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lunes, 20 de septiembre de 2010

El desafío de comunicar hoy

P. Guillermo Marcó
Publicado por Valores Religiosos

En un mundo hipercomunicado, la Iglesia debe conocer bien las virtudes y defectos de la comunicación moderna y responder profesionalmente a los desafíos que implican los medios. El modelo de Jesús, el gran comunicador.

La comunicación ocupa el centro de la escena en este mundo globalizado. Todos los días recibimos innumerables mensajes por TV, radio, a través de los portales de Internet, del correo electrónico o de twitter. Ahora bien, el problema de la comunicación puede reducirse a tres actores fundamentales: el que emite un mensaje, el que lo transmite (el medio de comunicación que sea) y el que lo recibe.

En el marco de este proceso, los miembros del clero, por lo general, se enojan cuando dicen cosas y concluyen que sus palabras no son correctamente comprendidas. Después de llevar mucho tiempo estudiando el tema y trabajando en los medios -hace 20 años que hago radio, 16 televisión, 8 que asesoro a este suplemento, además de haber sido vocero del cardenal Jorge Bergoglio durante una década- puedo compartir algunas conclusiones:

- El que emite puede ser un gran genio, intelectualmente hablando, y a la vez un comunicador pésimo, tedioso y aburrido. En un mundo mediatizado no importa sólo el contenido, sino la forma y sobre todo quién lo comunica.

- El medio adaptará el mensaje a su formato. En el caso de un diario, la publicación no depende sólo de la buena voluntad del periodista, sino de la decisión de su jefe de sección. Y éste, a su vez, depende del espacio que decida darle el jefe de redacción. La TV aplicará la tijera, y el bonito y profundo discurso del obispo quedará reducido a una frase que puede quedar fuera de contexto. La radio comentará muchas veces lo que escribió el diario o reprodujo la tele acerca de lo que dijo el obispo. Y tratará de entrevistarlo. Si lo consigue, no sería raro que termine preguntándole por algún tema político que nada tenía que ver con el motivo original de su palabra. Así, por ejemplo, el anuncio de una colecta de Cáritas puede derivar en un titular con críticas al Gobierno de turno por la pobreza.

- Por fin, el receptor que escuchará las verdades eternas algo distraído pensando en sus problemas, y tal vez comiendo un choripán, quizá le comentará a un tercero una frase suelta del obispo. Lo que dará lugar a que éste sea criticado o alabado.

La Iglesia es hija de la lecto escritura. En general, a los obispos les preocupa lo que sale en los diarios. Cualquier empresa mediana chequea "todo lo que sale". Contrata una consultora para que haga un seguimiento de lo que dicen en la tele y en las radios obre un tema de su interés y así poder regular sus respuestas. Además, cuenta con un equipo de comunicación full time que atiende el teléfono las 24 horas del día ante lo que se llama una situación de crisis. Es que los periodistas necesitan la información ya y los eclesiásticos suelen derivarlos -cuando les atienden el teléfono- ara la semana que viene. Al menos eso es lo que estoy cansado de escucharles decir a los comunicadores.

La terminología suele ser otro problema. En el reciente debate sobre matrimonio gay, se empezó hablando con cordura y respeto, pero luego hubo apelaciones religiosas que no cuentan ante una ley civil, además de expresiones carentes de compasión. El resultado fue un rechazo de los medios y de la población a esos estilos.

Una publicista me comentó una vez que en Inglaterra se estudiaba a Jesús como comunicador, como el hombre de las parábolas (el sembrador, el hijo pródigo …), de las frases cortas, fáciles de memorizar y de fuerte impacto ("Yo soy el camino, la verdad y la vida"). Eso es tan viejo y tan nuevo como el Evangelio. Quizá haya que profesionalizar la comunicación en la Iglesia y volver a las fuentes.

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