Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 8, 1-4
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante Él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».
Con la frase “Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre” (8,1) termina el gran Sermón de la Montaña que hemos venido leyendo. Debemos volver una y otra vez a ese conjunto de enseñanzas porque en ellas está plasmado el perfil del discípulo de Jesús.
Observando el comienzo del texto de hoy, podemos notar el buen efecto que tuvo el discurso en sus oyentes: el seguimiento de mucha gente. Esto da paso enseguida a una nueva sección caracterizada por los milagros que exhiben continuamente la potencia de Jesús para salvar.
En la sección de Mateo 8,1 y 9,34, nos encontramos con 10 milagros (o diez acciones de poder de Jesús). Algunos ven en la secuencia una especie de “crescendo”, otros observan que se presentan progresivamente los elementos de la formación de una comunidad (comienza con personas que provienen de la marginalidad, por ejemplo). Lo cierto es que todas las narraciones que vienen a continuación destacan la acción misericordiosa de Jesús con los necesitados y se va viendo cómo va formando –desde diversas procedencias y situaciones- un pueblo bendecido por las gracias del Reino de los Cielos.
De esta forma, Jesús revela a Dios Padre en su infinito amor por los hombres y en el poder que da la salvación, así convalida su mensaje sobre el Reino de los Cielos.
Los milagros son:
(1) Un leproso (8,2-4)
(2) El criado de un centurión romano (8,5-13)
(3) La suegra de Pedro (8,14-15)
(4) La tempestad calmada (8,23-27)
(5) El exorcismo de los endemoniados de Gadara (8,28-34)
(6) Un paralítico (9,1-8)
(7) La hemorroísa (9,20-22)
(8) La resurrección de la hija de Jairo (9,18-19.23-26)
(9) Los dos ciegos en el camino (9,27-31)
(10) El endemoniado mudo (9,32)
En medio de esta serie de milagros van apareciendo algunos “momentos de reposo” que releen lo narrado en función de una mayor comprensión de la persona de Jesús y también del discipulado.
La primera acción misericordiosa de Jesús se dirige a un leproso (8,2-4). Él es el primero de la serie de tres excluidos (ver los dos relatos siguientes: el extranjero y la mujer): lo que menos derechos tienen.
El leproso es el ejemplo típico de la persona marginada por la Ley de Pureza (que declara lo puro y lo impuro). Según esta ley, un leproso no tenía acceso a Dios en el Templo, allí no había espacio para él. Pero tampoco lo había en la ciudad y no le eran concedidos ninguno de sus derechos ciudadanos. Era sometido a la vergüenza pública, ya que por doquiera que fuera tenía que gritar para que todos corrieran a apartarse de él.
Las mismas leyes de higiene de la sociedad se le aplicaban a la relación con Dios. Por eso, en nombre de Dios, se podía excluir personas que ya, de por sí, tenían suficiente sufrimiento con el peso de su enfermedad y su pobreza.
El leproso toma la iniciativa (8,2a), ve en Jesús una posibilidad de salvación. Rompe con la norma y se aproxima a Jesús para pedirle la curación. Lo hace con los bellos términos de un pobre del Reino: “Si quieres” (8,2b).
También Jesús rompe la norma cuando lo toca: “Extendió la mano, le tocó…” (8,3a). Y sucede algo inédito: ¡el puro toca al impuro y lo purifica! Todo lo contrario de lo que pensaba la gente.
Jesús hace posible la entrada en el ámbito de bondadosa paternidad de Dios, al mismo tiempo que deslegitima las costumbres que marginan. Su gesto es misericordioso porque se inclina hasta la situación de la persona y la atrae hasta el Corazón de Dios.
Sin embargo, Jesús no está yendo en contra del Templo ni de las instituciones. Por eso envía al leproso a cumplir con la norma de Moisés para los casos de sanación de leprosos (ver Levítico 14,1-32). Lo importante es que “les sirva de Testimonio” (8,4c).
1. ¿Qué quiere decirnos el evangelista al colocar la serie de milagros después del Sermón de la Montaña?
2. ¿Qué pretenden enseñarnos estos milagros?
3. ¿En realidad de qué sanó Jesús al leproso? ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué al final lo envió al Templo?
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Misericordia que salva (I):
Jesús salva de la marginación
“Extendió la mano, le toco y dijo: ‘Quiero, queda limpio’”
Por CELAM - CEBIPAL
Misericordia que salva (I):
Jesús salva de la marginación
“Extendió la mano, le toco y dijo: ‘Quiero, queda limpio’”
Con la frase “Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre” (8,1) termina el gran Sermón de la Montaña que hemos venido leyendo. Debemos volver una y otra vez a ese conjunto de enseñanzas porque en ellas está plasmado el perfil del discípulo de Jesús.
Observando el comienzo del texto de hoy, podemos notar el buen efecto que tuvo el discurso en sus oyentes: el seguimiento de mucha gente. Esto da paso enseguida a una nueva sección caracterizada por los milagros que exhiben continuamente la potencia de Jesús para salvar.
En la sección de Mateo 8,1 y 9,34, nos encontramos con 10 milagros (o diez acciones de poder de Jesús). Algunos ven en la secuencia una especie de “crescendo”, otros observan que se presentan progresivamente los elementos de la formación de una comunidad (comienza con personas que provienen de la marginalidad, por ejemplo). Lo cierto es que todas las narraciones que vienen a continuación destacan la acción misericordiosa de Jesús con los necesitados y se va viendo cómo va formando –desde diversas procedencias y situaciones- un pueblo bendecido por las gracias del Reino de los Cielos.
De esta forma, Jesús revela a Dios Padre en su infinito amor por los hombres y en el poder que da la salvación, así convalida su mensaje sobre el Reino de los Cielos.
Los milagros son:
(1) Un leproso (8,2-4)
(2) El criado de un centurión romano (8,5-13)
(3) La suegra de Pedro (8,14-15)
(4) La tempestad calmada (8,23-27)
(5) El exorcismo de los endemoniados de Gadara (8,28-34)
(6) Un paralítico (9,1-8)
(7) La hemorroísa (9,20-22)
(8) La resurrección de la hija de Jairo (9,18-19.23-26)
(9) Los dos ciegos en el camino (9,27-31)
(10) El endemoniado mudo (9,32)
En medio de esta serie de milagros van apareciendo algunos “momentos de reposo” que releen lo narrado en función de una mayor comprensión de la persona de Jesús y también del discipulado.
La primera acción misericordiosa de Jesús se dirige a un leproso (8,2-4). Él es el primero de la serie de tres excluidos (ver los dos relatos siguientes: el extranjero y la mujer): lo que menos derechos tienen.
El leproso es el ejemplo típico de la persona marginada por la Ley de Pureza (que declara lo puro y lo impuro). Según esta ley, un leproso no tenía acceso a Dios en el Templo, allí no había espacio para él. Pero tampoco lo había en la ciudad y no le eran concedidos ninguno de sus derechos ciudadanos. Era sometido a la vergüenza pública, ya que por doquiera que fuera tenía que gritar para que todos corrieran a apartarse de él.
Las mismas leyes de higiene de la sociedad se le aplicaban a la relación con Dios. Por eso, en nombre de Dios, se podía excluir personas que ya, de por sí, tenían suficiente sufrimiento con el peso de su enfermedad y su pobreza.
El leproso toma la iniciativa (8,2a), ve en Jesús una posibilidad de salvación. Rompe con la norma y se aproxima a Jesús para pedirle la curación. Lo hace con los bellos términos de un pobre del Reino: “Si quieres” (8,2b).
También Jesús rompe la norma cuando lo toca: “Extendió la mano, le tocó…” (8,3a). Y sucede algo inédito: ¡el puro toca al impuro y lo purifica! Todo lo contrario de lo que pensaba la gente.
Jesús hace posible la entrada en el ámbito de bondadosa paternidad de Dios, al mismo tiempo que deslegitima las costumbres que marginan. Su gesto es misericordioso porque se inclina hasta la situación de la persona y la atrae hasta el Corazón de Dios.
Sin embargo, Jesús no está yendo en contra del Templo ni de las instituciones. Por eso envía al leproso a cumplir con la norma de Moisés para los casos de sanación de leprosos (ver Levítico 14,1-32). Lo importante es que “les sirva de Testimonio” (8,4c).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué quiere decirnos el evangelista al colocar la serie de milagros después del Sermón de la Montaña?
2. ¿Qué pretenden enseñarnos estos milagros?
3. ¿En realidad de qué sanó Jesús al leproso? ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué al final lo envió al Templo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario