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domingo, 18 de abril de 2010

Evangelio Misionero del Día: Lunes 19 de Abril de 2010 - TERCER SEMANA DE PASCUA


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 22-29

Después que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino "que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que ustedes me buscan,
no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre;
porque es Él a quien Dios,
el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado».


Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Pan de Vida (III): ¡Queremos más!
Juan 6, 22-29
“Trabajad, no por el alimento perecedero,
sino por el alimento que permanece para vida eterna”


La tercera semana del tiempo pascual, es una semana eucarística. El mensaje que se profundiza, siguiendo el hilo del discurso sobre el “Pan de vida”, es que Jesús nos da vida a partir de su propia vida. Por eso Él no solamente da pan sino que Él mismo es el pan que hay que buscar, apreciar y encarnar. Es así como vivimos la vida nueva del Resucitado. ¡La Eucaristía es sacramento pascual por excelencia!

En el relato de la multiplicación de los panes vimos cómo Jesús no permaneció indiferente frente a un pueblo necesitado de lo básico para sostener la vida, sino que alimentó a todos sin excepción y hasta la saciedad. En esa ocasión el evento no terminó bien: la gente no comprendió el alcance real del gesto de Jesús, es decir, no lo vio como signo. Comenzaron los malos entendidos con relación al verdadero sentido de su misión.

Comienza entonces y proceso de clarificación de lo que la gente busca y de ofrecimiento de los dones de Jesús que efectivamente deben ser buscados.

(1) En busca de Jesús (6,22-25)

La gente se había quedado, después de la multiplicación de los panes, en la verde explanada a orillas del Mar de Tiberíades (6,22a). Notaron que los discípulos de Jesús se habían ido solos en el único bote disponible y llegaron a pensar que Jesús todavía estaba allí (6,22b). Sólo al día siguiente por la mañana caen en cuenta que Jesús no estaba. Comienza entonces la búsqueda del Maestro (6,24).

Pensando que Jesús se había unido a los discípulos más adelante, en alguna parte del camino, la multitud corrió hacia los botes que llegaron esa mañana a orillas del lago, probablemente los botes que habían llegado durante la noche huyendo de la tempestad (6,23). En esos botes van hacia Cafarnaúm y encuentran a Jesús a la orilla del mar (6,25a).

Los discípulos le preguntan: “Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?” (6,25b). La pregunta, en realidad, no solamente significa “cuándo” sino el “cómo”, la forma misteriosa como llego hasta ese sitio.

(2) Las motivaciones para buscar a Jesús: ¿Por qué me buscan? (6,26-27)

Frente a la curiosidad de la gente, Jesús parece responder con cierta frialdad. Sus palabras no responden a la pregunta de la gente y más bien centran la conversación en un tema esencial: no hay que buscarlo únicamente por los beneficios que pueda ofrecerles porque esa sería una actitud egoísta e interesada que consistiría en buscarse más bien a sí mismos; Jesús simplemente sería “manipulado”.

Para ello responde a una pregunta que Él mismo se plantea de forma implícita: “¿Por qué me están buscando?”. Jesús afirma: “Me buscáis... porque habéis comido de los panes y os habéis saciado” (6,26). Él capta la verdaderas motivaciones de la gente (ver 2,24-25), el “tener comida sin esfuerzo”, y la invita a hacer la búsqueda por una nueva ruta: el “creer” auténtico que traza el camino entre el corazón del hombre y el de Dios, a partir de los puntos firmes que lo identifican como el Mesías enviado de Dios.

(3) Dónde hay que poner el esfuerzo: ¡Creed! (6,27-29)

Jesús entonces comienza a hablar de un trabajo que, en última instancia, es un don. Tres puntos se acentúan:

Primero, Jesús les dice: “Trabajen no por el alimento que se acaba” (6,27a). No hay que esforzarse simplemente por sobrevivir sino para vivir plenamente.

Segundo, Jesús afirma que alimento que dura hasta la vida eterna es “el que dará el Hijo del hombre, a él fue a quien Dios Padre confirmó con su autoridad” (6,27b). Si la vida, que siempre es un don, porque nadie se la genera a sí mismo sino que siempre la recibe, mucho más la vida en plenitud es un que viene de lo alto y que recibimos por la mano de Jesús: “a quien Dios confirmó con su autoridad... selló con sello”, que es el Espíritu Santo, Espíritu de vida que Él posee en sin medida (ver 3,34).

Tercero, Jesús declara: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado” (6,29). Con esto responde a la pregunta de la gente: “¿Qué tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?” (6,28). En términos nuestro podríamos decir: ¿Qué debemos hacer para que nuestra vida esté en sintonía con el proyecto creador del Padre? La respuesta es el “creer” en Jesús. Es en la comunión con Jesús (en su seguimiento) que la vida eterna comienza a ser una realidad en uno. Sólo en sintonía con Jesús se vive la voluntad de Dios: hacemos las obras de Dios como él has hizo. De esta manera nuestra vida se convertirá en un instrumento de Dios en el mundo.

En fin, la conclusión de la primera parte del diálogo de Jesús con la multitud que quiere repetición del pan es: Jesús es el único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.


Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cuándo busco a Jesús en oración estoy más preocupado por lo yo creo que Él debe hacer en mi vida o en tratar de entender qué es lo que Él ha venido a hacer en mi vida? ¿Cuál es mi motivación para orar?

2. ¿Para qué estoy trabajando? ¿Qué sentido tienen todos mis esfuerzos cotidianos?

3. ¿Qué se entiende aquí por “creer”? ¿Me declaro un verdadero “creyente”?

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