Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 12, 44-50
Jesús exclamó:
El que cree en mí,
en realidad no cree en mí,
sino en Aquél que me envió.
y el que me ve
ve al que me envió.
Yo soy la luz,
y he venido al mundo
para que todo el que crea en mí
no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y no las cumple,
Yo no lo juzgo,
porque no vine a juzgar al mundo,
sino a salvar al mundo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras,
ya tiene quien lo juzgue:
la palabra que Yo he anunciado
es la que lo juzgará en el último día.
Porque Yo no hablé por mí mismo:
el Padre que me ha enviado
me ordenó lo que debía decir y anunciar;
y Yo sé que su mandato es Vida eterna.
Las palabras que digo,
las digo como el Padre me lo ordenó.
“En aquellos días, la Palabra de Dios cundía y se propagaba”. Así comienza la primera lectura de hoy. Más allá de las traducciones para el verbo original, me imagino la Palabra de Dios, su Querer, su Acción extendiéndose silenciosamente, como el aceite en una mesa, como el agua empapando la tierra… poco a poco, imparable… hasta el último rincón de la Tierra. Y así hasta hoy… aunque a veces parezca que no. Por estas tierras desde las que escribo, con frecuencia más bien miro y veo una especie de corcho flotando, impasible, impermeable… a la Palabra, a los gestos, al anuncio de la Buena Noticia… Y no hablo de los que no creen (que también)… hablo de nosotros, Iglesia Europea, Iglesia occidental, Iglesia de cualquier continente si es Iglesia desesperanzada y triste, acomodada. Podemos acomodarnos igual a los privilegios que a las burlas, en el fondo da igual, porque lo que nos paraliza es estar acomodados a lo que sea. Ser perseguido o sentirse amenazado puede ser también una oportunidad para ejercer poder y encerrarnos peligrosamente en lo nuestro.
“Lo de Jesús”, “esto” del Evangelio es la antítesis del encerramiento sobre sí. ¡Cómo me gustaría poder decir con humildad y alegría: “el que me ve a mí ve al que me ha enviado”! Esas son las palabras de Jesús hablando de su Padre hoy. Nosotros también somos enviados al mundo; somos elegidos y enviados para que quien nos vea, vea al Padre, no a nosotros mismos una y otra vez. No se nos ha dado el don de la fe y la vocación (ninguna vocación) para ser referencia de nosotros mismos.
Y por si queda alguna duda, el mismo Jesús (¡Él mismo!) afirma: “Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue”. Esta actitud acogedora, exigente y respetuosa a la vez, que sabe quién juzga y quién no, ¿podría tacharse de ambigua, de lábil, de moderna, de light…? Creo que no. ¡Es Palabra de Dios! Si nuestro Señor y Maestro no ejerce su misión juzgando y se niega a rechazar a quien le rechace a Él, tampoco nosotros hemos recibido la misión de juzgar… ¡a nadie! Todos tenemos quien nos juzgue… ¡y menos mal que es Dios Padre nuestro Juez, lento a la cólera, rico en piedad y misericordia!
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, misionera claretiana
El que cree en mí,
en realidad no cree en mí,
sino en Aquél que me envió.
y el que me ve
ve al que me envió.
Yo soy la luz,
y he venido al mundo
para que todo el que crea en mí
no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y no las cumple,
Yo no lo juzgo,
porque no vine a juzgar al mundo,
sino a salvar al mundo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras,
ya tiene quien lo juzgue:
la palabra que Yo he anunciado
es la que lo juzgará en el último día.
Porque Yo no hablé por mí mismo:
el Padre que me ha enviado
me ordenó lo que debía decir y anunciar;
y Yo sé que su mandato es Vida eterna.
Las palabras que digo,
las digo como el Padre me lo ordenó.
Compartiendo la Palabra
Por Rosa Ruiz, rmi
Por Rosa Ruiz, rmi
“En aquellos días, la Palabra de Dios cundía y se propagaba”. Así comienza la primera lectura de hoy. Más allá de las traducciones para el verbo original, me imagino la Palabra de Dios, su Querer, su Acción extendiéndose silenciosamente, como el aceite en una mesa, como el agua empapando la tierra… poco a poco, imparable… hasta el último rincón de la Tierra. Y así hasta hoy… aunque a veces parezca que no. Por estas tierras desde las que escribo, con frecuencia más bien miro y veo una especie de corcho flotando, impasible, impermeable… a la Palabra, a los gestos, al anuncio de la Buena Noticia… Y no hablo de los que no creen (que también)… hablo de nosotros, Iglesia Europea, Iglesia occidental, Iglesia de cualquier continente si es Iglesia desesperanzada y triste, acomodada. Podemos acomodarnos igual a los privilegios que a las burlas, en el fondo da igual, porque lo que nos paraliza es estar acomodados a lo que sea. Ser perseguido o sentirse amenazado puede ser también una oportunidad para ejercer poder y encerrarnos peligrosamente en lo nuestro.
“Lo de Jesús”, “esto” del Evangelio es la antítesis del encerramiento sobre sí. ¡Cómo me gustaría poder decir con humildad y alegría: “el que me ve a mí ve al que me ha enviado”! Esas son las palabras de Jesús hablando de su Padre hoy. Nosotros también somos enviados al mundo; somos elegidos y enviados para que quien nos vea, vea al Padre, no a nosotros mismos una y otra vez. No se nos ha dado el don de la fe y la vocación (ninguna vocación) para ser referencia de nosotros mismos.
Y por si queda alguna duda, el mismo Jesús (¡Él mismo!) afirma: “Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue”. Esta actitud acogedora, exigente y respetuosa a la vez, que sabe quién juzga y quién no, ¿podría tacharse de ambigua, de lábil, de moderna, de light…? Creo que no. ¡Es Palabra de Dios! Si nuestro Señor y Maestro no ejerce su misión juzgando y se niega a rechazar a quien le rechace a Él, tampoco nosotros hemos recibido la misión de juzgar… ¡a nadie! Todos tenemos quien nos juzgue… ¡y menos mal que es Dios Padre nuestro Juez, lento a la cólera, rico en piedad y misericordia!
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, misionera claretiana
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