Éste es el misterio que hoy se te invita a vivir: ¡Tú recibes al Señor en tu intimidad! ¡Y esperas y deseas que el Señor te reciba en la suya!
Tú recibes al Señor:
Lo recibes por la fe, lo agasajas como sólo la fe puede hacerlo, lo sirves como la fe te impulsa a honrarlo, lo escuchas como la fe te reclama que hagas, pues sólo en esa escucha la fe se alimenta y se hace fuerte.
La fe te da luz para «ver» al hombre y dispone el espacio necesario para «recibir» a Dios: “Abrahán… alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él”. “Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”.
El amor es la llave de la hospitalidad. Por el amor, al hombre a quien has visto, a tu Señor a quien recibes, ofreces con humildad la sombra de tu tienda y el pan de tu mesa.
Aún más, el amor, sólo el amor, tiene la llave que te abrirá un día las puertas del reino preparado para los elegidos, pues en aquel reino te recibirá el Señor a quien has amado, aunque la luz menguada de la fe no te haya permitido reconocerlo mientras cuidabas de él.
Tú recibes al Señor por la fe y el amor, y el Señor, en tu seno de naturaleza infecunda, deja esperanza y paz, hijas de su gracia, de su palabra y de su ternura.
Tú deseas que el Señor te reciba:
Conforme al testimonio del apóstol, podemos decir que, de alguna manera, todos somos huéspedes de Dios, pues “en él vivimos, nos movemos y existimos”. Pero, cuando dices: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”, tú no preguntas por lo que Dios es para ti, no reflexionas sobre el fundamento de tu ser, sino que buscas el camino que lleva a la casa de Dios, porque deseas vivir siempre en unión con él.
Tú preguntas: “¿quién puede hospedarse en tu tienda?”, y una voz interior te responde: “El que procede honradamente y practica la justicia… el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino… El que no presta dinero a usura…”. Tú buscas el camino que da acceso seguro a la casa de Dios, y la voz interior te recuerda tus deberes con el prójimo. Te lo dice el Espíritu que alienta en las palabras del salmo: A Dios se va por el hombre.
Hoy:
En su celebración humilde de los divinos misterios, la Iglesia escucha la palabra del Señor, se ofrece con Cristo al Padre en sacrificio de suave olor, es transformada en Cristo por la fuerza del Espíritu, y recibe en comunión, con el Cuerpo de Cristo, a todos aquellos que Cristo ha unido a sí por el amor. Hoy, Iglesia amada y visitada por Dios en tu pobreza, tú recibes al Señor y él te recibe a ti; tú comulgas con Cristo para que él viva en ti, y Cristo comulga contigo para que tú vivas en él. Hoy él viene a ti porque te ama y porque ama a sus pobres; y tú vas a él, porque lo amas y amas a sus pobres. No podrías recibirle en tu casa si no recibieses con él a los pobres que él ama; y no podrás entrar en su casa si no llevas contigo a los pobres que él ama.
Feliz domingo, Iglesia de Cristo. Feliz domingo con Dios y con los pobres a la sombra de tu tienda y a la mesa de tu pan.
Tú recibes al Señor:
Lo recibes por la fe, lo agasajas como sólo la fe puede hacerlo, lo sirves como la fe te impulsa a honrarlo, lo escuchas como la fe te reclama que hagas, pues sólo en esa escucha la fe se alimenta y se hace fuerte.
La fe te da luz para «ver» al hombre y dispone el espacio necesario para «recibir» a Dios: “Abrahán… alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él”. “Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”.
El amor es la llave de la hospitalidad. Por el amor, al hombre a quien has visto, a tu Señor a quien recibes, ofreces con humildad la sombra de tu tienda y el pan de tu mesa.
Aún más, el amor, sólo el amor, tiene la llave que te abrirá un día las puertas del reino preparado para los elegidos, pues en aquel reino te recibirá el Señor a quien has amado, aunque la luz menguada de la fe no te haya permitido reconocerlo mientras cuidabas de él.
Tú recibes al Señor por la fe y el amor, y el Señor, en tu seno de naturaleza infecunda, deja esperanza y paz, hijas de su gracia, de su palabra y de su ternura.
Tú deseas que el Señor te reciba:
Conforme al testimonio del apóstol, podemos decir que, de alguna manera, todos somos huéspedes de Dios, pues “en él vivimos, nos movemos y existimos”. Pero, cuando dices: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”, tú no preguntas por lo que Dios es para ti, no reflexionas sobre el fundamento de tu ser, sino que buscas el camino que lleva a la casa de Dios, porque deseas vivir siempre en unión con él.
Tú preguntas: “¿quién puede hospedarse en tu tienda?”, y una voz interior te responde: “El que procede honradamente y practica la justicia… el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino… El que no presta dinero a usura…”. Tú buscas el camino que da acceso seguro a la casa de Dios, y la voz interior te recuerda tus deberes con el prójimo. Te lo dice el Espíritu que alienta en las palabras del salmo: A Dios se va por el hombre.
Hoy:
En su celebración humilde de los divinos misterios, la Iglesia escucha la palabra del Señor, se ofrece con Cristo al Padre en sacrificio de suave olor, es transformada en Cristo por la fuerza del Espíritu, y recibe en comunión, con el Cuerpo de Cristo, a todos aquellos que Cristo ha unido a sí por el amor. Hoy, Iglesia amada y visitada por Dios en tu pobreza, tú recibes al Señor y él te recibe a ti; tú comulgas con Cristo para que él viva en ti, y Cristo comulga contigo para que tú vivas en él. Hoy él viene a ti porque te ama y porque ama a sus pobres; y tú vas a él, porque lo amas y amas a sus pobres. No podrías recibirle en tu casa si no recibieses con él a los pobres que él ama; y no podrás entrar en su casa si no llevas contigo a los pobres que él ama.
Feliz domingo, Iglesia de Cristo. Feliz domingo con Dios y con los pobres a la sombra de tu tienda y a la mesa de tu pan.
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