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viernes, 3 de septiembre de 2010

El Dios de Stephen Hawking


Publicado por Pedro Miguel Lamet sj

El científico más mediático de todos los tiempos, Stephen Hawking acaba de sentenciar que Dios no creó el universo. Asegura en The Grand Design que el Big Bang, es decir, la gran explosión inicial del universo, fue “una consecuencia inevitable” de las leyes de la física y que el cosmos “se creó de la nada”, según extractos del libro publicados por el periódico The Times.

En este trabajo, firmado junto con el físico estadounidense Leonard Mlodinow, rebate la hipótesis de Isaac Newton, convencido de que el universo no pudo nacer del caos a partir de las meras leyes de la naturaleza y que tuvo que ser creado por Dios. Hawking ya no ve posible conciliar la causa de la fe con la comprensión científica del Universo.

La tesis de Hawking, un científico que por la superación de su enfermedad y sus numerosos bestsellers, como Una breve historia del tiempo (1988), viene acaparando portadas, ha suscitado, como era de esperar las más variadas reacciones. Hay que tener en cuenta que el que hasta hace poco menos de un año ocupaba la cátedra Lucasiana de Matemáticas de la Universidad de Cambridge, la misma que ostentó Newton, no niega la existencia de Dios, sino la de un Dios creador.

El problema de la relación entre la ciencia y la fe viene de antaño como desencuentros tan conocidos de Galileo y Darwin en los campos de la Física y de la Biología modernas, así como a las dificultades de otros autores más cercanos a nosotros como puede ser el jesuita Pierre Teilhard de Chardin. El ateísmo científico arranca sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX y hoy se dividen las posturas entre los que admiten compatibles Dios y la ciencia y los que no.

En todo caso, como recuerda mi amigo y compañero, Ignacio Núñez de Castro, ciencia y teología se sirven de métodos distintos. Constituyen dos formas de pensamiento que tienen plena autonomía, y además utilizan métodos diferentes de pensamiento, no pueden llegar a encontrarse y dialogar. El método hipotético-deductivo, propio de las ciencias experimentales, según Karl Popper, es muy diferente del método propio de toda reflexión sobre el fenómeno religioso o sobre la fe en Dios transcendente. Los que soportan el pacto de no-agresión dirán: ”limítense los científicos a dar cuenta de los hechos, limítense los teólogos a dar cuenta del sentido”. Es decir, le correspondería a la Ciencia hablar del “cómo” de los procesos o fenómenos, solamente descriptivamente, y a la Teología buscar las causas últimas, o dicho en otras palabras, buscar el “por qué” y el “para qué”.

Núñez de Castro defiende que

“en primer lugar, debe abandonarse todo conflicto propio de otras épocas: ni la moderna epistemología admite seguir manteniendo idolatrías como la del cientificismo, ni falsos absolutos como el llamado ateísmo científico, ni la moderna teología, consciente de su debilidad como ciencia histórica, desea seguir manteniendo posturas que puedan llevar al error o a la superstición. Estamos plenamente convencidos de que todas las visiones totalitarias, ya provengan de los científicos o de los creyentes religiosos, carecen de plausibilidad en el momento presente”.

Luego está el problema del lenguaje de apologetas de salón que intentan explicar la fe bíblica con terminología científica, como afirmar que la teoría del big-bang puede identificarse con el acto creador de Dios, con el “hágase la luz” del Génesis (Gn 1,3), o que la llamada muerte térmica del universo puede ser la manifestación del fin escatológico en una especie de apocalipsis material.

Núñez de Castro piensa que la ciencia puede ayudar a purificar el concepto que tenemos de Dios.

La ciencia actual, en sus grandes ramas la física y la biología, nos ofrece una serie de soportes intelectuales para enriquecer la imagen de Dios, aunque en el diálogo e integración con la ciencia seamos conscientes de que ninguna madera mundana, por muy noble que sea, como es la ciencia, es apta para que en ella sea tallado ese nuevo rostro de Dios. Siempre recaerá sobre el ser humano el mandato bíblico de no construir imágenes definitivas de Dios (Dt 5,8). Pero la visión del mundo que las ciencias nos ofrecen nos ayudará a ir purificando nuestra imagen de Dios y su relación con el mundo, es decir, una nueva concepción de la acción creadora de Dios en un universo dinámico y evolutivo, aunque conscientes de que ninguna imagen o modelo será definitiva; ya Santo Tomás nos avisaba que un error acerca de las criaturas puede conducirnos a una falsa imagen de Dios (“nam error circa creaturas redundat in falsam de Deo sententiam”, Summa contra Gentiles, Liber 2, C 3, nº 6).

Para mí que no soy un científico, ni mucho menos, está detrás la amplitud de nuestra mirada y concepto que disfrutemos de Dios. Yo, por ejemplo, no concibo a un Dios fuera de mi y del universo que como desde una nube decide crear el mundo. Ensentein, por ejemplo, era profundamente religioso, pero no creía en un Dios personal. Cuando habla de religión se refiere a ese ser profundo e inspirador que alienta el mundo. Quizás por eso Hans Küng afirma que Dios desborda todas las categorías lo personal y lo a-personal y deberíamos llamarlo transpersonal.

En pocas palabras y sin subirnos a la parra: El científico, como cualquier hijo de vecino, tiene que experimentar un vacío, un misterio detrás de todas las cosas. Y para eso no hace falta acudir a la física cuántica o a los agujeros negros. Un niño que nace supera todas las coordenadas de una pareja que hace el amor: tiene vida propia, sentimientos, lo que llamamos alma, un no sé que que nos supera. Ese alma está también en un terremoto, que es la Tierra con vida propia, en el cráter de una flor y en la complicada estructura de un insecto o la inmensidad del firmamento.

Por otra parte todo esto lo decimos desde nuestra dimensión espacio-temporal. Cuando, gracias a un despertar interior, caes en la cuenta de que sólo eres manifestación en el tiempo de un No-Tiempo, o sea eternidad, ves que Dios supera estas visiones antropomórfícas del dios-arquitecto o el dios-relojero. Cuando los místicos hablan de la nada, la noche o el vacío evocan ese Ser total en el que “vivimos, existimos y somos”, por encima de toda caricatura. Superas la película y te quedas con la luz, el fuego que hay detrás que todo lo habita y es antes y después y ahora de toda manifestación.

De modo que se me antoja que el señor Hawking al referirse al Dios creador habla desde un concepto de divinidad de parvulario. Y desde ahí, pues claro, muy de acuerdo. Aunque aun así tendría que explicarme que es eso de la nada. ¿No?

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