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lunes, 14 de junio de 2010

El arte de decidir en pareja


Por Francisco IGEA ARISQUETA
y Magdalena GONZÁLEZ PARRA*

Un arte abstracto

Cuando les contamos a nuestros hijos el ofrecimiento de escribir este artículo y nuestra aceptación, se partían de risa. «¡Pero si os pasáis el día discutiendo...!». «¡Vaya cara...!». La verdad es que el asunto llegó a sonrojarnos, pero, tras reflexionar un poco, llegamos a la conclusión de que, efectivamente, existe un «Arte de decidir en pareja». En nuestro caso, no es un arte «figurativo» ni un arte de fácil compresión a primera vista. Es, más bien, un arte abstracto o, si acaso, «impresionista» (más que impresionante). Un arte donde la pintura no tiene una línea definida ni nítida. Un arte que transmite una sensación de caos o de conflicto, como en el caso del arte abstracto, pero que tiene el propósito de querer mostrar una idea. También podría ser un arte como el puntillismo, en el que es la suma de pequeñas pinceladas aparentemente inconexas la que, vista a distancia, muestra una imagen clara, un cuadro más visible de lejos que de cerca. Para nosotros es, además, un arte con un público limitado, influenciable, exigente y del que tenemos que dar cuenta: dos hermosos adolescentes.
Ciertamente, decidir es siempre complicado. Decidir es, al fin y al cabo, ser responsable. Obedecer es siempre más fácil que resolver por uno mismo. Como decía el inefable Walt Kowalsky en Gran Torino: «Lo que realmente atormenta a un hombre no es lo que le mandan hacer, sino lo que no le mandan hacer». Son nuestras decisiones las que marcarán nuestro futuro y, sobre todo, el de nuestros hijos. Es ese plus de responsabilidad el que pesa más en este arte, porque en nuestro caso es «un arte para el futuro». Un arte cuyo objetivo es transmitir a nuestros hijos un sistema de valores, unos afectos y unos conocimientos que les permitan encarnar y difundir en el futuro ese mensaje de esperanza, compromiso y felicidad que se nos exige a los que nos llamamos discípulos de Cristo y, por tanto, llamados a colaborar en la instauración del Reino.
Sin embargo, sería bueno empezar por el principio, porque, para comenzar, la primera decisión importante es la de convertirse en «pareja artística» duradera.


Decidiendo decidir: la primera decisión

No es posible en tan poco espacio resumir cómo llegan dos personas a tomar la decisión de permanecer (nótese la diferencia con estar) juntos. El amor te lleva a decidir estar juntos; pero permanecer requiere algo más. Más aún en nuestro caso. ¿Cómo permanecer durante más de dieciséis años, con sus inevitables broncas y decepciones?
Los suplementos dominicales y los «magazines» destinados al público femenino (no sabemos por qué razón este tema no parece interesar a los hombres) están llenos de listas de consejos para conservar a tu pareja. Desde mantener el apetito sexual con constantes sorpresas e innovaciones, pasando por interminables listas de cosas que compartir durante los tiempos de ocio, hasta cultivar todo tipo de aficiones. Lo que usted quiera. A nosotros no nos gustan las mismas películas ni los mismos libros ni los mismos cantantes, y nuestra intimidad, aunque plenamente satisfactoria, no alcanza las fantasías al parecer requeridas para ser una pareja del siglo XXI. En fin, un desastre. No sabemos cómo hemos sobrevivido. Sin embargo, existen unas pocas cosas básicas, como compartir un sistema de valores y de creencias que no suelen figurar entre estas listas de consejos y que a nosotros nos han dado buen resultado. La amistad, la lealtad, la honradez, la solidaridad, el valor, la cobardía, la mentira, el amor, el deshonor...: todas ellas tienen un significado muy parecido para ambos.
Hablando en términos «platónicos»: las mismas imágenes que vemos en «la caverna» tienen que evocar en ambos las mismas ideas. Si cuando uno ve en una escena heroísmo, el otro ve arrogancia; si cuando uno ve lealtad, el otro ve estupidez; si donde a uno le conmueve la solidaridad, el otro ve seguidismo y falta de criterio..., será muy difícil mantenerse unidos en los tiempos duros. Y estos, sin duda, han venido y vendrán. Son estas ideas o, más exactamente, esta correspondencia entre imágenes e ideas, entre situaciones y valores, las que nos han ayudado a permanecer juntos a pesar de haber estado sometidos, como todos los matrimonios, al intenso oleaje que provocan los vientos del egoísmo, pues –hay que reconocerlo– no siempre sopla Cupido.


Tomando decisiones entre dos: criterios y metodología

Pues bien, son estos principios los que regirán nuestras decisiones. Son estos valores los que intentaremos que rijan nuestros aciertos y nuestros errores. Trataremos de ser honestos y valientes sin ser estúpidos ni temerarios. Trataremos de ser generosos y solidarios sin ser alocados ni manirrotos. Trataremos, en fin, de que nuestras decisiones sean el resultado de esas creencias que compartimos y que tratamos de transmitir a nuestros hijos.
Esto de tratar de racionalizar por escrito lo que hacemos todos los días es más difícil de lo que parece. En primer lugar, uno tiende continuamente a autojustificarse, como en cualquier autobiografía que se precie: «Lo que hicimos fue siempre la mejor opción». Si sucumbiéramos a esa tentación, el artículo sería deshonesto y, por tanto, inútil, tanto como esas listas de consejos de las que hablábamos antes. En segundo lugar, existe la tentación de fabular, de crear una realidad inexistente y bella, pero igual de deshonesta e inútil. Por tanto, trataremos de evitarlo desnudándonos lo justo y siendo lo más honestos y prácticos posible.
Así que, siendo sinceros, en lo que respecta a la metodología, en nuestro caso..., no existe método. Es decir, existe el sistema más tradicional: planteamiento-bronca-desenlace. Este método tradicional no es tan absurdo como podría parecer. Al final de la crisis de octubre de 1962, cuando Kennedy estuvo a punto de entrar en guerra con la URSS a cuenta de la instalación de misiles nucleares en Cuba, el presidente americano llegó a la conclusión de que siempre, en cualquier crisis, tenía que haber en el gabinete alguien que mantuviera la opinión contraria. De este modo se aseguraría de que se habían manejado todas las opciones y se había tomado la decisión más adecuada. Pues bien, nosotros somos fervientes kennedyanos, y en nuestro «gabinete» sólo somos dos. Es cierto que esta no es una estrategia consciente, pero para nosotros resulta eficaz. En cualquier decisión hay dos contrapesos que han de usarse para ajustar el fiel de la balanza. Principios y eficacia. La decisión ha de ser moral, pero también factible (si no, dudosamente sería moral). Y es necesario que haya una confrontación entre ambos. No es cosa pensada ni meditada, pero es así.
Aleatoria y sucesivamente, durante la misma discusión, cada uno representa un lado de esa balanza. Más bien. diríamos que vamos poniendo y quitando peso de cada platillo. Mientras uno plantea la necesidad de, pongamos por ejemplo, obligar a los chicos a participar en alguna actividad extraescolar que implique un desarrollo de su formación espiritual o en valores sociales, el otro argumentará sobre la eficacia de tal medida y de los resultados futuros. Planteará las posibles consecuencias que se seguirán si «forzamos la máquina» y conseguimos un «efecto rebote». Una conversación de estas características responde estrictamente a la definición del diccionario de la Real Academia Española al término discutir: «Dicho de dos o más personas: examinar atenta y particularmente una materia». Pues eso es lo que nosotros hacemos: discutir, con todas las letras.
Por otro lado, no solo la eficacia, sino a veces la misma factibilidad, es lo que nos condiciona en la toma de decisiones. Es decir, no solo si la medida es eficaz, sino si es posible siquiera llevarla a cabo. Muchas veces nos puede más el ímpetu que la lógica, y empezamos a decir «sí» a todo, sin medir las consecuencias. Entonces, llega un día en que te das cuenta de que no eres Superman ni Superwoman, que cuarenta y tantos años no son lo mismo que veintiséis, que trabajar doce horas diarias, más escribir comunicaciones, artículos, participar en cursos, militar en un partido, colaborar con una ONG, hacer deporte, educar a dos criaturas..., todo ello a la vez, no va a ser posible. Pero no hay preocupación por si uno mismo no se da cuenta; para eso ya está la otra mitad. Nada más apetecible para una pareja que decirle a su otra mitad: «Pero ¿a dónde vas?». Uno de nuestros abuelos solía llamar a su adorable mujer «el general chafón chafónides», porque le encantaba chafarle todos sus ilusos planes. Era especialmente dura en cuanto a sus ambiciosos propósitos gastronómico-etílicos. Gracias a ella, vivió hasta los ochenta y muchos y fue un hombre feliz hasta el último de sus días.


Amor, confianza, cerebro y determinación. Detrás del método

Amor y confianza: esta «no estrategia» en la toma de decisiones, común a una gran parte de los matrimonios que conocemos, no está exenta de riesgos de enfrentamiento serio. Pero es aquí, en el conflicto, donde decidimos lo que es más importante. Lo esencial no es tener razón, ni conseguir la victoria, ni imponer nuestro criterio. Lo mas importante es «permanecer en el amor», como dice el Evangelio. Que esa victoria sea para todos es lo deseable. Que esa victoria no sea humillación, sino convencimiento, sería ideal. La suma de dos apuestas y dos fuerzas para alcanzarla y disfrutarla. Sin embargo, no siempre es así. En muchas ocasiones, simplemente nos rendimos al otro. Renunciamos y cedemos. Es entonces cuando más necesario es mantener el amor y la confianza en la otra persona. Mantener la caridad y la fe para con el otro es pensar que el otro actúa movido por nobles instintos y que, aunque no los compartamos o seamos incapaces de verlo, ello no significa mala fe ni agresión. Es más, que aunque pensemos a veces que el otro actúa de forma egoísta, recordemos entonces en cuántas ocasiones no lo hemos hecho nosotros mismos con igual o más intensidad. A veces es difícil de considerar en el momento inmediato, pero es un principio que ha de mantenerse siempre en la retaguardia. Con todo, la rendición nunca ha de ser definitiva. Para nosotros, sin disparidad de criterios cabría la pregunta de si no hay más que sometimiento o dejadez. Si verdaderamente fuera así, las cosas podrían empezar a torcerse de verdad. Por eso, cuando toca discutir, se discute. Que discutir no es reñir; y, en cualquier caso, siempre es mejor reñir que alimentar el resentimiento desde el silencio. Lo que ocurre en la actualidad es que todo ha de ser perfecto, y por eso, cuando discutes en casa, tus hijos te miran aterrorizados como si estuvieran en la antesala del Juzgado de Familia. Porque decenas de sus compañeros han visto separarse a sus padres, porque en la tele solo existen dos alternativas: o «la Casa de la Pradera» o «Física y Química»; o el amor dulzón hasta el coma diabético o el emparejamiento inconsciente y sucesivo. En este mundo nuestro se ha impuesto la ética indolora. Nada puede ser doloroso ni molesto.
Cerebro: es otra parte importante del método. Es decir, llevar a cabo la decisión requiere analizar con racionalidad las alternativas, disponer la logística, establecer un plan de actuación adecuado al objetivo, valorar las alternativas y prever las consecuencias. No vale con decir, por ejemplo: «nuestros chicos estudiarán Bachillerato en un colegio religioso», si no se han visto posibilidades reales, establecido los recursos que sean precisos o considerado otras opciones. ¿Será el nivel de exigencia el adecuado? ¿Influirá esto en su futuro? ¿Admitirán nuestros hijos las consecuencias? Plantearnos racionalmente si en los próximos años podremos mantener esta decisión, plantearnos posibles alternativas a todo ello, es nuestra función; y, evidentemente, esto se hace mucho mejor entre dos y, a medida que tus hijos crecen, entre los tres y entre los cuatro... Cuantos más puntos de vista, tanta más capacidad de análisis, más campo de visión; en suma, «más discusión».
Determinación: una vez tomada la decisión, lo más importante, lo que de verdad nos hará alcanzar ese objetivo, es la determinación. Determinación es la voluntad de llevar a cabo el objetivo hasta el final. Solo cuando estamos convencidos de la licitud y la bondad de nuestras decisiones, podemos ejercer nuestra voluntad con determinación. Determinación no es solo fuerza; es capacidad de adaptarse; capacidad de renuncia; no perder nunca de vista el objetivo final; no hacer nada que pueda evitar su consecución; ser débil cuando toque, y duro cuando sea preciso; pero, sobre todo, ser incansable. Determinación es, sobre todo, eso: resistencia. «Resistir es vencer»: este era el lema de Shackleton. Con él consiguió arrastrar durante más de un año, a través de los hielos de la Antártida y con solo tres botes de remos, a todos sus hombres y devolverlos a la vida cuando nadie contaba con ellos tras perder el barco destrozado por los hielos. Pues bien, esta es nuestra principal fuerza. Esta es la principal característica que un ser humano, solo o emparejado, ha de tener para afrontar con éxito los grandes retos y grandes decisiones a los que la vida nos enfrenta. Si quieren saber lo que es «determinación», les aconsejamos que lean La Prisión Blanca, de Alfred Lansing. La ventaja de tener pareja en este campo es indudable. Es más fácil desfallecer cuando se está solo. Porque, cuando las fuerzas te abandonan y piensas: «voy a dejarlo», tienes a alguien a tu lado que te dice: «no abandones». Porque cuando dudas sobre todo y sobre ti mismo, alguien a tu lado te dice: «tenías razón, confío en ti».


Grandes decisiones. Familia, trabajo, solidaridad y fe

Los últimos 16 años juntos hemos crecido respondiendo a interrogantes vitales para nuestras vidas: ¿Cuántos seremos? ¿A qué o a quiénes dedicaremos nuestras vidas? ¿Cómo será nuestra relación con el mundo? ¿Qué relación tenemos con la trascendencia? Familia, trabajo, solidaridad y fe. Cuatro decisiones esenciales en nuestra pareja. Los dos hemos respondido con la ayuda de amigos y familiares. En la toma de decisiones también cuentan aquellas personas que nos acompañan, que miran por nosotros, y nosotros por ellos.
Familia: La primera y más importante decisión que toma una pareja es la de convertirse o no en una familia. Es decir, traer o no hijos a este mundo. O, en el caso de no poder traerlos, adoptarlos. Esta es una decisión esencial, y probablemente es una decisión que es previa incluso a la determinación de ser pareja. Es decir, que difícilmente podría uno formar pareja con alguien que esté en desacuerdo con el hecho de tener hijos. ¿Por qué? Porque es una decisión que dice mucho, casi todo, acerca del carácter de una persona y de su forma de entender la vida. Si tú piensas que la vida es un don supremo, con todos sus sufrimientos y penalidades, que incluso con la consciencia de su finitud siempre es un regalo que te han hecho, y que transmitir este regalo es una suerte incomparable, difícilmente entenderás que otra persona piense que es una responsabilidad excesiva, o que existen prioridades personales o profesionales sobre esta suerte. Así pues, esta es una decisión que uno no toma en pareja; es una decisión personal. Lo que sí decidimos en pareja fue cuántos hijos tendríamos, a cuántos podríamos proporcionar los cuidados necesarios para garantizarles un futuro adecuado y cómo haríamos esto compatible con nuestras expectativas personales e ideales. Evidentemente, aquí habrá también renuncias y generosidad, pero en un tema tan sensible difícilmente habrá tensiones extremas, ya que estas pondrían en serio riesgo la continuidad de la pareja misma.
Trabajo: Saber a qué vamos a dedicar nuestro esfuerzo y cómo vamos a ganarnos la vida es previo a la decisión de formar una pareja en la mayoría de las ocasiones. Sin embargo, cuán intensa sea nuestra dedicación, dónde y hasta dónde vamos a llegar en nuestra vida laboral, es fruto de nuestro esfuerzo conjunto y de nuestras opciones compartidas. Cuando se nos presentan esas oportunidades (ascender, emigrar incluso cambiar de puesto), todo se decide, al menos, entre dos. ¿Supone tu ambición renuncia para el otro? ¿Es tu ambición compatible con tu familia? ¿Puede ese cambio hacer más compatible trabajo e ideales? Principios y eficacia. Oportunidad y estabilidad. Nuevamente aquí, e inevitablemente, uno argumentará una cosa y la contraria frente a cada decisión posible.
A veces te ayudarán a decidir las cosas más sorprendentes. Hace unos años, nos ofrecieron el puesto de trabajo soñado. Había hecho la especialidad en un gran servicio de un gran hospital y con un gran Jefe. Al finalizar la residencia, me vi obligado a abandonar ese servicio. Trabajando muy duro, durante muchos años y en sitios pequeños, logré conseguir un prestigio dentro de mi especialidad. Pues bien, ese jefe, al que tanto admiraba y admiro, me llamó un buen día para volver al Servicio en un puesto de gran responsabilidad. Los dos fuimos al hospital, y la tentación fue enorme. Medios, salario, posibilidades... ¡Todo! Cuando volvíamos, en una tarde lluviosa, empezamos a pensarlo. En ese tiempo, entre oferta y viaje, una persona se había interesado por nuestra casa, otra por la chica que cuidaba a nuestros hijos, otra por mi trabajo en Palencia... En fin, que nuestra vida, la que habíamos ido tejiendo con tanto esfuerzo, era deseable para mucha gente ¿Merecía la pena ponerla en peligro solo por ver colmado ese sueño? Decidimos que no, y ninguno de los dos se arrepiente ahora de ello.
Solidaridad: ¿Cómo entendemos nuestra responsabilidad para con el mundo? El otro, ya sea familia, vecino, conciudadano, compatriota o ser humano en general, espera de nosotros un comportamiento civilizado y comprometido. Compartir las consecuencias prácticas que esto supone en la vida diaria es sin duda una de las grandes decisiones que toma una pareja. Ser honesto, pagar tus impuestos, comprometerte de alguna forma en tu comunidad y con tu familia, no importa lo extensa que esta sea..., supone en muchas ocasiones un perjuicio para tu pareja. El tiempo que uno de nosotros le dedica a otros no se lo dedica a su pareja. Por ejemplo, el tiempo dedicado al hospital fuera de horario no redunda para nosotros en beneficio práctico alguno. Sin embargo, ser honesto y comprometido, hasta donde uno pueda llegar, te da una fortaleza y, sobre todo, una felicidad que sin duda ayuda a mantener tu vida en pareja. Si no eres honesto con tus impuestos o con tu trabajo, si no eres solidario en alguna medida, acabarás centrando tu mundo cada vez más en ti mismo: en ese poderoso agujero negro que es uno mismo, ese agujero negro, inagotable y oscuro, en el que toda materia queda atrapada para siempre. Ese agujero acabará tragando también a tu pareja. No lo dudes.
Fe: Bien se podría pensar que esta es, sin duda, una decisión individual. Y es cierto. La fe, la creencia en la trascendencia, en la existencia de un Ser supremo que justifica la existencia del bien y del mal, que da sentido a nuestra presencia en el mundo..., es algo íntimo y personal. Sin embargo, transmitirla o no a nuestros hijos es una gran decisión. Una decisión que marcará sus vidas para siempre. Una decisión que les comprometerá para siempre o, al menos, hasta que ellos mismos sean capaces de plantearse y responderse esa pregunta esencial. En nuestro caso, esa decisión fue fácil de tomar, pero a veces difícil de mantener. Fácil de tomar, porque, cuando uno piensa que tiene algo bueno, algo de auténtico valor, que le ha permitido ver la vida en todo su esplendor..., ¿cómo no regalárselo a tus hijos? Sin embargo, esa decisión exige coherencia, exige que tus hijos no vean en ti lo contrario de lo que predicas. Exige compromiso en buscar su formación espiritual más adecuada. Exige buscar una buena parroquia, un buen colegio, no importa que esté lejos o cerca. Transmitir la fe es una decisión que marcará su relación con el mundo, que les llevará a enfrentarse a peligros y situaciones incómodas que otros compañeros suyos no tendrán que afrontar. Supondrá una carga que en algunos momentos no entenderán. Sin embargo, nosotros sabemos que a la larga supondrá alegría para ellos y para el mundo que les rodee. Porque la fe es para nosotros, sobre todo, eso: alegría. No sonrisa bobalicona, sino la alegría íntima de saber que otro mundo es posible, que tu participación en ese cambio es necesaria y que, por encima de todo y al final del tiempo, las Bienaventuranzas serán cumplidas y nosotros contribuiremos a ello en nuestra infinitesimal parte.


Decisiones y fracasos según Randy Pausch.
Una buena disculpa tiene tres partes

¿Qué hacer cuando la decisión ha sido equivocada? «¡Pues vaya bobada! –dirán ustedes–: disculparse».
Primero, no siempre es fácil saber que uno se ha equivocado cuando cree haber tomado una decisión importante. Para saber cuándo nos hemos equivocado hay síntomas inequívocos: hemos provocado tristeza en los que nos quieren. No temor ni ansiedad, sino tristeza y decepción. Nuestra decisión no nos alegra, no nos atrevemos a publicarla como una gesta, más bien la escondemos como una mancha. Nuestra decisión ha desembocado en una situación que ha generado graves dificultades para los demás y notables beneficios para nosotros mismos... Todos estos síntomas ayudan a saber sin duda que, como popularmente se dice, «la hemos cagado», aunque a ninguno nos guste reconocerlo.
Sin embargo, si somos capaces de ello, entonces se hace necesario lo que Randy Pausch definía en su «Ultima Lección» como «una buena disculpa». Randy Pausch fue profesor de la Universidad Carneggie Mellon (EE.UU.). Diagnosticado de cáncer de páncreas a los 47 años, y sabiendo que moriría pronto, decidió dejar a sus tres hijos de corta edad un mensaje imperecedero a través de una última lección: «Cómo realizar los sueños de tu infancia». Esa lección que dio en su facultad ante sus alumnos fue difundida por youtube y dio la vuelta al mundo. Es un «mensaje en una botella» y una de las mejores herencias que un padre puede dejar a sus hijos. En esa lección decía que una buena disculpa tiene tres partes: primero, «lo siento»; segundo, «fue culpa mía»; y tercero y más importante, «¿qué puedo hacer para remediarlo?». Este reconocimiento de la culpa, acompañado de la decisión de remediarlo, de hacerlo mejor, es esencial. «Lo siento» sólo no vale. «Lo siento» sólo es cojo, es insuficiente. Hay que volver a empezar. Volver a planteárselo y tomarlo como una experiencia. «Experiencia es lo que obtienes cuando no obtienes lo que deseabas». Esta otra frase de esa misma lección también se nos quedó marcada. El fracaso no es siempre negativo; hay que sacar de él la «experiencia». La experiencia que nos ayudará a enfrentar la siguiente decisión.


Una última decisión: decidir

Decidir en pareja, tomar un camino u otro, avanzar por la izquierda o por la derecha, como hemos visto, siempre es complicado. Sin embargo, cualquier decisión, equivocada o no, tendrá siempre más vida y más posibilidades de futuro que quedarse pasmados frente a la primera bifurcación, esperando a que alguien nos indique cuál es el camino correcto. La vida del cochero, la vida del conductor, será siempre más apasionante que la vida del pasajero, aunque el paisaje que transitan sea el mismo.


* Médico. Valladolid. .
** Periodista y profesora. Valladolid.

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