Homilía y Recursos para la Homilía
Publicado por Agustinos España
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Ayer Viernes Santo conmemoramos la muerte del Señor en la Cruz.
Después de su muerte, el cuerpo del Señor es depositado en el sepulcro.
El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. La madre de Jesús y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Hemos sido comprados a gran precio.
Esta escena nos alienta a hacer nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir al pecado para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo con el afán de evangelizar al mundo. Dar la vida por los demás, como lo hizo el Señor.
No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos. Llenos de tristeza y sin rumbo fijo.
Si el domingo ya se los ve de nuevo unidos, es porque el sábado o quizás la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fé, su esperanza y su amor a esta Iglesia que nacía débil y asustada.
Este sábado no fue para Nuestra Señora un día triste. Su hijo ha dejado de sufrir. Ella espera serenamente el momento de la Resurrección.
Siempre, pero especialmente si alguna vez dejamos a Cristo y nos encontramos desorientados por haber abandonado la Cruz, como los apóstoles, debemos acudir en seguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Junto a ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
¡Qué noche tan dichosa! Canta el pregón pascual que se proclama en esta solemne vigilia. En esta noche toda la comunidad cristiana está invitada a velar con sus lámparas encendidas porque Cristo triunfa de la muerte y del pecado mediante su resurrección. El sentido profundo de las lecturas de esta noche se anuncia claramente en la introducción que hace el celebrante principal al inicio de la liturgia de la Palabra: “Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que con su muerte y su resurrección, salvara a todos los hombres”. La vigilia de esta noche se ilumina con la Palabra de Dios que nos narra la historia de la salvación: la creación, el sacrificio de Abraham, el paso del mar rojo, la promesa de una misericordia que nunca acaba, la purificación de los corazones... el significado del bautismo. El evangelio de san Marcos pone de relieve que el “crucificado” ha resucitado, no para volver a una nueva vida terrenal, sino que ha sido elevado a una nueva dimensión: con la fe en la resurrección de Jesús encuentra la comunidad primitiva su propia salvación, contempla así su futuro definitivo.
Mensaje doctrinal
1. La resurrección del Señor el primer día de la semana. La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" ( 1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y es el principio de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da significado a todo nuestro humano caminar.
Después de escuchar atentamente las lecturas del Antiguo Testamento y la Epístola de san Pablo, llegamos al momento culminante de la proclamación del evangelio. En el ciclo B se lee el evangelio de Marcos quien pone su acento en que “el crucificado, es el mismo que ha resucitado”. La tres mujeres que habían estado en la crucifixión: María de Magdala, María la de Santiago y Salomé se reúnen, como era costumbre entre los judíos, para visitar la tumba de Jesús, deseaban, además, ungirlo debidamente, pues la tarde del viernes todo había sido muy precipitado. El reposo sabático no les había dado la oportunidad de hacerlo. Ahora, al despuntar el día, se dirigen al sepulcro, no sin un profundo dolor y una viva emoción. Se debe notar que san Marcos habla del “primer día de la semana”. Hasta ahora, los anuncios de la resurrección hablaban del “tercer día”. Cómputo que se hacía a partir del día de la crucifixión (Cfr. Mt 16,21; Lc 9,22). El tercer día en la biblia se reconocía como día de la teofanía. Al tercer día desciende Yahveh sobre el Sinaí (Ex 19,16); al tercer día llega Abraham al lugar del sacrificio con su hijo Issac (Gen 22,4). Por su parte los santos Padres prefieren mencionar el “octavo día” poniendo de relieve la venida del Señor al final de los tiempos.
Comenta el Card. Ratzinger al respecto: “De este modo, los tres simbolismos (primer día de la semana, tercer día de la semana, octavo día de la semana, respecto a la pascua ndr ) terminan por identificarse: el más importante de ellos, sin embargo, es del “primer día de la semana”. En el mundo mediterráneo en el que el cristianismo se ha formado, el primer día de la semana era visto como el día del sol, .... El día de la celebración litúrgica de los cristianos había sido elegido como memoria del obrar de Dios, a partir de la resurrección de Cristo” Joseph Ratizinger Introduzione allo spirito della liturgia , San Paolo Milano 2001, p. 92 (la traducción es nuestra). Es decir, el tiempo encontraba su punto de referencia para los cristianos a partir de la resurrección de Cristo, de aquí nace la importancia del domingo cristiano. A esto se debe añadir que “el primer día” es el día de la creación. La nueva creación re-toma la antigua. Así, el día de la resurrección es también fiesta de la creación: la comunidad cristiana da gracias a Dios por el don de la creación. Esto ha quedado de manifiesto en la primera lectura de esta vigila que narra poéticamente la creación del mundo y del hombre. Dios no permite que la creación se destruya, sino que la reconstituye después de las prevaricaciones del hombre. En el término “primer día de la semana” está también contenida la idea paolina según la cual la creación espera la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19): como el pecado destruye la creación, así la creación se cura cuando los “hijos de Dios” se hacen presentes (Cfr. Ratzinger ibidem).
2. Id a decir a sus discípulos y a Pedro. Las mujeres reciben el encargo de decir a Pedro y a sus discípulos que “el crucificado ha resucitado”. Aquellas mujeres que habían conocido a Jesús, que habían visto sus milagros, que habían oído su predicación, que habían sido objeto de su misericordia y que lo habían visto materialmente destrozado en la cruz, reciben un mensaje inesperado y desconcertante para ellas: “el crucificado ha resucitado”. Aquel que ellas tanto amaban y por el que habían arriesgado su vida siguiéndole hasta la cruz, ha resucitado. No simplemente ha vuelto a la vida, sino que ya no muere más. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9_10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31_32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). Se debe notar, sin embargo, que las primeras en anunciar la resurrección del Señor fueron las mujeres.
El catecismo de la Iglesia católica nos dice: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los muertos.
Con su muerte venció a la muerte.
A los muertos ha dado la vida.
(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)
Catecismo de la Iglesia católica 638.
Esto es lo que hoy también estamos invitados a anunciar.
Sugerencias pastorales
1. La meditación sobre la resurrección. La piedad cristiana se ha detenido siempre mucho en los misterios de la pasión y muerte, y con razón, pues de ellos depende nuestra salvación. Sin embargo, no siempre ha dado la importancia que merece al misterio de la resurrección, es decir, no siempre ha considerado el misterio pascual de Cristo de forma integral. Creo que sea muy útil introducir a nuestros fieles en la meditación del misterio de la resurrección del Señor como victoria sobre la muerte y el pecado. En un mundo transido de violencia y terror, es precisamente la resurrección del Señor la que debe alentar e impulsar llena de esperanza la vida de los cristianos. Ellos deben seguir siendo en la sociedad como el alma para el cuerpo, porque ellos tienen el deber de anunciar que el amor de Dios en Cristo ha vencido por encima de la mentira, del pecado, de la calumnia y, sobre todo, de la muerte. Aquello que el catecismo aplica a Pedro y a los apóstoles, podemos aplicarlo a nosotros creyentes de este nuevo milenio: “Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _ y a Pedro en particular _ en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua”. Lo que sucede en esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos compromete a todos en la construcción de un nuevo mundo, en la construcción de la civilización del amor.
2. Valorar el propio bautismo. La vigilia pascual con su liturgia bautismal nos invita a considerar el valor del propio bautismo. Por medio de él, nos dice san Pablo, hemos sido injertados en Cristo, hemos sido incorporados al cuerpo de Cristo, liberados del pecado y hechos hijos de Dios. ¡Oh cuántas cosas grandes ha obrado Dios en favor nuestro! Sucede, sin embargo, que a veces vivimos distraídos de las verdades fundamentales que sostienen nuestras vidas. Nos dejamos arrebatar por el miedo, el cansancio, el sueño, porque no nos damos cuenta de las riquezas que llevamos en el alma: “Despierta tú que duermes y el Señor te alumbrará”. Que cada uno valore hoy la dignidad de su ser cristiano (Reconoce Oh Cristiano, tu dignidad decía san León Magno), que cada uno sienta en toda su belleza la alegría de ser hijo de Dios -porque en verdad lo somos-, de ser coheredero con Cristo, de ser partícipe de la misión de Cristo. Si, así lo hacemos, nuestra vida dará un vuelco y seremos “más cristianos” , alejaremos de nuestra vida la tentación de vivir de forma pagana como si Dios no existiese y como si Cristo no hubiese muerto y resucitado por nosotros.
Después de su muerte, el cuerpo del Señor es depositado en el sepulcro.
El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. La madre de Jesús y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Hemos sido comprados a gran precio.
Esta escena nos alienta a hacer nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir al pecado para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo con el afán de evangelizar al mundo. Dar la vida por los demás, como lo hizo el Señor.
No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos. Llenos de tristeza y sin rumbo fijo.
Si el domingo ya se los ve de nuevo unidos, es porque el sábado o quizás la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fé, su esperanza y su amor a esta Iglesia que nacía débil y asustada.
Este sábado no fue para Nuestra Señora un día triste. Su hijo ha dejado de sufrir. Ella espera serenamente el momento de la Resurrección.
Siempre, pero especialmente si alguna vez dejamos a Cristo y nos encontramos desorientados por haber abandonado la Cruz, como los apóstoles, debemos acudir en seguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Junto a ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Nexo entre las lecturas
¡Qué noche tan dichosa! Canta el pregón pascual que se proclama en esta solemne vigilia. En esta noche toda la comunidad cristiana está invitada a velar con sus lámparas encendidas porque Cristo triunfa de la muerte y del pecado mediante su resurrección. El sentido profundo de las lecturas de esta noche se anuncia claramente en la introducción que hace el celebrante principal al inicio de la liturgia de la Palabra: “Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que con su muerte y su resurrección, salvara a todos los hombres”. La vigilia de esta noche se ilumina con la Palabra de Dios que nos narra la historia de la salvación: la creación, el sacrificio de Abraham, el paso del mar rojo, la promesa de una misericordia que nunca acaba, la purificación de los corazones... el significado del bautismo. El evangelio de san Marcos pone de relieve que el “crucificado” ha resucitado, no para volver a una nueva vida terrenal, sino que ha sido elevado a una nueva dimensión: con la fe en la resurrección de Jesús encuentra la comunidad primitiva su propia salvación, contempla así su futuro definitivo.
Mensaje doctrinal
1. La resurrección del Señor el primer día de la semana. La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" ( 1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y es el principio de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da significado a todo nuestro humano caminar.
Después de escuchar atentamente las lecturas del Antiguo Testamento y la Epístola de san Pablo, llegamos al momento culminante de la proclamación del evangelio. En el ciclo B se lee el evangelio de Marcos quien pone su acento en que “el crucificado, es el mismo que ha resucitado”. La tres mujeres que habían estado en la crucifixión: María de Magdala, María la de Santiago y Salomé se reúnen, como era costumbre entre los judíos, para visitar la tumba de Jesús, deseaban, además, ungirlo debidamente, pues la tarde del viernes todo había sido muy precipitado. El reposo sabático no les había dado la oportunidad de hacerlo. Ahora, al despuntar el día, se dirigen al sepulcro, no sin un profundo dolor y una viva emoción. Se debe notar que san Marcos habla del “primer día de la semana”. Hasta ahora, los anuncios de la resurrección hablaban del “tercer día”. Cómputo que se hacía a partir del día de la crucifixión (Cfr. Mt 16,21; Lc 9,22). El tercer día en la biblia se reconocía como día de la teofanía. Al tercer día desciende Yahveh sobre el Sinaí (Ex 19,16); al tercer día llega Abraham al lugar del sacrificio con su hijo Issac (Gen 22,4). Por su parte los santos Padres prefieren mencionar el “octavo día” poniendo de relieve la venida del Señor al final de los tiempos.
Comenta el Card. Ratzinger al respecto: “De este modo, los tres simbolismos (primer día de la semana, tercer día de la semana, octavo día de la semana, respecto a la pascua ndr ) terminan por identificarse: el más importante de ellos, sin embargo, es del “primer día de la semana”. En el mundo mediterráneo en el que el cristianismo se ha formado, el primer día de la semana era visto como el día del sol, .... El día de la celebración litúrgica de los cristianos había sido elegido como memoria del obrar de Dios, a partir de la resurrección de Cristo” Joseph Ratizinger Introduzione allo spirito della liturgia , San Paolo Milano 2001, p. 92 (la traducción es nuestra). Es decir, el tiempo encontraba su punto de referencia para los cristianos a partir de la resurrección de Cristo, de aquí nace la importancia del domingo cristiano. A esto se debe añadir que “el primer día” es el día de la creación. La nueva creación re-toma la antigua. Así, el día de la resurrección es también fiesta de la creación: la comunidad cristiana da gracias a Dios por el don de la creación. Esto ha quedado de manifiesto en la primera lectura de esta vigila que narra poéticamente la creación del mundo y del hombre. Dios no permite que la creación se destruya, sino que la reconstituye después de las prevaricaciones del hombre. En el término “primer día de la semana” está también contenida la idea paolina según la cual la creación espera la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19): como el pecado destruye la creación, así la creación se cura cuando los “hijos de Dios” se hacen presentes (Cfr. Ratzinger ibidem).
2. Id a decir a sus discípulos y a Pedro. Las mujeres reciben el encargo de decir a Pedro y a sus discípulos que “el crucificado ha resucitado”. Aquellas mujeres que habían conocido a Jesús, que habían visto sus milagros, que habían oído su predicación, que habían sido objeto de su misericordia y que lo habían visto materialmente destrozado en la cruz, reciben un mensaje inesperado y desconcertante para ellas: “el crucificado ha resucitado”. Aquel que ellas tanto amaban y por el que habían arriesgado su vida siguiéndole hasta la cruz, ha resucitado. No simplemente ha vuelto a la vida, sino que ya no muere más. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9_10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31_32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). Se debe notar, sin embargo, que las primeras en anunciar la resurrección del Señor fueron las mujeres.
El catecismo de la Iglesia católica nos dice: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los muertos.
Con su muerte venció a la muerte.
A los muertos ha dado la vida.
(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)
Catecismo de la Iglesia católica 638.
Esto es lo que hoy también estamos invitados a anunciar.
Sugerencias pastorales
1. La meditación sobre la resurrección. La piedad cristiana se ha detenido siempre mucho en los misterios de la pasión y muerte, y con razón, pues de ellos depende nuestra salvación. Sin embargo, no siempre ha dado la importancia que merece al misterio de la resurrección, es decir, no siempre ha considerado el misterio pascual de Cristo de forma integral. Creo que sea muy útil introducir a nuestros fieles en la meditación del misterio de la resurrección del Señor como victoria sobre la muerte y el pecado. En un mundo transido de violencia y terror, es precisamente la resurrección del Señor la que debe alentar e impulsar llena de esperanza la vida de los cristianos. Ellos deben seguir siendo en la sociedad como el alma para el cuerpo, porque ellos tienen el deber de anunciar que el amor de Dios en Cristo ha vencido por encima de la mentira, del pecado, de la calumnia y, sobre todo, de la muerte. Aquello que el catecismo aplica a Pedro y a los apóstoles, podemos aplicarlo a nosotros creyentes de este nuevo milenio: “Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _ y a Pedro en particular _ en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua”. Lo que sucede en esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos compromete a todos en la construcción de un nuevo mundo, en la construcción de la civilización del amor.
2. Valorar el propio bautismo. La vigilia pascual con su liturgia bautismal nos invita a considerar el valor del propio bautismo. Por medio de él, nos dice san Pablo, hemos sido injertados en Cristo, hemos sido incorporados al cuerpo de Cristo, liberados del pecado y hechos hijos de Dios. ¡Oh cuántas cosas grandes ha obrado Dios en favor nuestro! Sucede, sin embargo, que a veces vivimos distraídos de las verdades fundamentales que sostienen nuestras vidas. Nos dejamos arrebatar por el miedo, el cansancio, el sueño, porque no nos damos cuenta de las riquezas que llevamos en el alma: “Despierta tú que duermes y el Señor te alumbrará”. Que cada uno valore hoy la dignidad de su ser cristiano (Reconoce Oh Cristiano, tu dignidad decía san León Magno), que cada uno sienta en toda su belleza la alegría de ser hijo de Dios -porque en verdad lo somos-, de ser coheredero con Cristo, de ser partícipe de la misión de Cristo. Si, así lo hacemos, nuestra vida dará un vuelco y seremos “más cristianos” , alejaremos de nuestra vida la tentación de vivir de forma pagana como si Dios no existiese y como si Cristo no hubiese muerto y resucitado por nosotros.
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