Si no llegamos a amar la empresa y el barrio, no nos podremos entender con los vecinos ni podremos equilibrar los propios deseos con la realidad.
Grecia / Economía – A menudo la prensa, para explicar mejor la situación de Grecia, presenta a nuestro país como una empresa con todas sus funciones. Este paralelismo ayuda a comprender, de manera más simple y a una escala más abordable, lo que ocurre a nivel nacional. Trataré de hacer el mismo ejercicio, advirtiendo que se trata de eso y no de una fotografía de la situación.
Hay entonces un almacén, un supermercado, llamado Grecia, en un barrio comercial —Europa— donde encontramos otros supermercados mucho más grandes. Nuestro modesto almacén emplea a un centenar de personas.
Después de algún tiempo, nuestros problemas han llegado a ser más graves. Estamos endeudados y debemos la cifra equivalente a los negocios que haremos en los próximos catorce meses. El año pasado no fue bueno: tuvimos un 13,6 % de déficit. Deberemos pedir prestado y el próximo año nos endeudaremos aún más seriamente. Nuestros productos se hacen en parte aquí y otra parte la compramos. En el comercio que hacemos para llenar las estanterías, compramos diez y vendemos ocho. También es un hecho que nuestras unidades de producción y de elaboración no son muy modernas, y sus productos son costosos. Hay un problema de competitividad.
En nuestro almacén todo el mundo cree que el mejor lugar es Contabilidad, porque se tiene y se hace un trabajo más fácil y más elegante. Aunque se necesitan diez personas, hay veinte. Estas se han organizado bien y forman un cuerpo. Nadie puede moverlas y su salario está asegurado sin importar cuál sea el resultado de la empresa.
Desde hace tiempo, varios han adquirido la práctica, al final del día, de llevarse del almacén a sus casas las cosas que necesitan. Grandes paquetes, los directores; pequeños, los funcionarios. Hay algunos que no lo hacen, esos protestan. Pero se toman muy pocas medidas y sigue impune la mayoría de los que defraudan al almacén.
Hay un conjunto de siete a ocho personas que forman grupo aparte. Están en contra del almacén y en contra de la Dirección; querrían tomar las cosas en sus manos y administrar todo a su manera. De todos modos, están en contra del comercio y consideran que el almacén les pertenece. Se llaman “partido comunista”. De vez en cuando, hacen manifestaciones, bloquean las puertas, rompen los escaparates, piden que la Dirección se vaya. Además, no quieren a los clientes, especialmente a los más ricos porque ellos apoyan la práctica del comercio. Hay también una banda de jóvenes que ha dicho claramente que no se considera parte de este conjunto. Quisieran ver el almacén en llamas. Se han instalado en una esquina y arman barullo. De vez en cuando, se ve volar por el aire un tarro de conservas o un yogur, que aterriza delante de la puerta del Director o del jefe de Contabilidad. Se llaman anarquistas, marxistas o algo así.
Luego hay una serie de personas, algunos trabajan en la producción, otros en Contabilidad, que comprenden que es necesario hacer funcionar la empresa. Tratan de poner en orden los estantes, se quedan hasta más tarde para hacer la limpieza —a que a menudo no se hace—, realizan su trabajo y además se presentan para llenar los vacíos con el fin de que el conjunto marche. Se esfuerzan en acoger y servir bien a los clientes porque saben que corren el riesgo de ser mal acogidos por algunos colegas. En resumen, sin bonificaciones y mucho más allá de sus obligaciones, hacen funcionar nuestro almacén. De vez en cuando alguno de ellos, superado por todo esto, deja su lugar y se va a trabajar a otra empresa.
Todos los días se discute y grita sobre lo que se debe hacer. Entonces, todo el mundo dice que debemos hacer como en los otros almacenes, que no podemos seguir así, que es necesario corregir, que tenemos la suerte de estar en un buen barrio: que debemos imitar a los otros. Todos, salvo los comunistas que gritan más fuerte y dicen que todo este barrio está podrido y, para protestar, están dispuestos a cerrar las puertas mañana. Esto, durante el día.
Cuando llega la noche, cambian los ánimos y los discursos también. Entonces, comienzan a decir más bajo que nosotros no somos parte de este barrio ni de este país. Estamos aquí como extranjeros. Que nuestra civilización y nuestras prácticas son mucho mejores, y que vivíamos mejor antes de exiliarnos aquí, en este barrio que en el fondo detestamos porque los vecinos nos desprecian y nos odian también.
Algunos hablan de otros tiempos, de cuando éramos mucho más que un supermercado modesto. Éramos una cadena comercial que dominaba todos los países. Luego, hay un grupo llamado “ortodoxos fervientes”, particularmente nostálgico, que se asemeja a los comunistas y aunque durante el día no se soportan, cuando llega la noche se acercan como viejos amigos, comentan lo malo y podrido que está el barrio y sienten que sus sufrimientos y malestar son comprendidos por el otro.
Están también los que dicen que quizás, a pesar de todo lo malo, una crisis puede ser buena. Porque si no llegamos a amar la empresa y el barrio, no nos podremos entender con los vecinos ni podremos equilibrar los propios deseos con la realidad, y tampoco lograrán equilibrarse nunca nuestros balances y nuestras cuentas.
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Theodore Kodidis, S.J. Director de la revista griega Anoixtoi Orizontes. Artículo publicado en Choisir Nº 606, junio de 2010, y en revista Mensaje, www.mensaje.cl
Grecia / Economía – A menudo la prensa, para explicar mejor la situación de Grecia, presenta a nuestro país como una empresa con todas sus funciones. Este paralelismo ayuda a comprender, de manera más simple y a una escala más abordable, lo que ocurre a nivel nacional. Trataré de hacer el mismo ejercicio, advirtiendo que se trata de eso y no de una fotografía de la situación.
Hay entonces un almacén, un supermercado, llamado Grecia, en un barrio comercial —Europa— donde encontramos otros supermercados mucho más grandes. Nuestro modesto almacén emplea a un centenar de personas.
Después de algún tiempo, nuestros problemas han llegado a ser más graves. Estamos endeudados y debemos la cifra equivalente a los negocios que haremos en los próximos catorce meses. El año pasado no fue bueno: tuvimos un 13,6 % de déficit. Deberemos pedir prestado y el próximo año nos endeudaremos aún más seriamente. Nuestros productos se hacen en parte aquí y otra parte la compramos. En el comercio que hacemos para llenar las estanterías, compramos diez y vendemos ocho. También es un hecho que nuestras unidades de producción y de elaboración no son muy modernas, y sus productos son costosos. Hay un problema de competitividad.
En nuestro almacén todo el mundo cree que el mejor lugar es Contabilidad, porque se tiene y se hace un trabajo más fácil y más elegante. Aunque se necesitan diez personas, hay veinte. Estas se han organizado bien y forman un cuerpo. Nadie puede moverlas y su salario está asegurado sin importar cuál sea el resultado de la empresa.
Desde hace tiempo, varios han adquirido la práctica, al final del día, de llevarse del almacén a sus casas las cosas que necesitan. Grandes paquetes, los directores; pequeños, los funcionarios. Hay algunos que no lo hacen, esos protestan. Pero se toman muy pocas medidas y sigue impune la mayoría de los que defraudan al almacén.
Hay un conjunto de siete a ocho personas que forman grupo aparte. Están en contra del almacén y en contra de la Dirección; querrían tomar las cosas en sus manos y administrar todo a su manera. De todos modos, están en contra del comercio y consideran que el almacén les pertenece. Se llaman “partido comunista”. De vez en cuando, hacen manifestaciones, bloquean las puertas, rompen los escaparates, piden que la Dirección se vaya. Además, no quieren a los clientes, especialmente a los más ricos porque ellos apoyan la práctica del comercio. Hay también una banda de jóvenes que ha dicho claramente que no se considera parte de este conjunto. Quisieran ver el almacén en llamas. Se han instalado en una esquina y arman barullo. De vez en cuando, se ve volar por el aire un tarro de conservas o un yogur, que aterriza delante de la puerta del Director o del jefe de Contabilidad. Se llaman anarquistas, marxistas o algo así.
Luego hay una serie de personas, algunos trabajan en la producción, otros en Contabilidad, que comprenden que es necesario hacer funcionar la empresa. Tratan de poner en orden los estantes, se quedan hasta más tarde para hacer la limpieza —a que a menudo no se hace—, realizan su trabajo y además se presentan para llenar los vacíos con el fin de que el conjunto marche. Se esfuerzan en acoger y servir bien a los clientes porque saben que corren el riesgo de ser mal acogidos por algunos colegas. En resumen, sin bonificaciones y mucho más allá de sus obligaciones, hacen funcionar nuestro almacén. De vez en cuando alguno de ellos, superado por todo esto, deja su lugar y se va a trabajar a otra empresa.
Todos los días se discute y grita sobre lo que se debe hacer. Entonces, todo el mundo dice que debemos hacer como en los otros almacenes, que no podemos seguir así, que es necesario corregir, que tenemos la suerte de estar en un buen barrio: que debemos imitar a los otros. Todos, salvo los comunistas que gritan más fuerte y dicen que todo este barrio está podrido y, para protestar, están dispuestos a cerrar las puertas mañana. Esto, durante el día.
Cuando llega la noche, cambian los ánimos y los discursos también. Entonces, comienzan a decir más bajo que nosotros no somos parte de este barrio ni de este país. Estamos aquí como extranjeros. Que nuestra civilización y nuestras prácticas son mucho mejores, y que vivíamos mejor antes de exiliarnos aquí, en este barrio que en el fondo detestamos porque los vecinos nos desprecian y nos odian también.
Algunos hablan de otros tiempos, de cuando éramos mucho más que un supermercado modesto. Éramos una cadena comercial que dominaba todos los países. Luego, hay un grupo llamado “ortodoxos fervientes”, particularmente nostálgico, que se asemeja a los comunistas y aunque durante el día no se soportan, cuando llega la noche se acercan como viejos amigos, comentan lo malo y podrido que está el barrio y sienten que sus sufrimientos y malestar son comprendidos por el otro.
Están también los que dicen que quizás, a pesar de todo lo malo, una crisis puede ser buena. Porque si no llegamos a amar la empresa y el barrio, no nos podremos entender con los vecinos ni podremos equilibrar los propios deseos con la realidad, y tampoco lograrán equilibrarse nunca nuestros balances y nuestras cuentas.
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Theodore Kodidis, S.J. Director de la revista griega Anoixtoi Orizontes. Artículo publicado en Choisir Nº 606, junio de 2010, y en revista Mensaje, www.mensaje.cl
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