Por A. Pronzato
...Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo... Abrahán entró corriendo en la tienda... El corrió a la vacada... (Gén 18,1-10).
Me alegro de sufrir por vosotros... (Col 1,24-28).
...Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán (Lc 10,38-42).
Marta y Abrahán. El acercamiento, aunque extraño, es obligado en este domingo.
Dos ejemplos de hospitalidad diligente, cordial, afanosa. Pero el éxito es totalmente distinto.
La acogida dispensada por Abrahán, adormecido en la hora más calurosa del día en la entrada de la tienda, bajo la sombra de las encinas de Mambré, a los tres misteriosos personajes, encuentra el agrado del Señor, que lo premia anunciándole la próxima maternidad de Sara (o sea, el cumplimiento de las promesas divinas, después de una interminable espera).
Por el contrario, el excesivo quehacer de Marta merece la desaprobación del Señor (si bien en tono afectuoso: «Marta, Marta...»), que la reprende por haber descuidado «la única cosa necesaria».
Antes de ver las cosas un poco más de cerca, comentemos la segunda lectura, que resulta en gran parte extraña al motivo al que hemos aludido, pero que también contiene una frase que encaja perfectamente en ese contexto: «Cristo es para vosotros...» (v. 27).
Por lo demás, Pablo, escribiendo a la minúscula comunidad cristiana de Colosas (una ciudad del Asia Menor, de la cual hoy queda una colina en la zona turca de Cürüksu, y que se elevaba sobre la importante vía de comunicación con Efeso, a unos 200 kilómetros de distancia) resume el sentido de la propia misión. Y destaca dos rasgos esenciales del apóstol:
-Imitación de Cristo a través de la participación en su pasión. «Completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia». La frase ha hecho discutir hasta el infinito, y continúa siendo objeto de las interpretaciones más diversas, y no siempre convincentes.
Sin embargo me parece que el pensamiento de fondo resulta más claro que su formulación: el apóstol intenta completar, en su pobre persona, los padecimientos de Cristo que testimonian la historia de la salvación, e intenta participar en aquellas tribulaciones. Así como la difusión del evangelio es inseparable de la cruz, un siervo del evangelio sabe que debe dar su contribución, prestar su parte en los dos sectores.
Pablo proclama: «Me alegro de sufrir». Evidentemente no ama el dolor por el dolor. Especifica: «... por vosotros». La cruz, en efecto, es inseparable, tanto de la proclamación del evangelio, como del amor.
-Imitación de Cristo a través de la participación en el anuncio del misterio. Pablo se siente encargado de «manifestar», «dar a conocer», «anunciar», «amonestar», «instruir a todos»: y el contenido de todo esto es el proyecto de salvación revelado en Cristo.
Por consiguiente el apóstol completa, al mismo tiempo, tanto «los padecimientos», como «la palabra de Dios».
Y la tarea declarada es la de conducir a todo creyente hacia la plena madurez cristiana. Esta misión, además, en vista del crecimiento en el amor de la comunidad, se explica (como se precisará también en otros escritos) en el trabajo, en el esfuerzo de cada día, en la lucha, en las pruebas que lleva consigo la existencia itinerante.
Así pues, el cuadro que se dibuja aquí no contempla una proclamación pública de la Palabra, sino un duro, oscuro y sufriente compromiso, una donación continua en la vida cotidiana.
¿Dónde está el error de Marta?
Y volvemos al tema de la hospitalidad.
Abrahán «corrió al encuentro» de los tres personajes, «y se prosternó en tierra», los invita a quedarse con él, da órdenes a los criados, él mismo se encarga de asegurar lo necesario para una comida abundante, implica a la mujer ordenándole preparar las hogazas.
Aparecen dos verbos característicos: «correr» y «darse prisa». En el evangelio, Marta «se multiplicaba para dar abasto con el servicio», y Jesús la reprende porque anda inquieta «con tantas cosas» (más o menos las mismas que Abrahán).
Pero Marta no encuentra la colaboración de nadie.
La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones «del ama de casa».
¿Cuál es, pues, el error de Marta?
Ante todo un error de perspectiva. O sea, no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana.
María, frente a Cristo, elige «recibir».
Ella, por el contrario, toma decididamente el camino del «dar». María se coloca en el plano del ser.
Ella en el del actuar.
María da la primacía a la escucha.
Ella se precipita a «hacer» (tengamos en cuenta que no es el «hacer» lo que se condena, sino un «hacer» que no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y que, consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío, ruidosamente, para auto-justificarse).
Marta se limita, a pesar de todas sus intenciones laudables, a acoger a Jesús en casa.
María lo acoge «dentro», se hace recipiente suyo, tabernáculo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido predispuesto por él, y que está reservado para él, para su amor.
Marta ofrece a Jesús cosas (¡una gran cantidad de cosas!). María se ofrece a sí misma.
En una palabra, ¿qué quiere?
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, intuitivamente, «la parte mejor» (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que «entender»).
Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente «la única cosa necesaria».
Y llega a preguntarse: pero, ¿qué quiere el Señor?
El problema es precisamente este: descubrir poco a poco (porque se trata de un descubrimiento que no puede hacerse de una vez para siempre) qué es lo que de verdad quiere el Señor para ti.
Pero si no te paras, si no tienes tiempo para escuchar, si continuas agitándote e impartiendo órdenes en vez de recibirlas, si te obstinas en tomar iniciativas sin interrupción y en organizar festejos en su honor, sin interpelar al interesado, jamás comprenderás cuál es realmente la voluntad de Dios.
A fuerza de dedicarte a las cosas del Señor, descuidando las indicaciones indispensables que sólo pueden venir de la acogida profunda, silenciosa, de su Palabra, corres el riesgo de perder de vista al Señor, y al final, verte solamente a ti mismo.
A fuerza de correr para agradarle, sin parar a preguntarte seriamente qué le es grato de verdad, existe el peligro de descubrir, al final (¡y sería ya una gracia!) que, en realidad, buscabas otra cosa u otra persona.
Sí, ¿en el centro de la casa está el Señor o está Marta?
Me alegro de sufrir por vosotros... (Col 1,24-28).
...Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán (Lc 10,38-42).
Los mismos preparativos con resultados opuestos
Marta y Abrahán. El acercamiento, aunque extraño, es obligado en este domingo.
Dos ejemplos de hospitalidad diligente, cordial, afanosa. Pero el éxito es totalmente distinto.
La acogida dispensada por Abrahán, adormecido en la hora más calurosa del día en la entrada de la tienda, bajo la sombra de las encinas de Mambré, a los tres misteriosos personajes, encuentra el agrado del Señor, que lo premia anunciándole la próxima maternidad de Sara (o sea, el cumplimiento de las promesas divinas, después de una interminable espera).
Por el contrario, el excesivo quehacer de Marta merece la desaprobación del Señor (si bien en tono afectuoso: «Marta, Marta...»), que la reprende por haber descuidado «la única cosa necesaria».
Antes de ver las cosas un poco más de cerca, comentemos la segunda lectura, que resulta en gran parte extraña al motivo al que hemos aludido, pero que también contiene una frase que encaja perfectamente en ese contexto: «Cristo es para vosotros...» (v. 27).
Por lo demás, Pablo, escribiendo a la minúscula comunidad cristiana de Colosas (una ciudad del Asia Menor, de la cual hoy queda una colina en la zona turca de Cürüksu, y que se elevaba sobre la importante vía de comunicación con Efeso, a unos 200 kilómetros de distancia) resume el sentido de la propia misión. Y destaca dos rasgos esenciales del apóstol:
-Imitación de Cristo a través de la participación en su pasión. «Completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia». La frase ha hecho discutir hasta el infinito, y continúa siendo objeto de las interpretaciones más diversas, y no siempre convincentes.
Sin embargo me parece que el pensamiento de fondo resulta más claro que su formulación: el apóstol intenta completar, en su pobre persona, los padecimientos de Cristo que testimonian la historia de la salvación, e intenta participar en aquellas tribulaciones. Así como la difusión del evangelio es inseparable de la cruz, un siervo del evangelio sabe que debe dar su contribución, prestar su parte en los dos sectores.
Pablo proclama: «Me alegro de sufrir». Evidentemente no ama el dolor por el dolor. Especifica: «... por vosotros». La cruz, en efecto, es inseparable, tanto de la proclamación del evangelio, como del amor.
-Imitación de Cristo a través de la participación en el anuncio del misterio. Pablo se siente encargado de «manifestar», «dar a conocer», «anunciar», «amonestar», «instruir a todos»: y el contenido de todo esto es el proyecto de salvación revelado en Cristo.
Por consiguiente el apóstol completa, al mismo tiempo, tanto «los padecimientos», como «la palabra de Dios».
Y la tarea declarada es la de conducir a todo creyente hacia la plena madurez cristiana. Esta misión, además, en vista del crecimiento en el amor de la comunidad, se explica (como se precisará también en otros escritos) en el trabajo, en el esfuerzo de cada día, en la lucha, en las pruebas que lleva consigo la existencia itinerante.
Así pues, el cuadro que se dibuja aquí no contempla una proclamación pública de la Palabra, sino un duro, oscuro y sufriente compromiso, una donación continua en la vida cotidiana.
¿Dónde está el error de Marta?
Y volvemos al tema de la hospitalidad.
Abrahán «corrió al encuentro» de los tres personajes, «y se prosternó en tierra», los invita a quedarse con él, da órdenes a los criados, él mismo se encarga de asegurar lo necesario para una comida abundante, implica a la mujer ordenándole preparar las hogazas.
Aparecen dos verbos característicos: «correr» y «darse prisa». En el evangelio, Marta «se multiplicaba para dar abasto con el servicio», y Jesús la reprende porque anda inquieta «con tantas cosas» (más o menos las mismas que Abrahán).
Pero Marta no encuentra la colaboración de nadie.
La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones «del ama de casa».
¿Cuál es, pues, el error de Marta?
Ante todo un error de perspectiva. O sea, no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana.
María, frente a Cristo, elige «recibir».
Ella, por el contrario, toma decididamente el camino del «dar». María se coloca en el plano del ser.
Ella en el del actuar.
María da la primacía a la escucha.
Ella se precipita a «hacer» (tengamos en cuenta que no es el «hacer» lo que se condena, sino un «hacer» que no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y que, consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío, ruidosamente, para auto-justificarse).
Marta se limita, a pesar de todas sus intenciones laudables, a acoger a Jesús en casa.
María lo acoge «dentro», se hace recipiente suyo, tabernáculo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido predispuesto por él, y que está reservado para él, para su amor.
Marta ofrece a Jesús cosas (¡una gran cantidad de cosas!). María se ofrece a sí misma.
En una palabra, ¿qué quiere?
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, intuitivamente, «la parte mejor» (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que «entender»).
Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente «la única cosa necesaria».
Y llega a preguntarse: pero, ¿qué quiere el Señor?
El problema es precisamente este: descubrir poco a poco (porque se trata de un descubrimiento que no puede hacerse de una vez para siempre) qué es lo que de verdad quiere el Señor para ti.
Pero si no te paras, si no tienes tiempo para escuchar, si continuas agitándote e impartiendo órdenes en vez de recibirlas, si te obstinas en tomar iniciativas sin interrupción y en organizar festejos en su honor, sin interpelar al interesado, jamás comprenderás cuál es realmente la voluntad de Dios.
A fuerza de dedicarte a las cosas del Señor, descuidando las indicaciones indispensables que sólo pueden venir de la acogida profunda, silenciosa, de su Palabra, corres el riesgo de perder de vista al Señor, y al final, verte solamente a ti mismo.
A fuerza de correr para agradarle, sin parar a preguntarte seriamente qué le es grato de verdad, existe el peligro de descubrir, al final (¡y sería ya una gracia!) que, en realidad, buscabas otra cosa u otra persona.
Sí, ¿en el centro de la casa está el Señor o está Marta?
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