La cuestión de la asimilación del cristiano al mundo siempre ha sido un tema de primer orden desde el origen del cristianismo. En otras palabras, la definición de lo peculiar de la vivencia cristiana dentro de una determinada sociedad y cultura fue esencial en el proceso de constitución de la Iglesia. Una Iglesia que ha de ser constitutivamente encarnativa en el entorno en el que se desarrolla y florece, pero que a la vez ha de ofrecer una clara y definida propuesta vital. En este sentido, en nuestra sociedad occidental actual la pregunta por la identidad cristiana in medium mundi cobra nuevo interés. En efecto, podemos y debemos discernir personal y comunitariamente qué tiene de particular nuestra vida ordinaria respecto de los no cristianos, si hay algún elemento que la haga claramente distinta de una vida no cristiana. Si la respuesta es negativa, podríamos encontrarnos ante una buena explicación de la escasa significación del cristianismo en nuestra sociedad. Si vivo como un no cristiano, ¿merece la pena pertenecer al grupo de los cristianos? ¿Tiene algún sentido? Las lecturas de hoy pueden ayudarnos a reflexionar y dar respuesta a estas cuestiones. Proponemos recorrer estas lecturas desde el influjo de Pentecostés que marca toda la liturgia postpascual del Tiempo Ordinario y que, por ende, da la orientación de la existencia ordinaria del pueblo cristiano. Desde esta perspectiva pentecostal, Pablo nos ayuda a formular un principio para esta respuesta: para ser libres nos liberó el Señor.
Iª Lectura: 1Reyes (19,16-21): Eliseo “sigue” a Elías
I.1. La lectura nos presenta una narración que ofrece todos los indicios de la mentalidad de una época, pero que pone de manifiesto esa ruptura que los profetas expresan en sus vidas como ejemplo a seguir. En la narración aparece el gran profeta Elías que, con el signo ancestral de su manto, capta a su discípulo Eliseo para que le siga; porque, cuando Elías desaparezca, Eliseo debe mantener viva la llama de la profecía, la voz de Dios. El signo del manto es el signo evidente de para qué sirve un manto, para proteger, para acoger. El manto de Elías es toda su vida, sus opciones por el Dios vivo, su defensa de la justicia.
I.2. Toda llamada implicará un cambio de mentalidad y una opción por lo que merece la pena. Habrá que romper con ideologías de mentalidades ancestrales, rutinarias, incluso familiares (no se refiere a los sentimientos, desde luego) para seguir el proyecto de Dios.
IIª Lectura (Gálatas 5,1-18): Nuestra vocación es la libertad
II.1. La carta de la libertad cristiana, tal como se conoce la carta a los Gálatas, nos habla precisamente de ese don por el que luchó Pablo contra los que se oponían al evangelio. El Apóstol sabe que la libertad puede malinterpretarse con el libertinaje; todos lo sabemos. No obstante, el evangelio es el don de la libertad más grande que el hombre tiene que recuperar constantemente como don de Dios. El “apóstrofe” con que Pablo reclama a los cristianos la consecuencia de su vocación a la libertad es de una fuerza inaudita. Y deja claro que la libertad debe experimentarse en el amor. Sin el amor, la libertad cristiana también estaría herida de muerte. No se trata solamente de matices o de pura retórica: ¿De qué nos vale la libertad desde el odio? ¿Dónde nos lleva la libertad sin reconciliación?
II.2. Durante toda la carta, Pablo se ha mantenido en una actitud irrenunciable a los valores del evangelio que él predica, que recibió por revelación y por el que da la vida. Ese evangelio es la experiencia más grande de libertad que jamás hubiera podido soñar. Ahora, en la parte práctica de la carta (cc. 5-6) vuelve de nuevo sobre el tema. La libertad verdadera es un don del Espíritu; el libertinaje es una consecuencia del egoísmo (de la carne, como a Pablo le parece bien decir). La carne es todo ese mundo que nos ata a cosas sin sentido. El cristiano, como hombre que debe ser del Espíritu, está llamado a ser libre y a no esclavizarse en lo que no tiene sentido.
Evangelio (Lucas 9,51-62): Seguir a Jesús: renuncia a la violencia y a ideologías de muerte
III.1 La lectura del evangelio expone una ocasión clave de la vida de Jesús. Es el momento de ir a Jerusalén; es el comienzo del “viaje hacia la ciudad Santa” que en el tercer evangelista se recarga de un sentido teológico especial, porque se intenta presentar, de la forma más efectiva, la actividad de Jesús como profeta, a la vez que el evangelista se vale de la significación de ese viaje para enseñarnos a ser discípulos de Jesús. No están claras las referencias geográficas del viaje (9,51-19,28). Nos encontramos con una insistencia clara en que Jesús se dirige a Jerusalén (9, 51-57; 10, 38; 18, 31.35; 19, 1). Estamos casi en el centro del evangelio y Lucas, a diferencia de Marcos, quiere privilegiar toda la “subida” a Jerusalén que será en realidad una “bajada” al abismo de la condena y de la muerte. El texto de hoy está formado por dos narraciones: la repulsa de Jesús en Samaría y las exigencias del discipulado. Él no hizo discípulos enseñándoles una doctrina, como los rabinos, sino enseñándoles a vivir de otra forma y manera.
III.2. La renuncia a la violencia que propugnan los hijos del Zebedeo porque no ha sido Jesús recibido en Samaría es ya una declaración de intenciones. Lo es también que el profeta galileo vaya a Jerusalén pasando por el territorio de los herejes samaritanos para anunciarles también el mensaje del Reino. Son rechazados y Jesús cuenta con ello, pero no se le ocurre incitar a la condena y a la violencia. Éste es un aspecto determinante del “seguimiento” de Jesús según Lucas. Merecería la pena comentar este episodio como paradigma de la actitud básica de Jesús en su decisión de ir a Jerusalén.
III.3. Por eso, inmediatamente después de la decisión de Jesús, se nos presenta el conjunto de las llamadas de Jesús a seguirle. La forma y la manera es distinta de lo que sucede entre Elías y Eliseo. Aquí es la palabra directa de Jesús, o la petición de los que quieren ser discípulos, o los que quieren informarse, como si fueran candidatos. Pero la radicalidad es la misma. Es una llamada para seguir a Jesús que ha decidido jugarse su vida como portavoz de Dios delante de los jefes y señores de este mundo que están en Jerusalén. Lucas quiere que los discípulos también tomen conciencia de lo que es este viaje, este proyecto y esta tarea. ¿Para qué seguir a Jesús? ¿Por qué romper con las ideologías familiares? ¿Por qué no mirar hacia atrás? Porque la tarea del Reino de Dios exige una mentalidad nueva, liberadora. Los seguidores de Jesús tienen que estar en camino, como Él; el camino es la vida misma desde una experiencia de fraternidad.
III.4. Los textos del seguimiento que Lucas ha tomado del evangelio de itinerantes, probablemente galileos radicales (Q), no tienen por qué se caracterizados como filósofos cínicos. Desde luego, Jesús no lo era, ni lo podía ser. Pero en esos dichos se refleja toda la crítica hacia las instituciones sociales y el desapego, incluso, de lazos familiares que puedan desviar la atención de las exigencias de Reino de Dios. No se trata de odio familiar, pues eso estaría contra el amor a los enemigos que Jesús defendió expresamente. Es, más bien, poner las cosas en su sitio cuando se trata de sacar adelante el proyecto de Dios, que puede no coincidir con intereses religiosos institucionales e incluso familiares. El discípulo de Jesús se abre a un horizonte nuevo, a una familia universal, a una religión de vida y no de muerte. Las palabras del seguimiento son rupturistas, pero no angustiosas; son radicales, utópicas si queremos, porque van a la raíz de la vida y porque son las que transformas nuestra vida y nuestro entorno social y religioso. Jesús quiere que le sigamos para hacer presente el reinado de Dios en este mundo. Y el Reino de Dios es lo único que puede traer la libertad a quien la anhela.
Las lecturas de hoy rebelan los dos elementos constitutivos de la Iglesia y del ser cristiano: la comunión entre hermanos de que habla Pablo fundada en la ley fundamental del amor al prójimo como uno mismo, y la misión por el Reino que define el ser misional del cristiano. En estos dos elementos, la clave es la libertad. En efecto, nadie puede amar al prójimo como a sí mismo si no es radicalmente libre; del mismo modo, la misión del Reino exige plena libertad. Y para ambas condiciones del ser cristiano (siendo, en el fondo, un misma y única condición) Cristo nos liberó. El secreto de esta libertad es el Espíritu Santo, al que Cristo envía en Pentecostés.
A fin de advertir estos rasgos de nuestra identidad, resulta interesante provocar el contraste entre la primera lectura y el evangelio, un contraste que, en este caso, nos viene dado. Las dos lecturas refieren una clara invitación a la tarea profética, al trabajo encomendado por Dios. En ambas lecturas, se exige una ruptura con la vida anterior. Sin embargo, el contraste entre los nos lo marca la sorprendente dureza de Jesús en relación a la compresión de Elías. En ambas lecturas hay una pregunta formulada, ¿quién te lo impide?, que, en el caso del evangelio, no está explícita, pero aún con todo es evidente. Sin embargo, el sentido de esta pregunta en cada texto es completamente diferente. En el caso de Eliseo, ¿quién te impide despedirte de tu familia y tu vida previa?; en el caso del evangelio, ¿quién te impide ponerte inmediatamente a disposición de la misión?
Es interesante notar a quién está dirigida la invitación. En el caso de la primera lectura, aquel llamado a la misión profética es alguien claramente identificado, con nombre: Eliseo, hijo de Safar. En el evangelio, no hay nadie identificado, sino que habla de “uno y otro en el camino”, cuyo anonimato los identifica como representantes simbólicos de los miembros de la Iglesia (“el camino”). Esto es, mientras que en el Antiguo Testamento, personas concretas son elegidas para la misión, en el Nuevo Testamento, todo el pueblo, todo discípulo, es por definición misionero, profeta del Reino de Dios. ¿Qué explica este cambio? Sencillamente, que la promesa de Dios de que todo el pueblo profetizaría se ha cumplido. La promesa del Espíritu derramado sobre todo el pueblo se ha cumplido en Pentecostés: sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños (Hch 2,17). En el caso de Eliseo, esta posesión del Espíritu queda simbolizada en el gesto del manto con que Elías le cubre.
Es esta posesión del Espíritu la que hace al cristiano libre, libre para amar al prójimo, libre para la misión del Reino. Radicalmente libre. El fuego del Espíritu, fuerza arrebatadora, es puro movimiento hacia delante, pura proyección hacia el frente, pura corriente de novedad sin límite. El cristiano tiene su referencia en el futuro, no el pasado; en lo desconocido, no en lo seguro. El cristiano tiene su referencia fuera de sí, porque tiene el motor de su existencia dentro de sí. El pueblo judío, sin la donación del Espíritu de Jesús se movía a ciegas siguiendo una Ley externa; el cristiano tiene su dinamismo en una Ley interna. El judío, doblegaba la carne para cumplir la Ley; en el cristiano, la posesión del Espíritu potencia su condición terrena. El judío se encuentra con el límite de su condición carnal; en el cristiano, el Espíritu rompe todo límite y plenifica la condición humana.
En varios pasajes, los evangelios hacen referencia a estos límites de la carne: Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 46-48). Asimismo, en numerosas ocasiones se pone en boca de Jesús expresiones del tipo: Habéis oído que se dijo:... Pues yo os digo; o: dice la Ley de Moisés:… Pues yo os digo. En todas ellas, Jesús ofrece una interpretación en el sentido de la radicalidad. En efecto, todas estas antítesis sirven no como contraposición a la Ley o la Tradición sino para denotar una plenitud de la que la Ley de la que habla Pablo no es sino un sustituto externo, provisional y condicionado a la espera de la venida del Espíritu. Si nosotros, cristianos, no asumimos la radicalidad de la propuesta, estamos negando el Espíritu que se nos ha dado y rechazando la libertad radical que nos da. En el fondo, tenderemos a vivir un cristianismo limitado, acotado y condicionado, un cristianismo de cumplimiento, no el verdadero cristianismo. Un cristianismo carnal en el sentido paulino, pero no encarnado; un cristianismo que busca espiritualidad, no un cristianismo desde el Espíritu. Pero, ¿cuál es esa radicalidad que se nos pide y que al evangelio de hoy nos remite? Sencillo: la hermenéutica que sostiene el evangelio de hoy es el Sermón de la montaña en Mt 5-7. Si no se asimilan estos tres capítulos, difícilmente podrán comprenderse el evangelio de hoy. Si no se vive el contenido de estos tres capítulos, difícilmente se podrá contribuir a la misión por el Reino. Vivir este mensaje sólo es posible por la posesión del Espíritu, sólo es posible en la radical libertad que el Espíritu nos da. Pero siempre queda la posibilidad de renunciar a esta libertad. En este caso, el evangelio nos recuerda que quien a esta libertad renuncia no vale para el Reino. Entonces, viene la pregunta ¿a ti quién te impide ser radicalmente libre? Si esa libertad está comprometida, también lo estará la propia identidad cristiana.
Ahora bien, una cuestión final aquí se suscita: si Eliseo estaba en posesión del Espíritu, ¿por qué se detiene a hacer el sacrificio y compartirlo con su gente antes de ponerse a la misión? Podemos entender aquí un gesto simbólico: Eliseo está ofreciendo en el sacrificio lo que han sido los elementos de su antigua vida, esto es, los bueyes y el arado. El cristiano ya no ofrece sacrificios cruentos: Jesús fue la definitiva ofrenda. Pero el gesto de comensalidad de Eliseo con los suyos antes de partir a la misión nos recuerda que nosotros, cristianos, también partimos a la misión tras un momento de comensalidad común con la comunidad. El gesto de Eliseo tiene profundos rasgos eucarísticos. En este caso, detenerse para esta comensalidad no es impedimento, sino posibilidad, refuerzo; pero también reconocimiento de una misión común, pues como dice Jesús: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mt 12, 48-50).
Esta es la identidad del cristiano liberado por Cristo para ser libre, plenamente libre.
Comentario bíblico
Iª Lectura: 1Reyes (19,16-21): Eliseo “sigue” a Elías
I.1. La lectura nos presenta una narración que ofrece todos los indicios de la mentalidad de una época, pero que pone de manifiesto esa ruptura que los profetas expresan en sus vidas como ejemplo a seguir. En la narración aparece el gran profeta Elías que, con el signo ancestral de su manto, capta a su discípulo Eliseo para que le siga; porque, cuando Elías desaparezca, Eliseo debe mantener viva la llama de la profecía, la voz de Dios. El signo del manto es el signo evidente de para qué sirve un manto, para proteger, para acoger. El manto de Elías es toda su vida, sus opciones por el Dios vivo, su defensa de la justicia.
I.2. Toda llamada implicará un cambio de mentalidad y una opción por lo que merece la pena. Habrá que romper con ideologías de mentalidades ancestrales, rutinarias, incluso familiares (no se refiere a los sentimientos, desde luego) para seguir el proyecto de Dios.
IIª Lectura (Gálatas 5,1-18): Nuestra vocación es la libertad
II.1. La carta de la libertad cristiana, tal como se conoce la carta a los Gálatas, nos habla precisamente de ese don por el que luchó Pablo contra los que se oponían al evangelio. El Apóstol sabe que la libertad puede malinterpretarse con el libertinaje; todos lo sabemos. No obstante, el evangelio es el don de la libertad más grande que el hombre tiene que recuperar constantemente como don de Dios. El “apóstrofe” con que Pablo reclama a los cristianos la consecuencia de su vocación a la libertad es de una fuerza inaudita. Y deja claro que la libertad debe experimentarse en el amor. Sin el amor, la libertad cristiana también estaría herida de muerte. No se trata solamente de matices o de pura retórica: ¿De qué nos vale la libertad desde el odio? ¿Dónde nos lleva la libertad sin reconciliación?
II.2. Durante toda la carta, Pablo se ha mantenido en una actitud irrenunciable a los valores del evangelio que él predica, que recibió por revelación y por el que da la vida. Ese evangelio es la experiencia más grande de libertad que jamás hubiera podido soñar. Ahora, en la parte práctica de la carta (cc. 5-6) vuelve de nuevo sobre el tema. La libertad verdadera es un don del Espíritu; el libertinaje es una consecuencia del egoísmo (de la carne, como a Pablo le parece bien decir). La carne es todo ese mundo que nos ata a cosas sin sentido. El cristiano, como hombre que debe ser del Espíritu, está llamado a ser libre y a no esclavizarse en lo que no tiene sentido.
Evangelio (Lucas 9,51-62): Seguir a Jesús: renuncia a la violencia y a ideologías de muerte
III.1 La lectura del evangelio expone una ocasión clave de la vida de Jesús. Es el momento de ir a Jerusalén; es el comienzo del “viaje hacia la ciudad Santa” que en el tercer evangelista se recarga de un sentido teológico especial, porque se intenta presentar, de la forma más efectiva, la actividad de Jesús como profeta, a la vez que el evangelista se vale de la significación de ese viaje para enseñarnos a ser discípulos de Jesús. No están claras las referencias geográficas del viaje (9,51-19,28). Nos encontramos con una insistencia clara en que Jesús se dirige a Jerusalén (9, 51-57; 10, 38; 18, 31.35; 19, 1). Estamos casi en el centro del evangelio y Lucas, a diferencia de Marcos, quiere privilegiar toda la “subida” a Jerusalén que será en realidad una “bajada” al abismo de la condena y de la muerte. El texto de hoy está formado por dos narraciones: la repulsa de Jesús en Samaría y las exigencias del discipulado. Él no hizo discípulos enseñándoles una doctrina, como los rabinos, sino enseñándoles a vivir de otra forma y manera.
III.2. La renuncia a la violencia que propugnan los hijos del Zebedeo porque no ha sido Jesús recibido en Samaría es ya una declaración de intenciones. Lo es también que el profeta galileo vaya a Jerusalén pasando por el territorio de los herejes samaritanos para anunciarles también el mensaje del Reino. Son rechazados y Jesús cuenta con ello, pero no se le ocurre incitar a la condena y a la violencia. Éste es un aspecto determinante del “seguimiento” de Jesús según Lucas. Merecería la pena comentar este episodio como paradigma de la actitud básica de Jesús en su decisión de ir a Jerusalén.
III.3. Por eso, inmediatamente después de la decisión de Jesús, se nos presenta el conjunto de las llamadas de Jesús a seguirle. La forma y la manera es distinta de lo que sucede entre Elías y Eliseo. Aquí es la palabra directa de Jesús, o la petición de los que quieren ser discípulos, o los que quieren informarse, como si fueran candidatos. Pero la radicalidad es la misma. Es una llamada para seguir a Jesús que ha decidido jugarse su vida como portavoz de Dios delante de los jefes y señores de este mundo que están en Jerusalén. Lucas quiere que los discípulos también tomen conciencia de lo que es este viaje, este proyecto y esta tarea. ¿Para qué seguir a Jesús? ¿Por qué romper con las ideologías familiares? ¿Por qué no mirar hacia atrás? Porque la tarea del Reino de Dios exige una mentalidad nueva, liberadora. Los seguidores de Jesús tienen que estar en camino, como Él; el camino es la vida misma desde una experiencia de fraternidad.
III.4. Los textos del seguimiento que Lucas ha tomado del evangelio de itinerantes, probablemente galileos radicales (Q), no tienen por qué se caracterizados como filósofos cínicos. Desde luego, Jesús no lo era, ni lo podía ser. Pero en esos dichos se refleja toda la crítica hacia las instituciones sociales y el desapego, incluso, de lazos familiares que puedan desviar la atención de las exigencias de Reino de Dios. No se trata de odio familiar, pues eso estaría contra el amor a los enemigos que Jesús defendió expresamente. Es, más bien, poner las cosas en su sitio cuando se trata de sacar adelante el proyecto de Dios, que puede no coincidir con intereses religiosos institucionales e incluso familiares. El discípulo de Jesús se abre a un horizonte nuevo, a una familia universal, a una religión de vida y no de muerte. Las palabras del seguimiento son rupturistas, pero no angustiosas; son radicales, utópicas si queremos, porque van a la raíz de la vida y porque son las que transformas nuestra vida y nuestro entorno social y religioso. Jesús quiere que le sigamos para hacer presente el reinado de Dios en este mundo. Y el Reino de Dios es lo único que puede traer la libertad a quien la anhela.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
Las lecturas de hoy rebelan los dos elementos constitutivos de la Iglesia y del ser cristiano: la comunión entre hermanos de que habla Pablo fundada en la ley fundamental del amor al prójimo como uno mismo, y la misión por el Reino que define el ser misional del cristiano. En estos dos elementos, la clave es la libertad. En efecto, nadie puede amar al prójimo como a sí mismo si no es radicalmente libre; del mismo modo, la misión del Reino exige plena libertad. Y para ambas condiciones del ser cristiano (siendo, en el fondo, un misma y única condición) Cristo nos liberó. El secreto de esta libertad es el Espíritu Santo, al que Cristo envía en Pentecostés.
A fin de advertir estos rasgos de nuestra identidad, resulta interesante provocar el contraste entre la primera lectura y el evangelio, un contraste que, en este caso, nos viene dado. Las dos lecturas refieren una clara invitación a la tarea profética, al trabajo encomendado por Dios. En ambas lecturas, se exige una ruptura con la vida anterior. Sin embargo, el contraste entre los nos lo marca la sorprendente dureza de Jesús en relación a la compresión de Elías. En ambas lecturas hay una pregunta formulada, ¿quién te lo impide?, que, en el caso del evangelio, no está explícita, pero aún con todo es evidente. Sin embargo, el sentido de esta pregunta en cada texto es completamente diferente. En el caso de Eliseo, ¿quién te impide despedirte de tu familia y tu vida previa?; en el caso del evangelio, ¿quién te impide ponerte inmediatamente a disposición de la misión?
Es interesante notar a quién está dirigida la invitación. En el caso de la primera lectura, aquel llamado a la misión profética es alguien claramente identificado, con nombre: Eliseo, hijo de Safar. En el evangelio, no hay nadie identificado, sino que habla de “uno y otro en el camino”, cuyo anonimato los identifica como representantes simbólicos de los miembros de la Iglesia (“el camino”). Esto es, mientras que en el Antiguo Testamento, personas concretas son elegidas para la misión, en el Nuevo Testamento, todo el pueblo, todo discípulo, es por definición misionero, profeta del Reino de Dios. ¿Qué explica este cambio? Sencillamente, que la promesa de Dios de que todo el pueblo profetizaría se ha cumplido. La promesa del Espíritu derramado sobre todo el pueblo se ha cumplido en Pentecostés: sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños (Hch 2,17). En el caso de Eliseo, esta posesión del Espíritu queda simbolizada en el gesto del manto con que Elías le cubre.
Es esta posesión del Espíritu la que hace al cristiano libre, libre para amar al prójimo, libre para la misión del Reino. Radicalmente libre. El fuego del Espíritu, fuerza arrebatadora, es puro movimiento hacia delante, pura proyección hacia el frente, pura corriente de novedad sin límite. El cristiano tiene su referencia en el futuro, no el pasado; en lo desconocido, no en lo seguro. El cristiano tiene su referencia fuera de sí, porque tiene el motor de su existencia dentro de sí. El pueblo judío, sin la donación del Espíritu de Jesús se movía a ciegas siguiendo una Ley externa; el cristiano tiene su dinamismo en una Ley interna. El judío, doblegaba la carne para cumplir la Ley; en el cristiano, la posesión del Espíritu potencia su condición terrena. El judío se encuentra con el límite de su condición carnal; en el cristiano, el Espíritu rompe todo límite y plenifica la condición humana.
En varios pasajes, los evangelios hacen referencia a estos límites de la carne: Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 46-48). Asimismo, en numerosas ocasiones se pone en boca de Jesús expresiones del tipo: Habéis oído que se dijo:... Pues yo os digo; o: dice la Ley de Moisés:… Pues yo os digo. En todas ellas, Jesús ofrece una interpretación en el sentido de la radicalidad. En efecto, todas estas antítesis sirven no como contraposición a la Ley o la Tradición sino para denotar una plenitud de la que la Ley de la que habla Pablo no es sino un sustituto externo, provisional y condicionado a la espera de la venida del Espíritu. Si nosotros, cristianos, no asumimos la radicalidad de la propuesta, estamos negando el Espíritu que se nos ha dado y rechazando la libertad radical que nos da. En el fondo, tenderemos a vivir un cristianismo limitado, acotado y condicionado, un cristianismo de cumplimiento, no el verdadero cristianismo. Un cristianismo carnal en el sentido paulino, pero no encarnado; un cristianismo que busca espiritualidad, no un cristianismo desde el Espíritu. Pero, ¿cuál es esa radicalidad que se nos pide y que al evangelio de hoy nos remite? Sencillo: la hermenéutica que sostiene el evangelio de hoy es el Sermón de la montaña en Mt 5-7. Si no se asimilan estos tres capítulos, difícilmente podrán comprenderse el evangelio de hoy. Si no se vive el contenido de estos tres capítulos, difícilmente se podrá contribuir a la misión por el Reino. Vivir este mensaje sólo es posible por la posesión del Espíritu, sólo es posible en la radical libertad que el Espíritu nos da. Pero siempre queda la posibilidad de renunciar a esta libertad. En este caso, el evangelio nos recuerda que quien a esta libertad renuncia no vale para el Reino. Entonces, viene la pregunta ¿a ti quién te impide ser radicalmente libre? Si esa libertad está comprometida, también lo estará la propia identidad cristiana.
Ahora bien, una cuestión final aquí se suscita: si Eliseo estaba en posesión del Espíritu, ¿por qué se detiene a hacer el sacrificio y compartirlo con su gente antes de ponerse a la misión? Podemos entender aquí un gesto simbólico: Eliseo está ofreciendo en el sacrificio lo que han sido los elementos de su antigua vida, esto es, los bueyes y el arado. El cristiano ya no ofrece sacrificios cruentos: Jesús fue la definitiva ofrenda. Pero el gesto de comensalidad de Eliseo con los suyos antes de partir a la misión nos recuerda que nosotros, cristianos, también partimos a la misión tras un momento de comensalidad común con la comunidad. El gesto de Eliseo tiene profundos rasgos eucarísticos. En este caso, detenerse para esta comensalidad no es impedimento, sino posibilidad, refuerzo; pero también reconocimiento de una misión común, pues como dice Jesús: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mt 12, 48-50).
Esta es la identidad del cristiano liberado por Cristo para ser libre, plenamente libre.
Fray Ángel Romo Fraile
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