Todos hemos estado alguna vez en una estancia oscura. La única manera de podernos mover por ese lugar con ciertas garantías es encontrando algún punto de apoyo. Sobre él aseguraremos nuestros pasos, o al menos nuestra estabilidad si damos algún tropiezo. En los relatos de la resurrección de Jesús los discípulos parecen personas que se mueven en un espacio a oscuras. Y buscan puntos de apoyo que puedan sostener su caminar. La mayoría de las veces es Jesús mismo el que viene en su ayuda.
Iª Lectura: Hechos (5, 12-16).
Pertenece al conjunto llamado de los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo presenciaban.
Fuente: Gerardo Sánchez Mielgo, OP
IIª Lectura: Apocalipsis (1, 9-19).
El fragmento recoge la primera visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar: a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación, intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al Evangelio movidos por una gran esperanza.
Fuente: Gerardo Sánchez Mielgo, OP
IIIª Lectura (Jn 20, 19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba
III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.
III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
1. Tomás el apóstol no tiene buena fama. Se le suele presentar como el desconfiado y el incrédulo. Como quien permanece en su cerrazón de no aceptar la resurrección cuando todos los demás lo daban ya como un hecho. Y sin embargo, la actitud de Tomás no nos tiene que resultar tan extraña. En cierta medida personifica una parte de nosotros mismos. La que duda y se interroga sobre la autenticidad de nuestra fe.
2. Aunque la expresión de Tomás resulte exagerada por su deseo de palpar al resucitado, su demanda no deja de expresar una realidad. Y es que la fe necesita puntos de apoyo. La fe no es un castillo en el aire. Se asienta en una vivencia, en una forma de experiencia. A Tomás no le falta algo de razón. Es cierto que la fe no puede contar con evidencias matemáticas. Como por otra parte nada que se corresponda con el ámbito relacional del ser humano puede contar con este tipo de evidencia. Ni la amistad, ni el amor, ni el apoyo de determinadas personas, está garantizado con una certeza irrefutable. Pero nuestras relaciones se sostienen sobre indicios y huellas. También la fe se edifica sobre indicios.
3. Indicios de la fe hay varios y de diversos tipos. Entre ellos resalta la bondad que el corazón humano pueda acoger y reflejar en las relaciones con los demás. Que en la vida humana haya bondad, desinterés, generosidad…, aunque sea de manera fragmentaria e interrumpida, es uno de los mayores signos de la presencia de Dios. También la entrega de la Iglesia a la causa del ser humano. Entrega sostenida por esos signos de la presencia de Dios que son los sacramentos y la oración.
4. En el evangelio de este domingo se nos presentan además dos huellas importantes. La primera: que la comunidad de discípulos no rechaza a Tomás cuando expresa sus dudas. Tomás es acogido en el grupo y es aceptado con sus interrogantes y dificultades. La comunidad es tan fuerte en su fe que tiene sitio para las dudas de Tomás.
5. En segundo lugar: Jesús se adelanta a las dudas de Tomás y él mismo es el que ofrece la posibilidad de palpar su resurrección. ¡Qué gran noticia es esta! Dios pone a nuestro alcance los indicios de la fe. No se desentiende de la búsqueda y el interrogar humano si éste es honesto y sincero. Dios ama al ser humano y siempre tiene una forma de venir al encuentro del que lo busca. La búsqueda puede ser larga. Tomás necesitó una semana; otras personas necesitan años; algunos toda una vida. Pero al final, Dios siempre se encuentra con sus criaturas.
6. Este evangelio también contiene un mensaje para todas esas personas que ven con tristeza como sus hijos se alejan de esa fe que es tan importante para ellos. Hoy se nos recuerda que la fe no se impone. No se puede obligar a creer. Es una decisión de la libertad humana. Pero Dios no se despreocupa de nosotros. Acabará encontrando un modo de acercarse. Nosotros podemos ayudar manteniendo encendido el recuerdo de su rostro bondadoso. Pero no tenemos que angustiarnos. Dios viene a nuestro encuentro a su tiempo debido. Que es el de Dios. No el nuestro. Sólo se nos pide que como comunidad y personalmente hagamos sitio a los que interrogan y buscan; que sepamos acoger a los que tienen dificultades para creer en vez de cerrarles las puertas con cajas destempladas.
Comentario bíblico
La fe en la Resurrección no es puro personalismo
Iª Lectura: Hechos (5, 12-16).
Pertenece al conjunto llamado de los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo presenciaban.
Fuente: Gerardo Sánchez Mielgo, OP
IIª Lectura: Apocalipsis (1, 9-19).
El fragmento recoge la primera visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar: a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación, intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al Evangelio movidos por una gran esperanza.
Fuente: Gerardo Sánchez Mielgo, OP
IIIª Lectura (Jn 20, 19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba
III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.
III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
La fe que busca puntos de apoyo
La fe que busca puntos de apoyo
1. Tomás el apóstol no tiene buena fama. Se le suele presentar como el desconfiado y el incrédulo. Como quien permanece en su cerrazón de no aceptar la resurrección cuando todos los demás lo daban ya como un hecho. Y sin embargo, la actitud de Tomás no nos tiene que resultar tan extraña. En cierta medida personifica una parte de nosotros mismos. La que duda y se interroga sobre la autenticidad de nuestra fe.
2. Aunque la expresión de Tomás resulte exagerada por su deseo de palpar al resucitado, su demanda no deja de expresar una realidad. Y es que la fe necesita puntos de apoyo. La fe no es un castillo en el aire. Se asienta en una vivencia, en una forma de experiencia. A Tomás no le falta algo de razón. Es cierto que la fe no puede contar con evidencias matemáticas. Como por otra parte nada que se corresponda con el ámbito relacional del ser humano puede contar con este tipo de evidencia. Ni la amistad, ni el amor, ni el apoyo de determinadas personas, está garantizado con una certeza irrefutable. Pero nuestras relaciones se sostienen sobre indicios y huellas. También la fe se edifica sobre indicios.
3. Indicios de la fe hay varios y de diversos tipos. Entre ellos resalta la bondad que el corazón humano pueda acoger y reflejar en las relaciones con los demás. Que en la vida humana haya bondad, desinterés, generosidad…, aunque sea de manera fragmentaria e interrumpida, es uno de los mayores signos de la presencia de Dios. También la entrega de la Iglesia a la causa del ser humano. Entrega sostenida por esos signos de la presencia de Dios que son los sacramentos y la oración.
4. En el evangelio de este domingo se nos presentan además dos huellas importantes. La primera: que la comunidad de discípulos no rechaza a Tomás cuando expresa sus dudas. Tomás es acogido en el grupo y es aceptado con sus interrogantes y dificultades. La comunidad es tan fuerte en su fe que tiene sitio para las dudas de Tomás.
5. En segundo lugar: Jesús se adelanta a las dudas de Tomás y él mismo es el que ofrece la posibilidad de palpar su resurrección. ¡Qué gran noticia es esta! Dios pone a nuestro alcance los indicios de la fe. No se desentiende de la búsqueda y el interrogar humano si éste es honesto y sincero. Dios ama al ser humano y siempre tiene una forma de venir al encuentro del que lo busca. La búsqueda puede ser larga. Tomás necesitó una semana; otras personas necesitan años; algunos toda una vida. Pero al final, Dios siempre se encuentra con sus criaturas.
6. Este evangelio también contiene un mensaje para todas esas personas que ven con tristeza como sus hijos se alejan de esa fe que es tan importante para ellos. Hoy se nos recuerda que la fe no se impone. No se puede obligar a creer. Es una decisión de la libertad humana. Pero Dios no se despreocupa de nosotros. Acabará encontrando un modo de acercarse. Nosotros podemos ayudar manteniendo encendido el recuerdo de su rostro bondadoso. Pero no tenemos que angustiarnos. Dios viene a nuestro encuentro a su tiempo debido. Que es el de Dios. No el nuestro. Sólo se nos pide que como comunidad y personalmente hagamos sitio a los que interrogan y buscan; que sepamos acoger a los que tienen dificultades para creer en vez de cerrarles las puertas con cajas destempladas.
Fray Ricardo de Luis Carballada
Salamanca
Salamanca
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