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viernes, 14 de mayo de 2010

Comentario Biblico y Pautas Homileticas: Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía”


VII Domingo de Pascua,
Fiesta de la Ascensión del Señor (Lucas 24, 46-53)
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Las lecturas nos hablan del que parte, pero a su vez se queda, del que se va bendiciendo y transmite alegría. Nos hablan del Padre, del Hijo y del Espíritu. De una comunidad de personas que se afianza entre incertidumbres, desconciertos, certezas, memoria y alegría.

El poder de Jesús se manifiesta en la vida y en la fe, en la presencia del Espíritu que nos hace testigos y nos invita a anunciarlo hasta los confines de la tierra. A esperar y a confiar en su Palabra, a dejarnos llevar por su Espíritu, a tener certeza de la espera aunque no sepamos ni cuándo, ni cómo vendrá.


Comentario bíblico

"Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra"

Iª Lectura (Hch 1,1-11): “Seréis mis testigos”

I.1. Solamente Lucas es verdaderamente “ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla o relata este “misterio” cristológico en todo el Nuevo Testamento. Y sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no son opuestos los discursos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga «cuarenta días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.

I.2. Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el número recuerda y apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía divina Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de la prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número «cuarenta» también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los Hechos, es un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos.

I.3. Y ese tiempo Pascual extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu, porque les espera una gran tarea en todo el mundo, “hasta los confines de la tierra”. La pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la razón de que haya prolongado su presencia “especial” durante “cuarenta días” entre los suyos, insistiendo en iluminarlos acerca del Reino de Dios que fue el tema de su mensaje y la causa de su vida hasta la muerte.

I.4. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de las Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Y deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el tiempo de la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya sido crucificado. Su mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

I.5.La “Ascensión”, como se indica en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo y sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de Jesús. Pero eso es lo que sucede, sin duda, en la resurrección. Por lo mismo, no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad de Jesús, sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de Galilea. No obstante, debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a significar un momento decisivo que pone fin al período pascual. Asimismo, Lucas lo ha presentado como misterio pedagógico para hacer ver a los discípulos que ha llegado su hora de anunciar al mundo la salvación de Dios. E incluso tiene el sentido de purificación definitiva de una ideología nacionalista del mesianismo de Jesús y del papel de Israel. Todos los hombres han de ser llamados a la salvación de Dios. Por que Jesús, el Señor exaltado, ya ha cumplido en la historia su tarea.

IIª Lectura: Hebreos (9,24..10,23):

El texto de la carta a los Hebreos quiere recoger algo de esta tradición de la Ascensión como exaltación definitiva de Jesucristo resucitado para interceder por nosotros delante de Dios. Bajo el simbolismo del Sumo Sacerdote eterno, que no necesita ofrecer continuamente sacrificios, como en la Antigua Alianza, su Ascensión es un beneficio incalculable para nosotros, porque con Él siempre podemos estar delante de nuestro Dios, dándole gracias o pidiéndole piedad y misericordia por nuestros pecados, con la seguridad de que todo eso se nos concede. Es una forma de interpretar la Ascensión, aunque la carta a los Hebreos no use esa terminología.



O bien Efesios 1,17-23: A la derecha de Dios

Se nos muestra una plegaria de intercesión (vv. 17-19); la confesión cristológica (vv. 20-22) y un apunte eclesiológico (v. 23). Debemos resaltar de este texto de Efesios la intervención de Dios en Cristo para poner todo bajo sus pies. Para ello lo ha debido “sentar a su derecha en el cielo”. Es la expresión bíblica que apunta justamente a la exaltación como resultado de la Ascensión. Es una fórmula que se inspira, sin duda, en el Sal 110,1 como “entronización” y que apunta a que desde ese momento Cristo ya tiene el mismo poder soteriológico o salvador de Dios, incluso siendo hombre. Sería otros de los aspectos teológicos de lo que puede significar la Ascensión.

Evangelio: Lucas (24,46-53): Resurrección-Exaltación

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el “jueves” precedente a este domingo, su liturgia se traslada a lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues, están determinados por esta fiesta del Señor. Es Lucas, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla de este misterio en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11), que son las lecturas fundamentales de la fiesta de este día. En realidad, los discursos no son opuestos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se posponga “cuarenta días”, en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua. Esto último es lo más determinante ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como la “exaltación” de Jesús a la derecha de Dios.

Debemos reconocer que no es fácil el uso de los textos de hoy y el significado de los mismos para la predicación actual.

¿Qué es lo que pretende Lucas? Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu Santo. En ese sentido, en lo esencial, las dos lecturas que se hacen hoy del acontecimiento coinciden: Jesús instruye a sus discípulos de nuevo, confirmándolos en su fe todavía frágil, demasiado tradicional respecto al proyecto salvífico de Dios, para estar alerta. El tiempo Pascual extraordinario, nos quiere decir Lucas, está tocando a su fin y el Resucitado no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al Espíritu porque les espera una gran tarea en todo el mundo, hasta los confines de la tierra.

Es verdad que en los primeros siglos de la Iglesia (quizás hasta el s. V) no se puso mucho énfasis en esta distinción entre Resurrección y Ascensión. Es a partir de ese s. V, con el apoyo de la narración lucana, cuando se hace un uso litúrgico y catequético en clave que llega a ser narración histórica. ¿Por qué? Consideramos que depende mucho de la concepción antropológica de la resurrección. En algunos ámbitos teológicos la resurrección de Jesús se concibió como “una vuelta a la vida”, a esta vida, para que sus discípulos pudieran verificar que había resucitado. Quedaba, pues, el segundo paso: la ruptura con este mundo y con esta historia de una forma definitiva. Apoyándose en la narración de Lucas, se vio en la Ascensión la definitiva “subida”: la exaltación a la gloria de Dios. Pero eso no es muy coherente, ya que la exaltación acontece en la misma resurrección.

Todo lo que se refiere a la Ascensión del Señor se evoca en el relato de los Hechos, que es el más vivo, con un simple verbo en pasiva: «fue elevado», sin decirnos nada en lo que respecta a la clase de prodigio. En Lc 24,31 se dice que «se les hizo invisible». Todo ello apunta a una terminología sagrada de la época, para describir la intervención de Dios por encima de todas las cosas. Ya se ha dicho que la Ascensión no añade nada nuevo con respecto a la Pascua, a la Resurrección. En todo caso, la pedagogía lucana, para las necesidades de su comunidad, apuntan a que la Resurrección de Jesús, al contrario que la de otras personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo.

A pesar de que este misterio se comunica por una serie de códigos bíblicos que nos hablan de la presencia misteriosa de Dios (en la nube, como revelación de su gloria, en la que entra Jesús por la Resurrección o la Ascensión), el tiempo Pascual ha sido necesario para que los discípulos rompan con todos los miedos para salir al mundo a evangelizar. Pero en todo caso, hay una promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de la Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

¿Podemos seguir manteniendo este tipo de lectura? ¿Es correcta? Creo que el NT nos permite otras claves. El mismo Lucas ha usado los “cuarenta días” en sentido pedagógico.

1) Entendemos, en primer lugar, que “cuarenta días” no es un tiempo real, espacio-temporal, sino teológico. Es un tiempo de espera y esperanza para que la comunidad viva intensamente el acontecimiento de la resurrección y se prepare para anunciar al mundo entero el mensaje de Jesús (Hch 1,8). Lucas ha buscado, pues, ese “tiempo pedagógico” que ponga de manifiesto algo importante en el seno de la comunidad: la resurrección de Jesús no es algo que afecta a Él exclusivamente, sino que tiene otra dimensión: la de la comunidad. También la comunidad de los seguidores de Jesús tienen que “resucitar” de sus miedos, de sus ideas poco acertadas sobre Jesús y sobre su mensaje. Jesús fue resucitado por Dios, pero también Jesús resucitado quiere hacerse presente desde esa nueva vida en su comunidad. La “Ascensión” era el momento adecuado para “dejar” a la comunidad resucitada ya, y en manos del Espíritu que debe llevarla hasta el final.

2) Por otra parte, en segundo lugar, como muchos autores han puesto de manifiesto, se debe contemplar la respuesta de lo que significan esos “cuarenta días” para subsanar un problema que tuvo la comunidad cristiana primitiva con respecto a la Parusía o la vuelta de Jesús e inaugurar el “final de los tiempos”. Se produjo en los primeros años cierta decepción cristiana porque la Parusía, la vuelta de Jesús, no acontecía y el fin del mundo no llegaba. Lucas entiende que el fin del mundo no tenía por qué llegar, ya que era necesaria la acción de la Iglesia para comunicar el mensaje de salvación a todos los hombres. Es lo que se conoce como la “descatologización” de la teología lucana. Es decir: no debemos estar preocupados por la Parusía, por el fin del mundo, sino por transformar esta historia por medio de la Palabra y el Espíritu de Jesús. De esa manera se explica el reproche a los discípulos de estar mirando al cielo… pensando en su vuelta, cuando hay que mirar a la tierra, a los hombres, para llenar este mundo de vida.




Pautas para la homilía

“Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía” (Hech. 1, 3)


¿Qué pruebas nos da Jesús para demostrarnos que vive? Hace poco un sacerdote decía en la Homilía que si miramos hacia el último lugar (y siempre hay alguien en el último lugar) ahí está Jesús, ahí lo vamos a ver. También alguna vez oímos decir a Mamerto Menapace que no tendríamos que pedir a Dios maravillas sino la capacidad de maravillarnos.

Jesús obra milagros pero las pruebas de vida que nos da nos hablan de lo que sucede en la vida de todos los días: come con sus discípulos, les muestra sus heridas, camina con ellos, reza con ellos, les explica las escrituras…

“¿Por qué miran al cielo?” Les preguntan a los apóstoles los hombres vestidos de blanco que aparecen al costado de Jesús. Y a continuación les dicen que Jesús volverá de la misma manera en que lo han visto partir. Jesús vivió como hombre siendo Dios para que nosotros conozcamos el amor que Dios Padre y Madre nos tiene.

De Santo Domingo decían que “Hablaba a Dios de los hombres y a los hombres de Dios”. De Don Bosco que “vivía con los pies en la tierra y el corazón en el cielo”. Que la comunión con los hermanos y hermanas nos permita encontrar a Dios y reconocerlo. Que podamos dar nosotros numerosas pruebas de que Jesús vive estando con el que más sufre, visitando un enfermo, encontrándonos con los presos, poniéndonos en el último lugar, en el lugar del que no vino a ser servido sino a servir…

“Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc. 24, 51-52)

Bendecir: es decir bien acerca del otro, de lo bueno que hay en él. Cuántas veces se fundan las relaciones o las imágenes acerca de los otros sobre lo malo que hay, sobre lo que los otros no pueden. Qué diferente que es partir y sostener una mirada positiva acerca del otro que es siempre y en todo lugar imagen y semejanza de Dios.

Jesús se va pero su partida no provoca tristeza ni desasosiego. Su bendición es palabra que obra y que transforma. Que transforma a sus discípulos (hombres de Galilea, pescadores, trabajadores) en testigos, predicadores, amigos, comunidad cristiana que vive y vibra con el mensaje del Evangelio.

La bendición es palabra que obra, que transforma. Es ese el poder de Cristo. El poder del amor.

“¿Es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?” (Hch. 1, 6)

La partida de Jesús definitivamente no es lo que los discípulos esperaban… Y sin embargo, es una partida que nos habla de encuentro: Jesús les pide que permanezcan unidos… Ellos permanecen en el Templo alabando a Dios… Y finalmente, el Espíritu desciende sobre ellos. Este encuentro, entonces, es un encuentro de alegría, de comunión. Es un encuentro con el verdadero plan de Dios, que suele ser bastante diferente a lo que nos imaginamos desde nuestros parámetros humanos.

Jesús invita a entender que la restauración del Reino tiene que ver con la bendición: palabra que transforma la vida cotidiana, con la capacidad de ver más allá de lo que esperamos. El poder de Jesús es el poder de la levadura, de la sal, de aquello que parece pequeño e insignificante pero que transforma la realidad. El poder del grano de mostaza: una pequeña semilla que se convierte en cobijo de las aves del cielo...

Muchas veces sucede que Dios nos sorprende con cosas que no esperamos: ¿Cómo reaccionamos ante ello? ¿Qué experiencia de fe tenemos ante situaciones extremas? ¿Qué generan las partidas de seres queridos en nosotros? ¿Qué nos dice la Palabra acerca de la vida que está y se transforma? En un mundo que muchas veces niega o silencia las partidas estamos llamados a descubrir la bendición que toda vida encierra y su invitación al encuentro. En un mundo que equipara el éxito y el bienestar a las hazañas militares o económicas, estamos llamados a contemplar el poder de lo sencillo, lo humilde, lo cotidiano…

Tal como expresa un himno del breviario, podemos exclamar: “Quien diga que Dios ha muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es su sitio el desierto ni en la montaña se esconde. Responded si preguntan dónde que Dios está sin mortaja en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”. Respondamos con alegría a la invitación de Jesús que nos dice: “Recibirán la fuerza del Espíritu y serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hch. 1, 8)


Carola Arrue y Andrés Peregalli
Laicos dominicos

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