Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 1-6
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten.
Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;
si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes
que voy a prepararles un lugar?
y cuando haya ido y les haya preparado un lugar,
volveré otra vez para llevarlos conmigo,
a fin de que donde Yo esté,
estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy».
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Jesús le respondió:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí».
“Os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús”. Somos anunciadores de una Buena Noticia que nos supera, nos envuelve: es mayor que nosotros porque nos precede y nos continuará, no terminará cuando nosotros terminemos. A veces escucho hablar de la Iglesia -también de la Vida Consagrada-, como si tuviera fecha de caducidad…. Quizá la tenga, pero desde luego no nos toca a nosotros tirar el envase a la basura. Si la Buena Noticia de Cristo es Él mismo y vive para siempre; si la Iglesia es “carne” y encarnación diminutiva de este Evangelio, entonces vivirá también para siempre. Caducarán las apariencias, las normas, las expectativas, las personas, los estilos y acentos… Pero no la Iglesia. Nos ha precedido y nos verá morir engendrando nuevos hijos, igual que la Vida Consagrada, el Matrimonio, el Sacerdocio y toda Vocación vivida en la Iglesia como tal.
Por cierto, hablando de vocaciones, la Casa del Padre tiene estancias tan infinitas como infinito es su amor. Lo importante no es habitar una u otra, ¿no?… Lo importante es ser huéspedes de Dios. ¿Quién temblará habitando su morada, sabiendo que Dios en persona nos está preparando sitio? Recuerda la última vez que recibiste en tu casa a alguien para unos días: aireas la habitación, barres, haces la cama con nuevas sábanas, pones toallas, mueves muebles si hace falta, preparas una flor para la mesa, cuidas cada detalle… Ahora imagínate a Cristo haciendo eso para ti. Y todo para algo tan sencillo como humano: poder estar juntos… que donde esté el Señor, podamos estar nosotros con Él. Él es la casa, la habitación, el Dueño, el gerente, el portero, el guía, el amigo… ¡todo!
No hay medios para llegar a Él; Él es el camino.
No hay vida para vivirla de tal manera que se nos “premie” con Él; Él es la Vida a vivir.
No hay verdad que valga la pena sin Él; Él es el criterio de verdad de todo cuanto vivas.
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, misionera claretiana
«No se inquieten.
Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;
si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes
que voy a prepararles un lugar?
y cuando haya ido y les haya preparado un lugar,
volveré otra vez para llevarlos conmigo,
a fin de que donde Yo esté,
estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy».
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Jesús le respondió:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí».
“Os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús”. Somos anunciadores de una Buena Noticia que nos supera, nos envuelve: es mayor que nosotros porque nos precede y nos continuará, no terminará cuando nosotros terminemos. A veces escucho hablar de la Iglesia -también de la Vida Consagrada-, como si tuviera fecha de caducidad…. Quizá la tenga, pero desde luego no nos toca a nosotros tirar el envase a la basura. Si la Buena Noticia de Cristo es Él mismo y vive para siempre; si la Iglesia es “carne” y encarnación diminutiva de este Evangelio, entonces vivirá también para siempre. Caducarán las apariencias, las normas, las expectativas, las personas, los estilos y acentos… Pero no la Iglesia. Nos ha precedido y nos verá morir engendrando nuevos hijos, igual que la Vida Consagrada, el Matrimonio, el Sacerdocio y toda Vocación vivida en la Iglesia como tal.
Por cierto, hablando de vocaciones, la Casa del Padre tiene estancias tan infinitas como infinito es su amor. Lo importante no es habitar una u otra, ¿no?… Lo importante es ser huéspedes de Dios. ¿Quién temblará habitando su morada, sabiendo que Dios en persona nos está preparando sitio? Recuerda la última vez que recibiste en tu casa a alguien para unos días: aireas la habitación, barres, haces la cama con nuevas sábanas, pones toallas, mueves muebles si hace falta, preparas una flor para la mesa, cuidas cada detalle… Ahora imagínate a Cristo haciendo eso para ti. Y todo para algo tan sencillo como humano: poder estar juntos… que donde esté el Señor, podamos estar nosotros con Él. Él es la casa, la habitación, el Dueño, el gerente, el portero, el guía, el amigo… ¡todo!
No hay medios para llegar a Él; Él es el camino.
No hay vida para vivirla de tal manera que se nos “premie” con Él; Él es la Vida a vivir.
No hay verdad que valga la pena sin Él; Él es el criterio de verdad de todo cuanto vivas.
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, misionera claretiana
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