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sábado, 24 de julio de 2010

UNA ORACIÓN DE ACEPTACIÓN


Lc 11, 1-13
Por José Enrique Galarreta sj

El pasaje de Lucas tiene dos partes muy claras: el Padrenuestro y otros consejos sobre la oración. Invertimos este orden, para dedicar mayor atención al Padrenuestro.

Los consejos de Jesús sobre la oración se reproducen en el contexto del Sermón del Monte (del llano en Lucas). Aquí se incluyen solamente los que hacen referencia a la eficacia de la oración. Si vosotros, que sois malos, sois capaces de escuchar a los amigos aun por malos motivos, si sois capaces de atender bien a vuestros hijos, cuánto más os va a escuchar vuestro Padre que es bueno.

Esta pequeña parábola es evidente en sí. Los hijos tienen todo el derecho de pedir cosas a su padre, y el padre, si lo es, atiende a sus hijos.

Pero esta parábola no agota la doctrina de Jesús sobre la oración. Si el niño pide una serpiente, ¿se la dará su padre? Y cuando pedimos insistentemente y el Padre no nos lo concede... como le ocurre a Jesús en Getsemaní...

Getsemaní es una enseñanza clave para nuestra oración de petición y para la divinidad de Jesús.

Dios Hijo pide a Dios Padre. ¿Puede más la primera persona de la Trinidad que la segunda?

El Padre no se lo concede. ¿Qué poder tiene la oración de petición?

Hágase tu voluntad y no la mía. ¿La primera persona de la Trinidad y la segunda ¿tienen voluntades diferentes?

Pero todas estas elucubraciones dependen de una mala teología de la Trinidad. Nos importa ante todo que la oración de Jesús en Getsemaní es la propia de un hijo, que siente la necesidad de expresarse totalmente ante su Padre, y que acaba, como debe acabar toda petición: “hágase tu voluntad”, que no es una petición sino una aceptación.

Todo esto es un buen ejemplo para recordar que un texto no debe ser leído aisladamente: este texto subraya la confianza en nuestro Padre, que siempre escucha; otros textos completarán este mensaje; y todos juntos nos darán una visión global de la doctrina de Jesús sobre la oración.

EL PADRENUESTRO

Una explicación a fondo del Padrenuestro rebasa las posibilidades de una homilía dominical. Deberemos centrarnos en lo más fundamental y lo haremos sobre dos puntos: el destinatario y el sentido global de lo que se pide.

El destinatario es Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús Abbá. En este momento, cuando Jesús nos enseña que debemos dirigir nuestra oración a Abbá, nos hace entrega de su Dios, de su propia relación con Abbá.

Nuestra oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. Esto significa también que los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos. Nuestra oración es una relación del hijo con su Padre.

Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios con súplicas lastimeras, ni arrancarle el perdón o la protección a base de cansarle los oídos. "Ya sabe vuestro Padre celestial lo que necesitáis". "Gracias Padre porque siempre me escuchas".

Esto sitúa en otras coordenadas el concepto de eficacia de nuestra oración. Nuestra oración no es eficaz por nuestra insistencia. No hace falta. Y la oración de petición se transforma de tal manera que, en el fondo, no pedimos nada.

"Santificado tu nombre" es un reconocimiento de quién es Dios.

El sentido global de lo que se pide es "venga tu reino", lo que equivale a una renuncia a todas las pequeñas peticiones que suelen poblar nuestras oraciones en favor de una aspiración de verdaderos hijos. "Venga tu reino" es el deseo máximo, único y unificador, lo que jerarquiza todos los demás valores y hace que "bueno/malo", "deseable/temible" adquieran un sentido diferente.

"Danos cada día nuestro pan de mañana" es una fórmula compleja, que tiene poco que ver con la subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del alimento espiritual.

Aspirar al perdón ofreciendo como justificación nuestra propia actitud de perdonar es una formidable inversión de la realidad: en realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados; nuestro perdón es respuesta. En esta "petición" manifestamos por tanto que vivimos en el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros.

Y al final se manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad.

Por tanto, esta oración, que aparentemente es de petición, se transforma en una oración de aceptación. Y su resumen es la fórmula que, precisamente, falta en Lucas y se incluye en Mateo: "Hágase tu voluntad". Fórmula que tampoco es una petición (por supuesto que la voluntad de Dios se hace) sino de aceptación.

El Padrenuestro es por tanto la oración de los hijos; sólo un espíritu filial puede orar así. Es un oración "en el espíritu", y constituye, mucho más que una serie de peticiones, una profesión de fe, una confesión pública de nuestra relación con Dios y con los demás.

Con razón la ha colocado la Iglesia como antesala de la comunión. Si por el bautismo nos adherimos a Jesús crucificado para el mundo y vivo por el Espíritu, en la comunión lo hacemos nuestro alimento y nuestra bebida. Comulgamos -todos juntos- con Jesús para renovar el Espíritu, para renovar nuestra comunión, nuestro espíritu filial, nuestro compromiso fraterno. Y todo ello se expresa en esa profesión de fe que recitamos juntos antes de comulgar con Jesús.

Por otra parte, sabemos que nuestro espíritu no es tan puro, sabemos que mentimos cuando proclamamos que queremos sólo el Reino, que aceptamos toda su voluntad y que perdonamos como Dios perdona.

Cuando pedimos a Dios lo que nos apetece no recitamos el Padrenuestro; le pedimos suerte, dinero, salud, éxito, consuelo... Es evidente que si un hada maravillosa nos permitiera formular tres deseos, estos no serían "santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad"...

Para rezar el Padrenuestro necesitamos elevarnos por encima de la mediocridad y hacer un acto consciente de que somos hijos, constructores del Reino, y de cuáles son los valores supremos del reino. Recitar el Padrenuestro es un fuerte desafío a la mediocridad de nuestra fe. Pero lo profesamos así avalados por el mandato de Jesús. Porque Él nos dijo que orásemos así, por eso, sólo por eso nos atrevemos a decir.....

¿No sería muy necesario que recobrásemos el respeto al Padrenuestro? No se pueden rezar "padrenuestros" a diestro y siniestro, en el rosario, en la bendición de la mesa, en los responsos, en las novenas, a los santos, en cualquier ocasión y momento. No tomar el nombre de Dios en vano, no exhibir a Cristo crucificado en vano, no multiplicar la eucaristía en vano, no desgastar el Padrenuestro en vano.




LA ORACIÓN DE LOS HIJOS

Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: “enséñanos a orar”. Desde aquel día, los que siguen a Jesús saben orar como hijos, y levantan el corazón hacia su Padre.

Porque sé a quién dirigirme. Porque mi vida no es una porquería entre la nada y la nada, una pasión inútil entre no-ser y no-ser. Porque estoy a cubierto. Porque existe el proyecto, el destino, el que sabe.

Porque estás ahí y eres el que me quita el miedo. Porque dirigirme a Ti es levantar el corazón, no machacarlo, porque levanto mi mano y hay una Mano mayor que me la coge. Porque sé a quién dirigirme, a quién referirme, de quién fiarme. Porque Jesús, el Hijo, me informó de quién soy y de Quién eres.

Por eso puedo levantar la vista, alzar la frente, mirarte a los ojos y decir:

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO

Ésta es la vida eterna, que te conozcan, que te quieran. Si todos te conocieran ¡se acabarían tantas oscuridades! No te conocen, se han fiado en caricaturas de Ti. Por eso te ignoran, te niegan, blasfeman de Ti. Conocerte es amarte, pues no es posible sentirse querido y no querer.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

Bendito seas Tú, que creas porque necesitas Hijos, que nos sacas adelante, que preparas la mesa mientras llegamos. Bendito seas porque entregaste al mejor de tus Hijos para que todos te conozcamos. Bendito seas Señor, que todos los pueblos te conozcan y te quieran.

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Tienes que reinar. Entre nosotros reina ahora la violencia, el exceso de los ricos, la humillación de los pobres, reina la necesidad de consumir, reina la locura contra el planeta entero. Reina la oscuridad. Eso es lo que ahora reina. Queremos que reine la libertad, que reine la confianza, que reine la solidaridad, que reine el perdón, que reine la dignidad de tus hijos. Queremos que reines Tú. Y lo esperamos, con esperanza cierta: sabemos que el Reino es tu obra, tu empeño, tu sueño. Nosotros sembramos, abonamos, podamos, regamos, pero tú eres el que da la vida.

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

Sabemos cuál es tu voluntad, porque te conocemos: tu voluntad es que todas las personas sepan que son hijos, que todos vivan como hijos, que todos vivan para siempre. Esa es tu voluntad y tu proyecto, es la misión que encargaste a Jesús, es la misión que Jesús nos encargó a nosotros. Y, entretanto, este oscuro camino hacia la Patria, que no sabemos por qué lo hiciste tan oscuro, tan estrecho, tan lleno de peligros y de amargura. Si es así, lo habrás querido así y tenemos que aceptarlo, aunque no lo entendemos. En el cielo y en la tierra. Allí quedarán cumplidos tus planes; aquí seguimos peleándonos con las tinieblas. Que se cumpla, Señor, tu voluntad, tu voluntad de que la tierra sea como el cielo, tu voluntad de que haya luz y desaparezcan las tinieblas.

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

Tú sabes bien de qué barro nos hiciste. Nos consta que sabes lo que necesitamos. Yo tengo pan, muchos no tienen pan. Yo tengo el Pan de tu Palabra, muchos no lo tienen. Yo tengo el Pan de Jesús, muchos no lo tienen. Porque no vivimos sólo del pan que se mastica, sino también – y mucho más – del pan de la esperanza, del pan del perdón, del pan de la justicia. Hoy pensaré en la Eucaristía que me estás dando tu Pan y desearé que nunca me falte. Hoy me alimento del Pan de Jesús, tu Palabra hecha carne para mi alimento. Y pediré que nunca me falte. Y pensaré en el hambre de mis hermanos, faltos de Pan y de Palabra. Y pediré que te acuerdes de que te necesitamos. Que no nos falte, Señor, tu Pan.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

Ofensas, fea palabra. Nunca ha pasado por mi mente ofenderte. Si alguien te ha ofendido es porque no te conoce. Sabes que no son ofensas, que son errores y esclavitudes. Yo sé que así lo sabes, pero es que necesito excusarme ante Ti, mi Padre, por ser tan poco hijo. Yo sé que vivo gracias a que Tú me conoces y me comprendes. Yo sé que esa manera tuya de comprender y perdonar está en mis hermanos, tus otros hijos. Sé que ellos me conocen y me comprenden, y me siento bien, conocido y comprendido. Quiero vivir en ese ambiente, quiero comprender y perdonar, quiero vivir perdonando y perdonado.

NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN

Tentación. Toda mi vida es una enorme tentación. Te confesaré que no me apetece el Reino. Me tienta el dinero, me tienta la venganza, me tienta el prestigio, me tienta todo. Tu Reino, tan fascinante, me atrae menos que muchas otras cosas, más cercanas, más tentadoras. El Reino se me convierte en una puerta estrecha, en un camino empinado, en un ojo de aguja difícil de acertar. No me abandones, no retires de mí tu Santo Espíritu, no permitas que mis ojos prefieran tesoros que roe la polilla, no me dejes servir a otros señores, no me dejes en manos de mí mismo. Que tu vara y tu cayado me conduzcan mientras camino por oscuras cañadas.

Y LÍBRANOS DEL MAL

¿Por qué has dejado suelto tanto mal? ¿Es que no sabes que el mal nos impide creer en Ti? ¿Es que no miras el dolor de tantos hijos? ¿Es que van ser nuestros males más poderosos que Tú, es que nos van a impedir creer en Ti? Yo sueño con un mundo de Hijos que no sufren. Yo sueño con un mundo en el que no haya que creer en Ti, un mundo en que seas evidente. Me parece que estamos atados, agobiados, sometidos, al poder de las tinieblas que nos impiden verte, al poder de la tierra que nos atrae mucho más que el cielo. Líbranos, tú que eres poderoso, tú que pusiste a tu hijo el nombre de “Libertador”, en esta vida y para siempre, líbranos.

AMÉN

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