Publicado por Entra y Veras
La parábola del buen samaritano es el ejemplo perfecto de la vida de caridad. No basta que solamente nos rijamos por un montón de principios. Lo fundamental es que sepamos entender que el corazón encogido por el sufrimiento es primer lugar de presencia de Dios aunque no haya incienso.
Amantes de las líneas rectas, de los caminos lisos, de lo frío y enlatado, de lo medido y previsible; cuadriculados al máximo, rutinarios y grises, a bordo de la locomotora de la ley, pasean su adusta figura por la geografía de los que se llaman seguidores de Jesús sospechando de las curvas, pues, según ellos, todas son peligrosas; de los desvíos, de los excesos e imprevistos, de lo que no sale en el manual o nunca jamás se había hecho, a la vez que dejan de lado a los verdaderamente importantes, a los que se quedan en las cunetas y, por desgracia, estas cunetas cada día son más grandes y más variadas, mientras que el camino parece que en vez de ensancharse, se hace cada vez más recto y más estrecho. Veámoslo con el evangelio.
Nos encontramos con un hombre que simboliza a todos los caídos y maltratados que yace al lado de un camino. Un sacerdote y un levita, lo que hoy sería un teólogo, lo ven y dan un rodeo apartándose de la víctima, sin embargo el samaritano que era despreciado por los judíos ortodoxos, por cismático y cuasi pagano, apartado de la religiosidad popular se nos presenta como modelo y ejemplo de amor al prójimo, pues se deja afectar por la situación de aquel hombre y le cura. La parábola es respuesta a la pregunta «¿quién es mi prójimo?» Prójimo significa próximo cercano pero no entendido como quien está próximo a mí sino como aquél a quien yo me aproximo. Ser prójimo es hacerse próximo, acercarse a la víctima, al caído, al de la cuneta. Parece una llamada a romper las barreras culturales, políticas, étnicas, en nombre de la solidaridad; o a no anteponer el cumplimiento de preceptos religiosos a la misericordia; o, simplemente, como invitación a pasar de la pregunta «¿quién es mi prójimo?» a «¿para quién estoy yo siendo prójimo?». La difícil sencillez de la parábola hace vano cualquier discurso: anda y haz tú lo mismo, le dice Jesús al letrado.
El evangelio de hoy, no debe pasarnos desapercibido pues contiene un pensamiento capaz de ver el problema de los marginados, de las víctimas, un sentimiento abierto al dolor que nos conmueve y una acción destinada a mejorar su situación. Se da una vuelta de tuerca más precepto de la ley judía de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo pues al prójimo se le ama incluso más que a uno mismo, hemos visto cómo en la posada deja dinero para que lo traten bien y lo atiendan. No se trata sólo de amar al cercano y al de mi nivel, sino de aproximarse al otro, abrir el corazón a su dolor e intentar sanarlo.
En nuestros días se hace imprescindible está sensibilidad y solidaridad que deja bastante mal trecha y hueca a una religión meramente ritual, pues quizá el sacerdote y el levita tenía prisa por llegar al templo pero de nada les sirvió su prisa pues fue a costa de otro. Miremos cómo nos aproximamos a los demás, cómo nos acercamos, cómo vemos a nuestros prójimos, ¿lo somos para ellos? cuáles son nuestros reparos, nuestras dudas, nuestros prejuicios. Una vez más se nos exige sensibilidad para con los demás. De nada nos sirven nuestros cultos, si rezamos el rosario mirándonos al ombligo, si nos ponemos unas orejeras como los burros y no somos capaces de ver qué hay en las cunetas. Puede que recorramos muy bien nuestro camino y hasta que seamos puntuales ¿y qué? Dios nos ha dado dos manos, dos pies, dos ojos y un corazón. Además de para alabarle a él, éstos deben servirnos para acercaros a los demás y sobretodo para no mirar hacia otro lado, como los personajes de los que hablábamos al principio. Somos un ser para los demás, no dejemos que aumente la miopía de nuestro egoísmo y las cataratas de la hipocresía repugnante y simplemente sepamos pronunciar oraciones vacías, eso si, sin salirnos del camino. Ya sabemos que eso no vale: A Dios por el prójimo, el de la cuneta.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Amantes de las líneas rectas, de los caminos lisos, de lo frío y enlatado, de lo medido y previsible; cuadriculados al máximo, rutinarios y grises, a bordo de la locomotora de la ley, pasean su adusta figura por la geografía de los que se llaman seguidores de Jesús sospechando de las curvas, pues, según ellos, todas son peligrosas; de los desvíos, de los excesos e imprevistos, de lo que no sale en el manual o nunca jamás se había hecho, a la vez que dejan de lado a los verdaderamente importantes, a los que se quedan en las cunetas y, por desgracia, estas cunetas cada día son más grandes y más variadas, mientras que el camino parece que en vez de ensancharse, se hace cada vez más recto y más estrecho. Veámoslo con el evangelio.
Nos encontramos con un hombre que simboliza a todos los caídos y maltratados que yace al lado de un camino. Un sacerdote y un levita, lo que hoy sería un teólogo, lo ven y dan un rodeo apartándose de la víctima, sin embargo el samaritano que era despreciado por los judíos ortodoxos, por cismático y cuasi pagano, apartado de la religiosidad popular se nos presenta como modelo y ejemplo de amor al prójimo, pues se deja afectar por la situación de aquel hombre y le cura. La parábola es respuesta a la pregunta «¿quién es mi prójimo?» Prójimo significa próximo cercano pero no entendido como quien está próximo a mí sino como aquél a quien yo me aproximo. Ser prójimo es hacerse próximo, acercarse a la víctima, al caído, al de la cuneta. Parece una llamada a romper las barreras culturales, políticas, étnicas, en nombre de la solidaridad; o a no anteponer el cumplimiento de preceptos religiosos a la misericordia; o, simplemente, como invitación a pasar de la pregunta «¿quién es mi prójimo?» a «¿para quién estoy yo siendo prójimo?». La difícil sencillez de la parábola hace vano cualquier discurso: anda y haz tú lo mismo, le dice Jesús al letrado.
El evangelio de hoy, no debe pasarnos desapercibido pues contiene un pensamiento capaz de ver el problema de los marginados, de las víctimas, un sentimiento abierto al dolor que nos conmueve y una acción destinada a mejorar su situación. Se da una vuelta de tuerca más precepto de la ley judía de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo pues al prójimo se le ama incluso más que a uno mismo, hemos visto cómo en la posada deja dinero para que lo traten bien y lo atiendan. No se trata sólo de amar al cercano y al de mi nivel, sino de aproximarse al otro, abrir el corazón a su dolor e intentar sanarlo.
En nuestros días se hace imprescindible está sensibilidad y solidaridad que deja bastante mal trecha y hueca a una religión meramente ritual, pues quizá el sacerdote y el levita tenía prisa por llegar al templo pero de nada les sirvió su prisa pues fue a costa de otro. Miremos cómo nos aproximamos a los demás, cómo nos acercamos, cómo vemos a nuestros prójimos, ¿lo somos para ellos? cuáles son nuestros reparos, nuestras dudas, nuestros prejuicios. Una vez más se nos exige sensibilidad para con los demás. De nada nos sirven nuestros cultos, si rezamos el rosario mirándonos al ombligo, si nos ponemos unas orejeras como los burros y no somos capaces de ver qué hay en las cunetas. Puede que recorramos muy bien nuestro camino y hasta que seamos puntuales ¿y qué? Dios nos ha dado dos manos, dos pies, dos ojos y un corazón. Además de para alabarle a él, éstos deben servirnos para acercaros a los demás y sobretodo para no mirar hacia otro lado, como los personajes de los que hablábamos al principio. Somos un ser para los demás, no dejemos que aumente la miopía de nuestro egoísmo y las cataratas de la hipocresía repugnante y simplemente sepamos pronunciar oraciones vacías, eso si, sin salirnos del camino. Ya sabemos que eso no vale: A Dios por el prójimo, el de la cuneta.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario