Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 28b-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.
Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
El camino de Jesús conduce a la Gloria pero pasa por la Cruz. Así lo reafirmó el Resucitado a los peregrinos de Emaús: “No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lucas 24,26). En términos similares Pablo exhorta a las comunidades recién fundadas para exhortarlas a perseverar en la fe: “Es necesario que pasemos muchas tribulaciones para entraren el Reino de Dios” (Hechos 14,22). Este es el camino del discípulo, pero la verdad sea dicha, no es fácil comprenderlo.
El relato de la Transfiguración del Señor se presenta como un esfuerzo de comprensión del misterio de la Cruz. Según el evangelista Lucas se trata de
• Una fuerte experiencia de oración por parte de Jesús y de la cual tres de sus discípulos son testigos.
• En medio de esta oración aparecen Moisés y Elías en su gloria y entablan un diálogo con Jesús.
• Sabemos que el tema de esta oración es la pasión, entendida como un “éxodo” que se realiza en Jerusalén.
• No sólo Jesús discierne su camino, sino también los discípulos, quienes habiendo sido invitados a negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguir al Maestro (ver 9,23).
• Con este llamado resonando sus oídos ellos participan en la escena. La palabra decisiva proviene del Padre, quien envuelve no sólo a Jesús con su gloria sino también a los discípulos con su nube. En medio del silencio final se aguarda la respuesta de los discípulos.
En el segundo domingo de cuaresma pasado ya abordamos ampliamente este evangelio, casi palabra por palabra. Hoy, en esta fiesta de la transfiguración, invitamos a retomar aquella lectura y a dar un paso hacia delante en la “lectio” mediante una “Escuela de Padres”.
En busca de claridad
Algunos interpretan el episodio de la transfiguración como un consuelo, como una lucecita que Jesús les da a sus discípulos de manera anticipada en el camino oscuro de la cruz. Así sus discípulos no se perderían en la oscuridad de la pasión. Pero en realidad el evento pretendo algo más de fondo: no sólo comprender sino animar para seguir las huellas del Maestro para ser transfigurados como Él participando de su gloria de resucitado.
Siendo así este evento sería ya una buena invitación al dialogo entre Jesús y los suyos, un diálogo que también nosotros podríamos continuar hoy sobre todo en los momentos difíciles y de oscuridad, cuando buscamos en la oración una lucecita que nos permita comprender el sentido de lo que nos pasa, sobre todo de las situaciones que enturbian nuestra visión de futuro, haciendo de estas situaciones un camino para una transfiguración.
Invitados a la montaña
Gustemos un poquito la escena: Jesús invita a tres de los suyos a subir al monte. Allí, “mientras oraba, su rostro se mudó” (9,29) y Pedro y sus compañeros “vieron su gloria” (9,32). Es cómo si la acción interna y luminosísima del Espíritu que habitaba en Él se volviera –por así decir- transparente. Jesús parece decir: “Miren lo que seré”.
Ante esta provocación reacciona Pedro: “Maestro, bueno es estarnos aquí” (9,33). En su éxtasis, Pedro –quien no se ha dormido- quiere que la visión dure toda la vida. Para eso eran las tres tiendas, y ni siquiera pensó en una para él. Pedro desea que al menos se le permita estar allí contemplando su rostro y seguir escuchando su conversación con Moisés y Elías. ¿Qué más quisiera uno en la vida sino poder llegar a contemplar el rostro de Dios? El Salmo 27,8 ya oraba así: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu Rostro”.
El lenguaje de Pedro es bíblico, porque la palabra “tienda” para él es sagrada, indica la habitación donde Dios –y esto evoca la experiencia de Israel en el desierto- circunscribe su presencia.
Pero la contemplación del rostro de Jesús no puede paralizar nuestro caminar ni mucho menos apartarnos de la visión de una serie de realidades concretas de la vida, realidades duras que tenemos que enfrentar en el nombre y con Espíritu del Señor.
Con todo, Pedro no estaba equivocado. Y el descenso de la nube y la Palabra del Padre no es una corrección a sus palabras sino una complementación. Las tiendas son para viajar, no para instalarse, en eso Pedro acertó. Pero Dios Padre ahora le agrega que el itinerario con la tienda al hombro debe seguir las indicaciones de Jesús. Sólo Jesús puede indicar el camino y por eso hay que escucharlo.
Y el camino que Jesús propone a su discípulo es el de la cruz. Al respecto Pedro tiene que hacer un aprendizaje: la contemplación del rostro del Maestro puede convertirse en una fuga de la realidad si no está acompañada de la escucha de sus palabras sobre el tomar la cruz y seguirlo. Y la tienda que el peregrino lleva sobre el hombro es la cruz, esa es la Palabra decisiva, que última instancia es una Palabra revelatoria que viene de Dios Padre.
Una visión de esperanza
Ojalá también nosotros entremos en el diálogo. Dialogando con Jesús en la oración podemos vivir una experiencia de transfiguración que nos permita entender que nuestro destino no es la cruz –las desgracias de la vida, la muerte- sino la resurrección –la plenitud de vida en Dios-, que las oscuridades que vivimos hoy son etapas de un camino, un camino que será luminoso y salvífico si lo recorremos con Jesús.
Por eso la transfiguración es un llamado a la esperanza, para que no nos encerremos en nuestros problemas o peor para que no construyamos una espiritualidad que huye de los problemas haciendo de la oración un escondite que en realidad no soluciona los problemas. De dentro de la oración debemos salir con una nueva comprensión de nuestros problemas. Saber estar ante Jesús en la transfiguración nos educa para también saber estar delante de la tumba vacía sin emprender la fuga.
Tenemos necesidad de la transfiguración, del estupendo actuar trinitario en las pequeñas y en las grandes eventualidades de nuestra vida, un actuar que pone a la luz el sentido y el destino de lo que vivimos.
Una transfiguración en familia
Es como le pasó a un joven. Tenía trabajo, dinero en el bolsillo, iba con sus amigos los fines de semana a la discoteca. Pero le vino un mal incurable. La noticia fue recibida con mucho dolor por todos los que lo conocían. Sus papás fueron los primeros en pensar que su hijo se sumergiría en el dolor y en la pena. Pero parece que no lo conocían bien. Este muchacho aceptó el desafío, luchó, le encontró sentido a la vida en su nuevo estado. Gracias a un grupo de amigos en su parroquia, aprendió a orar y se hizo transparente para él la voluntad de Dios, tan transparente que se volvió luz para los otros, para sus papás en primer lugar. Gracias a esta transfiguración en la que se asociaba a la pasión y muerte de Jesús, lo conocieron verdad.
En cada oscura cruz está escondida la semilla de la resurrección.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Hay alguna situación dolorosa en mi vida a la que no le encuentro sentido? ¿Qué quiere decir la frase: por medio de la cruz se llega a la resurrección? ¿Cómo lograrlo?
2. ¿Para qué invitó Jesús a sus discípulos a la montaña? ¿Para qué me invita a mí?
3. ¿Mi vida refleja el rostro de Jesús?
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.
Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Cuando el panorama se pone oscuro
“Mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó”
Por CELAM - CEBIPAL
Cuando el panorama se pone oscuro
“Mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó”
El camino de Jesús conduce a la Gloria pero pasa por la Cruz. Así lo reafirmó el Resucitado a los peregrinos de Emaús: “No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (Lucas 24,26). En términos similares Pablo exhorta a las comunidades recién fundadas para exhortarlas a perseverar en la fe: “Es necesario que pasemos muchas tribulaciones para entraren el Reino de Dios” (Hechos 14,22). Este es el camino del discípulo, pero la verdad sea dicha, no es fácil comprenderlo.
El relato de la Transfiguración del Señor se presenta como un esfuerzo de comprensión del misterio de la Cruz. Según el evangelista Lucas se trata de
• Una fuerte experiencia de oración por parte de Jesús y de la cual tres de sus discípulos son testigos.
• En medio de esta oración aparecen Moisés y Elías en su gloria y entablan un diálogo con Jesús.
• Sabemos que el tema de esta oración es la pasión, entendida como un “éxodo” que se realiza en Jerusalén.
• No sólo Jesús discierne su camino, sino también los discípulos, quienes habiendo sido invitados a negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguir al Maestro (ver 9,23).
• Con este llamado resonando sus oídos ellos participan en la escena. La palabra decisiva proviene del Padre, quien envuelve no sólo a Jesús con su gloria sino también a los discípulos con su nube. En medio del silencio final se aguarda la respuesta de los discípulos.
En el segundo domingo de cuaresma pasado ya abordamos ampliamente este evangelio, casi palabra por palabra. Hoy, en esta fiesta de la transfiguración, invitamos a retomar aquella lectura y a dar un paso hacia delante en la “lectio” mediante una “Escuela de Padres”.
En busca de claridad
Algunos interpretan el episodio de la transfiguración como un consuelo, como una lucecita que Jesús les da a sus discípulos de manera anticipada en el camino oscuro de la cruz. Así sus discípulos no se perderían en la oscuridad de la pasión. Pero en realidad el evento pretendo algo más de fondo: no sólo comprender sino animar para seguir las huellas del Maestro para ser transfigurados como Él participando de su gloria de resucitado.
Siendo así este evento sería ya una buena invitación al dialogo entre Jesús y los suyos, un diálogo que también nosotros podríamos continuar hoy sobre todo en los momentos difíciles y de oscuridad, cuando buscamos en la oración una lucecita que nos permita comprender el sentido de lo que nos pasa, sobre todo de las situaciones que enturbian nuestra visión de futuro, haciendo de estas situaciones un camino para una transfiguración.
Invitados a la montaña
Gustemos un poquito la escena: Jesús invita a tres de los suyos a subir al monte. Allí, “mientras oraba, su rostro se mudó” (9,29) y Pedro y sus compañeros “vieron su gloria” (9,32). Es cómo si la acción interna y luminosísima del Espíritu que habitaba en Él se volviera –por así decir- transparente. Jesús parece decir: “Miren lo que seré”.
Ante esta provocación reacciona Pedro: “Maestro, bueno es estarnos aquí” (9,33). En su éxtasis, Pedro –quien no se ha dormido- quiere que la visión dure toda la vida. Para eso eran las tres tiendas, y ni siquiera pensó en una para él. Pedro desea que al menos se le permita estar allí contemplando su rostro y seguir escuchando su conversación con Moisés y Elías. ¿Qué más quisiera uno en la vida sino poder llegar a contemplar el rostro de Dios? El Salmo 27,8 ya oraba así: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu Rostro”.
El lenguaje de Pedro es bíblico, porque la palabra “tienda” para él es sagrada, indica la habitación donde Dios –y esto evoca la experiencia de Israel en el desierto- circunscribe su presencia.
Pero la contemplación del rostro de Jesús no puede paralizar nuestro caminar ni mucho menos apartarnos de la visión de una serie de realidades concretas de la vida, realidades duras que tenemos que enfrentar en el nombre y con Espíritu del Señor.
Con todo, Pedro no estaba equivocado. Y el descenso de la nube y la Palabra del Padre no es una corrección a sus palabras sino una complementación. Las tiendas son para viajar, no para instalarse, en eso Pedro acertó. Pero Dios Padre ahora le agrega que el itinerario con la tienda al hombro debe seguir las indicaciones de Jesús. Sólo Jesús puede indicar el camino y por eso hay que escucharlo.
Y el camino que Jesús propone a su discípulo es el de la cruz. Al respecto Pedro tiene que hacer un aprendizaje: la contemplación del rostro del Maestro puede convertirse en una fuga de la realidad si no está acompañada de la escucha de sus palabras sobre el tomar la cruz y seguirlo. Y la tienda que el peregrino lleva sobre el hombro es la cruz, esa es la Palabra decisiva, que última instancia es una Palabra revelatoria que viene de Dios Padre.
Una visión de esperanza
Ojalá también nosotros entremos en el diálogo. Dialogando con Jesús en la oración podemos vivir una experiencia de transfiguración que nos permita entender que nuestro destino no es la cruz –las desgracias de la vida, la muerte- sino la resurrección –la plenitud de vida en Dios-, que las oscuridades que vivimos hoy son etapas de un camino, un camino que será luminoso y salvífico si lo recorremos con Jesús.
Por eso la transfiguración es un llamado a la esperanza, para que no nos encerremos en nuestros problemas o peor para que no construyamos una espiritualidad que huye de los problemas haciendo de la oración un escondite que en realidad no soluciona los problemas. De dentro de la oración debemos salir con una nueva comprensión de nuestros problemas. Saber estar ante Jesús en la transfiguración nos educa para también saber estar delante de la tumba vacía sin emprender la fuga.
Tenemos necesidad de la transfiguración, del estupendo actuar trinitario en las pequeñas y en las grandes eventualidades de nuestra vida, un actuar que pone a la luz el sentido y el destino de lo que vivimos.
Una transfiguración en familia
Es como le pasó a un joven. Tenía trabajo, dinero en el bolsillo, iba con sus amigos los fines de semana a la discoteca. Pero le vino un mal incurable. La noticia fue recibida con mucho dolor por todos los que lo conocían. Sus papás fueron los primeros en pensar que su hijo se sumergiría en el dolor y en la pena. Pero parece que no lo conocían bien. Este muchacho aceptó el desafío, luchó, le encontró sentido a la vida en su nuevo estado. Gracias a un grupo de amigos en su parroquia, aprendió a orar y se hizo transparente para él la voluntad de Dios, tan transparente que se volvió luz para los otros, para sus papás en primer lugar. Gracias a esta transfiguración en la que se asociaba a la pasión y muerte de Jesús, lo conocieron verdad.
En cada oscura cruz está escondida la semilla de la resurrección.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Hay alguna situación dolorosa en mi vida a la que no le encuentro sentido? ¿Qué quiere decir la frase: por medio de la cruz se llega a la resurrección? ¿Cómo lograrlo?
2. ¿Para qué invitó Jesús a sus discípulos a la montaña? ¿Para qué me invita a mí?
3. ¿Mi vida refleja el rostro de Jesús?
“Está conmigo,
y yo comenzaré a resplandecer como tú resplandeces;
a resplandecer hasta ser luz para los otros.
La luz, o Jesús, vendrá toda de ti: nada será mérito mío.
Serás tú quien resplandezca, a través de mí, sobre los otros.
Haz que yo te alabe así, de la manera que más te agrada,
resplandeciendo sobre todos aquellos que están a mi alrededor.
Dale a ellos tu luz, y dámela también a mí;
ilumínalos junto conmigo y a través de mí.
Enséñame a difundir tu alabanza, tu verdad, tu voluntad.
Haz que te anuncie no con palabras sino con el ejemplo,
con aquella fuerza atractiva, aquella influencia benéfica
que proviene de lo que lo haga (en tu nombre),
con una visible semejanza a tus santos,
y con la clara plenitud del amor
que mi corazón nutre por ti.
Amén”.
(J.H. Newman)
y yo comenzaré a resplandecer como tú resplandeces;
a resplandecer hasta ser luz para los otros.
La luz, o Jesús, vendrá toda de ti: nada será mérito mío.
Serás tú quien resplandezca, a través de mí, sobre los otros.
Haz que yo te alabe así, de la manera que más te agrada,
resplandeciendo sobre todos aquellos que están a mi alrededor.
Dale a ellos tu luz, y dámela también a mí;
ilumínalos junto conmigo y a través de mí.
Enséñame a difundir tu alabanza, tu verdad, tu voluntad.
Haz que te anuncie no con palabras sino con el ejemplo,
con aquella fuerza atractiva, aquella influencia benéfica
que proviene de lo que lo haga (en tu nombre),
con una visible semejanza a tus santos,
y con la clara plenitud del amor
que mi corazón nutre por ti.
Amén”.
(J.H. Newman)
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