El texto del Evangelio de hoy tiene tres personajes: Simón el que invita. Jesús el que asiste. La pecadora que se cuela dentro. Pero falta uno. No os lo imagináis. Falto yo. Sí, yo un sacerdote ordinario, que muchos ni conocéis.
Y que nadie piense que soy también un camuflado que me he colado a la rica cena del fariseo Simón, sin haber sido invitado. Yo no he sido invitado por Simón. Pero sí soy un invitado por Jesús. ¿Lo vemos?
Simón. Ruega a Jesús acepte la cortesía de comer con él aquel día. ¿Sus intenciones? Nadie conoce las intenciones de un fariseo. Pero que no tarda en revelarse. Cuando llega esa mujer y se echa a los pies de Jesús, ahí comienza Simón a manifestar lo que realmente es.
Un hombre incapaz de mirar con ojos limpios a una mujer pecadora.
Un hombre con un corazón incapaz de amar pero siempre dispuesto a juzgar y condenar.
Es el triste oficio de los que sólo saben ver lo malo de los demás.
Es el triste oficio de los que solo saben juzgar el pasado de los otros.
Es el triste oficio de los que no han aprendido otra cosa que la de condenar.
Es el triste oficio de los que son incapaces de ver que todavía hay un futuro para los demás, hasta para los malos.
“¡Si supiese la tipa que tiene a sus pies, y la buena pieza que es! ¡Toda una pecadora, la pecadora del pueblo!” “Este no es el profeta que dicen”.
¡Y menos mal que era la única pecadora, porque sus clientes tenían que ser todos unos santos!
Jesús: El descortés y falto de educación, que desnuda públicamente a quien le ha hecho el favor de invitarle a la mesa. Porque cuando se trata de salir en defensa de los débiles, Jesús se olvida de cortesías humanas.
Jesús es el que ve más allá de la realidad.
Jesús es el que descubre semillas de futuro hasta en el cesto de la basura.
Jesús es el que descubre vida donde otros solo ven muerte.
Jesús es el que ve posibilidades donde todos ven imposibles.
Jesús es el que ve santos donde otros sólo ven pecadores.
Jesús es el que ve la bondad que hay en el fondo del corazón, incluso de aquellos que los demás condenan como malos y pecadores.
Jesús es el que sabe leer las lágrimas de un corazón que todavía es capaz de amar.
Jesús es el que sabe leer en el sencillo gesto de unos besos en los pies, la grandeza de un corazón sin estrenar.
Es que Dios es incapaz de pensar mal hasta de los pecadores.
Es que Dios es incapaz de juzgar mal a nadie. Porque Dios siempre descubre las semillas escondidas de quienes pueden cambiar y ser mejores.
“Mujer, tus pecados están perdonados”.
Aquella noche el invierno de aquella vida femenina se despertó en una maravillosa primavera de flores en el jardín de su corazón.
¿Hay algo más bello que ver el reverdecer del invierno a fuerza de la primavera que comienza?
¿Hay algo más bello que ver reverdecer de alegría y felicidad a una vida gastada y marchita por el pecado?
Yo. ¿Y dónde quedo yo en ese marco del Evangelio?
Siento que es posible que más de una vez haya caído en la tentación de Simón. Pensar mal. Juzgar y condenar en mi corazón. Lo cual me avergüenza.
Sin embargo, el Señor me ha llamado y me ha regalado:
El don de su corazón de amar y de despertar la vida donde estaba muerta.
El don de su corazón de amar y de acoger con amor y cariño a los que sienten sus vidas rotas.
Me ha situado en el lado de Jesús. Me hace sentir como Jesús en aquella comida.
Es el maravilloso don y la gracia de este Sacerdote que cada día me siento en mi confesionario, no como el juez que condena, sino como el que acoge con amor, escucha con amor, perdona con amor y levanta con amor y devuelve la alegría a los corazones.
Dios me ha regalado esa gracia de la vocación que me hace ser el representante suyo para decirles también yo a todos: “Tus pecados están perdonados”.
Lo más bello de la vida de un sacerdote es:
Devolver la vida a los que están muertos.
Devolver la alegría a los que están tristes.
Devolver las ganas de vivir a los que están arrastrando una vida sin sentido.
Devolver la esperanza a los que la han perdido en los caminos de la vida.
Devolver la felicidad a los que hace tiempo ya viven de sonrisas postizas.
Devolver el futuro a los que están hartos de vivir de recuerdos del pasado.
Yo me imagino la alegría de aquella pecadora aquella noche.
Yo me imagino la alegría de Jesús al verla regresar a la vida como nueva.
Yo me imagino la alegría de Jesús al ver el invierno de aquella vida florecida en primavera.
¿Y se imaginan ustedes la alegría de este pobre sacerdote despidiendo a la gente con un corazón nuevo, con un alma nueva, con una vida nueva, con unas ilusiones nuevas y con esperanzas nuevas?
Soy de los que todavía creo en los milagros. Porque creo en el milagro del amor y el milagro del perdón y el milagro de devolver la alegría al corazón de la gente. ¿A caso no es todo esto vivir cada día el milagro del amor de Dios en el propio amor?
Clemente Sobrado C.P.
www.iglesiaquecamina.com
Y que nadie piense que soy también un camuflado que me he colado a la rica cena del fariseo Simón, sin haber sido invitado. Yo no he sido invitado por Simón. Pero sí soy un invitado por Jesús. ¿Lo vemos?
Simón. Ruega a Jesús acepte la cortesía de comer con él aquel día. ¿Sus intenciones? Nadie conoce las intenciones de un fariseo. Pero que no tarda en revelarse. Cuando llega esa mujer y se echa a los pies de Jesús, ahí comienza Simón a manifestar lo que realmente es.
Un hombre incapaz de mirar con ojos limpios a una mujer pecadora.
Un hombre con un corazón incapaz de amar pero siempre dispuesto a juzgar y condenar.
Es el triste oficio de los que sólo saben ver lo malo de los demás.
Es el triste oficio de los que solo saben juzgar el pasado de los otros.
Es el triste oficio de los que no han aprendido otra cosa que la de condenar.
Es el triste oficio de los que son incapaces de ver que todavía hay un futuro para los demás, hasta para los malos.
“¡Si supiese la tipa que tiene a sus pies, y la buena pieza que es! ¡Toda una pecadora, la pecadora del pueblo!” “Este no es el profeta que dicen”.
¡Y menos mal que era la única pecadora, porque sus clientes tenían que ser todos unos santos!
Jesús: El descortés y falto de educación, que desnuda públicamente a quien le ha hecho el favor de invitarle a la mesa. Porque cuando se trata de salir en defensa de los débiles, Jesús se olvida de cortesías humanas.
Jesús es el que ve más allá de la realidad.
Jesús es el que descubre semillas de futuro hasta en el cesto de la basura.
Jesús es el que descubre vida donde otros solo ven muerte.
Jesús es el que ve posibilidades donde todos ven imposibles.
Jesús es el que ve santos donde otros sólo ven pecadores.
Jesús es el que ve la bondad que hay en el fondo del corazón, incluso de aquellos que los demás condenan como malos y pecadores.
Jesús es el que sabe leer las lágrimas de un corazón que todavía es capaz de amar.
Jesús es el que sabe leer en el sencillo gesto de unos besos en los pies, la grandeza de un corazón sin estrenar.
Es que Dios es incapaz de pensar mal hasta de los pecadores.
Es que Dios es incapaz de juzgar mal a nadie. Porque Dios siempre descubre las semillas escondidas de quienes pueden cambiar y ser mejores.
“Mujer, tus pecados están perdonados”.
Aquella noche el invierno de aquella vida femenina se despertó en una maravillosa primavera de flores en el jardín de su corazón.
¿Hay algo más bello que ver el reverdecer del invierno a fuerza de la primavera que comienza?
¿Hay algo más bello que ver reverdecer de alegría y felicidad a una vida gastada y marchita por el pecado?
Yo. ¿Y dónde quedo yo en ese marco del Evangelio?
Siento que es posible que más de una vez haya caído en la tentación de Simón. Pensar mal. Juzgar y condenar en mi corazón. Lo cual me avergüenza.
Sin embargo, el Señor me ha llamado y me ha regalado:
El don de su corazón de amar y de despertar la vida donde estaba muerta.
El don de su corazón de amar y de acoger con amor y cariño a los que sienten sus vidas rotas.
Me ha situado en el lado de Jesús. Me hace sentir como Jesús en aquella comida.
Es el maravilloso don y la gracia de este Sacerdote que cada día me siento en mi confesionario, no como el juez que condena, sino como el que acoge con amor, escucha con amor, perdona con amor y levanta con amor y devuelve la alegría a los corazones.
Dios me ha regalado esa gracia de la vocación que me hace ser el representante suyo para decirles también yo a todos: “Tus pecados están perdonados”.
Lo más bello de la vida de un sacerdote es:
Devolver la vida a los que están muertos.
Devolver la alegría a los que están tristes.
Devolver las ganas de vivir a los que están arrastrando una vida sin sentido.
Devolver la esperanza a los que la han perdido en los caminos de la vida.
Devolver la felicidad a los que hace tiempo ya viven de sonrisas postizas.
Devolver el futuro a los que están hartos de vivir de recuerdos del pasado.
Yo me imagino la alegría de aquella pecadora aquella noche.
Yo me imagino la alegría de Jesús al verla regresar a la vida como nueva.
Yo me imagino la alegría de Jesús al ver el invierno de aquella vida florecida en primavera.
¿Y se imaginan ustedes la alegría de este pobre sacerdote despidiendo a la gente con un corazón nuevo, con un alma nueva, con una vida nueva, con unas ilusiones nuevas y con esperanzas nuevas?
Soy de los que todavía creo en los milagros. Porque creo en el milagro del amor y el milagro del perdón y el milagro de devolver la alegría al corazón de la gente. ¿A caso no es todo esto vivir cada día el milagro del amor de Dios en el propio amor?
Clemente Sobrado C.P.
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