III Domingo de Pascua (Juan 21,1-19)
Por José Enrique Galarreta
Por José Enrique Galarreta
Se trata del capítulo 21, el último del cuarto evangelio, del que se han omitido los cinco últimos versículos, que son la conclusión. Sabemos que este capítulo es un añadido a todo lo anterior, que el añadido es tan antiguo como el resto del evangelio y que está escrito en el mismo entorno en que se escribió el resto del evangelio.
El texto presenta varios temas de interés. Ante todo, nos encontramos con la "tradición de Galilea". Esta tradición está presente sólo en Mateo (despedida de Jesús en el monte de Galilea, cap 28,16) y en este relato de Juan situado junto al lago Tiberíades. La tradición de Galilea no está ni en Marcos ni en Lucas y disuena especialmente del relato de Lucas l(Evangelio + Hechos) que hace suponer una fuerte continuidad de los acontecimientos de Pascua: Ascensión, Pentecostés, primera comunidad.
Esta tradición de Galilea parece ser muy creíble, especialmente porque está al margen de la tradición "oficial" (la contradice de algún modo), que es la que presenta Lucas, en la que la iglesia nace, como no podía ser menos, en Jerusalén. De la misma manera, la tradición oficial coincide mal con el relato más antiguo acerca de la resurrección, el que se contiene en 1 Corintios 15:
"...yo os transmití lo que había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después a los doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez, de los cuales la mayoría viven todavía, algunos han muerto; después se apareció a Santiago y después a todos los apóstoles; por último se me apareció a mí...."
Esta divergencia de tradiciones nos recuerda la imposibilidad de reconstruir cronológicamente los hechos, y la necesidad de comprender los textos de la resurrección como relatos de fe, no como crónica histórico/periodística de sucesos.
En el relato de Juan que hoy leemos nos encontramos ante todo con el conocido signo de la pesca milagrosa unido con la vocación personal de Pedro. Exactamente lo mismo que relata el evangelio de Lucas (5,6-11) al narrar la vocación de los primeros discípulos.
Pesca milagrosavocación de Pedro. Es conveniente recordar la presencia de Pedro en el evangelio. Pedro tiene un especial protagonismo en los evangelios, acompaña a Jesús con Santiago y Juan en varios hechos importantes (Jairo, Transfiguración, Getsemaní..), interviene significadamente en varios diálogos y situaciones... pero, aparte de ello y centrándonos en su proceso personal de adhesión a Jesús, podríamos señalar los siguientes pasos:
presentación a Jesús por Andrés, su hermano: cambio de nombre (SimónRoca). Juan 1.40
llamamiento específico a orillas del lago. En Lucas 5,6, asociado a la pesca milagrosa.
profesión de fe ("tú eres el Cristo, el hijo de Dios...") y respuesta de Jesús ("Tú eres Roca, y sobre esta Roca afirmaré mi iglesia") Marcos 8,28. Mateo 16,16. Lucas 9,19.
Esta escena va completada con el violento rechazo de Jesús acerca de la mesianidad que entendía Pedro ("Apártate de mí Satanás, tú piensas como los hombres y no como Dios")
Promesa solemne de Pedro "aunque todos te abandonen, yo nunca te abandonaré" (Marcos 14,29. Mateo 26,30. Lucas 22,33)
Negaciones de Pedro: "No conozco a ese hombre" Mateo 26,73, Marcos 14,70, Lucas 22,59. (Completadas con la mirada de Jesús a Pedro en Lucas 22,61)
Después de esto, el nombre de Pedro es especialmente citado en los relatos de la resurrección. En Marcos 16,7: "Id y decid a sus discípulos y a Pedro...". En Lucas 24,34: "Ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón". En el texto ya citado de Corintios y en la carrera al sepulcro de Juan y Pedro mencionada por el evangelio de Juan cap.20.
Todo este proceso culmina y se resume en el texto del evangelio de hoy, iluminado por Lucas 22.31 "Yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos".
Así pues, a la luz de todo este conjunto de textos, nos encontramos con dos temas muy diferentes:
A. La reconstrucción de los sucesos según la tradición galilea:
¿Se fueron a Galilea? ¿Significa esto que se escaparon de Jerusalén después de la crucifixión? ¿Quieren recordarnos los textos del cuarto evangelio que el escándalo de la cruz fue tan fuerte que la comunidad empezó a dispersarse? ¿Seguía siendo Pedro el "cabecilla" del grupo como parece indicar el texto de hoy? ¿Fue en Galilea donde recuperaron la fe en Jesús? ¿Fue precisamente Pedro el que “una vez convertido” confirmó a los demás, fue el motor de la primera comunidad?
Todas estas preguntas, que tan interesantes nos parecen, no tienen respuesta. Los textos de los evangelios no tienen la intención de ofrecernos materiales para reconstruir la cronología / geografía de los sucesos, y por tanto no nos permiten hacerlo. A pesar de ello, para nuestra mentalidad siguen siendo preguntas llenas de sentido.
B. La confirmación de Pedro como pastor de la comunidad.
Es fuertemente llamativo el paralelismo de este texto con los textos de las negaciones de Pedro.
Tres negaciones y tres preguntas de Jesús.
"Aunque todos, yo no" - "¿me amas más que estos?"
Y es la humilde respuesta de Pedro "tú sabes que te quiero", la que es aceptada por Jesús.
El texto, por tanto, colocado al final del evangelio de Juan, y añadido al texto primero como una conclusión, tiene la intención evidente de recordar a las comunidades joanneas, tan devotas de Juan, tan carismáticas y tan poco inclinadas a los aspectos más tradicionales de la comunión apostólica, la importancia de Pedro como pastor de la iglesia y la perfecta comunión de Juan y Pedro en la intimidad de Jesús y en la edificación de la primera iglesia.
Es importante señalar la identidad de este mensaje con la primera parte de los hechos, en la que son Juan y Pedro los compañeros inseparables, los que curan juntos, los que comparecen ante el Consejo y son castigados.
Son éstos por tanto textos de comunión, llamamientos a la unidad entre las diversas tendencias de la iglesia primitiva, mucho menos uniforme de lo que nosotros hemos imaginado. En ellos se hace una llamada a la conversión a Jesús, sea cual sea el cauce y la mentalidad por la que nos hemos puesto en contacto con Él.
Convertirse a Jesús, como Pedro, es algo tan fundamental como la relación entre la elección de Jesús y la condición de pecador. Un eje básico, una clave de nuestra fe.
La primera y más grave acusación contra Jesús fue: "Éste acepta a los pecadores y come con ellos". Y la conclusión fue que no era profeta, no era de Dios.
Los acusadores eran fariseos y su acusación nace de un profundo error teológico y antropológico. Para ellos, Dios acoge a los justos y rechaza a los pecadores. Para ellos, ellos mismos eran justos. Por eso, no necesitaban de Dios más como reconocedor de sus virtudes. Por eso no necesitaban de Jesús. Los sanos no necesitan médico. Esta línea culmina en el episodio de la adúltera, en que Jesús muestra que todos son pecadores.
Por todo esto, la meta de los fariseos es la justicia y el cumplimiento de la ley. La meta de Jesús es la compasión y la liberación del pecado. Por eso no se pueden convertir, rechazan el Espíritu.
El primer contacto de Pedro con Jesús muestra esa mentalidad. En la barca, tras la pesca milagrosa, Pedro exclama: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Y esta mentalidad pervive en el cenáculo: "Aunque todos te nieguen, yo no". Mentalidad farisaica pura: Dios lejos de los pecadores y yo soy mejor que otros.
Entonces viene la prueba de la fe. Pedro es fanfarrón y demasiado seguro de sí, y niega a Jesús, le traiciona. ¿Dónde habrá quedado la promesa de Jesús de construir su iglesia sobre esa ROCA?
La aparición de Tiberíades pone las cosas exactamente en su sitio. Los pecados de Pedro no cambian el corazón de Jesús. Pedro es el pecador confirmado: seguirá siendo pecador en el libro de los Hechos y se comportará de forma ambigua en varias ocasiones; será increpado por Pablo por su conducta... no importa nada de eso. Los pecados de Pedro están cubiertos por otra frase que es la clave: "Señor, tú sabes que te quiero".
Los dos personajes que son constituidos primeros testigos de la resurrección son María Magdalena y Pedro. Y de los dos consta que son pecadores y que se han distinguido en su amor a Jesús. En ellos, muy especialmente en Pedro, sus pecados son más fuertes incluso que su amor. Pero ante Jesús, su amor es más importante que sus pecados.
Todo esto nos hace situarnos en una posición correcta ante Dios. Pecadores queridos por Dios, elegidos por Dios, que cuenta con nosotros como somos para una misión tan grande como hacer presente en el mundo el mismo Espíritu de Jesús. Un espíritu de entrega, de exigencia, de servicio y de perdón, que cuenta con los pecados y los arrolla por la fuerza del amor.
La virtud de Pedro, aquella que le hace ser elegido y confirmado como pastor de la iglesia es su adhesión incondicional a Jesús. Ésta le confirmará, ésta le hará poner toda la vida al servicio de la iglesia, ésta le hará sentirse honrado y feliz cuando es perseguido, le llevará a aceptar humildemente las reprimendas de Pablo, hasta la meta: dar su vida por Jesús crucificado en la persecución de Nerón. Pedro, el pecador.
El texto presenta varios temas de interés. Ante todo, nos encontramos con la "tradición de Galilea". Esta tradición está presente sólo en Mateo (despedida de Jesús en el monte de Galilea, cap 28,16) y en este relato de Juan situado junto al lago Tiberíades. La tradición de Galilea no está ni en Marcos ni en Lucas y disuena especialmente del relato de Lucas l(Evangelio + Hechos) que hace suponer una fuerte continuidad de los acontecimientos de Pascua: Ascensión, Pentecostés, primera comunidad.
Esta tradición de Galilea parece ser muy creíble, especialmente porque está al margen de la tradición "oficial" (la contradice de algún modo), que es la que presenta Lucas, en la que la iglesia nace, como no podía ser menos, en Jerusalén. De la misma manera, la tradición oficial coincide mal con el relato más antiguo acerca de la resurrección, el que se contiene en 1 Corintios 15:
"...yo os transmití lo que había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después a los doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez, de los cuales la mayoría viven todavía, algunos han muerto; después se apareció a Santiago y después a todos los apóstoles; por último se me apareció a mí...."
Esta divergencia de tradiciones nos recuerda la imposibilidad de reconstruir cronológicamente los hechos, y la necesidad de comprender los textos de la resurrección como relatos de fe, no como crónica histórico/periodística de sucesos.
En el relato de Juan que hoy leemos nos encontramos ante todo con el conocido signo de la pesca milagrosa unido con la vocación personal de Pedro. Exactamente lo mismo que relata el evangelio de Lucas (5,6-11) al narrar la vocación de los primeros discípulos.
Pesca milagrosavocación de Pedro. Es conveniente recordar la presencia de Pedro en el evangelio. Pedro tiene un especial protagonismo en los evangelios, acompaña a Jesús con Santiago y Juan en varios hechos importantes (Jairo, Transfiguración, Getsemaní..), interviene significadamente en varios diálogos y situaciones... pero, aparte de ello y centrándonos en su proceso personal de adhesión a Jesús, podríamos señalar los siguientes pasos:
presentación a Jesús por Andrés, su hermano: cambio de nombre (SimónRoca). Juan 1.40
llamamiento específico a orillas del lago. En Lucas 5,6, asociado a la pesca milagrosa.
profesión de fe ("tú eres el Cristo, el hijo de Dios...") y respuesta de Jesús ("Tú eres Roca, y sobre esta Roca afirmaré mi iglesia") Marcos 8,28. Mateo 16,16. Lucas 9,19.
Esta escena va completada con el violento rechazo de Jesús acerca de la mesianidad que entendía Pedro ("Apártate de mí Satanás, tú piensas como los hombres y no como Dios")
Promesa solemne de Pedro "aunque todos te abandonen, yo nunca te abandonaré" (Marcos 14,29. Mateo 26,30. Lucas 22,33)
Negaciones de Pedro: "No conozco a ese hombre" Mateo 26,73, Marcos 14,70, Lucas 22,59. (Completadas con la mirada de Jesús a Pedro en Lucas 22,61)
Después de esto, el nombre de Pedro es especialmente citado en los relatos de la resurrección. En Marcos 16,7: "Id y decid a sus discípulos y a Pedro...". En Lucas 24,34: "Ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón". En el texto ya citado de Corintios y en la carrera al sepulcro de Juan y Pedro mencionada por el evangelio de Juan cap.20.
Todo este proceso culmina y se resume en el texto del evangelio de hoy, iluminado por Lucas 22.31 "Yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos".
Así pues, a la luz de todo este conjunto de textos, nos encontramos con dos temas muy diferentes:
A. La reconstrucción de los sucesos según la tradición galilea:
¿Se fueron a Galilea? ¿Significa esto que se escaparon de Jerusalén después de la crucifixión? ¿Quieren recordarnos los textos del cuarto evangelio que el escándalo de la cruz fue tan fuerte que la comunidad empezó a dispersarse? ¿Seguía siendo Pedro el "cabecilla" del grupo como parece indicar el texto de hoy? ¿Fue en Galilea donde recuperaron la fe en Jesús? ¿Fue precisamente Pedro el que “una vez convertido” confirmó a los demás, fue el motor de la primera comunidad?
Todas estas preguntas, que tan interesantes nos parecen, no tienen respuesta. Los textos de los evangelios no tienen la intención de ofrecernos materiales para reconstruir la cronología / geografía de los sucesos, y por tanto no nos permiten hacerlo. A pesar de ello, para nuestra mentalidad siguen siendo preguntas llenas de sentido.
B. La confirmación de Pedro como pastor de la comunidad.
Es fuertemente llamativo el paralelismo de este texto con los textos de las negaciones de Pedro.
Tres negaciones y tres preguntas de Jesús.
"Aunque todos, yo no" - "¿me amas más que estos?"
Y es la humilde respuesta de Pedro "tú sabes que te quiero", la que es aceptada por Jesús.
El texto, por tanto, colocado al final del evangelio de Juan, y añadido al texto primero como una conclusión, tiene la intención evidente de recordar a las comunidades joanneas, tan devotas de Juan, tan carismáticas y tan poco inclinadas a los aspectos más tradicionales de la comunión apostólica, la importancia de Pedro como pastor de la iglesia y la perfecta comunión de Juan y Pedro en la intimidad de Jesús y en la edificación de la primera iglesia.
Es importante señalar la identidad de este mensaje con la primera parte de los hechos, en la que son Juan y Pedro los compañeros inseparables, los que curan juntos, los que comparecen ante el Consejo y son castigados.
Son éstos por tanto textos de comunión, llamamientos a la unidad entre las diversas tendencias de la iglesia primitiva, mucho menos uniforme de lo que nosotros hemos imaginado. En ellos se hace una llamada a la conversión a Jesús, sea cual sea el cauce y la mentalidad por la que nos hemos puesto en contacto con Él.
Convertirse a Jesús, como Pedro, es algo tan fundamental como la relación entre la elección de Jesús y la condición de pecador. Un eje básico, una clave de nuestra fe.
La primera y más grave acusación contra Jesús fue: "Éste acepta a los pecadores y come con ellos". Y la conclusión fue que no era profeta, no era de Dios.
Los acusadores eran fariseos y su acusación nace de un profundo error teológico y antropológico. Para ellos, Dios acoge a los justos y rechaza a los pecadores. Para ellos, ellos mismos eran justos. Por eso, no necesitaban de Dios más como reconocedor de sus virtudes. Por eso no necesitaban de Jesús. Los sanos no necesitan médico. Esta línea culmina en el episodio de la adúltera, en que Jesús muestra que todos son pecadores.
Por todo esto, la meta de los fariseos es la justicia y el cumplimiento de la ley. La meta de Jesús es la compasión y la liberación del pecado. Por eso no se pueden convertir, rechazan el Espíritu.
El primer contacto de Pedro con Jesús muestra esa mentalidad. En la barca, tras la pesca milagrosa, Pedro exclama: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Y esta mentalidad pervive en el cenáculo: "Aunque todos te nieguen, yo no". Mentalidad farisaica pura: Dios lejos de los pecadores y yo soy mejor que otros.
Entonces viene la prueba de la fe. Pedro es fanfarrón y demasiado seguro de sí, y niega a Jesús, le traiciona. ¿Dónde habrá quedado la promesa de Jesús de construir su iglesia sobre esa ROCA?
La aparición de Tiberíades pone las cosas exactamente en su sitio. Los pecados de Pedro no cambian el corazón de Jesús. Pedro es el pecador confirmado: seguirá siendo pecador en el libro de los Hechos y se comportará de forma ambigua en varias ocasiones; será increpado por Pablo por su conducta... no importa nada de eso. Los pecados de Pedro están cubiertos por otra frase que es la clave: "Señor, tú sabes que te quiero".
Los dos personajes que son constituidos primeros testigos de la resurrección son María Magdalena y Pedro. Y de los dos consta que son pecadores y que se han distinguido en su amor a Jesús. En ellos, muy especialmente en Pedro, sus pecados son más fuertes incluso que su amor. Pero ante Jesús, su amor es más importante que sus pecados.
Todo esto nos hace situarnos en una posición correcta ante Dios. Pecadores queridos por Dios, elegidos por Dios, que cuenta con nosotros como somos para una misión tan grande como hacer presente en el mundo el mismo Espíritu de Jesús. Un espíritu de entrega, de exigencia, de servicio y de perdón, que cuenta con los pecados y los arrolla por la fuerza del amor.
La virtud de Pedro, aquella que le hace ser elegido y confirmado como pastor de la iglesia es su adhesión incondicional a Jesús. Ésta le confirmará, ésta le hará poner toda la vida al servicio de la iglesia, ésta le hará sentirse honrado y feliz cuando es perseguido, le llevará a aceptar humildemente las reprimendas de Pablo, hasta la meta: dar su vida por Jesús crucificado en la persecución de Nerón. Pedro, el pecador.
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