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sábado, 21 de agosto de 2010

Sólo el amor nos puede salvar


XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C
Por Clemente Sobrado C. P.

El Domingo 7 de marzo del 2010, El Comercio de Lima, publicaba un artículo de mi siempre admirado Paolo Coelho, titulado la “Ley de Jante”, que traducida a la vida ordinaria pudiéramos llamarla “Ley de la mediocridad”, “Ley del mínimo esfuerzo”.

Una ley que facilita una vida sin líos ni problemas con los demás. Mientras vivas agazapado en la mediocridad de cada día, nadie se meterá contigo. Claro que Coelho le da otra versión mucho más positiva y dinámica:
“Tú vales mucho más de lo que piensas. Tu trabajo y tu presencia en esta tierra son importantes, aunque no lo creas.
Claro que, si piensas de esta forma, vas a tener muchos problemas por estar transgrediendo la Ley de Jante, no te dejes intimidar por ellos, continúa viviendo sin miedo y acabarás venciendo”.

Lo he vuelto a leer hoy al meditar el Evangelio de este Domingo 21 c del ordinario, y que yo titularía “La ley de la tacañería o de los tacaños”: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Y que también Jesús trata de cambiar. Frente a la salvación por la ley, Jesús nos ofrece la salvación por el amor.

Claro que, al igual que la Ley de Jante, también la salvación mediante la Ley ofrece menos problemas y menos complicaciones. Cumplir la Ley es el camino de la salvación. Y quien se somete a la ley será bien acogido por los jefes y responsables. Somos santos por cumplir la ley, aunque luego nuestro corazón viva mustio y apagado, achatado e insensible para con el resto de los hombres. Cumplir la ley es no crear complicaciones a los que mandan.

Pero Jesús no ha venido a anunciar la salvación por la ley, sino la salvación por el amor. Y él mismo fue la primera víctima por no someterse a la pobreza y a la mediocridad de la Ley. Si se hubiese sometido a la Ley no le hubiese pasado nada. Nadie le molestaría ni nadie la condenaría a muerte. Pero anunciar la “ley del amor” y reducir todas las demás leyes a dos solas: amar a Dios y amar al prójimo, es un atrevimiento que luego se paga caro.

Jesús la llama “ley de la puerta estrecha”, cuando en realidad la verdadera estrechez está en la Ley. Es que muchos se imaginan que vivir del amor es peligroso. La mayoría sigue creyendo más en la eficacia de los Diez Mandamientos que en la fuerza de las Ocho Bienaventuranzas. Siguen creyendo que el amor se presta a que cada uno haga lo que le viene en ganas y salga del control de los que mandan.
Los padres tienen más fe en su autoridad que en su amor.
Por eso luego tenemos hijos inmaduros e inseguros.
Los educadores prefieren el rigor de su autoridad a la bondad de una sonrisa, de la comprensión o de una palabra amable.
Así tenemos alumnos soldados y no hombres libres.
La autoridad tiene más fe en la fuerza que en el respeto y valoración de las personas.
Preferimos la obediencia al Derecho Canónico que el amor del Evangelio. La ley “de la mediocridad”.

La ley se convierte siempre en la medida de nuestra estatura humana y espiritual.
La ley se convierte en la meta de todo ideal. Por eso la ley impide crecer. Basta estar siempre en el mismo sitio y no pretender mayores ascensiones. Basta ser obediente, por más que nunca experimentemos la iniciativa de la creatividad personal.

Mientras tanto el amor nos hace libres.
El amor cree y se fía de las personas y las deja crecer aunque se salgan con frecuencia de los marcos establecidos y abran caminos nuevos.
Con la ley nunca tendremos héroes que escalen altas y peligrosas montañas.
Con la ley nunca tendremos héroes que se arriesguen a lo desconocido.
Con la ley nunca tendremos quienes piensen distinto a nosotros y se dediquen simplemente a repetir lo de siempre, lo que nosotros pensamos.

Es fácil vivir guiados y marcados por la ley, porque el camino ya está hecho y señalado y no hay desvíos ni cruces. Todo está señalizado en la vida. La salvación no tiene sino un solo camino. No hay peligro de equivocarse. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que “el que obedece nunca se equivoca”?
En cambio, vivir del amor claro que es siempre más peligroso porque el amor es siempre creativo y vive de la libertad del Espíritu. Y el Espíritu es viento que sopla y empuja, recrea: “Ven Espíritu Santo y recrea la faz de la tierra”.
Vivir del amor es vivir cada día atentos a las nuevas oportunidades, a las nuevas sorpresas de la vida, a la originalidad diaria de Dios que nunca se repite.
¿Es el amor la “puerta estrecha”? Es posible.
Porque el amor es siempre más exigente.
Porque el amor es siempre más libre y la libertad es riesgo.
Porque el amor es siempre más comprometido.
Porque el amor es siempre más generoso.
Porque el amor es siempre más atento a las necesidades de los demás.
Porque el amor es siempre más sorpresivo.

Ante la pregunta tacaña de la ley “¿Serán pocos los que se salven?” tendremos siempre la respuesta del “amor que quiere que todos se salven y que no se pierda ninguno”. Y por eso mismo “vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.

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