por Dolores Aleixandre
publicado en el nº 2.716 de Vida Nueva
publicado en el nº 2.716 de Vida Nueva
Vayan por delante mi respeto y admiración por las personas Implicadas en Grandes Causas (IGC) por su entrega, dedicación y resistencia. Pero no creo ser la única en detectar que, junto a los IGC, existe también un grupo espúreo, vamos a llamarle (IGC)², y sus miembros, lo confieso, me resultan más cansinos. Quiero pensar que la intensidad de su Dedicación a alguna Gran Causa los ha dejado algo turulatos, trasmutándolos en Sujetos Monotemáticos, incapacitados para interesarse por cualquier cosa que no tenga que ver, por ejemplo, con los Derechos de los Aborígenes de Nueva Caledonia, la Supervivencia de las Focas Monje en la Antártida o los Vestigios del Ramayana en la Espiritualidad Sulpiciana.
Como están consagrados a Causas (siempre con Mayúscula) de trascendencia aplastante, al dirigirse a ti consiguen que te sientas como una insignificante minúscula perdida en el espacio, una vulgar nanopersona entretenida en asuntos intrascendentes e indignos de su interés. Notas inmediatamente lo poco que les importa quién eres, cómo te llamas o a qué dedicas el tiempo libre, porque te miran sin verte y lo más que puedes pretender, y eso con suerte, es que, dirigiéndose a ti con paternal condescendencia, te suministren alguna información en torno a su Gran Causa, dejando caer a regañadientes alguna de sus migajas y haciéndote notar que lo más probable es que no te enteres de casi nada.
Como contraste, me alegra mucho saber lo que hizo Jesús después de resucitar a la hija de Jairo: en vez de pedir a la familia su adhesión a un Manifiesto en Contra de la Mortalidad Infantil y la Infamia de las Prácticas Abortivas, les recomendó sencillamente “que dieran de comer a la niña” (Mc 4,43).
Y todo con minúsculas.
Como están consagrados a Causas (siempre con Mayúscula) de trascendencia aplastante, al dirigirse a ti consiguen que te sientas como una insignificante minúscula perdida en el espacio, una vulgar nanopersona entretenida en asuntos intrascendentes e indignos de su interés. Notas inmediatamente lo poco que les importa quién eres, cómo te llamas o a qué dedicas el tiempo libre, porque te miran sin verte y lo más que puedes pretender, y eso con suerte, es que, dirigiéndose a ti con paternal condescendencia, te suministren alguna información en torno a su Gran Causa, dejando caer a regañadientes alguna de sus migajas y haciéndote notar que lo más probable es que no te enteres de casi nada.
Como contraste, me alegra mucho saber lo que hizo Jesús después de resucitar a la hija de Jairo: en vez de pedir a la familia su adhesión a un Manifiesto en Contra de la Mortalidad Infantil y la Infamia de las Prácticas Abortivas, les recomendó sencillamente “que dieran de comer a la niña” (Mc 4,43).
Y todo con minúsculas.
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