Los discípulos de Emaús permiten sin dificultad que nos identifiquemos con ellos en bastantes momentos. Muchas veces nuestras preocupaciones, dudas… impiden que nos demos cuenta que el resucitado está en medio de nosotros, que su presencia es real.
Uno de los pasajes pascuales más bellos del evangelio es, sin duda, el de los discípulos de Emaús. En él podemos descubrir, como en un espejo, nuestro caminar por la historia como seguidores y discípulos de Jesús. El evangelista quiere que nos sintamos protagonistas. Por eso, usa varias veces la palabra “camino” y el verbo “caminar”.
Nosotros somos los discípulos de Emaús, que vamos por la vida hablando y discutiendo sin darnos cuenta de que el Resucitado nos acompaña en el camino. Como ellos, con frecuencia, nos detenemos entristecidos y, sintiéndolo lejano, le preguntamos en la oración si es el único que no se ha enterado de todo lo que sucede en el mundo de hoy día, lleno de injusticia, violencia, miseria, marginación, y de que no llega a la Iglesia la primavera anunciada por el Concilio Vaticano II.
El Señor nos reprende e ilumina con su palabra, “comenzando por Moisés y los Profetas”, hasta llegar a Él, pero nuestros ojos siguen cerrados y no lo descubrimos cercano y presente. Lo podremos hacer cuando, como los discípulos de Emaús, sepamos tener gestos de caridad concreta y eficaz como el que ellos mismos tuvieron al ofrecer hospedaje a un desconocido.
Hoy, para nosotros, podrían ser el de la opción preferencial por los pobres, que exige un amor con dimensión social en un mundo de injusticia institucionalizada, y el del diálogo fraterno en la Iglesia a pesar de nuestras diversidades. Eso nos llevará a descubrir a Cristo resucitado en medio de nosotros y hará posible el que seamos testigos de su vida y de su resurrección. Seremos capaces entonces de superar el pesimismo y la desesperanza que, con frecuencia, nos invaden y de transmitir la seguridad de la presencia del Resucitado que está siempre con nosotros.
Uno de los pasajes pascuales más bellos del evangelio es, sin duda, el de los discípulos de Emaús. En él podemos descubrir, como en un espejo, nuestro caminar por la historia como seguidores y discípulos de Jesús. El evangelista quiere que nos sintamos protagonistas. Por eso, usa varias veces la palabra “camino” y el verbo “caminar”.
Nosotros somos los discípulos de Emaús, que vamos por la vida hablando y discutiendo sin darnos cuenta de que el Resucitado nos acompaña en el camino. Como ellos, con frecuencia, nos detenemos entristecidos y, sintiéndolo lejano, le preguntamos en la oración si es el único que no se ha enterado de todo lo que sucede en el mundo de hoy día, lleno de injusticia, violencia, miseria, marginación, y de que no llega a la Iglesia la primavera anunciada por el Concilio Vaticano II.
El Señor nos reprende e ilumina con su palabra, “comenzando por Moisés y los Profetas”, hasta llegar a Él, pero nuestros ojos siguen cerrados y no lo descubrimos cercano y presente. Lo podremos hacer cuando, como los discípulos de Emaús, sepamos tener gestos de caridad concreta y eficaz como el que ellos mismos tuvieron al ofrecer hospedaje a un desconocido.
Hoy, para nosotros, podrían ser el de la opción preferencial por los pobres, que exige un amor con dimensión social en un mundo de injusticia institucionalizada, y el del diálogo fraterno en la Iglesia a pesar de nuestras diversidades. Eso nos llevará a descubrir a Cristo resucitado en medio de nosotros y hará posible el que seamos testigos de su vida y de su resurrección. Seremos capaces entonces de superar el pesimismo y la desesperanza que, con frecuencia, nos invaden y de transmitir la seguridad de la presencia del Resucitado que está siempre con nosotros.
Camilo Maccise
Artículo publicado en la revista Vida Nueva, nº 2703.
Artículo publicado en la revista Vida Nueva, nº 2703.
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