Por Carmen Bellver
Dicen las crónicas que aumentan en número con los años. Son los apóstatas. Reniegan de una fe que tal vez nunca conocieron, porque está claro que les bautizaron y no les alimentaron el deseo de Dios, la necesidad de vivir aquello que se inició en el rito del bautismo. La mayoría no ha conocido a Dios, pero ha asistido sin comprender a bautizos, comuniones, bodas y funerales. Y están que trinan. ¡Cómo no van a apostatar!
Les han vendido una Iglesia de vividores a cuenta de los crédulos. Ven el Vaticano y a la jerarquía como intrusos que se inmiscuyen en su vida privada. El pecado es la manía de amargar la vida de aquellos que no saben amar. Porque tienen en mente que los curas viven de la fe crédula del pueblo. Nunca se les ocurre dudar y por tanto inferir la pregunta del millón: ¿Y si Dios existe?.
Ciertamente algunos se interrogan, pero si Dios existe no necesita a los curas, eso lo tienen claro. Lo triste es que vayan a la sacristía para apostatar, sin preguntarse qué hacen en el mundo. No tienen el mínimo rigor para interrogarse por las preguntas que toda la humanidad ha venido haciéndose a lo largo de los tiempos. Son como plantas que vegetan creyendo que merecen la existencia. Ni siquiera saben que la vida es puro milagro, que hay más probabilidades de no ser que de ser.
¡Ah, si tuvieran un poco de rigor en las preguntas!. Todo les resultaría maravilloso. Un Dios que se hace hombre para mostrar cómo su amor nos habita desde el primer momento de la existencia. Cómo nos busca a través de esos pequeños gajos de felicidad que arrancamos a la vida. Sí, la felicidad, es también un don a la que toda la humanidad aspira. Pero sólo alcanza su plenitud en el encuentro con el rostro de Dios. Por eso tantos y tantos momentos de aparente felicidad, se desvanecen como humo.
¿Por qué apostatar sin tener al menos la disponibilidad de conocer aquello a lo que se renuncia?. San Agustín estuvo luchando contra Dios años enteros, pero nunca dejó de interrogarse sobre las diferentes escuelas filosóficas del momento. Era un hombre de fe cuyo momento de gracia todavía no había llegado. Y así sucede con todos, creyentes o agnósticos, hay un momento de gracia. Allí donde Dios nos lanza el salvavidas para que no nos perdamos en la nada.
Si los apostatas estudiasen la fe, podrían llegar a suplicar por tenerla. Y nunca renegarían de ser cristianos, porque ello supone haber sido elegidos para la gloria. Sí, ser cristiano es un don. Y ser otro Cristo una meta que sólo con la ayuda de Dios es posible. Por eso la vida de un cristiano tiene que alimentarse de la oración y de los sacramentos. Si no se cuida, desaparece como cualquier enamoramiento vano. Para que el amor permanezca hay que cuidarlo, mimarlo. Y aún así, costará mantener encendida la llama. Porque son muchas las ocasiones en las que no encontramos respuesta. En las que Dios permanece en silencio. Y saber escuchar no es tan fácil como se puede suponer.
Saber escuchar es estar dispuesto a arrodillarse ante el misterio y aceptar que aquello nos supera. Poner la confianza en que Dios sólo desea el bien de la humanidad, y el mal existe luchando contra Él, pero tiene la batalla perdida, eso lo demostró Cristo con su Resurrección. La muerte no es la última palabra, y mucho menos la muerte injusta ocasionada por la maldad de otros.
Vale la pena que leamos el Evangelio, que escuchemos la Palabra de Dios. Porque algunos piensan que todo consiste en una filosofía de vida. Y es algo mucho más profundo, es una necesidad de conectar con Aquello que nos busca y nos envuelve respetando nuestra autonomía. De manera que apostatar sin estudiar antes aquello a lo que se renuncia es una manera de saltar al vacío sin paracaídas. Una decisión más inconsciente que razonada.
Les han vendido una Iglesia de vividores a cuenta de los crédulos. Ven el Vaticano y a la jerarquía como intrusos que se inmiscuyen en su vida privada. El pecado es la manía de amargar la vida de aquellos que no saben amar. Porque tienen en mente que los curas viven de la fe crédula del pueblo. Nunca se les ocurre dudar y por tanto inferir la pregunta del millón: ¿Y si Dios existe?.
Ciertamente algunos se interrogan, pero si Dios existe no necesita a los curas, eso lo tienen claro. Lo triste es que vayan a la sacristía para apostatar, sin preguntarse qué hacen en el mundo. No tienen el mínimo rigor para interrogarse por las preguntas que toda la humanidad ha venido haciéndose a lo largo de los tiempos. Son como plantas que vegetan creyendo que merecen la existencia. Ni siquiera saben que la vida es puro milagro, que hay más probabilidades de no ser que de ser.
¡Ah, si tuvieran un poco de rigor en las preguntas!. Todo les resultaría maravilloso. Un Dios que se hace hombre para mostrar cómo su amor nos habita desde el primer momento de la existencia. Cómo nos busca a través de esos pequeños gajos de felicidad que arrancamos a la vida. Sí, la felicidad, es también un don a la que toda la humanidad aspira. Pero sólo alcanza su plenitud en el encuentro con el rostro de Dios. Por eso tantos y tantos momentos de aparente felicidad, se desvanecen como humo.
¿Por qué apostatar sin tener al menos la disponibilidad de conocer aquello a lo que se renuncia?. San Agustín estuvo luchando contra Dios años enteros, pero nunca dejó de interrogarse sobre las diferentes escuelas filosóficas del momento. Era un hombre de fe cuyo momento de gracia todavía no había llegado. Y así sucede con todos, creyentes o agnósticos, hay un momento de gracia. Allí donde Dios nos lanza el salvavidas para que no nos perdamos en la nada.
Si los apostatas estudiasen la fe, podrían llegar a suplicar por tenerla. Y nunca renegarían de ser cristianos, porque ello supone haber sido elegidos para la gloria. Sí, ser cristiano es un don. Y ser otro Cristo una meta que sólo con la ayuda de Dios es posible. Por eso la vida de un cristiano tiene que alimentarse de la oración y de los sacramentos. Si no se cuida, desaparece como cualquier enamoramiento vano. Para que el amor permanezca hay que cuidarlo, mimarlo. Y aún así, costará mantener encendida la llama. Porque son muchas las ocasiones en las que no encontramos respuesta. En las que Dios permanece en silencio. Y saber escuchar no es tan fácil como se puede suponer.
Saber escuchar es estar dispuesto a arrodillarse ante el misterio y aceptar que aquello nos supera. Poner la confianza en que Dios sólo desea el bien de la humanidad, y el mal existe luchando contra Él, pero tiene la batalla perdida, eso lo demostró Cristo con su Resurrección. La muerte no es la última palabra, y mucho menos la muerte injusta ocasionada por la maldad de otros.
Vale la pena que leamos el Evangelio, que escuchemos la Palabra de Dios. Porque algunos piensan que todo consiste en una filosofía de vida. Y es algo mucho más profundo, es una necesidad de conectar con Aquello que nos busca y nos envuelve respetando nuestra autonomía. De manera que apostatar sin estudiar antes aquello a lo que se renuncia es una manera de saltar al vacío sin paracaídas. Una decisión más inconsciente que razonada.
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