Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 35-40
Jesús dijo a la gente:
Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho:
ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí,
y al que venga a mí
Yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la de Aquél que me envió.
La voluntad del que me ha enviado
es que Yo no pierda nada
de lo que Él me dio,
sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre:
que el que ve al Hijo y cree en Él
tenga Vida eterna
y que Yo lo resucite en el último día.
Jesús nos va conduciendo a la nueva mesa del banquete y del amor en la cual la mediación para alcanzar la vida es un nuevo pan, un pan del cual el repartido aquel día en la montaña (Juan 6,1-13) era apenas una señal del gran don que estaba por venir.
Retomemos hoy la frase con la que terminó el evangelio de ayer y con la que comienza el de hoy, considerada entre las más bellas de toda la Biblia, y profundicemos en cada uno de sus términos y tratando de captar su propuesta.
“Yo soy el pan que da la vida:
quien viene a mí no pasará hambre,
quien cree en mí nunca tendrá sed” (6,35)
Aquí, por primera vez, nos encontramos con una de esas expresiones en las que Jesús, tomando como punto de partida una realidad terrena de necesidad vital, explica la importancia, el valor que él tiene para nosotros. Este es el primer “Yo soy” de una galería que contemplamos en el evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo” (8,12), “...el buen pastor” (10,11), “...el camino, la verdad y la vida” (14,6), “...la vid y vosotros los sarmientos” (15,1).
(1) “Yo soy”
Con la expresión “Yo Soy”, Jesús nos remite a la revelación divina participada a Moisés en el momento de su llamado. En aquella ocasión, en el monte Horeb, Dios reveló su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).
En la revelación de su nombre a Moisés, Dios se definió esencialmente por el hecho de estar presente en medio de su pueblo. Con la definición que da de sí mismo, Jesús dice que Dios está presente en Él en función de nosotros los hombres y que está interesado por nosotros, por nuestra vida.
Por lo tanto, Jesús en persona es la nueva y definitiva forma de la presencia poderosa y activa de Dios, dirigida no solamente a ser protección y guía, sino a ser comunión personal de vida. Jesús no quiere darnos solamente pan, sino también la eterna comunión personal de vida con Dios.
(2) “... el pan que da la vida”
Uno puede comprender todavía mejor el sentido de ésta y de las otras expresiones que empiezan con “Yo soy”, si se determina con claridad de qué tipo es nuestra relación con las realidades terrenas señaladas y si conseguimos captar la pretensión que ellas contienen.
Por eso preguntémonos: ¿Por qué Jesús se compara con el pan? E inmediatamente salta la respuesta: pues, porque el pan (que es una manera de referirse al alimento en general) es imprescindible para vivir. La relación que una persona tiene con el alimento no es opcional ni accesoria.
Efectivamente, nuestra relación con el pan –y con el alimento en general– está caracterizada por el hecho de que debemos recurrir a él necesariamente. Uno no puede darse el lujo de decir que va a vivir en este mundo sin alimentarse. Dependemos del pan no como algo a lo que se pueda renunciar, sino como a la base de nuestra existencia, para nuestra vida.
Veamos:
- La vida necesita alimento. Sin las fuerzas que nos vienen del pan, no podemos vivir. Por naturaleza debemos recurrir al pan. El pan tiene una maravillosa capacidad de mantenernos la vida. Quien no tiene qué comer o no quiere comer, se muere. Esto no depende de nuestra voluntad, sencillamente es así.
- El alimento –y por tanto la vida– es dado. Con relación al mantener la vida no somos independientes, soberanos, autárquicos; lo que el pan nos da no nos lo podemos dar por nosotros mismos, de ninguna manera, ni siquiera con los pensamientos más claros ni con las decisiones más firmes que tengamos. No hay un principio intrínseco que mantenga constantemente la vida por sí misma, más bien ella se mantiene por estímulos externos (que son todas las formas de alimentación: oxígeno, luz, agua, proteínas y todas las formas de nutrición).
- La vida es limitada. El tiene pan tiene que ver directamente con la vida y con la muerte. Se trata pero de esta capacidad es limitada, porque para cada hombre, irremediablemente llega el momento en el cual incluso el mejor alimento del mundo ya no puede sostenerlo más. Por varios años el alimento nos ha evitado la muerte, pero al final por más que comamos igualmente nos morimos.
De manera que, en un primer nivel de comprensión, Jesús nos está diciendo que Él es “causa” de vida, donde Él está brota vida. Y así como el alimento es necesario para la vida, él es necesario para nosotros. Hay que buscar a Jesús con la misma motivación con que buscamos la comida todos los días. ¡Jesús debe ser para nosotros una necesidad vital!
Pero todavía hay más. Jesús ha dicho que “da la vida” (es más claro decir “pan que da la vida” que simplemente “pan de vida”). Y, ¿qué es la vida? La reflexión profunda que ha venido provocando Jesús en este pasaje del evangelio lo ha dejado claro: es mucho más que la mera existencia física. Y, ¿cuál es el sentido espiritual de la vida? También ya apareció antes: la vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de amor y confianza que se realiza en la amistad con Jesús. Esta comunión de amor es la verdadera vida, la existencia plena. De ahí que sin Jesús puede que haya existencia pero no vida.
Ahora podemos entender mejor por qué a Jesús lo podemos llamar “el pan que da la vida”.
Tratemos de responder en oración estas preguntas: ¿De qué tengo hambre? y ¿qué hago para saciar esa hambre?
Una pista orientativa: No sólo hay hambre de cosas materiales (las necesidades básicas del alimento, el vestido, la casa, el status profesional, etc.), también hay otras “hambres”, como por ejemplo: (a) hay hambre de la verdad (y no olvidemos que sólo en Jesús se encuentra la verdad de Dios); (b) hay hambre de vida (y no olvidemos que sólo en Jesús encontramos vida en abundancia); (c) hay hambre de amor (sólo en Jesús se encuentra el amor de supera las heridas del pecado y la separación final de la muerte). Sólo Jesús puede satisfacer esa hambre más profunda que nos mantiene constantemente insatisfechos.
Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho:
ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí,
y al que venga a mí
Yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la de Aquél que me envió.
La voluntad del que me ha enviado
es que Yo no pierda nada
de lo que Él me dio,
sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre:
que el que ve al Hijo y cree en Él
tenga Vida eterna
y que Yo lo resucite en el último día.
COMPARTIENDO LA PALABRA
Por CELAM - CEBIPAL
Pan de Vida (V):
Una extraordinaria revelación
Juan 6, 35-40
“Quien viene a mí no pasará hambre,
quien cree en mí nunca tendrá sed”
Por CELAM - CEBIPAL
Pan de Vida (V):
Una extraordinaria revelación
Juan 6, 35-40
“Quien viene a mí no pasará hambre,
quien cree en mí nunca tendrá sed”
Jesús nos va conduciendo a la nueva mesa del banquete y del amor en la cual la mediación para alcanzar la vida es un nuevo pan, un pan del cual el repartido aquel día en la montaña (Juan 6,1-13) era apenas una señal del gran don que estaba por venir.
Retomemos hoy la frase con la que terminó el evangelio de ayer y con la que comienza el de hoy, considerada entre las más bellas de toda la Biblia, y profundicemos en cada uno de sus términos y tratando de captar su propuesta.
“Yo soy el pan que da la vida:
quien viene a mí no pasará hambre,
quien cree en mí nunca tendrá sed” (6,35)
Aquí, por primera vez, nos encontramos con una de esas expresiones en las que Jesús, tomando como punto de partida una realidad terrena de necesidad vital, explica la importancia, el valor que él tiene para nosotros. Este es el primer “Yo soy” de una galería que contemplamos en el evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo” (8,12), “...el buen pastor” (10,11), “...el camino, la verdad y la vida” (14,6), “...la vid y vosotros los sarmientos” (15,1).
(1) “Yo soy”
Con la expresión “Yo Soy”, Jesús nos remite a la revelación divina participada a Moisés en el momento de su llamado. En aquella ocasión, en el monte Horeb, Dios reveló su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).
En la revelación de su nombre a Moisés, Dios se definió esencialmente por el hecho de estar presente en medio de su pueblo. Con la definición que da de sí mismo, Jesús dice que Dios está presente en Él en función de nosotros los hombres y que está interesado por nosotros, por nuestra vida.
Por lo tanto, Jesús en persona es la nueva y definitiva forma de la presencia poderosa y activa de Dios, dirigida no solamente a ser protección y guía, sino a ser comunión personal de vida. Jesús no quiere darnos solamente pan, sino también la eterna comunión personal de vida con Dios.
(2) “... el pan que da la vida”
Uno puede comprender todavía mejor el sentido de ésta y de las otras expresiones que empiezan con “Yo soy”, si se determina con claridad de qué tipo es nuestra relación con las realidades terrenas señaladas y si conseguimos captar la pretensión que ellas contienen.
Por eso preguntémonos: ¿Por qué Jesús se compara con el pan? E inmediatamente salta la respuesta: pues, porque el pan (que es una manera de referirse al alimento en general) es imprescindible para vivir. La relación que una persona tiene con el alimento no es opcional ni accesoria.
Efectivamente, nuestra relación con el pan –y con el alimento en general– está caracterizada por el hecho de que debemos recurrir a él necesariamente. Uno no puede darse el lujo de decir que va a vivir en este mundo sin alimentarse. Dependemos del pan no como algo a lo que se pueda renunciar, sino como a la base de nuestra existencia, para nuestra vida.
Veamos:
- La vida necesita alimento. Sin las fuerzas que nos vienen del pan, no podemos vivir. Por naturaleza debemos recurrir al pan. El pan tiene una maravillosa capacidad de mantenernos la vida. Quien no tiene qué comer o no quiere comer, se muere. Esto no depende de nuestra voluntad, sencillamente es así.
- El alimento –y por tanto la vida– es dado. Con relación al mantener la vida no somos independientes, soberanos, autárquicos; lo que el pan nos da no nos lo podemos dar por nosotros mismos, de ninguna manera, ni siquiera con los pensamientos más claros ni con las decisiones más firmes que tengamos. No hay un principio intrínseco que mantenga constantemente la vida por sí misma, más bien ella se mantiene por estímulos externos (que son todas las formas de alimentación: oxígeno, luz, agua, proteínas y todas las formas de nutrición).
- La vida es limitada. El tiene pan tiene que ver directamente con la vida y con la muerte. Se trata pero de esta capacidad es limitada, porque para cada hombre, irremediablemente llega el momento en el cual incluso el mejor alimento del mundo ya no puede sostenerlo más. Por varios años el alimento nos ha evitado la muerte, pero al final por más que comamos igualmente nos morimos.
De manera que, en un primer nivel de comprensión, Jesús nos está diciendo que Él es “causa” de vida, donde Él está brota vida. Y así como el alimento es necesario para la vida, él es necesario para nosotros. Hay que buscar a Jesús con la misma motivación con que buscamos la comida todos los días. ¡Jesús debe ser para nosotros una necesidad vital!
Pero todavía hay más. Jesús ha dicho que “da la vida” (es más claro decir “pan que da la vida” que simplemente “pan de vida”). Y, ¿qué es la vida? La reflexión profunda que ha venido provocando Jesús en este pasaje del evangelio lo ha dejado claro: es mucho más que la mera existencia física. Y, ¿cuál es el sentido espiritual de la vida? También ya apareció antes: la vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de amor y confianza que se realiza en la amistad con Jesús. Esta comunión de amor es la verdadera vida, la existencia plena. De ahí que sin Jesús puede que haya existencia pero no vida.
Ahora podemos entender mejor por qué a Jesús lo podemos llamar “el pan que da la vida”.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
Tratemos de responder en oración estas preguntas: ¿De qué tengo hambre? y ¿qué hago para saciar esa hambre?
Una pista orientativa: No sólo hay hambre de cosas materiales (las necesidades básicas del alimento, el vestido, la casa, el status profesional, etc.), también hay otras “hambres”, como por ejemplo: (a) hay hambre de la verdad (y no olvidemos que sólo en Jesús se encuentra la verdad de Dios); (b) hay hambre de vida (y no olvidemos que sólo en Jesús encontramos vida en abundancia); (c) hay hambre de amor (sólo en Jesús se encuentra el amor de supera las heridas del pecado y la separación final de la muerte). Sólo Jesús puede satisfacer esa hambre más profunda que nos mantiene constantemente insatisfechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario