III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19)
Publicado por Fundacion Epsilon
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Para que la misión tenga éxito se deben cumplir estas condiciones: que se haga en unión con Jesús, que los que trabajan en ella estén dispuestos a gastar, como Jesús su vida en el intento y que no se trate de un asunto asumido individualmente sino como tarea comunitaria.
LA PESCA
Estaban juntos Simón Pedro, Tomas, ... Natanael, ... los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Pedro:
-Voy a pescar.
Le contestaron:
-Vamos también nosotros contigo.
La pesca sirve en los evangelios para simbolizar la misión de la comunidad cristiana (cuando Jesús llamó a los primeros discípulos les dijo que serían pescadores de hombres, véase Mc 1,17). Jesús no les entregó la Buena Noticia en propiedad para que ellos la disfrutaran. La Buena Noticia tiende por su misma naturaleza a ser comunicada, y la comunidad cristiana es la encargada de hacer que ese objetivo se cumpla: que los hombres, todos, lleguen a conocer cuál es el proyecto de Dios para la humanidad y que, entusiasmados con ese proyecto, lo acepten y lo lleven a cabo. El trabajo, la pesca, es el anuncio de la Buena Noticia; los hombres que aceptan el mensaje están simbolizados en los peces, fruto de aquel trabajo.
CUANDO Y DONDE PESCAR
aquella noche no cogieron nada. Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa... El les dijo:
-Echad la red al lado derecho de la barca y encontrareis.
La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces.
La noche, en el evangelio de Juan, representa la ausencia de Jesús, luz del mundo Jn 8,12).
Pedro había negado a Jesús ('n 18,15-27) porque no estaba dispuesto a aceptar que el amor de Jesús por la humanidad tuviera que llegar a la exageración de dar la vida. No había descubierto que el amor es más fuerte que la muerte (véase Cant 8,6), y no sólo se disgustó porque Jesús se dejó matar, sino que hizo todo lo posible para no seguir él el mismo camino... y negó por tres veces a Jesús. Ahora Pedro, que en el fondo no era mala persona, toma la iniciativa de empezar la tarea: «Voy a pescar», dice al resto de la comunidad. Y los demás lo siguen... a él: «Vamos también nosotros contigo». Por eso es de noche, porque no han dejado espacio a Jesús. Y por eso no obtienen ningún fruto de su trabajo... hasta que se hace de día al hacerse presente Jesús.
El se queda a una cierta distancia: el trabajo ya no le corresponde desarrollarlo a él, sino a la comunidad de sus seguidores; pero no por eso se desentiende e indica a aquel grupo de cansados y desalentados pescadores por dónde deben echar la red, hacia dónde deben dirigir su objetivo: hacia la muchedumbre de hombres y mujeres que están necesitados de un proyecto para su vida, a la muchedumbre de seres humanos que buscan con ansia un camino hacia la felicidad:
los pobres, los enfermos, los oprimidos, los desgraciados; los mismos a los que se dirigió preferentemente Jesús. Y si se trabaja junto con Jesús, esa muchedumbre responderá y el esfuerzo se verá coronado por el éxito: «...la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres». Son las nuevas comunidades que, unidas a Jesús, se incorporarán a la tarea.
EL RIESGO DEL PESCADOR
Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:
-Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?... Pedro le respondió:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
-Apacienta mis ovejas. Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres. Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios.
Pero el estar unido a Jesús no es sólo un sentimiento ni, menos aún, un documento. Estar unidos a Jesús es una actitud de vida y una actividad: ponerse a caminar tras sus huellas dispuestos a recorrer su mismo camino para, de una u otra manera, terminar en su misma meta. Es adoptar como única norma de vida el amor a la humanidad y, de manera especial, a los pobres y oprimidos, a los pequeños, a los débiles, a los que no tienen, no saben, no pueden..., dispuestos a dar la vida para que tengan lo que necesitan para ser personas, sepan que son hijos de un Padre que los quiere y puedan salir juntos de la miseria, la humillación y la ignorancia.
Comprometidos en esa misión, se logra, además, otro fruto: el amor que crece dentro de quien lo practica hasta el punto de llegar a darse, como se dio Jesús, como alimento para la vida del mundo. Y la renovada entrega de Jesús fundiéndose con la entrega de los suyos (esa entrega está simbolizada en los pescados que Jesús ofrece y en los que los discípulos aportan y que todos comparten) se hace eucaristía, acción de gracias al Padre, por haber hecho posible que los hombres empiecen a vivir como hermanos.
Y eso es lo que pide Jesús a Pedro: que dé el fruto que corresponde a quien es partícipe de la misión de Jesús; que se olvide de sus delirios de grandeza, que no se mantenga encadenado a las tradiciones, que deje ya, de una vez por todas, sus manías de líder y que ponga toda su pasión en la realización de la tarea que se le encomienda: «Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas», esto es, que, como Jesús, el modelo de pastor se juegue y esté dispuesto a perder la vida para la felicidad de los hombres, sus hermanos.
LA PESCA
Estaban juntos Simón Pedro, Tomas, ... Natanael, ... los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Pedro:
-Voy a pescar.
Le contestaron:
-Vamos también nosotros contigo.
La pesca sirve en los evangelios para simbolizar la misión de la comunidad cristiana (cuando Jesús llamó a los primeros discípulos les dijo que serían pescadores de hombres, véase Mc 1,17). Jesús no les entregó la Buena Noticia en propiedad para que ellos la disfrutaran. La Buena Noticia tiende por su misma naturaleza a ser comunicada, y la comunidad cristiana es la encargada de hacer que ese objetivo se cumpla: que los hombres, todos, lleguen a conocer cuál es el proyecto de Dios para la humanidad y que, entusiasmados con ese proyecto, lo acepten y lo lleven a cabo. El trabajo, la pesca, es el anuncio de la Buena Noticia; los hombres que aceptan el mensaje están simbolizados en los peces, fruto de aquel trabajo.
CUANDO Y DONDE PESCAR
aquella noche no cogieron nada. Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa... El les dijo:
-Echad la red al lado derecho de la barca y encontrareis.
La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces.
La noche, en el evangelio de Juan, representa la ausencia de Jesús, luz del mundo Jn 8,12).
Pedro había negado a Jesús ('n 18,15-27) porque no estaba dispuesto a aceptar que el amor de Jesús por la humanidad tuviera que llegar a la exageración de dar la vida. No había descubierto que el amor es más fuerte que la muerte (véase Cant 8,6), y no sólo se disgustó porque Jesús se dejó matar, sino que hizo todo lo posible para no seguir él el mismo camino... y negó por tres veces a Jesús. Ahora Pedro, que en el fondo no era mala persona, toma la iniciativa de empezar la tarea: «Voy a pescar», dice al resto de la comunidad. Y los demás lo siguen... a él: «Vamos también nosotros contigo». Por eso es de noche, porque no han dejado espacio a Jesús. Y por eso no obtienen ningún fruto de su trabajo... hasta que se hace de día al hacerse presente Jesús.
El se queda a una cierta distancia: el trabajo ya no le corresponde desarrollarlo a él, sino a la comunidad de sus seguidores; pero no por eso se desentiende e indica a aquel grupo de cansados y desalentados pescadores por dónde deben echar la red, hacia dónde deben dirigir su objetivo: hacia la muchedumbre de hombres y mujeres que están necesitados de un proyecto para su vida, a la muchedumbre de seres humanos que buscan con ansia un camino hacia la felicidad:
los pobres, los enfermos, los oprimidos, los desgraciados; los mismos a los que se dirigió preferentemente Jesús. Y si se trabaja junto con Jesús, esa muchedumbre responderá y el esfuerzo se verá coronado por el éxito: «...la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres». Son las nuevas comunidades que, unidas a Jesús, se incorporarán a la tarea.
EL RIESGO DEL PESCADOR
Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:
-Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?... Pedro le respondió:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
-Apacienta mis ovejas. Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres. Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios.
Pero el estar unido a Jesús no es sólo un sentimiento ni, menos aún, un documento. Estar unidos a Jesús es una actitud de vida y una actividad: ponerse a caminar tras sus huellas dispuestos a recorrer su mismo camino para, de una u otra manera, terminar en su misma meta. Es adoptar como única norma de vida el amor a la humanidad y, de manera especial, a los pobres y oprimidos, a los pequeños, a los débiles, a los que no tienen, no saben, no pueden..., dispuestos a dar la vida para que tengan lo que necesitan para ser personas, sepan que son hijos de un Padre que los quiere y puedan salir juntos de la miseria, la humillación y la ignorancia.
Comprometidos en esa misión, se logra, además, otro fruto: el amor que crece dentro de quien lo practica hasta el punto de llegar a darse, como se dio Jesús, como alimento para la vida del mundo. Y la renovada entrega de Jesús fundiéndose con la entrega de los suyos (esa entrega está simbolizada en los pescados que Jesús ofrece y en los que los discípulos aportan y que todos comparten) se hace eucaristía, acción de gracias al Padre, por haber hecho posible que los hombres empiecen a vivir como hermanos.
Y eso es lo que pide Jesús a Pedro: que dé el fruto que corresponde a quien es partícipe de la misión de Jesús; que se olvide de sus delirios de grandeza, que no se mantenga encadenado a las tradiciones, que deje ya, de una vez por todas, sus manías de líder y que ponga toda su pasión en la realización de la tarea que se le encomienda: «Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas», esto es, que, como Jesús, el modelo de pastor se juegue y esté dispuesto a perder la vida para la felicidad de los hombres, sus hermanos.
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