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martes, 20 de abril de 2010

Comentario Biblico y Pautas Homileticas: "Yo y el Padre somos uno"


IV Domingo de Pascua (JUAN 10, 27-30)- Ciclo C
Por Dominicos.org

Introducción

En el domingo anterior los discípulos, representados por Pedro, eran investidos por la autoridad del Resucitado para la misión apostólica como pescadores de hombres y pastores del rebaño (Jn 21). Hoy la liturgia da un paso más: ¿en quién han de inspirarse los seguidores de Jesús en su ejercicio del ministerio pastoral? En un contexto de controversia cristológica con los judíos –en el que emerge de fondo la acerada crítica profética contra aquellos pastores del pueblo que se comportan como ladrones, salteadores y mercenarios-, aparece la figura contrastante y ejemplar de Jesús, el buen pastor identificado con sus ovejas que vive en comunión íntima con su Padre.


Comentario bíblico
El Buen Pastor es quien da la vida


Iª Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres

I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.

I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.


IIª Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte

II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.


Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús

III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura



Pautas para la homilía

* Escuchan mi voz y me siguen

El verdadero pastor conoce a sus ovejas y éstas le escuchan y le siguen. Bella imagen para expresar las relaciones de Dios con su pueblo, reivindicadas ahora por Jesús, el pastor bueno. Es el mismo Dios quien habla con el lenguaje parabólico de la acción mostrando en Jesús su inagotable querencia por el hombre y su complicidad en la aventura humana. Desvela así, en amorosa connivencia, su auténtica identidad mesiánica.

Escucha y seguimiento: dos actitudes que definen en el pueblo de Dios la acogida de aquel “sígueme” del Señor a Pedro (domingo anterior), que certifican y revalidan la autenticidad de su fe en el pastor. Jesús no es un extraño para los suyos: porque comparte su vida, confían en él. Para los incrédulos no tiene otras palabras que las de su testimonio veraz: “si no hago las obras de mi Padre, no me creáis” (10, 37).

* Yo les doy la vida eterna

El que se compadeció de nuestras flaquezas aceptando incluso la muerte en la cruz no es otro que el gran Pastor resucitado por Dios y convertido en causa de salvación eterna para cuantos creen en él (Heb 5,9). Pero no resulta nada fácil creer en la oferta de Vida de un Crucificado, aunque haya dado la vida por sus ovejas. ¿No comentaban los propios familiares de Jesús que “estaba fuera de sus cabales”? (Mc 3,21). “¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo?”, le reclamaban sus contemporáneos. Dinos quién eres.

Ocurre los mismo en nuestros días. Al hombre mundano le cuesta mucho captar las cosas del Espíritu de Dios, pues carecen para él de sentido y no puede entenderlas (1 Cor 2,14). Acostumbrado a caminar con la mirada a ras de tierra, bajo el angosto horizonte de sus miopes preocupaciones inmediatas, ¿cómo discernir y abrazar los insondables caminos de Dios conducentes a la vida eterna? Aunque resulte atractiva y fascinante la promesa del pastor a sus seguidores: “no perecerán jamás ni nadie les arrebatará de mi mano”, ¿no será demasiado utópica e irrealizable? ¿Cómo creer de verdad y arriesgarse a seguir sus pasos?

* Yo y el Padre somos uno

Jesús actúa en nombre de Dios, porque su vida está sustentada en Él. Esa es la razón última y definitiva para creer en él y seguirle. Sus palabras denotan convicción y consistencia. Sus obras remiten al misterio unitario de comunión con su Padre Dios, donde encuentran su fortaleza. No hay lugar para el temor, porque nadie puede arrebatarle lo que el Padre le ha confiado. Están todos en sus manos, bajo su protección y dependencia.

Es justamente esta unidad de poder y acción entre el Padre y el Hijo la que prescribe a su vez las relaciones entre el Hijo y los hombres, entre el pastor y su rebaño. De ahí la oración de Jesús al Padre: “Que sean uno como lo somos nosotros” (17,11). Sabe que esta unidad comunicada a los creyentes constituye la mejor defensa del rebaño contra los lobos rapaces.

Resuena de nuevo el evangelio del domingo pasado: aunque la red está llena de peces, símbolo de la diversidad y universalidad de la comunidad cristiana, no se rompe. Es la imagen que mejor condensa la primera y más importante misión de todo pastor: atraer a todos en Cristo Jesús sin que se disgregue el rebaño.


Fray Juan Huarte Osácar
Convento de San Esteban (Salamanca)

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