Del rosario de frases lapidarias que nos proponen hoy las lecturas, yo me quedo con la de Pablo, que es el mejor comentario al evangelio: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”.
En primer lugar, porque la libertad es el fundamento de la persona; sin ella no es posible un desarrollo verdaderamente humano. En segundo lugar, porque en ninguna época se ha hablado más de libertad, pero nunca ha sido mayor su carencia. Y en tercer lugar, porque Pablo habla expresamente de la libertad de la Ley; es decir, de la liberación de las ataduras de la falsa religiosidad, que es la que más profundamente ata al hombre.
Muchas veces hemos apuntado que la libertad tiene un aspecto pasivo y otro activo. Por nada del mundo debemos violentar a los demás ni siquiera con el pretexto de salvarles. Pero por otra parte, tampoco debemos dejarnos dominar por nada ni por nadie.
Esto último es mucho más difícil que lo primero, porque supone una actitud de constante vigilancia para que en ningún momento nos dejemos doblegar por personas, cosas o situaciones en las que sería mucho más cómodo dejarse llevar sin oposición.
Tomemos conciencia clara de que la tiranía que más sufrimiento ha causado a través de la historia humana que conocemos, ha sido la religiosa. En nombre de Dios se han cometido las mayores barbaridades. El mismo Jesús se opuso con mucha más fuerza a la injusticia religiosa que a la del imperio romano.
El evangelio de Lucas da un quiebro con la lectura de hoy. A lo largo de los diez capítulos siguientes, nos va hablar de la subida a Jerusalén. Todos los evangelios proponen la subida de Jesús a Jerusalén como un marco teológico, pero Lucas le da un énfasis especial.
Comienza con la frase programática que destaco y termina con la expulsión de los vendedores del templo. Es una trayectoria geográfica, pero sobre todo, una trayectoria espiritual: subida al Padre a través de la muerte.
“Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”.
La frase es un resumen de la vida y muerte de Jesús, incluida la resurrección y glorificación. Este evangelio deja bien claro que lo que va a pasar, por muy desagradable que pueda parecer, es aceptado expresamente por Jesús, tal vez como la única manera de convencerles de que todo lo que había hecho y enseñado, era lo correcto.
El episodio de los discípulos rechazados, tiene mucha miga. Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos, que no perdían la ocasión de humillarlos y despreciarlos. No es de extrañar que ellos a su vez tomaran la revancha cuando podían.
Si los enviados hubieran propuesto bien el mensaje de Jesús, si hubieran comunicado las verdaderas intenciones de Jesús al subir a Jerusalén, no sólo no les hubieran rechazado, sino que les hubieran aceptado con los brazos abiertos. Nada más de acuerdo con sus intereses podían esperar los samaritanos. Alguien que fuera capaz de criticar tan duramente lo que se cocía en el templo, tenía que tener toda su aprobación.
Pero seguramente les hicieron pensar en una subida “para hacerse cargo del reino”, que eran lo que los discípulos esperaban. Tergiversaron el mensaje y fueron rechazados de plano... Siempre que nos rechazan, o rechazan a Dios será por presentar un Dios hecho a la medida de nuestros intereses, y por lo tanto falso. La gran tentación del ser humano será siempre manipular a Dios.
La reacción de los Zebedeo tampoco tiene desperdicio. Piensan en un nuevo Elías, que había mandado bajar fuego del cielo que consumió a los emisarios del rey. Pretenden que Jesús haga honor a su condición de profeta poderoso. Otra tentación constante del hombre, poner a Dios de su parte contra todo bicho viviente que le lleve la contraria.
Jesús les “increpó” (el mismo verbo que emplea cuando expulsa los demonios). En otro evangelista Jesús es más explícito y les responde: “No sabéis de qué espíritu sois”.
Y yo me pregunto: ¿Por qué a través de la historia, olvidando esta actitud de Jesús, nos hemos seguido comportando como Santiago y Juan? Siempre que ha tenido el poder suficiente, la Iglesia ha respondido con violencia extrema contra todo el que no aceptara su doctrina o sus normas. Ni siquiera la libertad religiosa, que es un derecho básico de todo ser humano, ha sido capaz de aceptarla hasta que ha perdido la capacidad de imponer su absolutismo.
Como el domingo pasado, se trata de responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Si de verdad aceptásemos el espíritu de Jesús, la primera consecuencia sería la tolerancia. Jesús no impone nada, simplemente propone la buena noticia del Reino y deja en libertad para aceptarla o rechazarla.
Su mensaje entraña una oferta de verdadera liberación, pero como tal, solo puede interesar a los que sienten que están oprimidos por realidades que no les dejan ser ellos mismos. Toda falta de identificación con el otro, supone una falta de identificación con el Dios de Jesús. Esto no siempre lo tenemos claro.
A continuación propone Lucas tres candidatos a seguirle. No olvidemos que se encuentran en Samaría, tierra hostil al judaísmo oficial. A pesar de ello, algunos manifiestan la intención de seguir a Jesús. Naturalmente se trata de un montaje literario para incrustar tres máximas claves en el pensamiento de Jesús. Por lo tanto lo importante son las respuestas, que a cada una de ellas da Jesús; no los interlocutores que ni siquiera tienen nombre.
Con frases cortas y tajantes se intenta aclarar una actitud vital sin miramientos de ninguna clase. Se quiere resaltar la radicalidad del mensaje y por lo tanto, del seguimiento. Esa exigencia es una oferta, no una imposición (en contra de lo que acaban de manifestar los discípulos). Cada uno es libre de aceptarla o no. Ni siquiera se dice si los aspirantes la aceptaron. Jesús es exigente, porque sabe que no hay otra opción, pero no intransigente con el que no le sigue.
Esa exigencia no es un capricho de Dios, sino que la pide la misma naturaleza de la oferta de salvación que nos hace Jesús. Nuestra condi ción de criaturas, y por lo tanto limitadas, es la que nos obliga, una vez tomado un camino, a tener que abandonar todos los demás.
La renuncia a aquello que me gusta dejará de ser renuncia, si lo hago con conocimiento y libertad, para convertirse en elección de lo mejor. No siempre, lo que me causa más placer, lo que menos me cuesta, lo que más me agrada, lo que me pide el ADN, es lo mejor para alcanzar la plenitud del ser humano.
Nuestra religión nos ha presentado el seguimiento de Jesús como una renuncia. La utilización de este concepto es la mejor señal de que no hemos entendido nada. No se trata de renunciar, sino de elegir lo que de verdad es bueno para mi auténtico ser. Dios quiere nuestra plenitud.
Tenemos que superar la idea de un Dios que para ser Él más, tiene que humillar al hombre. No, la causa de Dios es la causa del hombre. Dios está identificado con su criatura; por lo tanto la mayor gloria de Dios es que la criatura llegue a su plenitud.
No tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas; tenemos que amar a Dios en todas las cosas. Pero si las cosas ocupan el lugar de Dios, me estoy apartando de mi verdadera meta.
La primera máxima: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros nido, pero el Hijo de Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
En el ambiente de itinerancia en el que se desarrolla esta parte del evangelista, no hace hincapié en la pobreza, sino en la disponibilidad. El que quiera seguir a Jesús tiene que estar completamente libre de trabas. Ni siquiera la seguridad de un hogar debe impedirle estar dispuesto siempre para la marcha.
La segunda máxima: “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos”.
Es también radical, pero no debemos entenderla en sentido literal. Lo que le pide el aspirante a Jesús, no es que le permita enterrar a su padre que había muerto, sino que le dejara cumplir con el precepto de atender a su padre anciano hasta que muriera. Jesús antepone las exigencias del Reino a la obligación prescrita por la Ley de atender a los padres. La Ley debe ser superada.
La tercera máxima: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
Despedirse de su familia no debemos entenderlo como “decirles adiós”. En aquella sociedad despedirse significaba dedicar días o semanas a celebrar la separación. El significado es muy parecido al de la anterior, pero aquí se quiere resaltar la apertura integral a todos los seres humanos. Ya no hay particularismos, ni siquiera existe “mi familia”. Ahora toda la humanidad es mi familia. El círculo familiar suele ser la excusa donde camuflo un egoísmo amplificado que me impide darme a todos.
Las exigencias radicales que propone Jesús en el evangelio, debemos interpretarlas desde la perspectiva del Reino. No se refiere tanto a la materialidad de las realidades que hay que abandonar, cuanto al desapego de toda seguridad que es la verdadera exigencia del seguimiento.
Se trata de vivir una escala de valores de acuerdo con el Reino, pero no quiere decir que haya que renunciar a todo lo humano para llevar una vida desencarnada. La familia, la amistad, el compromiso social son valores que pueden ser incorporados al mensaje de Jesús, siempre que no les demos un valor exagerado y confiemos únicamente en ellos.
En primer lugar, porque la libertad es el fundamento de la persona; sin ella no es posible un desarrollo verdaderamente humano. En segundo lugar, porque en ninguna época se ha hablado más de libertad, pero nunca ha sido mayor su carencia. Y en tercer lugar, porque Pablo habla expresamente de la libertad de la Ley; es decir, de la liberación de las ataduras de la falsa religiosidad, que es la que más profundamente ata al hombre.
Muchas veces hemos apuntado que la libertad tiene un aspecto pasivo y otro activo. Por nada del mundo debemos violentar a los demás ni siquiera con el pretexto de salvarles. Pero por otra parte, tampoco debemos dejarnos dominar por nada ni por nadie.
Esto último es mucho más difícil que lo primero, porque supone una actitud de constante vigilancia para que en ningún momento nos dejemos doblegar por personas, cosas o situaciones en las que sería mucho más cómodo dejarse llevar sin oposición.
Tomemos conciencia clara de que la tiranía que más sufrimiento ha causado a través de la historia humana que conocemos, ha sido la religiosa. En nombre de Dios se han cometido las mayores barbaridades. El mismo Jesús se opuso con mucha más fuerza a la injusticia religiosa que a la del imperio romano.
El evangelio de Lucas da un quiebro con la lectura de hoy. A lo largo de los diez capítulos siguientes, nos va hablar de la subida a Jerusalén. Todos los evangelios proponen la subida de Jesús a Jerusalén como un marco teológico, pero Lucas le da un énfasis especial.
Comienza con la frase programática que destaco y termina con la expulsión de los vendedores del templo. Es una trayectoria geográfica, pero sobre todo, una trayectoria espiritual: subida al Padre a través de la muerte.
“Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”.
La frase es un resumen de la vida y muerte de Jesús, incluida la resurrección y glorificación. Este evangelio deja bien claro que lo que va a pasar, por muy desagradable que pueda parecer, es aceptado expresamente por Jesús, tal vez como la única manera de convencerles de que todo lo que había hecho y enseñado, era lo correcto.
El episodio de los discípulos rechazados, tiene mucha miga. Los samaritanos eran considerados herejes por los judíos, que no perdían la ocasión de humillarlos y despreciarlos. No es de extrañar que ellos a su vez tomaran la revancha cuando podían.
Si los enviados hubieran propuesto bien el mensaje de Jesús, si hubieran comunicado las verdaderas intenciones de Jesús al subir a Jerusalén, no sólo no les hubieran rechazado, sino que les hubieran aceptado con los brazos abiertos. Nada más de acuerdo con sus intereses podían esperar los samaritanos. Alguien que fuera capaz de criticar tan duramente lo que se cocía en el templo, tenía que tener toda su aprobación.
Pero seguramente les hicieron pensar en una subida “para hacerse cargo del reino”, que eran lo que los discípulos esperaban. Tergiversaron el mensaje y fueron rechazados de plano... Siempre que nos rechazan, o rechazan a Dios será por presentar un Dios hecho a la medida de nuestros intereses, y por lo tanto falso. La gran tentación del ser humano será siempre manipular a Dios.
La reacción de los Zebedeo tampoco tiene desperdicio. Piensan en un nuevo Elías, que había mandado bajar fuego del cielo que consumió a los emisarios del rey. Pretenden que Jesús haga honor a su condición de profeta poderoso. Otra tentación constante del hombre, poner a Dios de su parte contra todo bicho viviente que le lleve la contraria.
Jesús les “increpó” (el mismo verbo que emplea cuando expulsa los demonios). En otro evangelista Jesús es más explícito y les responde: “No sabéis de qué espíritu sois”.
Y yo me pregunto: ¿Por qué a través de la historia, olvidando esta actitud de Jesús, nos hemos seguido comportando como Santiago y Juan? Siempre que ha tenido el poder suficiente, la Iglesia ha respondido con violencia extrema contra todo el que no aceptara su doctrina o sus normas. Ni siquiera la libertad religiosa, que es un derecho básico de todo ser humano, ha sido capaz de aceptarla hasta que ha perdido la capacidad de imponer su absolutismo.
Como el domingo pasado, se trata de responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Si de verdad aceptásemos el espíritu de Jesús, la primera consecuencia sería la tolerancia. Jesús no impone nada, simplemente propone la buena noticia del Reino y deja en libertad para aceptarla o rechazarla.
Su mensaje entraña una oferta de verdadera liberación, pero como tal, solo puede interesar a los que sienten que están oprimidos por realidades que no les dejan ser ellos mismos. Toda falta de identificación con el otro, supone una falta de identificación con el Dios de Jesús. Esto no siempre lo tenemos claro.
A continuación propone Lucas tres candidatos a seguirle. No olvidemos que se encuentran en Samaría, tierra hostil al judaísmo oficial. A pesar de ello, algunos manifiestan la intención de seguir a Jesús. Naturalmente se trata de un montaje literario para incrustar tres máximas claves en el pensamiento de Jesús. Por lo tanto lo importante son las respuestas, que a cada una de ellas da Jesús; no los interlocutores que ni siquiera tienen nombre.
Con frases cortas y tajantes se intenta aclarar una actitud vital sin miramientos de ninguna clase. Se quiere resaltar la radicalidad del mensaje y por lo tanto, del seguimiento. Esa exigencia es una oferta, no una imposición (en contra de lo que acaban de manifestar los discípulos). Cada uno es libre de aceptarla o no. Ni siquiera se dice si los aspirantes la aceptaron. Jesús es exigente, porque sabe que no hay otra opción, pero no intransigente con el que no le sigue.
Esa exigencia no es un capricho de Dios, sino que la pide la misma naturaleza de la oferta de salvación que nos hace Jesús. Nuestra condi ción de criaturas, y por lo tanto limitadas, es la que nos obliga, una vez tomado un camino, a tener que abandonar todos los demás.
La renuncia a aquello que me gusta dejará de ser renuncia, si lo hago con conocimiento y libertad, para convertirse en elección de lo mejor. No siempre, lo que me causa más placer, lo que menos me cuesta, lo que más me agrada, lo que me pide el ADN, es lo mejor para alcanzar la plenitud del ser humano.
Nuestra religión nos ha presentado el seguimiento de Jesús como una renuncia. La utilización de este concepto es la mejor señal de que no hemos entendido nada. No se trata de renunciar, sino de elegir lo que de verdad es bueno para mi auténtico ser. Dios quiere nuestra plenitud.
Tenemos que superar la idea de un Dios que para ser Él más, tiene que humillar al hombre. No, la causa de Dios es la causa del hombre. Dios está identificado con su criatura; por lo tanto la mayor gloria de Dios es que la criatura llegue a su plenitud.
No tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas; tenemos que amar a Dios en todas las cosas. Pero si las cosas ocupan el lugar de Dios, me estoy apartando de mi verdadera meta.
La primera máxima: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros nido, pero el Hijo de Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
En el ambiente de itinerancia en el que se desarrolla esta parte del evangelista, no hace hincapié en la pobreza, sino en la disponibilidad. El que quiera seguir a Jesús tiene que estar completamente libre de trabas. Ni siquiera la seguridad de un hogar debe impedirle estar dispuesto siempre para la marcha.
La segunda máxima: “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos”.
Es también radical, pero no debemos entenderla en sentido literal. Lo que le pide el aspirante a Jesús, no es que le permita enterrar a su padre que había muerto, sino que le dejara cumplir con el precepto de atender a su padre anciano hasta que muriera. Jesús antepone las exigencias del Reino a la obligación prescrita por la Ley de atender a los padres. La Ley debe ser superada.
La tercera máxima: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
Despedirse de su familia no debemos entenderlo como “decirles adiós”. En aquella sociedad despedirse significaba dedicar días o semanas a celebrar la separación. El significado es muy parecido al de la anterior, pero aquí se quiere resaltar la apertura integral a todos los seres humanos. Ya no hay particularismos, ni siquiera existe “mi familia”. Ahora toda la humanidad es mi familia. El círculo familiar suele ser la excusa donde camuflo un egoísmo amplificado que me impide darme a todos.
Las exigencias radicales que propone Jesús en el evangelio, debemos interpretarlas desde la perspectiva del Reino. No se refiere tanto a la materialidad de las realidades que hay que abandonar, cuanto al desapego de toda seguridad que es la verdadera exigencia del seguimiento.
Se trata de vivir una escala de valores de acuerdo con el Reino, pero no quiere decir que haya que renunciar a todo lo humano para llevar una vida desencarnada. La familia, la amistad, el compromiso social son valores que pueden ser incorporados al mensaje de Jesús, siempre que no les demos un valor exagerado y confiemos únicamente en ellos.
Meditación-contemplación
¡No sabéis de qué espíritu sois!
La mayoría de los cristianos no nos hemos enterado.
Si te preocupa que alguien te rechace,
es que no has entendido lo que realmente eres
y sigues mendigando el favor de los otros y en eso confías.
....................
Lo que debía preocuparnos es
que aún somos capaces de rechazar al otro.
Seguimos sin confiar en lo que somos y en lo que es Dios para nosotros.
Por eso necesitamos de seguridades externas.
No se trata de librarse de los demás, sino de liberarse de uno mismo.
..............................
La necesidad de juzgar, de condenar,
de aislar al que no piensa como nosotros,
es la mejor prueba de incomprensión del evangelio.
Todos los fundamentalismos son fruto de la misma actitud,
una falta de confianza en Dios y en la Vida.
..........................
¡No sabéis de qué espíritu sois!
La mayoría de los cristianos no nos hemos enterado.
Si te preocupa que alguien te rechace,
es que no has entendido lo que realmente eres
y sigues mendigando el favor de los otros y en eso confías.
....................
Lo que debía preocuparnos es
que aún somos capaces de rechazar al otro.
Seguimos sin confiar en lo que somos y en lo que es Dios para nosotros.
Por eso necesitamos de seguridades externas.
No se trata de librarse de los demás, sino de liberarse de uno mismo.
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La necesidad de juzgar, de condenar,
de aislar al que no piensa como nosotros,
es la mejor prueba de incomprensión del evangelio.
Todos los fundamentalismos son fruto de la misma actitud,
una falta de confianza en Dios y en la Vida.
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