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lunes, 20 de septiembre de 2010

Exaltación de la (propia) Cruz



Celebrábamos la semana pasada la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Ante la figura de Jesús Crucificado cabe preguntarse: ¿Aceptar las cruces o más bien AMARLAS?

La Cruz de Cristo ilumina y da sentido a las cruces que nos puedan sobrevenir, por la causa que sea, en el momento que sea y en las circunstancias que sean. Y el sentido lo da justamente el hecho de que la Cruz es una Cruz Redentora, lo cual es justamente lo que celebrábamos el pasado día 14.

Juan nos expone con mucha claridad y desde una óptica contemplativa, a la vez que teñida de historicidad, cómo Jesús se presentó ante su propia Pasión. He aquí unos puntos a resaltar, que serían la línea conductora de lo que quiero expresar:

1. En Jn 18, 4 nos dice: "Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ¿A quién buscáis?". Vemos que Jesús sabía "todo lo que le iba a suceder", y que "se adelanta". Nosotros no sabemos a qué nos llevarán nuestras cruces, las pruebas o sufrimientos que nos vienen dados. Sabemos cuándo empiezan, pero nunca cuándo acabarán ni de qué modo, ni siquiera sabemos si acabarán. Jesús sí, pero eso no era ni mucho menos una ventaja. Al contrario, sería para echarse a correr. Pero su adelantarse, que recalca Juan, nos da una idea de la Majestad de Jesús y de su Amor por nosotros. Nos dice, también, que la Cruz no hay que ignorarla, o dejar que pase a nuestro lado sin más, sino que hay que adelantarse, ir a su encuentro, mirarla a la cara, aun cuando el miedo, el dolor o la inseguridad nos hagan temblar y sudar, llorar y sufrir, dudar y hasta enfadarnos. No recuerdo qué santo era que decía que el diablo teme una cosa: que nos desahogemos ante Jesús en el Sagrario, que le "reprochemos", con dolor y con Amor a la vez, lo que nos está pasando, que se lo echemos en cara, que nos desahoguemos y hasta enfademos con Él, pero con las miras puestas en aceptar y amar lo que permite que nos ocurra. Porque así, el diablo ya no tiene capacidad de inducirnos al desánimo o a la desesperación, o al rebote con Dios, puesto que ya hemos puesto en Él nuestro dolor y confianza.

2. En el proceso contra Jesús el evangelista resalta la Realeza del Hijo de Dios, su carácter Real y Mayestático (18, 33-38): "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he venido al mundo". Incluso en las torturas infligidas (19, 1 ss.), los romanos reconocen la Realeza de Jesús, de una forma que podría parecer irónica y cruelmente sarcástica (de hecho lo es, desde un punto de vista humano) pero que, desde los ojos del Espíritu, es un reconocimiento expreso (inconsciente, insisto) de su Realeza, pero no una Realeza cualquiera, sino la de la Cruz. Esto lo coronan las palabras de Pilato: "Ecce Homo", y en el rechazo de los judíos: "no tenemos más rey que al César". Aquí Juan deja entrever que, si bien los judíos le rechazan, no niegan su realeza. Las Tinieblas, al luchar contra la Luz, no niegan que ésta sea Luz.

El destacar la Realeza de Jesús deja claro cuál es su Poder: "ser testigo de la Verdad", para llevar consigo a su Reino a "todo el que es de la verdad", que "escucha mi Voz". Y el Testimonio que da no es de Palabra, sino de Obra, mediante el extremo Sacrificio. Nos testimonia entonces la Verdad: que la Cruz es Redentora y que, por tanto, asume nuestras debilidades, pecados y sufrimientos. Por tanto:

- sufrir es sufrir con Cristo, puesto que Él ha sufrido antes, y más que nadie. Nuestros sufrimientos están en esa Cruz, y la novedad, el sentido auténticamente cristiano del sufrimiento, es que produce frutos, y frutos de Redención y Paz. El sufrimiento sigue ahí, pero el Amor que desprende es opuesto y contrario a toda aceptación estoica o resignada, y a todo rechazo del mismo sufrimiento. Al contrario, el cristiano acogerá y hasta abrazará el dolor, ofreciéndoselo al Hijo, que lo hizo fecundo ya en su Cruz. Entonces, la carga se hace ligera. No está a nuestro alcance, es Gracia de Dios, pero justamente por eso hay que pedirla, quererla. Nos recuerda Pablo que "fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas" (1 Cor 10, 13). Nos cuentan los sinópticos que Jesús cayó por tres veces, bajo el peso de la Cruz. La Cruz es amarga, pesada, y habrá momentos de debilidad, de caerse, de sentir que no podemos más. Quizá no habrá momentos de sol. Pero con la Gracia de Dios también nos levantaremos. No es que Él quiera que suframos, pero nos sabe dar, del sufrimiento, Paz y Frutos. Ésa es la diferencia. El mundo te enseñará a huir, a desesperarte, a hundirte, por muchos medios humanos que te dé. Pero Dios te levanta por Amor y, por su Gracia, te hace una nueva criatura, a la vez que tu Cruz edificará a otros y los acercará a Dios, cuando vean en ti que Dios te ayuda a llevarla. Juan omite las caídas, seguramente para resaltar el Amor y la Realeza con que Jesús abrazó la Cruz.

- el pecado fue sepultado en la Cruz. Necesitamos confesarnos, pero es una reconciliación, no un juicio sumario. La Cruz nos acercó a Dios para siempre, revelándonoslo como Padre.

3. Nos dice Jn 19, 16: "Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su Cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario...". Tenemos aquí otra muestra, un paso más en el camino hacia la Cruz. Jesús, siempre tomando la iniciativa, CARGA y SALE. Él abraza la Cruz, y Él da el primer paso. Precisamos incorporar a nuestra vida interior esta carga amorosa de la Cruz. Contemplar la Eucaristía, meditar el Evangelio y la Pasión, hacer sacrificios... todo esto nos introducirá poco a poco en el Misterio de la Cruz, Redentora y Salvadora. Desde luego, fácil no hay nada, y la teoría está muy bien. Lo que cuesta es aplicarla. Lo que ocurre es que lo tenemos fácil para que Dios nos ayude: basta con pedírselo...

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