San Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia, su pensamiento es un fuego que abrasa a todos los que se acercan a él. En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la Verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Este celebrado obispo maniqueo llegó a Cartago; Agustín fue a visitarlo y le interrogó; en sus respuestas descubrió al retórico vulgar, un completo ignorante de toda sabiduría científica. Se había roto el hechizo y, aunque Agustín no abandonó la secta inmediatamente, su mente ya rechazó las doctrinas maniqueas. La ilusión había durado nueve años.
Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena Verdad.
Más tarde se traslada a Milán donde es profesor de retórica. Después renuncia a su cátedra, empieza a escuchar con gusto los sermones de San Ambrosio, lee las cartas de San Pablo, se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo y se retira con su madre, que siempre le siguió, y unos compañeros cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación.
Así se expresa al pensar en estos momentos de su vida: “Invitado por mis lecturas a retornar sobre mi mismo, entré en el fondo de mi corazón, guiado por ti. Entré, y vi una luz inmutable, una luz que lo llenaba todo con su inmensidad”. Era la luz que tantos años había buscado, era la luz de la Verdad.
El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo de esta ciudad. Ya bautizado, regresa a África. Antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia. Una vez en África se instala en Tagaste donde con algunos compañeros vive una vida monacal hasta que en 395 le nombran obispo de Hipona y en esta ciudad morirá el 28 de agosto de 430.
Entre sus innumerables escritos tenemos las “Confesiones” en el que encontramos su famosa frase: “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descansa en Él”.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.
Publicado por Mi Vocación
Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena Verdad.
Más tarde se traslada a Milán donde es profesor de retórica. Después renuncia a su cátedra, empieza a escuchar con gusto los sermones de San Ambrosio, lee las cartas de San Pablo, se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo y se retira con su madre, que siempre le siguió, y unos compañeros cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación.
Así se expresa al pensar en estos momentos de su vida: “Invitado por mis lecturas a retornar sobre mi mismo, entré en el fondo de mi corazón, guiado por ti. Entré, y vi una luz inmutable, una luz que lo llenaba todo con su inmensidad”. Era la luz que tantos años había buscado, era la luz de la Verdad.
El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo de esta ciudad. Ya bautizado, regresa a África. Antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia. Una vez en África se instala en Tagaste donde con algunos compañeros vive una vida monacal hasta que en 395 le nombran obispo de Hipona y en esta ciudad morirá el 28 de agosto de 430.
Entre sus innumerables escritos tenemos las “Confesiones” en el que encontramos su famosa frase: “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descansa en Él”.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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