Cuando el evangelio dice que no debemos confiar en las riquezas y que toda nuestra seguridad debemos ponerla en Dios no quiere decir que debamos sentarnos a esperar a que la solución de nuestros problemas baje del cielo; del cielo bajará pero siempre que no esperamos sentados sino activos confiados en que Dios no permitirá que se frustren nuestro esfuerzo y nuestro compromiso
BUSCAD QUE EL REINE
No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. Vended vuestros bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón.
Jesús, después de la parábola del rico necio, se dirige a sus discípulos para insistir en la necesidad de tener una con fianza absoluta en el amor del Padre: «No andéis preocupados por la vida pensando qué vais a comer; ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir... Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más hará por vosotros, gente de poca fe?» (Lc 12,22-28). Estas y otras palabras semejantes han hecho pensar a algunos que no había que preocuparse por la solución de los problemas de la tierra: el mundo está como está porque Dios así lo ha decidido, porque ése es el designio de Dios; ya se encargará él de compensar los sufrimientos de aquellos a los que en este mundo les ha tocado en suerte una mala vida; además, si alguien sufre... ¡por algo será!, se lo tendrá merecido, pues el evangelio asegura que si Dios se preocupa de los pájaros y de las hierbas del campo, ¡ cómo no se va a preocupar de sus fieles devotos!
Y CON EL MAZO DANDO
«¿Dónde está el administrador fiel y sensato a quien el señor va a encargar de su servidumbre para que les reparta la ración a su debido tiempo? ¡Dichoso ese siervo si el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su encargo!»
Entender las cosas así entraña un peligro mayor, que con siste en convertir el evangelio en ideología legitimadora de la situación presente y en opio adormecedor de la conciencia de los pobres: si Dios se preocupa de los suyos, los que están bien serán los que reciben más atención de parte de Dios, y los que están mal deben resignarse con su suerte y no rebelarse contra la situación presente, pues será rebelarse contra el designio divino; pero esta interpretación olvida las palabras centrales de este párrafo: «No andéis preocupados por... Por el contrario: buscad que él reine, y eso se os dará por añadi dura. No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros» (Lc 12,31-32): Dios no solucionará nuestros problemas de manera caprichosa, por arte de birlibirloque, cuando él arbitrariamente vaya decidien do, sino en el contexto de la realización de su reinado.
Una de las causas de la mala interpretación de estas reco mendaciones de Jesús ha sido la obstinación en reducir el reino de Dios a la otra vida: el reino de Dios no es ni el cielo ni la tierra, sino las personas sobre las que Dios reina, las personas que se esfuerzan en vivir como Dios quiere y en buscar la solución a los problemas de este mundo en la direc ción que el evangelio señala: la solidaridad y el amor; en la medida en que los hombres acepten vivir así y se comprome tan seriamente con el proyecto de convertir este mundo en un mundo de hermanos, en la medida en la que todos asuman seriamente su tarea de servir y prestar ayuda a los demás como los buenos administradores del evangelio, en esa medida, más lo mucho que añada la inconmensurable generosidad del Padre, se irán resolviendo los problemas del hambre, del vestido... y los de la soledad y la tristeza, problemas estos que no se pueden solucionar con el dinero de las bolsas que se estropean y que tanto gustan a los ladrones.
NO TEMAS PEQUEÑO REBAÑO
Tened el delantal puesto y encendidos los candiles... Estad también vosotros preparados, pues cuando menos lo penséis llegará el Hombre.
Así adquieren pleno significado las palabras del evangelio: renunciar a la riqueza no es un sistema para hacer méritos para el cielo, sino para ser coherentes con el proyecto del evangelio, para estar más libres a la hora de comprometernos en preparar este mundo para que Dios pueda realizar su decisión -que no la realizará si nosotros libremente no la aceptamos- de reinar entre nosotros.
Porque tampoco debe ser causa de preocupación, y menos de miedo, el encuentro último con el Señor. No hay razón para el temor. Nadie debe asustarse: no nos amenaza ningún peligro; él no viene a condenar. Como la primera vez, que sólo vino a salvar, así será cuando muchas otras veces vuelva para salir al encuentro de los que, entre los suyos, se vayan dejando la piel por ser fieles a su proyecto. La piel, que no la vida, que está en las manos del Padre. Será la época de la cosecha. Los frutos, los del amor manifestado en la lucha por la libertad y la Justicia, por la fraternidad, la paz, la felicidad..., en la lucha por el reino de Dios. Por eso no debe haber lugar para el miedo: hay que estar preparados, sí, pero no asustados ni preocupados. Porque también eso está en manos del Padre y forma parte de la «añadidura»
BUSCAD QUE EL REINE
No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. Vended vuestros bienes y dadlo en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón.
Jesús, después de la parábola del rico necio, se dirige a sus discípulos para insistir en la necesidad de tener una con fianza absoluta en el amor del Padre: «No andéis preocupados por la vida pensando qué vais a comer; ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir... Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más hará por vosotros, gente de poca fe?» (Lc 12,22-28). Estas y otras palabras semejantes han hecho pensar a algunos que no había que preocuparse por la solución de los problemas de la tierra: el mundo está como está porque Dios así lo ha decidido, porque ése es el designio de Dios; ya se encargará él de compensar los sufrimientos de aquellos a los que en este mundo les ha tocado en suerte una mala vida; además, si alguien sufre... ¡por algo será!, se lo tendrá merecido, pues el evangelio asegura que si Dios se preocupa de los pájaros y de las hierbas del campo, ¡ cómo no se va a preocupar de sus fieles devotos!
Y CON EL MAZO DANDO
«¿Dónde está el administrador fiel y sensato a quien el señor va a encargar de su servidumbre para que les reparta la ración a su debido tiempo? ¡Dichoso ese siervo si el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo con su encargo!»
Entender las cosas así entraña un peligro mayor, que con siste en convertir el evangelio en ideología legitimadora de la situación presente y en opio adormecedor de la conciencia de los pobres: si Dios se preocupa de los suyos, los que están bien serán los que reciben más atención de parte de Dios, y los que están mal deben resignarse con su suerte y no rebelarse contra la situación presente, pues será rebelarse contra el designio divino; pero esta interpretación olvida las palabras centrales de este párrafo: «No andéis preocupados por... Por el contrario: buscad que él reine, y eso se os dará por añadi dura. No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros» (Lc 12,31-32): Dios no solucionará nuestros problemas de manera caprichosa, por arte de birlibirloque, cuando él arbitrariamente vaya decidien do, sino en el contexto de la realización de su reinado.
Una de las causas de la mala interpretación de estas reco mendaciones de Jesús ha sido la obstinación en reducir el reino de Dios a la otra vida: el reino de Dios no es ni el cielo ni la tierra, sino las personas sobre las que Dios reina, las personas que se esfuerzan en vivir como Dios quiere y en buscar la solución a los problemas de este mundo en la direc ción que el evangelio señala: la solidaridad y el amor; en la medida en que los hombres acepten vivir así y se comprome tan seriamente con el proyecto de convertir este mundo en un mundo de hermanos, en la medida en la que todos asuman seriamente su tarea de servir y prestar ayuda a los demás como los buenos administradores del evangelio, en esa medida, más lo mucho que añada la inconmensurable generosidad del Padre, se irán resolviendo los problemas del hambre, del vestido... y los de la soledad y la tristeza, problemas estos que no se pueden solucionar con el dinero de las bolsas que se estropean y que tanto gustan a los ladrones.
NO TEMAS PEQUEÑO REBAÑO
Tened el delantal puesto y encendidos los candiles... Estad también vosotros preparados, pues cuando menos lo penséis llegará el Hombre.
Así adquieren pleno significado las palabras del evangelio: renunciar a la riqueza no es un sistema para hacer méritos para el cielo, sino para ser coherentes con el proyecto del evangelio, para estar más libres a la hora de comprometernos en preparar este mundo para que Dios pueda realizar su decisión -que no la realizará si nosotros libremente no la aceptamos- de reinar entre nosotros.
Porque tampoco debe ser causa de preocupación, y menos de miedo, el encuentro último con el Señor. No hay razón para el temor. Nadie debe asustarse: no nos amenaza ningún peligro; él no viene a condenar. Como la primera vez, que sólo vino a salvar, así será cuando muchas otras veces vuelva para salir al encuentro de los que, entre los suyos, se vayan dejando la piel por ser fieles a su proyecto. La piel, que no la vida, que está en las manos del Padre. Será la época de la cosecha. Los frutos, los del amor manifestado en la lucha por la libertad y la Justicia, por la fraternidad, la paz, la felicidad..., en la lucha por el reino de Dios. Por eso no debe haber lugar para el miedo: hay que estar preparados, sí, pero no asustados ni preocupados. Porque también eso está en manos del Padre y forma parte de la «añadidura»
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