Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 1-8
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados».
Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del, hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados ,ti -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El se levantó y se fue a su casa.
Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
En nuestra cultura de superespecialización han ido desapareciendo los médicos integrales, aquellos que ejercían simultáneamente la medicina y el humanismo. Para ellos el ser humano no era simplemente la más lograda combinación de elementos químicos o una feliz chiripa biológica. Tampoco profesaban ningún dualismo espíritu-materia, sino que percibían esos dos aspectos en la más harmónica síntesis.
Cuando ante Jesús aparece un enfermo, un sufriente, él le contempla con esa profundidad, percibiendo una trabazón profunda entre lo biológico y lo espiritual. Se considera a sí mismo llamado a sanar integralmente, comenzando por lo más íntimo del hombre: su harmonía con el creador. Los desequilibrios físicos son para Jesús “somatizaciones”, muestra exterior de lo que acontece en lo profundo del hombre. Por eso su primera receta es la “anulación” del pecado.
Cierto que en esa concepción puede introducirse a veces algún rasgo mítico, considerando que toda dolencia tiene un origen moral y hasta pudiera ser castigo divino. Pero más allá de ese condicionante de la época, tenemos que salvar la gran intuición: el ser humano es un todo harmónico e interdependiente en el que una carencia particular afecta al conjunto.
Desgraciadamente en la actualidad, influenciados por un mundo de sentidos y de estímulos exteriores, con frecuencia se olvida esa profundidad humana y se llega a considerar que unos cuantos bienes materiales, junto con una suficiente salud biológica y algo de reconocimiento social, son capaces de llevarnos a la plenitud.
Hoy Jesús nos invita a ver las cosas de otra forma; él cura nuestras cegueras o, al menos, miopías. El verbo utilizado para indicar que el paralítico “se levanta” es el mismo que se usa en las narraciones de “resurrección”; más allá de la mera curación física, Jesús “resucita” a quien se sitúa ante él con disponibilidad y apertura. Todos quedamos invitados a experimentar un “estremecimiento” ante el poder de Jesús, y, desde ese estupor, a “dar gloria a Dios”, como hicieron los testigos de la curación del paralítico.
Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del, hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados ,ti -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El se levantó y se fue a su casa.
Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
En nuestra cultura de superespecialización han ido desapareciendo los médicos integrales, aquellos que ejercían simultáneamente la medicina y el humanismo. Para ellos el ser humano no era simplemente la más lograda combinación de elementos químicos o una feliz chiripa biológica. Tampoco profesaban ningún dualismo espíritu-materia, sino que percibían esos dos aspectos en la más harmónica síntesis.
Cuando ante Jesús aparece un enfermo, un sufriente, él le contempla con esa profundidad, percibiendo una trabazón profunda entre lo biológico y lo espiritual. Se considera a sí mismo llamado a sanar integralmente, comenzando por lo más íntimo del hombre: su harmonía con el creador. Los desequilibrios físicos son para Jesús “somatizaciones”, muestra exterior de lo que acontece en lo profundo del hombre. Por eso su primera receta es la “anulación” del pecado.
Cierto que en esa concepción puede introducirse a veces algún rasgo mítico, considerando que toda dolencia tiene un origen moral y hasta pudiera ser castigo divino. Pero más allá de ese condicionante de la época, tenemos que salvar la gran intuición: el ser humano es un todo harmónico e interdependiente en el que una carencia particular afecta al conjunto.
Desgraciadamente en la actualidad, influenciados por un mundo de sentidos y de estímulos exteriores, con frecuencia se olvida esa profundidad humana y se llega a considerar que unos cuantos bienes materiales, junto con una suficiente salud biológica y algo de reconocimiento social, son capaces de llevarnos a la plenitud.
Hoy Jesús nos invita a ver las cosas de otra forma; él cura nuestras cegueras o, al menos, miopías. El verbo utilizado para indicar que el paralítico “se levanta” es el mismo que se usa en las narraciones de “resurrección”; más allá de la mera curación física, Jesús “resucita” a quien se sitúa ante él con disponibilidad y apertura. Todos quedamos invitados a experimentar un “estremecimiento” ante el poder de Jesús, y, desde ese estupor, a “dar gloria a Dios”, como hicieron los testigos de la curación del paralítico.
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