Publicado por El Blog de X. Pikaza
Domingo 13. Tiempo ordinario, ciclo. Lc 9, 51-62. El evangelio de este domingo es largo y, por eso, sólo quiero recoger sus tres sentencias finales (Lc 9, 57-62), sobrecogedoras y ciertas. Ellas nos sitúan ante el evangelio radical, ante el ser humano en estado de dura experiencia y tarea..
Las dos primeras (tomadas llamado documento Q recogidas también por Mt 8, 18-22) exponen las dos rupturas o novedades esenciales de la condición humana, que Jesús ha descubierto : aquel que quiera abrir un camino de Reino no tiene madriguera donde refugiarse, como las zorras, bu oidrña cerrarse en la casa del padre, buscando allí refugio en lo pasado.
La última es propia de Lucas y expone, en forma positiva, la exigencia de abrir camino: tomar el arado, trazar un surco... El riesgo está en volver la vista atrás (como la mujer de Lot, añorando las ciudades muertas). Abrir un surco de esperanza con la reja de arado del evangelio, esa es la propuesta de Jesús.
Estas tres sentencia sobrecogedoras... e inmensamente esperanzadas se han empleado en otro tiempo de un modo espiritualista (sólo para la vida interior) o se han aplicado a la vida religiosa, de un modo casi exclusivo (¡el que inicia un tipo de vida religiosa de claustro y la abandona se condena!)... Hoy descubrimos que ellas son palabra de Jesús para la Iglesia, para todos los hombre y muujeres en la Iglesia:
a) La Iglesia (y cada uno de los critianos) debe dejar sus posibles madeigueras hechas de falsas seguridades y zorrerias.. No, no podemos tener maddigueras, vivimos bajo el ancho cielo de Dios.
b) La Iglesia (y cada uno de los cristianos) tenemos que dejar un tipo de "padre" de honores y poderes, rompiendo con un mundo de muerte (¡dejar que los muertos entierren a sus muertos...!) paras así ser libres para el Reino de Dios. ¡Qué gozo ser libres, no tener que pagar tributo a los mundos ya muertos..! No somos enterradores, sino testigos de la resurrección
c)La Iglesia y cada uno de nosotros tenemos que tomar el arado de la Buena Nueva y abrir surco de vida, para la siemiente de Dios, en esta tierra donde no tenemos madriguera,pero tenemos tareas infinita de vida y de gracia.
a) Primera ruptura: Como zorra, pero sin madriguera.
Parece una sentencia sapiencial y aparece en otros contextos. Forma parte esencial del evangelio de Jesús. Todos los animales parecen (y en un sentido están) instalados en el mundo (como los peces en su río, las zorras en su madriguera). Pero el hombre no tiene ni río ni madriguera, sino que tiene que vivir a la intemperie, sin nada que sea suyo. Así lo sabe Jesús, llevándonos de nuevo al camino originario de la vida, sin más seguridad que la propia vida, en contra del escriba, que quiere instalarse en sus leyes (sus libros):
Uno (Mt: un escriba) le dijo mientras iban de camino ¡Te seguiré dondequiera que vayas!
Jesús le dijo: Los zorros tienen madrigueras y nidos las aves del cielo; pero el Hijo del Humano no tiene dónde reclinar la cabeza (Lc 9, 57-58; Mt 8, 18-20).
El aspirante, a quien Mt llama certeramente escriba, necesita autoridad (una madriguera, una ley segura, un capital donde instalarse). Parece que tenía madriguera y quiere mantenerla, ofreciéndose a Jesús como experto, intérprete del Libro. Es hombre honrado en el judaísmo, disfruta un buen puesto y espera conservarlo con Jesús: su grupo necesita expertos, de buen conocimiento, como los que cita la Misná (Abot) y luego la iglesia cristiana, honrando a sus doctores.
Pero Jesús sabe que el seguimiento mesiánico (el verdadero camino de la vida) exige que dejemos todas seguridades anteriores… y lo dice empleando para ello un refrán: “los zorros tienen madrigueras...”. Los animales buscan y obtienen posesión-seguridad dentro del mundo, según principios cósmicos que reflejan la providencia de Dios, como el mismo Jesús sabe: “no os preocupéis..., mirad los pájaros del cielo” (Mt 6, 25-35 par). Sus discípulos, en cambio, han roto ese plano de seguridad cósmica, propio del poder del mundo.
Jesús no necesita autoridad de escribas, ni puede ofrecerles honores y seguridades (un nido o madriguera). No tener dónde reclinar la cabeza… esa es la suerte del hombre. No tener seguridad ninguna, vivir a la intemperie, sabiendo, sin embargo, que hay una seguridad mucho más alta: la misma vida como don del cielo…
b) Segunda ruptura: sin padre donde volver a refugiarnos
Ciertamente, los hombres nacemos de un padre y de una madre, provenimos de un hogar, de una casa… Pero, en un momento determinado, no podemos volver atrás para refugiarnos en la casa del padre de este mundo. Más aún, no podemos vivir para “enterrar” a los padres, es decir, para cerrarnos en aquello que han sido… Como las zorras que han dejado su madriguera para siempre, así somos, trazando un camino nuevo… como sigue diciendo Jesús:
(Jesús) dijo a otro: Sígueme.
Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.
Él le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos.
Y tú ¡vete y anuncia el reino de Dios! (Lc 9, 59-60; Mt 8, 21-22) .
La tradición sinóptica sabe que es preciso ayudar a los padres necesitados y lo dice de forma radical: el padre y la madre en apuros son más importantes que toda religión (cf. Mc 7, 8-13; Mt 15, 3-6). Pero Jesús ha contrapuesto aquí de un modo duro la autoridad de reino (buscar la verdad, ser persona) y la sujeción al padre patriarcal. Este postulante desea "enterrar a su padre", aceptando hasta el fin su autoridad, viéndole así como signo de Dios en un mundo jerárquicamente organizado (en el fondo, quiere vivir siempre en casa del padre, empadrado). Pues bien, Jesús responde y le exige que “rompa” con el padre, que no dedique su vida a enterrar al padre, sino a ser él mismo, y lo dice con una sentencia paradójica, sobrecogedora:
Deja que los muertos entierren a sus muertos... El poder social y religioso del padre que quiere cerrarnos en su mundo ya pasado pertenece al mundo antiguo, al espacio de cosas que mueren (=de los muertos). Allí donde se impone ese tipo autoridad (vivir para el pasado de los padres) no se puede expresar la novedad del Reino de Dios: triunfa la genealogía, los intereses del grupo que se justifican y sostienen entre sí..., excluyendo a los más pobres, es decir, los marginados, leprosos, huérfanos, enfermos. Por eso, en esta línea que Jesús critica, quedarse a enterrar al padre supone seguir cultivando un orden de exclusiones y clases, imposiciones y jerarquías, con su autoridad genealógica y familiar, en un mundo que se reproduce para la muerte. Por eso, hay que dejar que los muertos entierren a sus muertos.
Tú, vete y anuncia el reino de Dios. Ciertamente, el reino incluye cariño gratuito y cuidado de los necesitados. Pero, precisamente por ello, desgarra la estructura patriarcal, basada en el orgullo de grupo (buenos padres y familias) y en la nobleza genealógica, que la tradición posterior del mismo Nuevo Testamento (códigos familiares de Col, Ef y 1Ped y Pastorales) parece sacralizar de nuevo. Pues bien, Jesús aparece hablando aquí de un modo radical, duro, luminoso: precisamente para anunciar el reino hay que dejar al padre patriarcal, descubriendo y cultivando la presencia de un Dios inverso: presente en los necesitados y excluidos, que no tienen padre que pueda defenderles. Así pasamos de padre del talión intra-grupal (familia autosuficiente) al Padre de la gratuidad universal y/o de los pobres.
3. Exigencia activa: tomar el arado, abrir el surco
La tercera unidad resume y amplía las anteriores. Sabemos que Jesús no ofrece ventaja social (no tiene donde reclinar su cabeza: Lc 9, 58) ni familiar (no deja "enterrar" al padre: Lc 9, 60). Quienes le siguen debe mantener su opción de un modo consecuente… En este contexto, poner la mano en el “arado” de Jesús es comenzar un camino definitivo de solidaridad por el Reino, seguir abriendo un surco de vida en la tierra de los hombres. El símbolo es aquí el “arado”, la reja romana de hierro (o el viejo lanzón de madera) que penetra en el surco de la tierra y la va desgarrando, en largas hileras, para que pueda recibir la semilla y producir el fruto:
Otro le dijo también: Te seguiré, Señor, pero primero permite que me despida de los de mi casa.
Pero Jesús le dijo: Ninguno que ha puesto su mano en el arado y sigue mirando atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9, 61-62).
Esta sentencia. sin paralelo en Mateo, parece invertir la tradición israelita reflejada en la historia de Eliseo, a quien se dice que puede y debe despedirse de sus familiares, pidiéndoles permiso para ser profeta (1 Rey 19, 20). También este postulante quiere mantener los lazos con el mundo viejo, al separarse de su casa. Pero Jesús le exige que los rompa. Ha iniciado un camino (ha tomado el arado), debe mantenerlo.
Para tomar de verdad el arado de Jesús (es decir, el arado de la nueva tierra cultivada, de la solidaridad radical, de la gracia…), el seguidor de Jesús ha de estar dispuesto a realizar las más duras rupturas:
Dejar la propia madriguera
No quedar atado por las tradiciones de los padres…
Y finalmente tomar el arado y avanzar… abriendo un surco…
Conclusión. En el corazón del evangelio, un evangelio franciscano
Estas tres unidades (Lc 8, 18-22) nos llevan al corazón del evangelio, allí donde Jesús ha superado la ley genealógica, el poder de la familia patriarcal
Atrás quedan los muertos que quieren imponerse por la fuerza, que son representantes de la autoridad patriarcal, en línea del dinero, que son los poderosos del mundo… Estos muertos (que entierran a sus muertos) son los poderes de la muerte, aquellos que sólo cuentan con madrigueras exclusivas y dinero, las grandes “familias” de una “cosa nostra” hecha de privilegios de clan o de grupo (cf. Mc 10, 28-30).
Por eso, Jesús dice: “no podéis servir dos señores, a Dios y a la mamona” (Lc 16, 13; Mt 6, 24). Por el contrario, la autoridad de la familia mesiánica es fraternidad universal, tomando el arado de Jesús y abriendo la tierra un surco de esperanza para todos
Las dos primeras (tomadas llamado documento Q recogidas también por Mt 8, 18-22) exponen las dos rupturas o novedades esenciales de la condición humana, que Jesús ha descubierto : aquel que quiera abrir un camino de Reino no tiene madriguera donde refugiarse, como las zorras, bu oidrña cerrarse en la casa del padre, buscando allí refugio en lo pasado.
La última es propia de Lucas y expone, en forma positiva, la exigencia de abrir camino: tomar el arado, trazar un surco... El riesgo está en volver la vista atrás (como la mujer de Lot, añorando las ciudades muertas). Abrir un surco de esperanza con la reja de arado del evangelio, esa es la propuesta de Jesús.
Estas tres sentencia sobrecogedoras... e inmensamente esperanzadas se han empleado en otro tiempo de un modo espiritualista (sólo para la vida interior) o se han aplicado a la vida religiosa, de un modo casi exclusivo (¡el que inicia un tipo de vida religiosa de claustro y la abandona se condena!)... Hoy descubrimos que ellas son palabra de Jesús para la Iglesia, para todos los hombre y muujeres en la Iglesia:
a) La Iglesia (y cada uno de los critianos) debe dejar sus posibles madeigueras hechas de falsas seguridades y zorrerias.. No, no podemos tener maddigueras, vivimos bajo el ancho cielo de Dios.
b) La Iglesia (y cada uno de los cristianos) tenemos que dejar un tipo de "padre" de honores y poderes, rompiendo con un mundo de muerte (¡dejar que los muertos entierren a sus muertos...!) paras así ser libres para el Reino de Dios. ¡Qué gozo ser libres, no tener que pagar tributo a los mundos ya muertos..! No somos enterradores, sino testigos de la resurrección
c)La Iglesia y cada uno de nosotros tenemos que tomar el arado de la Buena Nueva y abrir surco de vida, para la siemiente de Dios, en esta tierra donde no tenemos madriguera,pero tenemos tareas infinita de vida y de gracia.
a) Primera ruptura: Como zorra, pero sin madriguera.
Parece una sentencia sapiencial y aparece en otros contextos. Forma parte esencial del evangelio de Jesús. Todos los animales parecen (y en un sentido están) instalados en el mundo (como los peces en su río, las zorras en su madriguera). Pero el hombre no tiene ni río ni madriguera, sino que tiene que vivir a la intemperie, sin nada que sea suyo. Así lo sabe Jesús, llevándonos de nuevo al camino originario de la vida, sin más seguridad que la propia vida, en contra del escriba, que quiere instalarse en sus leyes (sus libros):
Uno (Mt: un escriba) le dijo mientras iban de camino ¡Te seguiré dondequiera que vayas!
Jesús le dijo: Los zorros tienen madrigueras y nidos las aves del cielo; pero el Hijo del Humano no tiene dónde reclinar la cabeza (Lc 9, 57-58; Mt 8, 18-20).
El aspirante, a quien Mt llama certeramente escriba, necesita autoridad (una madriguera, una ley segura, un capital donde instalarse). Parece que tenía madriguera y quiere mantenerla, ofreciéndose a Jesús como experto, intérprete del Libro. Es hombre honrado en el judaísmo, disfruta un buen puesto y espera conservarlo con Jesús: su grupo necesita expertos, de buen conocimiento, como los que cita la Misná (Abot) y luego la iglesia cristiana, honrando a sus doctores.
Pero Jesús sabe que el seguimiento mesiánico (el verdadero camino de la vida) exige que dejemos todas seguridades anteriores… y lo dice empleando para ello un refrán: “los zorros tienen madrigueras...”. Los animales buscan y obtienen posesión-seguridad dentro del mundo, según principios cósmicos que reflejan la providencia de Dios, como el mismo Jesús sabe: “no os preocupéis..., mirad los pájaros del cielo” (Mt 6, 25-35 par). Sus discípulos, en cambio, han roto ese plano de seguridad cósmica, propio del poder del mundo.
Jesús no necesita autoridad de escribas, ni puede ofrecerles honores y seguridades (un nido o madriguera). No tener dónde reclinar la cabeza… esa es la suerte del hombre. No tener seguridad ninguna, vivir a la intemperie, sabiendo, sin embargo, que hay una seguridad mucho más alta: la misma vida como don del cielo…
b) Segunda ruptura: sin padre donde volver a refugiarnos
Ciertamente, los hombres nacemos de un padre y de una madre, provenimos de un hogar, de una casa… Pero, en un momento determinado, no podemos volver atrás para refugiarnos en la casa del padre de este mundo. Más aún, no podemos vivir para “enterrar” a los padres, es decir, para cerrarnos en aquello que han sido… Como las zorras que han dejado su madriguera para siempre, así somos, trazando un camino nuevo… como sigue diciendo Jesús:
(Jesús) dijo a otro: Sígueme.
Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.
Él le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos.
Y tú ¡vete y anuncia el reino de Dios! (Lc 9, 59-60; Mt 8, 21-22) .
La tradición sinóptica sabe que es preciso ayudar a los padres necesitados y lo dice de forma radical: el padre y la madre en apuros son más importantes que toda religión (cf. Mc 7, 8-13; Mt 15, 3-6). Pero Jesús ha contrapuesto aquí de un modo duro la autoridad de reino (buscar la verdad, ser persona) y la sujeción al padre patriarcal. Este postulante desea "enterrar a su padre", aceptando hasta el fin su autoridad, viéndole así como signo de Dios en un mundo jerárquicamente organizado (en el fondo, quiere vivir siempre en casa del padre, empadrado). Pues bien, Jesús responde y le exige que “rompa” con el padre, que no dedique su vida a enterrar al padre, sino a ser él mismo, y lo dice con una sentencia paradójica, sobrecogedora:
Deja que los muertos entierren a sus muertos... El poder social y religioso del padre que quiere cerrarnos en su mundo ya pasado pertenece al mundo antiguo, al espacio de cosas que mueren (=de los muertos). Allí donde se impone ese tipo autoridad (vivir para el pasado de los padres) no se puede expresar la novedad del Reino de Dios: triunfa la genealogía, los intereses del grupo que se justifican y sostienen entre sí..., excluyendo a los más pobres, es decir, los marginados, leprosos, huérfanos, enfermos. Por eso, en esta línea que Jesús critica, quedarse a enterrar al padre supone seguir cultivando un orden de exclusiones y clases, imposiciones y jerarquías, con su autoridad genealógica y familiar, en un mundo que se reproduce para la muerte. Por eso, hay que dejar que los muertos entierren a sus muertos.
Tú, vete y anuncia el reino de Dios. Ciertamente, el reino incluye cariño gratuito y cuidado de los necesitados. Pero, precisamente por ello, desgarra la estructura patriarcal, basada en el orgullo de grupo (buenos padres y familias) y en la nobleza genealógica, que la tradición posterior del mismo Nuevo Testamento (códigos familiares de Col, Ef y 1Ped y Pastorales) parece sacralizar de nuevo. Pues bien, Jesús aparece hablando aquí de un modo radical, duro, luminoso: precisamente para anunciar el reino hay que dejar al padre patriarcal, descubriendo y cultivando la presencia de un Dios inverso: presente en los necesitados y excluidos, que no tienen padre que pueda defenderles. Así pasamos de padre del talión intra-grupal (familia autosuficiente) al Padre de la gratuidad universal y/o de los pobres.
3. Exigencia activa: tomar el arado, abrir el surco
La tercera unidad resume y amplía las anteriores. Sabemos que Jesús no ofrece ventaja social (no tiene donde reclinar su cabeza: Lc 9, 58) ni familiar (no deja "enterrar" al padre: Lc 9, 60). Quienes le siguen debe mantener su opción de un modo consecuente… En este contexto, poner la mano en el “arado” de Jesús es comenzar un camino definitivo de solidaridad por el Reino, seguir abriendo un surco de vida en la tierra de los hombres. El símbolo es aquí el “arado”, la reja romana de hierro (o el viejo lanzón de madera) que penetra en el surco de la tierra y la va desgarrando, en largas hileras, para que pueda recibir la semilla y producir el fruto:
Otro le dijo también: Te seguiré, Señor, pero primero permite que me despida de los de mi casa.
Pero Jesús le dijo: Ninguno que ha puesto su mano en el arado y sigue mirando atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9, 61-62).
Esta sentencia. sin paralelo en Mateo, parece invertir la tradición israelita reflejada en la historia de Eliseo, a quien se dice que puede y debe despedirse de sus familiares, pidiéndoles permiso para ser profeta (1 Rey 19, 20). También este postulante quiere mantener los lazos con el mundo viejo, al separarse de su casa. Pero Jesús le exige que los rompa. Ha iniciado un camino (ha tomado el arado), debe mantenerlo.
Para tomar de verdad el arado de Jesús (es decir, el arado de la nueva tierra cultivada, de la solidaridad radical, de la gracia…), el seguidor de Jesús ha de estar dispuesto a realizar las más duras rupturas:
Dejar la propia madriguera
No quedar atado por las tradiciones de los padres…
Y finalmente tomar el arado y avanzar… abriendo un surco…
Conclusión. En el corazón del evangelio, un evangelio franciscano
Estas tres unidades (Lc 8, 18-22) nos llevan al corazón del evangelio, allí donde Jesús ha superado la ley genealógica, el poder de la familia patriarcal
Atrás quedan los muertos que quieren imponerse por la fuerza, que son representantes de la autoridad patriarcal, en línea del dinero, que son los poderosos del mundo… Estos muertos (que entierran a sus muertos) son los poderes de la muerte, aquellos que sólo cuentan con madrigueras exclusivas y dinero, las grandes “familias” de una “cosa nostra” hecha de privilegios de clan o de grupo (cf. Mc 10, 28-30).
Por eso, Jesús dice: “no podéis servir dos señores, a Dios y a la mamona” (Lc 16, 13; Mt 6, 24). Por el contrario, la autoridad de la familia mesiánica es fraternidad universal, tomando el arado de Jesús y abriendo la tierra un surco de esperanza para todos
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