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domingo, 18 de abril de 2010

DESENTRAÑANDO EL SIMBOLISMO DEL RELATO


III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19)
Publicado por Fe Adulta

El capítulo 21 del cuarto evangelio, al que pertenece este relato, es un apéndice, añadido posteriormente, que se centra en el tema de la misión de la comunidad y en el papel que en ella ocupa Simón Pedro.

El texto que comentamos hoy no habla propiamente de una “jornada de pesca”, sino de la misión comunitaria. Este es el marco adecuado para poder comprender la catequesis que se nos ofrece, repleta de simbolismo.

Para empezar, se nos dice que esto ocurrió “algún tiempo después”. Pasada ya la fase inicial, la comunidad se encuentra “embarcada” en la misión.

La iniciativa corresponde a Pedro –una figura a la que costó tiempo aceptar en las comunidades joánicas, reticentes ante la autoridad- y lo acompañan otros seis discípulos: en total siete, un número que habla de totalidad y de apertura a los paganos. En realidad, todo el relato está poniendo de relieve la universalidad de la misión: habla de mar (no de lago), de Tiberíades (no de Galilea)…

La barca y la pesca son símbolos frecuentes de la misión de la comunidad –todavía hoy se sigue hablando de la “barca de Pedro”-, así como la “noche”, particularmente en este evangelio, simboliza la “oscuridad” interior, que suele estar asociada a la distancia con respecto a Jesús.

En un “guiño” cómplice, el autor nos dice que sólo “amanece” cuando Jesús se hace presente. Y, a partir de ahí, todo empieza a cambiar. Quienes no habían conseguido nada en toda la “noche”, obtienen ahora una “multitud de peces”, hasta “ciento cincuenta y tres”.

Sobre ese número se han dado diferentes explicaciones, si bien todas ellas coinciden en que lo que busca señalar es la universalidad de la “pesca”: nadie queda excluido.

Para san Jerónimo, ése sería el número total de especies de peces existentes, según los naturalistas griegos; para san Agustín, la cifra es el resultado de la suma aritmética de 1+2+3…+17, número que descomponiéndose, a su vez, en 10 + 7, habla también de totalidad.
En cualquier caso, el mensaje es claro: ningún ser humano queda fuera.

Es significativo el apunte del narrador: a pesar de ser tantos peces, “la red no se rompió”. El lector mínimamente familiarizado con su modo de escribir sabe que esto no es casual. El verbo “romper” (schizo) se usa únicamente aquí y en el relato de la crucifixión, cuando se dice que no rompieron la túnica de Jesús, porque era “sin costuras” (19,23).

Tanto la túnica –que representa a la propia persona de Jesús- como la red hablan de la Unidad de Jesús con todos y con todo, de la unidad-sin-costuras de lo Real.

A los discípulos les cuesta reconocer a Jesús. Y es precisamente el “discípulo amado” –símbolo del verdadero discípulo- el que lo percibe; como siempre, el que “ve” es el amor.

Una vez reconocido, se subraya la prontitud de Pedro, si bien primero ha tenido que “ceñirse la túnica”, porque “estaba desnudo”. El lector del cuarto evangelio puede ver aquí una referencia a la actitud de servicio puesta de relieve en el relato del “lavatorio de los pies”, donde Jesús se “ciñe” la toalla. La actitud imprescindible para la misión –parece decir el texto- no puede ser sino la del servicio.

Jesús los espera como alimento: el pan y el pescado son símbolo de la Eucaristía que, para el autor del relato, parece ir inseparablemente unida a la misión.

Sabemos que, para la primera comunidad, el pez era uno de los símbolos por excelencia para representar a Jesús, por el acróstico que habían hecho con sus letras en griego. Ijthýs son las letras iniciales que corresponden a la expresión “Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador”.

Finalmente, el relato aporta otra constatación, que tampoco es superflua, al afirmar que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. La presencia del Resucitado no es idéntica a la del Jesús terreno; aunque no se palpa como anteriormente –y esto resulta frustrante para nuestros sentidos y nuestra mente-, la certeza permanece.

Se trata, sin duda, de una certeza experimentada a nivel “transpersonal”. Acallada la mente, emerge la evidencia de la Unidad en la que todo es sin costuras de ningún tipo, la Unidad no-dual en la que los discípulos se perciben no-separados de Jesús, compartiendo comida, misión y vida en la Presencia atemporal que todos somos.

Finalmente, se trata de eso: dejar de identificarnos con las “cosas” –lo que tenemos y lo que pensamos ser- para, dejándonos sencillamente estar y permanecer, viniendo al instante presente, abrirnos a experimentar nuestra identidad profunda, como la Vida que es y que fluye a través de nuestra forma.

Prueba a soltar todos tus pensamientos y preocupaciones; quédate sólo en el aquí y ahora, nota la intensidad de Presencia que aparece y permítete descansar en Ella. No quieras pensarla, ni entenderla, ni “llenarla” con nada, ni ir “más lejos” (¿a dónde?)… Déjate, simplemente, estar en Ella. Todo lo demás se te “dará por añadidura”.

Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com

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