juan el Bautista bautiza para el perdón de los pecados; vayamos a ser bautizados. Pero él les respondió: ¿Qué pecado he cometido para ir a bautizarme? Con todo, puede que estas palabras mías contengan el pecado de ignorancia”.
La incomodidad tampoco terminaba ahí. Los discípulos del Bautista argüían que su maestro era más importante, puesto que había bautizado a Jesús. Quizás para silenciar ese hecho, Lucas presenta a Jesús, dentro de “un bautismo general”, después de haber narrado que Juan había sido encarcelado por Herodes (3,20).
Es más que probable que Jesús lo viviera con absoluta normalidad. Son luego los discípulos quienes, en el proceso simultáneo de idealización del Maestro y de enfrentamiento con los seguidores de Juan, sintieran la necesidad de limar todo aquello que, a su juicio, podía ensombrecer su figura.
Los humanos conocemos bien tanto ese mecanismo que nos lleva a ocultar nuestro “lado oscuro” o simplemente débil, como aquel otro por el que nos devanamos en justificar la pretendida superioridad de “lo nuestro”.
Más allá de esas “anécdotas”, lo que parece quedar claro es que nos hallamos ante uno de los textos más importantes del tercer evangelio, en el que Lucas quiere presentar un testimonio divino sobre Jesús. Por otro lado, tal como lo redacta, da la impresión de que vincula la efusión del Espíritu, no tanto al bautismo en sí, cuanto a la oración del propio Jesús. No olvidemos que el tema de la oración va a ocupar un lugar destacado en este evangelio.
Los signos que acompañan al relato, ya presentes en el evangelio de Marcos, están cargados de resonancias bíblicas.
• El “cielo que se abre” no es sino el cumplimiento del anhelo profético: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…!” (Isaías 63,19).
• La “paloma” es imagen del Espíritu o Dinamismo divino que, “aleteando sobre las aguas”, pone en marcha la creación, según el libro del Génesis (2,1).
• Las palabras que “vienen del cielo” son un eco del Salmo 2: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (2,7) y del primer canto del Siervo de Yhwh: “Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu para que traiga la salvación a las naciones” (Isaías 42,1).
Con todo ello, el evangelio presenta a Jesús como el hombre totalmente lleno del Espíritu, y reconocido como el Hijo amado del Padre.
Tanto la expresión “Hijo amado de Dios”, como la de “habitado por el Espíritu de Dios”, en un nivel de conciencia mítico, se entienden en un sentido literal y remiten directamente a un cielo separado. En un nivel de conciencia transpersonal, se perciben como metáforas equivalentes que expresan el ser más profundo de Jesús y el de cada ser humano.
“Hijo de Dios” habla del Origen, la Fuente, la Raíz, la Unidad originaria, de donde nacemos y a quien expresamos. “Somos” expresión del Misterio o el Misterio que se expresa y se vive en “nosotros”. “Habitado por el Espíritu” es todo ser, aunque él mismo lo ignore.
De ese modo, ambas expresiones apuntan nada menos que a nuestra identidad más honda y verdadera, más allá del yo aparente o yo particular con el que nuestra mente tiende a identificarnos.
Todo ello los cristianos lo hemos afirmado de Jesús durante veinte siglos. Ahora, dentro del progresivo despliegue de la conciencia, venimos a descubrir y a experimentar que eso es lo que somos todos…, aunque todavía nos cueste reconocerlo.
A medida que lo vamos experimentando, aunque sólo sea en forma de atisbos o vislumbres, todo se va llenando de sentido y coherencia. Cae todo dualismo y emerge la Unidad no-dual. Empezamos a tomar distancia del yo, despertando de su sueño de ignorancia y sufrimiento, de miedo y soledad, para reconocernos en lo que realmente somos y siempre hemos sido: la Vida sin límite, la Presencia autoconsciente y plena.
A partir de esa “nueva conciencia”, gracias a la comprensión que nace de ella, es posible un nuevo comportamiento, caracterizado por la experiencia de la unidad y la vivencia del Amor. Y ello ocurre en la medida en que, desde la nueva percepción, aprendemos a vivirnos en presente.
Por eso, en esta fiesta del bautismo de Jesús, quiero trascribir unas palabras del conocido maestro zen Thich Nhat Hanh, que expresan bien esa nueva conciencia vivida en situaciones cotidianas “difíciles”.
En septiembre de 2009, los 400 monjes vietnamitas de Bat Nha fueron expulsados violentamente de su monasterio y algunos de ellos arrestados por ejercer su derecho a la libertad religiosa y de pensamiento.
Mientras los soldados destrozaban ventanas y puertas, arrojando sus pertenencias personales, los monjes permanecieron en la sala de meditación en absoluto silencio y meditando, sin generar odio ni violencia.
Thich Nhat Hanh entregó este texto para ser leído por las sanghas (comunidades) locales al empezar sus meditaciones sentadas.
“Invitamos a la Sangha [comunidad] a volver a la respiración consciente de modo que nuestra energía colectiva de Plena Conciencia nos lleve como a un solo organismo a fluir como un río, sin más separación.
Permitid que la totalidad de la Sangha [comunidad] respire como un cuerpo, genere paz como un cuerpo y sea libre como un cuerpo. Permitíos trascender la frontera de la ilusión, liberados del complejo de superioridad, del complejo de inferioridad y del complejo de igualdad.
Somos conscientes de que la felicidad y el sufrimiento de todo el mundo son también nuestro propio sufrimiento y felicidad. Somos uno con quienes están atrapados en situaciones de opresión; también somos uno con los opresores. Nos vemos a nosotros mismos en toda la humanidad y a toda la humanidad en nosotros.
Somos uno con la gente buena y sabia que vive en cualquier parte del mundo. Somos uno con aquellos que son capaces de abrazar la totalidad del mundo con su corazón de amor y sus dos brazos de acción compasiva.
Tenemos la suficiente paz, alegría y libertad para ser capaces de ofrecer la ausencia de miedo y la alegría de vivir a todos los seres que viven a nuestro alrededor.
Sabemos que no estamos solos. El amor y la alegría de los grandes seres que están presentes en el mundo nos están ayudando para no dejarnos caer en la desesperación y para mostrarnos el camino de la comprensión, la compasión y la acción correcta”.
Al venir a la Presencia, que todo integra y abraza, emerge la no-dualidad. Nos desidentificamos de nuestro yo particular y nos reconocemos como la Conciencia. Empezamos viniendo a la Presencia y, al venir a ella, experimentamos que somos Presencia. Esa es nuestra verdadera identidad, “hijos amados de Dios” y “plenamente habitados por el Espíritu”.
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
En un probable intento de explicación, el apócrifo Evangelio de los Hebreos lo narra de este modo:
“La madre de Jesús y sus hermanos le dijeron: Juan el Bautista bautiza para el perdón de los pecados; vayamos a ser bautizados. Pero él les respondió: ¿Qué pecado he cometido para ir a bautizarme? Con todo, puede que estas palabras mías contengan el pecado de ignorancia”.
La incomodidad tampoco terminaba ahí. Los discípulos del Bautista argüían que su maestro era más importante, puesto que había bautizado a Jesús. Quizás para silenciar ese hecho, Lucas presenta a Jesús, dentro de “un bautismo general”, después de haber narrado que Juan había sido encarcelado por Herodes (3,20).
Es más que probable que Jesús lo viviera con absoluta normalidad. Son luego los discípulos quienes, en el proceso simultáneo de idealización del Maestro y de enfrentamiento con los seguidores de Juan, sintieran la necesidad de limar todo aquello que, a su juicio, podía ensombrecer su figura.
Los humanos conocemos bien tanto ese mecanismo que nos lleva a ocultar nuestro “lado oscuro” o simplemente débil, como aquel otro por el que nos devanamos en justificar la pretendida superioridad de “lo nuestro”.
Más allá de esas “anécdotas”, lo que parece quedar claro es que nos hallamos ante uno de los textos más importantes del tercer evangelio, en el que Lucas quiere presentar un testimonio divino sobre Jesús. Por otro lado, tal como lo redacta, da la impresión de que vincula la efusión del Espíritu, no tanto al bautismo en sí, cuanto a la oración del propio Jesús. No olvidemos que el tema de la oración va a ocupar un lugar destacado en este evangelio.
Los signos que acompañan al relato, ya presentes en el evangelio de Marcos, están cargados de resonancias bíblicas.
• El “cielo que se abre” no es sino el cumplimiento del anhelo profético: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…!” (Isaías 63,19).
• La “paloma” es imagen del Espíritu o Dinamismo divino que, “aleteando sobre las aguas”, pone en marcha la creación, según el libro del Génesis (2,1).
• Las palabras que “vienen del cielo” son un eco del Salmo 2: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (2,7) y del primer canto del Siervo de Yhwh: “Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu para que traiga la salvación a las naciones” (Isaías 42,1).
Con todo ello, el evangelio presenta a Jesús como el hombre totalmente lleno del Espíritu, y reconocido como el Hijo amado del Padre.
Tanto la expresión “Hijo amado de Dios”, como la de “habitado por el Espíritu de Dios”, en un nivel de conciencia mítico, se entienden en un sentido literal y remiten directamente a un cielo separado. En un nivel de conciencia transpersonal, se perciben como metáforas equivalentes que expresan el ser más profundo de Jesús y el de cada ser humano.
“Hijo de Dios” habla del Origen, la Fuente, la Raíz, la Unidad originaria, de donde nacemos y a quien expresamos. “Somos” expresión del Misterio o el Misterio que se expresa y se vive en “nosotros”. “Habitado por el Espíritu” es todo ser, aunque él mismo lo ignore.
De ese modo, ambas expresiones apuntan nada menos que a nuestra identidad más honda y verdadera, más allá del yo aparente o yo particular con el que nuestra mente tiende a identificarnos.
Todo ello los cristianos lo hemos afirmado de Jesús durante veinte siglos. Ahora, dentro del progresivo despliegue de la conciencia, venimos a descubrir y a experimentar que eso es lo que somos todos…, aunque todavía nos cueste reconocerlo.
A medida que lo vamos experimentando, aunque sólo sea en forma de atisbos o vislumbres, todo se va llenando de sentido y coherencia. Cae todo dualismo y emerge la Unidad no-dual. Empezamos a tomar distancia del yo, despertando de su sueño de ignorancia y sufrimiento, de miedo y soledad, para reconocernos en lo que realmente somos y siempre hemos sido: la Vida sin límite, la Presencia autoconsciente y plena.
A partir de esa “nueva conciencia”, gracias a la comprensión que nace de ella, es posible un nuevo comportamiento, caracterizado por la experiencia de la unidad y la vivencia del Amor. Y ello ocurre en la medida en que, desde la nueva percepción, aprendemos a vivirnos en presente.
Por eso, en esta fiesta del bautismo de Jesús, quiero trascribir unas palabras del conocido maestro zen Thich Nhat Hanh, que expresan bien esa nueva conciencia vivida en situaciones cotidianas “difíciles”.
En septiembre de 2009, los 400 monjes vietnamitas de Bat Nha fueron expulsados violentamente de su monasterio y algunos de ellos arrestados por ejercer su derecho a la libertad religiosa y de pensamiento.
Mientras los soldados destrozaban ventanas y puertas, arrojando sus pertenencias personales, los monjes permanecieron en la sala de meditación en absoluto silencio y meditando, sin generar odio ni violencia.
Thich Nhat Hanh entregó este texto para ser leído por las sanghas (comunidades) locales al empezar sus meditaciones sentadas.
“Invitamos a la Sangha [comunidad] a volver a la respiración consciente de modo que nuestra energía colectiva de Plena Conciencia nos lleve como a un solo organismo a fluir como un río, sin más separación.
Permitid que la totalidad de la Sangha [comunidad] respire como un cuerpo, genere paz como un cuerpo y sea libre como un cuerpo. Permitíos trascender la frontera de la ilusión, liberados del complejo de superioridad, del complejo de inferioridad y del complejo de igualdad.
Somos conscientes de que la felicidad y el sufrimiento de todo el mundo son también nuestro propio sufrimiento y felicidad. Somos uno con quienes están atrapados en situaciones de opresión; también somos uno con los opresores. Nos vemos a nosotros mismos en toda la humanidad y a toda la humanidad en nosotros.
Somos uno con la gente buena y sabia que vive en cualquier parte del mundo. Somos uno con aquellos que son capaces de abrazar la totalidad del mundo con su corazón de amor y sus dos brazos de acción compasiva.
Tenemos la suficiente paz, alegría y libertad para ser capaces de ofrecer la ausencia de miedo y la alegría de vivir a todos los seres que viven a nuestro alrededor.
Sabemos que no estamos solos. El amor y la alegría de los grandes seres que están presentes en el mundo nos están ayudando para no dejarnos caer en la desesperación y para mostrarnos el camino de la comprensión, la compasión y la acción correcta”.
Al venir a la Presencia, que todo integra y abraza, emerge la no-dualidad. Nos desidentificamos de nuestro yo particular y nos reconocemos como la Conciencia. Empezamos viniendo a la Presencia y, al venir a ella, experimentamos que somos Presencia. Esa es nuestra verdadera identidad, “hijos amados de Dios” y “plenamente habitados por el Espíritu”.
Enrique Martínez Lozano
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