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domingo, 15 de agosto de 2010

Examen de convivencia


Cuando se produce un incidente protagonizado por chicos o adolescentes dentro o fuera del colegio, para los medios es “violencia escolar”. Pero el título no alcanza para explicar si se trata de la violencia de los niños o de la que sobre ellos ejerce la escuela.

Quienes siendo niños mirábamos sorprendidos a los adultos, hoy somos los adultos que, frente a los niños, nos quedamos desorientados. El mundo no es lo que desearíamos que fuera y, en esa dirección, también se encuentra la escuela. Entre sus objetivos está el de enseñar a relacionarse con el mundo y en ese encuentro intersubjetivo es inevitable que aparezca el conflicto, estrategia insustituible de comunicación y de funcionamiento social. Ahora bien: una cosa es el conflicto, otra la agresividad y otra muy distinta la violencia.

LO QUE HUBO, HAY

Hace 200 años el Cabildo de Buenos Aires advertía, en un documento, cómo eran aquellos escolares: “Los niños acostumbran a tener el inhumano gusto de hacer mil burlas a sus compañeros, de provocarlos a reñir, de decirles injurias, de escarnecerlos, o mofarlos, o de hacerlos irritar de otros muchos modos, principalmente cuando los tienen por más débiles que ellos, y no temen que puedan vengarse”. ¿Aquellos niños hacían lo mismo que los de ahora? Si tal como creemos, los valores y las virtudes siempre se enseñan en la escuela, ¿dónde se aprende y se aprendió la corrupción y la violencia?

Creo que los adultos debemos ser honestos y generosos: no podemos responsabilizar al niño. Hoy la violencia es una forma de sociabilidad, un abuso de las fronteras, un avasallamiento de la orilla que nos distingue y nos vincula. El niño hoy y siempre termina siendo receptor pasivo de las conductas de los adultos (algunos ignorantes y otros muy conscientes de las consecuencias de sus actos) que, ejercidas sin medida, los desarticula. La violencia es un modo de relación en condiciones de impotencia instituyente de las instituciones (Estado, escuela y familia). Por eso preferiremos hablar de que la violencia entre los más chicos es consecuencia de la que los adultos ejercen sobre ellos, y abordaremos la violencia simbólica, producida o provocada muchas veces por los medios, las autoridades, ingenuamente con la complicidad de los padres.

LA VIOLENCIA NUNCA ES INGENUA

La violencia simbólica determina los límites dentro de los cuales nos es posible percibir y pensar. Estructuras, ideas, mensajes que, desde distintos emisores, siempre con autoridad, configuran nuestra subjetividad. Este es un tipo de violencia no explícita, no frontal y prácticamente indistinguible porque forma parte de los mecanismos con los que hemos sido conformados como personas sociales. Es muy sutil y constituye por lo tanto una violencia dulce, invisible, que se ejerce con el consenso y el desconocimiento de quien la padece y que esconde las relaciones de fuerza que están por debajo de la relación. Por eso solemos naturalizar e interiorizar estas relaciones de poder y convertirlas en evidentes e incuestionables, incluso para los sometidos. Los mensajes subliminales, las campañas publicitarias para convencernos de que todo está permitido o, en el otro extremo, hacernos creer proyectos centrados en lo prohibido, sostenidos por el falso concepto de que lo decidido por un gobierno siempre es bueno para el pueblo (por ejemplo, la manera en que se elaboran, reelaboran y se aplican nuevos planes de enseñanza). Precisamente porque la violencia activa es más fácil de identificar, más habitualmente se recurre a este otro tipo de manipulación.

LA RESPONSABILIDAD ES DE LOS ADULTOS: SIEMPRE

Los docentes son los que más expuestos se encuentran a este tipo de violencia en tanto nunca han salido del sistema. Se inician en el jardín, pasan a la primaria e ingresan después a la escuela media para cerrar el periplo en el profesorado, tomando clases de aquellos que luego serán sus colegas. En consecuencia, estos profesionales de la educación tienen la obligación de configurar un pensamiento propio y un espíritu crítico para detectar con inteligencia y luego determinar con libertad cuáles son los aspectos compositivos de las organizaciones que ejercen esta violencia difícil de detectar, una violencia tan sutil que la persona la absorbe y la transmite en gestos de dudas y de temor sin tomar conciencia de los porqué. La construcción subjetiva de nociones como fidelidad, libertad, sumisión, límite, se encuentra subordinada al contexto en que esos valores son presentados, a las políticas estatales en las que se configuran y a la realidad del mundo, que las cuestiona o no. Justamente por ello se requieren pedagogos maduros, altamente capacitados, valientes testimonios de valores éticos y morales que sostengan sus ideales ante cualquier circunstancia y sin cortar lo que se puede desatar, que construyan redes de vínculos y formas de relación que, para los menores que los observan, sean una alternativa al conflictivo entorno que viven a diario en sus casas, en sus barrios, en los recortes de realidad que los medios informan.

Ya no es posible quejarse siempre y repetidamente de lo que los demás nos hacen. Este es el desafío de la escuela hoy: ponernos, juntos, a pensar qué hago yo con eso que los otros hacen conmigo.

Tenemos en nuestras manos, como educadores (padres y docentes), la herramienta para cambiar las estructuras de manipulación que nos circundan. No como superhéroes con superpoderes sino como simples personas que, absorbiendo todo tipo de violencia de los otros, respondamos con actos que la desintegren hasta convertirla en pura relación, puro vínculo, pura cercanía de dos o más…
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Norberto Siciliani. Artículo publicado en revista Ciudad Nueva, www.ciudadnueva.org.ar

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